Hace unos días, cuando Santiago comenzaba a hervir con el sol de la mañana, Camila Vallejo, en un top y pantalones azules, y un casco protector en la cabeza, llegó en bicicleta hasta las oficinas de su comando en La Florida. Tenía una jornada pesada. Primero esta entrevista y una corta sesión de fotos, y luego actividades y reuniones todo el día, mientras era seguida por un equipo del periódico británico The Guardian, que decidió incluirla en un documental digital sobre mujeres líderes en Chile. La otra era la Presidenta Bachelet.
Decir que es bonita está de más. Usted lo sabe, ella lo sabe, nosotros lo sabemos y, después de que en 2011 se convirtiera en la cara más visible del movimiento estudiantil, todo el mundo lo sabe. Pero su carisma va mucho más allá que una cara insistentemente descrita “como de Botticelli” y unos preciosos ojos verdes.
Esta es una mujer inteligente, articulada y decidida, que antes de cumplir siquiera 30 años ya ha enfrentado trayectoria, dejando con su discurso a la gran mayoría de ellos heridos en el camino. Que sea comunista sólo agrega una gota más de misterio a su imagen, considerando que, como dice ella en esta entrevista, su partido ha sido vilificado hasta el infinito en las últimas décadas.
Sus padres, Reinaldo Vallejo y Mariela Dowling, y su pareja, Julio Sarmiento, con quien tiene una hija pequeña, son también comunistas, y la familia creció y vive en La Florida, no muy lejos de sus oficinas. Es una comuna que ha cambiado al ritmo de Chile. Donde antes había huertas o campos, ahora hay un océano de villas, torres de departamentos de cristal y concreto, gigantescos campus universitarios y un famoso mall.
“No tenemos plaza de armas, pero tenemos un Mall Plaza”, dice ella con un tono algo sarcástico, agregando que no importa cuántas tiendas se abran en la comuna o cuántas flores se instalen en sus jardineras, aquí hay problemas importantes de pobreza, drogadicción o violencia que no han sido todavía solucionados.
Si la gigantesca fama que acumuló en sus años como dirigenta social y estudiantil ha tenido algún efecto en ella, no es visible a primera vista. Su actitud es tan sencilla como su oficina, un espacio blanco con un escritorio, una repisa y dos sillas negras, donde lo único que delata a su dueña son algunas viejas fotos de Salvador Allende con estudiantes, un par de cámaras fotográficas y algunos reconocimientos enmarcados de universidades y organizaciones internacionales. Sobre el escritorio descansa su computador, que es un Acer, no un Mac.
La noticia de su caída en la última encuesta CEP fue recibida por sus colaboradores como el efecto natural de la firmeza de sus ideas y posiciones. Que tenga más de un 60 por ciento de desaprobación en la derecha quizás se está haciendo bien. Ella, por su parte, desconfía de los vaivenes de la opinión pública, y con razón: su imagen, polarizadora desde un principio, genera tanta admiración como desdén, tanto amor como odio, un constante zumbido al que ha decidido no prestar mucha atención. En cambio, prefiere concentrarse en su trabajo y, en especial, en la construcción de sus ideales.
¿Cómo ve al país y a sí misma esta joven dirigenta Comunista que llegó a ser diputada antes de los 30 años y que el diario the New York times ha descrito Como “la revolucionaria
más glamorosa del mundo”? en esta entrevista, profundiza sobre los costos que ha tenido la fama para ella y reivindica sus ideales.
–Gladys Marín dijo una vez en esta misma revista que, aunque menos que en otros partidos, en el PC había sexismo y homofobia.
La realidad es distinta hoy, ¿no?
–Súper distinta.Donde yo vaya, me encuentro con compañeras lesbianas, homosexuales… hasta mormones tenemos en el partido; mormones que son homosexuales y comunistas, imagínate. Aquí hay una diversidad y un respeto por esa diversidad muy grande. Lo que dijo ella es muy cierto: tenemos los vicios que tiene cualquier persona por estar inmersa en esta sociedad machista, y por lo tanto discriminatoria, pero como colectividad política es mucho menos discriminatoria que otras. Para mí, es muy importante estar en un partido que tiene esta historia, los sacrificios y los momentos oscuros que le ha tocado vivir, pero al mismo tiempo con una riqueza muy grande.
–¿Cómo es la relación entre los comunistas que vivieron esa historia tan dura de la que hablas con dirigentes como tú, que han tenido una experiencia totalmente distinta?
–Es un diálogo de mucho respeto. Yo nací el ’88 y no me tocó vivir nada en carne y hueso de lo que se vivió en la dictadura o en los momentos de clandestinidad, cuando había familiares desaparecidos o torturados… Es algo que no viví, pero trato de acercarme a eso, comprenderlo y recoger con mucho respeto la experiencia que vivieron los compañeros.
–¿Crees que lo que ha vivido el PC en Chile ha contribuido a que ese ideal no desaparezca?
–Sí. Imagínate que es un partido que, a donde vayas, te dicen “es que los comunistas aquí o los comunistas allá”. Te sacan la Unión Soviética, te dicen que los comunistas son dictadores, que deberían vivir bajo un puente. ¡Un comunista con un auto les parece inconsecuente! ¡Claro que es complicado ser comunista! Pero uno se mantiene en esto porque hay algo mucho más grande, más importante. Este es uno de los partidos que más ha hecho por defender y conquistar la democracia en este país. La historia del PC es tremenda, y lo que una está haciendo acá es seguir esa batalla, que no se pierda ese norte.
–Y ese norte del que hablas, ¿es el mismo para ti que el que tenían Gladys Marín o Mireya Baltra?
–Creo que sigue siendo el mismo, pero los contextos son muy distintos. Hoy no te enfrentas a una dictadura, y además la pelea no es sólo contra un sistema capitalista opresor, sino también contra lo neoliberal. Nosotros no compramos este modelo, se nos impuso; pero con el tiempo nos fuimos acostumbrando y se fue perdiendo lo colectivo. Es algo que todavía está muy instalado.
–¿Cómo te afectó en lo personal que el movimiento estudiantil de 2011 tuviera tu cara?
–Creo que ha sido uno de los mayores costos que he tenido que asumir, aunque en su momento sirvió para dar a conocer al mundo lo que estaba sucediendo en Chile. A mí me invitaban siempre para ir a charlas a colegios o universidades afuera, y me presentaban como la líder, la que había articulado casi sola todo esto. Yo trataba de revertir eso y explicar la realidad: que el movimiento en Chile no se debía a uno o dos dirigentes, sino a una acción colectiva y a una unión de voluntades organizadas que fue más allá de los estudiantes. Aun así, el costo ha sido enorme, porque ha sido una exposición pública tremenda, difícil de imaginar.
–En ese sentido, ¿qué es lo que más te ha costado?
–Tener que lidiar con que te critiquen por lo que haces y lo que no haces. La exposición es frente a una opinión pública increíblemente diversa. En un ejemplo absurdo, he sido criticada por tener nana y por no tener nana. Entonces, una piensa que hay mucha ociosidad, que hay un interés de farandulizar la política o que estamos muy mal.
–¿Crees que el hecho de que seas mujer influye en esos comentarios?
–Absolutamente. Para una mujer estar en la política es mucho más difícil que para un hombre.
–¿Cuál fue tu reacción cuando viste que The New York Times te llamaba “la revolucionaria más glamorosa del mundo”?
–Ese tipo de títulos contribuye a mostrarme como un personaje de farándula y no como un sujeto político, aunque si después lees la entrevista, es mucho más profunda que el título. Eso pasa. A veces vas a actividades en la calle, en foros, colegios, y la gente se te acerca con lo de la foto, el autógrafo… y eso demuestra mucho cariño, pero también tiene ese otro componente. Quizás la política se alejó mucho de lo social y cuando aparece un político que se destaca o sale mucho en los medios, se convierte en un personaje pop.
–Pero el carisma es muy importante en política –ahí están el Che Guevara, Obama, etcétera –y tú pareces tenerlo. ¿Lo ves como una herramienta positiva?
–Si hay un elemento común en este tipo de personajes, es que generan amor y odio. Siempre han sido personajes muy complejos y no pueden ser queridos por todos. Su mensaje es de una sola línea y eso no puede hacer confluir a toda la opinión pública. Es una oportunidad y un costo. Por ser escuchada y conocida, puedo transmitir un mensaje, pero también te deshumaniza.
–Los comentarios que la gente postea online sobre ti son muy polarizados: te aman o te odian. ¿Los lees? ¿Te afectan?
–No los leo. Tengo Twitter, pero cada vez leo menos los comentarios que llegan por ahí también. Creo que en muchos casos no vale la pena. En un momento percibí que había mucha ociosidad, mucha construcción de opinión en base a la ignorancia, mucha mala intención y, por lo tanto, dije que no iba a seguir prestando atención a eso. Además, vi la distribución socioeconómica de Twitter y me di cuenta que no tenía mucho de qué preocuparme. Desde el 2011 me puse una carcasa y decidí que no me iba a calentar la cabeza ni dejar que me lleguen a lo más profundo cuestiones que no valen la pena. Lo complicado es cuando se meten con mi vida privada, mi familia, con mi hija, mi pareja… Es poco saludable. Dicen: “Bueno, te hemos visto con ellos, así que tenemos derecho a opinar”. Yo creo que no es así. Al contrario, tengo todo el derecho a salir con mi familia y tener una vida normal, sin que ellos se vean arrastrados a la política.
“TENÍA PÁNICO ESCÉNICO”
–Tú creciste en este barrio, en la comuna de La Florida…
–Yo llegué aquí casi a los cinco años, a la Villa de Las Mercedes. Esas casitas, cada una igual a la otra, estaban recién construidas. Era interesante, porque llegaron muchas familias jóvenes con niños al mismo tiempo,así que crecimos todos juntos.
–Leí que de niña acompañabas a tu padre cuando montaba obras por el país como actor. ¿Qué recuerdos tienes de esa época?
–Mis papás eran bien pobres y sacaron adelante a la familia con mucho esfuerzo. Mi papá, imagínate, en teatro y bajo dictadura, y mi mamá trabajando como secretaria… Les costó mucho. Recuerdo haber ido con mi papá a un programa que puede haber sido el “Buenos días a todos”, lo invitaron a mostrar cómo colgar un cuadro, porque aparte de actor, él trabajaba en gasfitería, carpintería, instalaciones sanitarias y cosas así.
–¿Nunca quisiste ser actriz como él?
–Sí. Mi prima y mi tío también eran actores, y me gustaba el teatro. En un momento en el colegio me metí a un taller de teatro y me gustaba mucho, pero siempre tuve miedo. Yo era muy tímida y tenía mucho pánico escénico de chica.
–Y ahora puedes hablar frente a cualquiera…
–¡Eso se aprende a la fuerza! Yo jamás me imaginé… Si hubiera tenido que decidir antes, no lo hubiera hecho. Me causaba terror hablar en público.
–¿Estás decidida a continuar con tu carrera política en el futuro?
–Cuando me proyecto, lo hago más en función de mi familia. Desde el 2011 hasta ahora, me pongo un límite a la proyección política, porque no sé qué va a pasar. Trato mejor de centrarme en el quehacer diario y, si pienso en un horizonte político, lo veo en base a las transformaciones que podemos hacer, más que como una carrera política.
–¿Sientes que es más fácil promover esas transformaciones como diputada en la Cámara que como líder social?
–¡Bueno, al final de este período lo vamos evaluar! Las dos cosas son interdependientes. No es suficiente tener un importante movimiento social si llegas al Parlamento o al gobierno y te encuentras con un gran murallón, que es lo que nos pasó un poco en 2011. En ese momento comprendí que también teníamos que tener representación popular de estas ideas en el Congreso y el gobierno.
–El Partido Comunista, que durante años tuvo cero o muy poca representación en el sistema, ha ido creciendo en el último tempo. ¿Ves la posibilidad de que algún día tengamos un Presidente comunista?
–No sé… ¿Por qué no?
–¿Importa?
–Obviamente, el partido estaría feliz de tener un Presidente, pero no creo que sea su objetivo central. Lo que queremos es que más trabajadores tengan sus derechos asegurados, mejorar sus condiciones de vida, que la desigualdad se acorte… Yo creo que es el mismo objetivo de cualquier colectividad política –así espero–, que es asegurar la felicidad para todos y en igualdad de condiciones y no sólo de oportunidades, porque si no tienes igualdad de condiciones, lo otro es una falacia. Esa es la aspiración del PC. Estar o no en la presidencia no es el leitmotiv. Pero es complicado, porque hay un estigma hacia nosotros muy fuerte. Se mantiene un discurso de la guerra fría brutal: los comunistas prácticamente se comen a las guaguas, se violan a las monjas o son terroristas… Es difícil combatir con eso. Y es una construcción forzada, porque después –cuando conversas con las personas– desaparece. A mí la gente me valora quizás más por ser yo que por ser comunista, pero al final se dan cuenta de que soy así porque también soy comunista.
–Muchos piensan que el comunismo murió después de la caída del muro, que es una doctrina muerta.
–Es que la Unión Soviética no alcanzó a ser realmente comunista. China tampoco ha hecho una superación del sistema capitalista. Cuba, ya ves, es totalmente distinto a lo que hemos propiciado nosotros acá como comunistas, que creemos en un sistema pluripartidista, pero como modelo económico tampoco ha llegado a un comunismo y está todavía en vías del socialismo, revisándose constantemente. Es difícil decir que el comunismo fracasó, porque nunca se llegó a lograr. Por lo tanto no me siento frustrada en ese sentido. Creo que todavía tenemos oportunidad para demostrar que es posible construir una sociedad distinta. Además, tenemos el antecedente de que el sistema capitalista no ha sido lo mejor: está siempre en crisis, no ha superado las desigualdades y ha traído enfermedades sociales y sicológicas importantes. Algo tiene que cambiar. Y no estoy diciendo que la receta sea comunista, porque aquí no hay recetas, pero tenemos que pensar en un modelo de desarrollo distinto.
Fuente: Cosas