Dos cineastas extranjeros y un productor colombiano acompañaron por más de un año a dos líderes sociales del norte del Cauca amenazados de muerte.
El objetivo: ponerle rostro al fenómeno que afecta al país con más intensidad desde que se firmó el acuerdo de paz entre el Gobierno y las Farc. Ya han muerto más de 200 líderes, advierte el audiovisual.
Bien podría decirse que el documental, “Nos están matando”, es un grito de auxilio de los miles de líderes sociales que viven en los territorios donde otrora se desarrolló la guerra entre las Farc y el Gobierno. Es un documento que pone al desnudo la vida cotidiana de un defensor de derechos humanos en Colombia.
En este caso, las historias del líder indígena, Feliciano Valencia, y la del líder afrodescendiente, Héctor Marino Carabalí.
Las dos, cargadas de resistencia y peligro.
Los lentes de Tom Laffay y Emily Wright recorrieron las planicies del norte del Cauca. Las tierras anegadas de cultivos de caña, y de indígenas y negros que siguen reclamando esos territorios como suyos, enfrentándose con los empresarios azucareros. Luego, treparon a la cordillera central, a las montañas de Corinto, para registrar el funeral del líder indígena Eder Cuetia Conda, la trágica y cruda escena con la que se inicia este documental. ¿Por qué? ¿Por qué tanta crudeza?
El cineasta Laffay, quien lleva dos años radicado en Colombia, explicó que el objetivo del audiovisual justamente es ese: transmitir el dolor y la resistencia de los líderes sociales en Colombia, desde los territorios donde libran batallas para impedir que su país retorne a la violencia.
“En los medios internacionales no se habla del tema, porque en Colombia el interés de la paz está enfocado en la desmovilización de las Farc. Y está bien, porque eso es clave para el proceso de paz. Sin embargo, quienes tienen que cargar con la responsabilidad de construirla son los líderes sociales y ellos son los que están siendo asesinados. Por eso, este documental es un grito de auxilio”, dice.
Un grito de auxilio para buscar a los responsables de los homicidios. Emily Wright dice que los culpables no son únicamente los grupos armados ilegales. “La pregunta debería ser sobre la tierra: quién la posee y la controla. Durante la guerra, grandes extensiones de tierra fueron ocupadas por rancheros, empresarios de la palma y el banano, narcotraficantes y grupos armados, que ahora tienen poco interés en renunciar a ella.
El acuerdo de paz prevé la devolución de la tierra a los agricultores que una vez la poseyeron, pero los activistas que persisten en ello a menudo son vistos como una amenaza a los intereses económicos”.
Advierten en el documental que desde la firma del acuerdo de paz han sido asesinados más de 200 líderes. “El audiovisual está concentrado en el norte del Cauca, pero es una muestra real y contundente de lo que está pasando con esta población en todo el país. Hemos identificado que el departamento es una de las regiones de mayor riesgo en Colombia para el desarrollo de la defensa de los derechos humanos.
En el primer trimestre de este año, por ejemplo, se registraron 34 hechos violentos y fueron asesinados siete líderes sociales”, cuenta Jomary Ortegón Osorio, presidenta del Colectivo de Abogados José Alvear Restrepo (Cajar), la organización de Derechos Humanos que acompañó el proyecto.
Héctor Marino Carabalí, uno de los líderes protagonistas de esta historia, explica cómo se han fortalecido las organizaciones sociales en el norte del Cauca, indígenas y afros, que, a pesar de las amenazas de muerte, siguen unidas por sueños comunes. “Tenemos que atrevernos y ser más visibles para blindar nuestra integridad física.
Este documental significa mucho para nosotros, porque es un documento que recoge la memoria interétnica del movimiento indígena y afro, porque con ellos compartimos territorios, vivencias, momentos de dolor, pero también, construimos sueños en este devenir que nos han legado nuestros ancestros en medio de las adversidades, asesinatos y amenazas que no paran”.
Carabalí aparece en una camioneta blindada y junto a dos escoltas que le proporcionó la Unidad Nacional de Protección (Unp).
Así le protegen la vida de las amenazas de grupos neoparamilitares en la zona. Sin embargo, advierten los documentalistas y el propio Carabalí, que muchos líderes aún están desamparados y por eso exigen la implementación de la protección colectiva para estas comunidades.
Tom Laffay así lo advirtió, tras grabar a Carabalí en reuniones en el norte del Cauca, junto a varios integrantes de la Guardia Cimarrona. Igualmente habló con Feliciano Valencia sobre la Guardia Indígena.
“Sé que el Gobierno hace un esfuerzo importante a través de la UNP para proteger a los líderes, pero creo que debe avanzar en reconocer y legitimar a las guardias étnicas, indígenas y cimarronas, que son grupos de personas desarmadas que pueden defender de manera colectiva estas subregiones de Colombia”.
El documental fue producido por estos dos cineastas, acompañados del productor colombiano, Daniel Bustos Echeverry, con quien cubrieron protestas en el sur del país e hicieron entrevistas en el transcurso de un año.
“Vale la pena mencionar que teníamos otro personaje, pero decidimos cortar su historia de la película final por la seguridad del líder y la de su familia”, explica Laffay.
El prelanzamiento del audiovisual se realizó en abril pasado en la Universidad del Tolima en Ibagué, con estudiantes que debatieron del tema al final de la proyección.
Es que ese es precisamente el objetivo de “Nos están matando”, que se convierta en una herramienta periodística y de memoria, alrededor de la cual las comunidades conversan y debaten sobre el fenómeno.
Y, también, toman decisiones de cómo actuar frente a quienes quieren silenciarlos.
El documental también se publicó en medios de comunicación de Estados Unidos y promete llegar a otros países de Norteamérica, para que la comunidad internacional se enteré de las dolencias, sacrificios y dolores que padece la sociedad civil colombiana en la búsqueda de construir un país en paz, concluye Laffay.
Tiempo: 20:45 minutos
Directores: Emily Wright / Tom Laffay
Productor: Daniel Bustos Echeverry.
Colombia: La cortina de humo del fútbol se disipa y se visibilizan más masacres
por Camilo Rengifo Marín (*).
No es normal que en poco más de un mes (entre el 1 de junio y el 3 de julio) hayan asesinado a 19 líderes sociales en Colombia y tampoco debiera ser normal que millones de colombianos continúen por ahí llorando por la eliminación de su selección de fútbol en el Mundial de Rusia, sin ni siquiera saberlo o sorprenderse por saberlo.
¿Culpa de quién? ¿A quiénes señalamos por los asesinatos y a quiénes condenamos por el silencio?, se pregunta la exsenadora Piedad Córdoba. En Colombia el fútbol se ha usado, históricamente, para tender una cortina de humo sobre la impunidad de los verdugos. Y en ese ocultamiento han sido y son corresponsables, sin duda, los medios de comunicación hegemónicos.
Ya el 4 de febrero de 1929, los militares que, dos meses atrás, habían perpetrado una masacre de trabajadores en la United Fruit Company, lo utilizaron para congraciarse con el pueblo, recibiendo a la selección magdalenense que venía de coronarse campeona en los Juegos Nacionales, y, por petición de los jugadores, liberaron a varios huelguistas que permanecían confinados en mazmorras.
Siempre los gobiernos se habían mostrado reacios a apoyar un campeonato de fútbol profesional, pero en 1949, meses después del asesinato del candidato presidencial Jorge Eliécer Gaitán, cuando el país seguía envuelto en llamas, por fin se inauguró el torneo.
Los indignados usuarios de las redes sociales no paran de postear, con cruentas imágenes de los asesinados, que el Mundial de Fútbol encegueció a los colombianos como sociedad; otros cantaron los goles y al tiempo de la derrota de la selección “cafetera” en el Mundial de Rusia no pararon sus estados de tristeza equiparándolos con el dolor de los lideres asesinados.
Obviamente, los asesinatos sistemáticos no empezaron con el mundial de fútbol, se vienen presentando desde hace décadas. “Siempre nos toca ponerles períodos, georreferenciarlos con algún acontecimiento, pero paradójicamente el antecedente de este luctuoso mes es la firma de Acuerdo de “Paz” pactado por las FARC, la guerrilla más vieja del continente y el gobierno de Juan Manuel Santos”, añade la dirigente social.
Piedad señala que “Desde el año 2016 no paramos de contar los muertos a diario, de alertar de miles de maneras al gobierno nacional y a sus instituciones que si no se demostraba voluntad para evitar más muertes de líderes sociales este flagelo se agudizaría y al día de hoy son más de 300 los asesinados”.
La derrota de la selección de fútbol en Rusia visibilizó la nueva ola de terror con la que se despide Santos del gobierno. “Este país mata a sus campesinos, a sus jóvenes y mujeres, se está asesinando a quienes pacíficamente defienden sus tierras y sus derechos o lo que es peor, en Colombia se amenaza y se asesina a quienes participaron en campañas electorales diferentes a las del candidato ganador”, agrega.
En su libro Cien años de fútbol, el periodista Alberto Galvis Ramírez nos cuenta que, emocionado por el empate coin la Unión Soviética en 1962, el entonces presidente de Colombia, Guillermo León Valencia, pronunció esta frase tan grandilocuente como cargada de intención política: “Felicitaciones, compatriotas: fue un triunfo de la democracia sobre el totalitarismo”.
Moraleja, cuatro días después Colombia cayó 5-0 ante Yugoslavia. El jefe de deportes de El Espectador, Mike Forero Nougués, comprendió que el revés era propicio para desenfundar su sarcasmo. “Fue un triunfo del totalitarismo sobre la democracia”, tituló a seis columnas, recuerda en el New York Times el periodista Alberto Salcedo, quien también insiste en que varios hechos trágicos obligan a poner esta derrota deportiva en su justo contexto.
En el Cauca, lugar donde nació Yerry Mina, el defensor del Barcelona de España e inesperado goleador en Rusia, fueron masacrados siete campesinos. En la región Caribe fue asesinado un dirigente comunal mientras veía el partido. Antes, una profesora había sido amenazada de muerte por un comandante paramilitar. En lo que va de 2018 han sido asesinados noventa y ocho líderes sociales.
Terminó –para los colombianos- la cortina de humo del fútbol y el país está volviendo a su guerra reciclada de siempre, al fracaso histórico como nación, a las masacres en manos de militares, paramilitares y sus socios narcotraficantes, en momentos en que la asunción de Iván Duque –ahijado del genocida Álvaro Uribe- presagia el fin de la paz acordada y que nuevos nubarrones se ciernen sobre los colombianos.
No es “rabia sino de una tristeza honda por la muerte, pero también por la naturalidad con la que los colombianos asumimos esas muertes. Me pregunto si de verdad es que no le interesa a la sociedad o si los medios de comunicación han impuesto una matriz de opinión para que eso no importe y continuemos con la vida como si solo hubiera pasado la derrota del fútbol cuando a lo que asistimos es a la derrota de la vida y la esperanza”, concluye Piedad Córdoba.
* Economista y docente universitario colombiano, analista asociado al Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, www.estrategia.la)