viernes, noviembre 22, 2024
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Lento Parto en Colombia

por Atilio Borón

El resultado de la segunda vuelta en las elecciones presidenciales de Colombia sentenció la victoria del candidato de la derecha, Iván Duque, que obtuvo 10.362.080 sufragios contra los 8.028.033 de su rival, Gustavo Petro, candidato de la coalición Colombia Humana.


Algo nuevo ha comenzado a nacer en Colombia. Todavía el proceso no ha concluido pero los indicios son alentadores.

Amenazadas como nunca antes las fuerzas del vetusto orden social colombiano se reagruparon y prevalecieron por una diferencia de unos doce puntos porcentuales. Terminado el recuento el uribista se alzó con el 54 por ciento de los sufragios mientras que el ex alcalde de Bogotá cosechó un 42 por ciento. La tasa de participación electoral superó levemente el 51 por ciento, un dato promisorio ante el persistente ausentismo en las urnas de un país en donde el voto no es obligatorio.

El título de esta nota refleja cabalmente lo que está sucediendo en Colombia. Si un significado tiene esta elección es que por primera vez en su historia se rompe el tradicional bipartidismo de la derecha, que se presentaba a elecciones enmascarada bajo diferentes fórmulas y personajes que en el fondo representaban a los intereses  del establishment dominante.

La irrupción de una candidatura de centroizquierda como la de Gustavo Petro es un auténtico y promisorio parteaguas en la historia colombiana, y no sería aventurado arriesgar que marca el comienzo del fin de una época. Un parto lento y difícil, doloroso como pocos, pero cuyo resultado más pronto que tarde será la construcción de una nueva hegemonía política que desplace a las fuerzas que, por dos siglos, ejercieron su dominación en ese país.

Nunca antes una fuerza contestaría había emergido con esta enjundia, que la posiciona muy favorablemente con vistas a las próximas elecciones regionales de Octubre del 2019 en donde Colombia Humana podría recuperar la alcaldía de Bogotá y conquistar la de Cali y preparar sus cuadros y su militancia para las elecciones presidenciales del 2022.

Mientras tanto Iván Duque deberá librar una tremenda batalla para cumplir con lo que le prometiera a su jefe, Álvaro Uribe: avanzar sobre el poder judicial, poner fin a la justicia transicional diseñada en los Acuerdos de Paz y sobre todo para evitar que el ex presidente, el verdadero poder detrás del trono, vaya a dar con sus huesos en la cárcel debido a las numerosas denuncias en su contra por su responsabilidad en crímenes de lesa humanidad –entre ellos la de los “falsos positivos”-y sus probados vínculos con el narco.

En suma: algo nuevo ha comenzado a nacer en Colombia. Todavía el proceso no ha concluido pero los indicios son alentadores. Nadie soñaba hace apenas tres meses en ese país que una fuerza de centroizquierda con un ex guerrillero como candidato a presidente pudiera obtener más de ocho millones de votos.

Sucedió y nada autoriza a pensar que el tramposo bipartidismo de la derecha podrá resucitarse después de esta debacle; o que la euforia despertada en millones de colombianas y colombianas que con su militancia construyeron la más importante innovación política desde el asesinato de Jorge Eliecer Gaitán en 1948 se disolverá en el aire y todo volverá a ser como antes.

No. Estamos seguros que no habrá marcha atrás en Colombia. A veces hay derrotas que anticipan futuras victorias. Como las que sufrió Salvador Allende en Chile en la elección de 1964; o Lula en Brasil en 1998. ¿Por qué descartar que algo semejante pudiera ocurrir en Colombia?

Sólo tropieza quien camina, y el pueblo de Colombia se ha puesto en marcha. Tropezó, pero se levantará y más pronto que tarde parirá un nuevo país.


El 18 de junio del 2018 en Colombia

 

Por Alberto Pinzón Sánchez

Caído el telón del retorcido culebrón electoral colombiano de este 17 de junio, ya se tienen datos concretos para analizar, mientras surge la nueva expectativa entre el discurso del presidente electo y sus posibles ejecuciones, es decir entre la retórica y los hechos.

Los análisis cuantitativos sobre los resultados electorales son abundantes y detallados: Duque gana con más de 10 millones de votos. Petro tiene un poco más de 8 millones, el voto en blanco reclamado por el Moir y la burguesía nacional tiene 800 mil sufragios y, la abstención alcanza la no despreciable cifra de 19 millones y medio de posibles sufragantes (53,3%) cifra muy semejante a la de la primera vuelta electoral.

Se puede decir cualitativamente que:

1- La facción de Uribe Vélez finalmente le ganó electoralmente la batalla por la hegemonía dentro de la clase dominante a la facción de Santos (Vargas Lleras, Gaviria, la U, conservadores santistas, etc) la que después de la primera vuelta se adhirió a Duque.

2-  Con esta elección, Duque legitima electoralmente la unión del “uribe-santismo”, que ya venía funcionando en la esfera económica con la adhesión a Duque del Consejo Gremial integrado por 21 organizaciones gremiales; la Sociedad de Agricultores de Colombia (SAC) y, la Asociación Nacional de Empresarios de Colombia (ANDI).

3- Y, en la cobertura supraestructural se consolidan las “líneas generales” de la coalición ganadora señaladas por el abogado barranqueño J Manuel Carrero: la ideológico-religiosa (tradición, familia y propiedad) la ético-política (los medios justifican el fin mafio-paramilitar) y la línea programática (neoliberal-conservadurismo)

4- El Parlamento Colombiano elegido en la primera elección, tiene asegurada desde ya una absoluta mayoría a la coalición estructurada por Uribe Vélez alrededor del nombre de Duque, en el futuro desarrollo legislativo del nuevo gobierno. ¡Ay de Timoleón!

5- La abstención a pesar de haber disminuido ligeramente sigue gravitando como un elemento deslegitimador de la llamada “democracia colombiana”: 19´628 564 abstenciones son más votos que los obtenidos por el presidente elegido.

6- El Voto en blanco (800 mil) sobredimensionado por las encuestas como táctica anti-Petro y reclamado por el grupo maoísta Moir y adláteres, el que ahora anuncia su oposición al nuevo gobierno; no hubiera ayudado a modificar la elección de Duque así hubiese votado por su rival Petro. El Moir ha quedado finalmente destapado.

7- Todo lo anterior, sumado al discurso del presidente electo centrado en lo fundamental en destacar la unidad de Colombia (de la clase dominante). El binomio Seguridad-Justicia. Los conocidos “talleres democráticos” de AUV. El “matrimonio entre la agroindustria y el campesino”. La desmovilización de las bases guerrilleras. La retoma de la retórica anticorrupción del fajardismo. “Las correcciones a la paz”, así como las zalemas a la “Fuerza Pública”; han abierto en el horizonte político colombiano, la posibilidad real de una segunda regeneración político-religioso-empresarial-autoritaria, al estilo de la de Rafael Núñez en 1886; frente a la cual no queda más que la movilización social y la resistencia en la calle, al mejor estilo del Brasil.


El establishment respira y la pacificación peligra: Duque será el presidente

por Camilo Rengifo Marín

El derechista Iván Duque será el próximo presidente de Colombia, tras vencer en la segunda vuelta electoral al candidato centroizquierdista Gustavo Petro, con casi 54% de los votos y una diferencia de más de 12% sobre su openente, en comicios en los que participó apenas la mitad de los ciudadanos y con un resultado que hace peligrar el proceso de pacificación del país.

Iván Duque, un político sin experiencia en la administración pública y quien llegó a ser candidato por escogencia del expresidente Álvaro Uribe,  logró unir alrededor de su candidatura a los grupos de derecha Cambio Radical,  y los partidos de la U, Liberal, Conservador y Centro Democrático, todos ellos salpicados por escándalos de corrupción, como los de Oderbrecht, la trasnacional del crimen y soborno,

Los resultados político electorales de la segunda vuelta presidencial, a favor de la gran coalición por la paz representada por Gustavo Petro y Ángela María Robledo, de antemano, se pueden calificar como históricos, al sumar casi ocho millones de votos.col petro acto

Ambos candidatos ofrecían rutas diametralmente opuestas para la cuarta economía de Latinoamérica y si bien más de 36 millones de votantes tenían la posibilidad de definir la suerte de la pacificación del país, acudieron a las urnas poco más de la mitad de los inscritos en el padrón.

Duque, que promete modificar el acuerdo de paz, bajar impuestos a las empresas y encabezar la presión internacional contra el gobierno de Nicolás Maduro en Venezuela, era el favorito de los medios hegemónicos y de los sondeos de opinión. Con 41 años, el ahijado político del expresidente Uribe (2002-10) –con denuncias de narcotráfico y genocidio- es el mandatario más joven elegido en Colombia desde 1872.

Petro, de 58 años -ex alcalde de Bogotá, que triunfó ampliamente en la capital- le sumó a la defensa de los acuerdos de paz  una batería de reformas para romper con la gobernanza histórica de la derecha.

Petro le devolvió a la política colombiana los discursos de plaza y la convocatoria de multitudes.

Llegó a la segunda vuelta con el 25% de los votos en los comicios del 27 de mayo, y no pudo sostener ningún debate televisado con Duque ante la negativa de su contendor.

En un país de 49 millones de habitantes, con un 27% de pobreza extrema y primer productor mundial de cocaína, Petro presentaba una serie de reformas que apuntaban a “profundizar la paz”, que respalda inequívocamente. Propuestas de impuestos para los latifundios improductivos, tránsito hacia una economía no dependiente del petróleo y el carbón, y críticas a la actual política antidrogas hicieron temblar a las élites.

Vencedor de la primera vuelta con el 39% de los votos, Duque tiene una escasa experiencia política de cuatro años, como senador, donde llegó impulsado por una lista cerrada liderada por Uribe. “Nada es de él, todo ha estado apalancado por el capital político que tiene Uribe”, aseguró el analista Fabián Acuña.

Quiero “cimentar la cultura de la legalidad, donde se le diga al crimen que el que la hace la paga”, señaló este domingo tras votar. Duque, que también anuncia endurecimiento en las condiciones para dialogar con el ELN, quiere que los jefes rebeldes culpables de delitos paguen un mínimo de cárcel y no ocupen ninguno de los diez escaños parlamentarios reservados por el acuerdo de paz, al ahora partido Farc.

El respaldo en los últimas semanas dado a Petro por Antanas Mockus, Claudia López, Ingrid Betancourt, Clara López y otros dirigentes políticos, intelectuales y líderes sociales en el país y el exterior, como expresión de fuerzas ciudadanas independientes, apalancaron en la recta final la candidatura de Petro para lograr, por primera vez en toda la historia de Colombia, un gobierno distinto al de las élites bipartidistas.

No por otra razón estas élites entraron en pánico y decidieron cerrar filas a favor de la candidatura de la extrema derecha, en medio de un panorama poco alentador en esta etapa donde se encuentra sumamente amenazada la transición histórica de la guerra. Con Duque se alinearon los responsables del despojo económico, legal y criminal, los autores intelectuales y materiales del genocidio contra miles de ciudadanos, los militaristas con uniforme o de civil, patrocinadores del terror paramilitar.

Con Duque se alinearon quienes quieren desmontar el Acuerdo de Paz para asegurar su impunidad e impedir las reformas, los ladrones de cuello blanco en todas sus presentaciones partidistas, los culpables de los más escandalosos procesos de corrupción Durante décadas el país fue gobernado por el poder fáctico de empresarios, financistas, militares, narcotraficantes (o todo junto).

El movimiento popular, las propuestas alternativas y los demócratas que defienden la solución política, se encontraban en una gran dispersión y desarticulación, mientras millones de ciudadanos eran desplazados, desaparecidos, asesinados para evitar los cambios.

La contradicción ya la había marcado Jorge Eliecer Gaitán más de seis décadas atrás, entre las oligarquías y el pueblo, entre los de arriba y los de abajo sin importar el color de su partido, entre la muerte y la vida; antagonismos que perduran. Esa vieja clase dirigente bipartidista, profundamente incapaz de garantizar premisas democráticas básicas para su modernización, roba el presente y el futuro de las nuevas generaciones queriendo perpetuar la desigualdad y la guerra.

(*) Economista y docente universitario colombiano, analista asociado al Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, www.estrategia.la)

Fuente: CLAE


¿Qué significa para América Latina y el Caribe la (s)elección de Iván Duque en Colombia?

por Javier Tolcachier

Hace exactamente cien años asumió la presidencia de Colombia Marco Fidel Suarez, quien acuño el lineamiento de política exterior llamado Respice Polum (“miremos al polo” o “hacia el Norte”) o Doctrina Suárez.

Desde entonces, y con pocas interrupciones como la del general nacionalista Gustavo Rojas Pinilla (1953-57) y de manera menos estridente, en el período de Ernesto Samper (94-98), Colombia ha actuado subordinada a los intereses expansionistas de los EEUU limitando la soberanía de sus relaciones internacionales.

Poco antes, Colombia perdía su provincia centroamericana, que se independizó como Panamá en 1903 por el interés de EEUU de construir el canal interoceánico. Suárez fue actor principalísimo en la ratificación del Tratado Urrutia-Thompson, firmado en 1914, por el cual se otorgaban algunas compensaciones a Colombia por su pérdida territorial e intentaba “normalizar” la relación quebrada con EEUU por la secesión panameña.

El Acta de Chapultepec de 1945, la firma del Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca en 1947 y la creación de la OEA en 1948 – justamente en Bogotá – constituyeron la implementación luego de la segunda guerra mundial de la Doctrina Monroe, dando juridicidad a la hegemonía y la posibilidad intervencionista de los EEUU en la región.

A la muerte del tribuno liberal Jorge Eliécer Gaitán siguió la guerra interna.

El Frente Nacional (1958-1974) y la misma guerra interior, fueron escudo y excusa de la plutocracia aliada con los EEUU contra todo intento progresista o de izquierda para cambiar las cosas. El mismo objetivo de control militar y civil, bajo la apariencia de la lucha contra el narco, tuvieron la Iniciativa Mérida y el Plan Colombia.

¿Novedades en el frente? El actual enemigo principal de EEUU

En enero de este año la administración Trump hizo pública la renovación de su estrategia de seguridad nacional – hasta ahora enfocada en la “lucha contra el terrorismo global” – poniendo como principales vectores de amenaza la competencia de Rusia y China en el tablero mundial. Lo que se quiere evitar es la pérdida de hegemonía estadounidense y el ascenso de Oriente como principal polo planetario.

EEUU ha logrado mejorar su posición geopolítica relativa en América Latina, luego de los golpes parlamentarios en Honduras, Paraguay y Brasil, la victoria de Macri y el partido colorado en Paraguay, la reelección de Piñera en Chile, el giro a la derecha de Moreno en Ecuador y el debilitamiento del gobierno del FMLN en El Salvador.

El país del Norte ataca a Venezuela, a Nicaragua y a Bolivia para eliminar todos los focos de resistencia de izquierda a su hegemonía.

Sin embargo, la situación es precaria e inestable. En Perú ya echaron a PPK y el nuevo presidente Vizcarra está en posición endeble. En Brasil, el golpista Temer no cuenta con aprobación popular, lo mismo sucede con Juan Orlando Hernández en Honduras, reelecto en circunstancias fraudulentas.

En Guatemala, se pide la renuncia de Jimmy Morales. En México, a todas luces va a ganar las elecciones el reformismo progresista de López Obrador. En Argentina, EEUU ha establecido un protectorado económico a través de fondos buitres y el FMI, lo que augura una enorme conflictividad social ante el ya evidente fracaso económico y social de Macri.

Colombia hoy

En Colombia, luego de los Acuerdos de Paz las acciones bélicas han disminuido, aunque continúan los asesinatos selectivos a líderes campesinos y sociales que protagonizan la oposición local al feudalismo terrateniente, a los megaproyectos extractivistas y de infraestructura.

Por otra parte, Colombia continúa siendo el principal proveedor de droga del mercado estadounidense, aumentando la superficie de cultivos de coca en los últimos años, a pesar de fumigación indiscriminada, guerra institucional y foránea. Lo cual muestra – como mínimo – la ineficacia de tales planificaciones. O acaso, que las intenciones no declaradas de dichos planes nunca contemplaron una reducción efectiva del narcodelito.

Más allá de la veracidad estadística o no de esta cifra, esto constituye una argumentación propicia para continuar la acción militar y de seguridad de EEUU en territorio colombiano. En la última visita a Colombia del ahora ex secretario de Estado de Estados Unidos, Rex Tillerson, el Gobierno de Colombia aseguró su voluntad de conformar una fuerza de tarea conjunta para combatir el narcotráfico. EEUU, por su parte, anunció la renovación de la cooperación – una continuidad del Plan Colombia concebido durante la presidencia del conservador Pastrana – por cinco años más. O sea, más de lo mismo.

Por si fuera poco belicismo, “el premio Nobel de la Paz” Santos sumó recientemente a Colombia como socio global de la OTAN, ofreciendo al país como cabeza de playa en Sudamérica.

En términos regionales, Colombia ha suspendido sus actividades en UNASUR y conspira abiertamente contra el legítimo gobierno bolivariano de Venezuela en conjunto con la docena de países nucleados en el grupo de Lima.

Entonces, ¿qué significa para la región el resultado de la segunda vuelta?

Si se mira el mapa de los actuales gobiernos, América Latina y Sudamérica están partidas, divididas por la influencia estadounidense, la propaganda de medios concentrados y una mezcla de acomodados y arribistas en cada país que se niega a solidarizarse con los sectores desposeídos y discriminados, la mayoría mestiza, negra y originaria de la región.

En este contexto y desde el punto de vista de la política exterior, el triunfo de Iván Duque representa un refuerzo de la actual política colombiana subordinada a EEUU, la elevación del riesgo de reavivar el conflicto social interno y de comprometer a Colombia en acciones bélicas contra Venezuela y en otras regiones del planeta.

La (s)elección de Duque por quienes lo respaldan, augura la permanencia de efectivos militares estadounidenses y el uso de bases colombianas por parte de EEUU, el retroceso de los procesos de integración soberanos y pone en riesgo la Declaración de América Latina como Zona de Paz lograda en la reunión CELAC de 2014.

Duque será un presidente débil en manos de la oligarquía y las fuerzas partidocráticas a su servicio, lo que producirá una acentuación del neoliberalismo y la propiedad concentrada de la tierra, las finanzas y los medios, alejando toda posibilidad de acotar o disminuir las enormes brechas de desigualdad.

En definitiva, en términos geopolíticos, todo indica que el nuevo presidente seguirá con la política del “partido único de dos cabezas” de ser apenas un satélite de los intereses estadounidenses en América Latina.

Petro, apoyado por gran parte del arco progresista colombiano – y sobre todo por mujeres y jóvenes, columna vertebral del activismo por la paz – hubiera constituido un fuerte impulso a conservar lo ganado en los Acuerdos de Paz y la posibilidad de una progresiva reconciliación. Hubiera sido el gobierno progresista que le faltó a Colombia, mientras otros países de América Latina avanzaban en la integración y las mejoras sociales con Lula, Cristina y Néstor Kirchner, Correa y aún más marcadamente con Chávez y Evo.

No hay dudas que en esta segunda vuelta triunfó la continuidad de la partidocracia, en cerrada coalición con la opinión de los medios de difusión hegemónicos, las iglesias retrógradas y la estrategia de la administración estadounidense. Ganó el candidato del bipartido único, de la oligarquía y la conservación.

Pero los guarismos muestran también que hay un importante sector de la ciudadanía que quiere una Colombia distinta. En este sentido, los ocho millones de votos conseguidos son una voz fuerte que sitúan a Gustavo Petro como líder de la oposición, quien junto a la resistencia ciudadana y rural dificultarán al nuevo gobierno ejecutar sin más su programa. Esto probablemente se hará manifiesto en la construcción territorial y en futuras elecciones municipales y nacionales. El poder no tiene asegurado el futuro.

La elección en Colombia puso de manifiesto, en coincidencia con procesos más generales, que el camino hacia una América Latina más humana es la articulación en la diversidad de las fuerzas humanistas de la izquierda y el progresismo social en el marco de una renovación de los proyectos transformadores y con el eminente protagonismo de las mujeres y los jóvenes.

Fuente: Alainet

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