viernes, noviembre 22, 2024
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Defensa de la NEP: Cinco Años de la Revolución Rusa y Perspectivas de la Revolución Mundial

V.I. Lenin (*).

Camaradas: En la lista de oradores figuro como el informante principal, pero comprenderéis que, después de mi larga enfermedad, no estoy en condiciones de pronunciar un informe amplio. No podré hacer más que una introducción a los problemas de más importancia. Mi tema será muy limitado.


El tema Cinco años de la revolución rusa y perspectivas de la revolución mundial es demasiado amplio y grandioso para que pueda agotarlo un solo orador y en un solo discurso. Por eso tomo únicamente una pequeña parte del problema: la “nueva política económica”. Tomo deliberadamente sólo esta pequeña parte a fin de familiarizaros con este problema, de suma importancia hoy, al menos para mí, ya que me ocupo de él en la actualidad.

Así pues, hablaré de cómo hemos iniciado la nueva política económica y de los resultados que hemos logrado con ella. Si me limito a este problema, tal vez pueda hacer un balance en líneas generales y dar una idea general de él.

Si he de deciros, para empezar, cómo nos decidimos a adoptar la nueva política económica, tendré que recordar un artículo mío escrito en 1918. En una breve polémica de comienzos de 1918 me referí precisamente a la actitud que debíamos adoptar ante el capitalismo de Estado.

Entonces escribí:

“El capitalismo de Estado sería un paso adelante en comparación con la situación existente hoy en nuestra República Soviética. Si dentro de unos seis meses se estableciera en nuestro país el capitalismo de Estado, eso sería un inmenso éxito y la más firme garantía de que, al cabo de un año, el socialismo se afianzaría definitivamente y se haría invencible”.

Esto lo dije, naturalmente, en una época en que éramos más torpes que hoy, pero no tanto como para no saber analizar semejantes cuestiones.

Así pues, en 1918 yo sostenía la opinión de que el capitalismo de Estado constituía un paso adelante en comparación con la situación económica existente entonces en la República Soviética. Eso parecerá muy raro, y puede que hasta absurdo, pues nuestra república era ya entonces una república socialista; entonces adoptábamos cada día con el mayor apresuramiento –quizá con un apresuramiento excesivo- diversas medidas económicas nuevas, que no podían calificarse más que de medidas socialistas.

Y, sin embargo, pensaba que el capitalismo de Estado suponía un paso adelante comparado con aquella situación económica de la República Soviética y explicaba más adelante esta idea, enumerando simplemente los elementos del régimen económico de Rusia.

Estos elementos eran, a mi juicio, los siguientes:

“1) economía campesina patriarcal, es decir, natural en grado considerable;

2) pequeña producción mercantil (en ella se incluye la mayoría de los campesinos que venden cereales);

3) capitalismo privado;

4) capitalismo de Estado, y

5) socialismo”.

Todos estos elementos económicos existían a la sazón en Rusia. Entonces me planteé la tarea de explicar las relaciones que existían entre esos elementos y si no sería oportuno considerar alguno de los elementos no socialistas, a saber, el capitalismo de Estado, superior al socialismo.

Repito: a todos les parece muy raro que un elemento no socialista sea apreciado en más y considerado superior al socialismo en una república que se proclama socialista. Pero comprenderéis la cuestión si recordáis que nosotros no considerábamos, ni mucho menos, el régimen económico de Rusia como algo homogéneo y altamente desarrollado, sino que teníamos plena conciencia de que, al lado de la forma socialista, existía en Rusia la agricultura patriarcal, es decir, la forma más primitiva de agricultura.

¿Qué papel podía desempeñar el capitalismo de Estado en semejante situación?

Luego me preguntaba: ¿cuál de estos elementos es el predominante? Es claro que en un ambiente pequeñoburgués predomina el elemento pequeñoburgués. Comprendía que este elemento era el predominante; era imposible pensar de otro modo. La pregunta que me hice entonces (se trataba de una polémica especial, que no guarda relación con el problema presente) fue ésta: ¿qué actitud adoptamos ante el capitalismo de Estado?

Y me respondía: el Capitalismo de Estado, aunque no es una forma socialista, sería para nosotros y para Rusia una forma más ventajosa que la actual. ¿Qué significa esto? Significa que nosotros no sobrestimábamos ni las formas embrionarias, ni los principios de la economía socialista, a pesar de que habíamos hecho ya la revolución social; por el contrario, entonces reconocíamos ya, en cierto modo: sí, habría sido mejor implantar antes el capital

Debo subrayar particularmente este aspecto de la cuestión porque considero que sólo partiendo de él es posible, primero, explicar qué representa la actual política económica y, segundo, sacar de ello deducciones prácticas muy importantes también para la Internacional Comunista.

No quiero decir que tuviésemos preparado de antemano el plan de repliegue. No había tal cosa. Esas breves líneas de carácter polémico en modo alguno significaban entonces un plan de repliegue. Ni siquiera se mencionaba un punto tan importante como es, por ejemplo, la libertad de comercio, que tiene una significación fundamental para el capitalismo de Estado. Sin embargo, con ello se daba ya la idea general, imprecisa, del repliegue.

Estimo que debemos prestar atención a este problema no sólo desde el punto de vista de un país que ha sido y continúa siendo muy atrasado en cuanto a la estructura de su economía, sino también desde el punto de vista de la Internacional Comunista y de los países adelantados de Europa Occidental. Ahora, por ejemplo, estamos redactando el programa.

Mi opinión personal es que procederíamos mejor si discutiéramos ahora todos los programas sólo de un modo general, tras la primera lectura, por decirlo así, y los imprimiéramos, sin adoptar ahora, este año, ninguna decisión definitiva.

¿Por qué? Ante todo, porque, naturalmente, no creo que los hayamos estudiado todos bien. Y, además, porque casi no hemos analizado el problema de un posible repliegue y la manera de asegurarlo. Y este problema requiere sin falta que le prestemos atención en un momento en que se producen cambios tan radicales en el mundo entero como son el derrocamiento del capitalismo y la edificación del socialismo, con todas sus enormes dificultades.

No debemos saber únicamente cómo actuar en el momento en que pasamos a la ofensiva directa y, además, salimos vencedores. A fin de cuentas, en un período revolucionario eso no es tan difícil ni tan importante; por lo menos, no es lo más decisivo. Durante la revolución hay siempre momentos en que el enemigo pierde la cabeza, y si lo atacamos en uno de esos momentos, podemos triunfar con facilidad.

Pero esto aún no quiere decir nada, puesto que nuestro enemigo, si posee suficiente dominio de sí mismo, puede agrupar con antelación sus fuerzas, etc. Entonces puede provocarnos con facilidad para que lo ataquemos, y después hacernos retroceder por muchos años.

Por eso opino que la idea de que debemos prepararnos para un posible repliegue tiene suma importancia, y no sólo desde el punto de vista teórico. También desde el punto de vista práctico todos los partidos que se preparan para emprender en un futuro próximo la ofensiva directa contra el capitalismo deben pensar ya ahora también en cómo asegurarse el repliegue.

Yo creo que si tenemos en cuenta esta enseñanza, así como todas las demás que nos brinda la experiencia de nuestra revolución, lejos de causarnos daño alguno, nos será, probablemente, muy útil en muchos casos.

Después de haber subrayado que ya en 1918 considerábamos el capitalismo de Estado como una posible línea de repliegue, paso a analizar los resultados de nuestra nueva política económica. Repito: entonces era una idea muy vaga todavía; pero en 1921, después de haber superado la etapa más importante de la guerra civil, y de haberla superado victoriosamente, nos enfrentamos con una gran crisis política interna -yo supongo que la mayor- de la Rusia Soviética.

Esta crisis interna puso al desnudo el descontento no sólo de una parte considerable de los campesinos, sino también de los obreros. Fue la primera vez, y confío en que será la última en la historia de la Rusia Soviética, que grandes masas de campesinos estaban contra nosotros, no de modo consciente, sino instintivo, por su estado de ánimo.

¿A qué se debía esta situación tan original y, claro es, tan desagradable para nosotros? La causa consistía en que habíamos avanzado demasiado en nuestra ofensiva económica, en que no nos habíamos asegurado una base suficiente, en que las masas sentían lo que nosotros aún no supimos entonces formular de manera consciente, pero que muy pronto, unas semanas después, reconocimos: que el paso directo a formas puramente socialistas, a la distribución puramente socialista, era superior a las fuerzas que teníamos y que si no estábamos en condiciones de replegarnos, para limitarnos a tareas más fáciles, nos amenazaría la bancarrota.

La crisis comenzó, a mi parecer, en febrero de 1921. Ya en la primavera del mismo año decidimos unánimemente – en esta cuestión no he observado grandes discrepancias entre nosotros- pasar a la nueva política económica. Hoy, después de año y medio, a finales de 1922, estamos ya en condiciones de hacer algunas comparaciones.

Y bien, ¿qué ha sucedido? ¿Cómo hemos vivido este año y medio? ¿Qué resultados hemos obtenido? ¿Nos ha proporcionado alguna utilidad este repliegue, y nos ha salvado en realidad, o se trata de un resultado confuso todavía?

Esta es la pregunta principal que me hago y supongo que tiene también importancia primordial para todos los partidos comunistas, pues si la respuesta fuera negativa, todos estaríamos condenados a la bancarrota. Considero que todos nosotros podemos dar, con la conciencia tranquila, una respuesta afirmativa a esta pregunta, y precisamente en el sentido de que el año y medio transcurrido demuestra de manera positiva y absoluta que hemos salido airosos de esta prueba.

Trataré de demostrarlo. Para ello debo enumerar brevemente todas las partes integrantes de nuestra economía.

Me detendré, ante todo, en nuestro sistema financiero y en el famoso rublo ruso. Creo que se le puede calificar de famoso aunque sólo sea porque la cantidad de estos rublos supera ahora a mil billones. (Risas.) Esto ya es algo. Es una cifra astronómica. Estoy seguro de que no todos los que se encuentran aquí saben siquiera lo que esta cifra representa. (Hilaridad general.) Pero nosotros -y, además, desde el punto de vista de la ciencia económica- no concedemos demasiada importancia a estas cifras, pues los ceros pueden ser tachados. (Risas.)

Ya hemos aprendido algo en este arte, que desde el punto de vista económico tampoco tiene ninguna importancia, y estoy seguro de que en el curso ulterior de los acontecimientos alcanzaremos en él mucha mayor maestría. Lo que tiene verdadera importancia es la estabilización del rublo. Para resolver este problema trabajamos, trabajan nuestras mejores fuerzas, y concedemos a esta tarea una importancia decisiva.

Si conseguimos estabilizar el rublo por un plazo largo, y luego para siempre, habremos triunfado. Entonces, todas esas cifras astronómicas -todos esos billones y millares de billones- no significarán nada. Entonces podremos asentar nuestra economía sobre terreno firme y seguir desarrollándola sobre ese terreno.

Creo que puedo citaros hechos bastante importantes y decisivos sobre esta cuestión. En 1921, el período de estabilización del rublo papel duró menos de tres meses. Y en el corriente año de 1922, aunque no ha terminado todavía, el período de estabilización dura ya más de cinco meses. Supongo que ya es suficiente.Claro que no lo será si esperáis de nosotros una prueba científica de que en el futuro resolveremos por completo este problema.

Pero, a mi juicio, es imposible, en general, demostrarlo por completo. Los datos citados prueban que desde el año pasado, en que empezamos a aplicar nuestra nueva política económica, hasta hoy, hemos aprendido ya a avanzar, Si hemos aprendido eso, estoy seguro de que sabremos lograr nuevos éxitos en este camino, siempre que no cometamos alguna estupidez extraordinaria.

Lo más importante, sin embargo, es el comercio, la circulación de mercancías, imprescindible para nosotros. Y si hemos salido airosos de esta prueba durante dos años, a pesar de que nos encontrábamos en estado de guerra (pues, como sabéis, hace sólo algunas semanas que hemos tomado a Vladivostok) y de que sólo ahora podemos iniciar nuestra actividad económica de un modo regular; si, a despecho de todo eso, hemos logrado que el período de estabilización del rublo papel se eleve de tres meses a cinco, creo tener motivo para atreverme a decir que podemos considerarnos satisfechos de eso. Porque estamos completamente solos.

No hemos recibido ni recibimos ningún empréstito. No nos ha ayudado ninguno de esos poderosos Estados capitalistas que organizan de manera tan “brillante” su economía capitalista y que hasta hoy no saben adónde van. Con la paz de Versalles han creado tal sistema financiero que ni ellos mismos se entienden. Si esos grandes países capitalistas dirigen su economía de ese modo, opino que nosotros, atrasados e incultos, podemos estar satisfechos de haber alcanzado lo principal: las condiciones para estabilizar el rublo.

Esto lo prueba la práctica, y no un análisis teórico cualquiera, y soy del parecer de que la práctica es más importante que todas las discusiones teóricas del mundo. La práctica demuestra que, en este terreno, hemos logrado resultados decisivos: hemos comenzado a hacer avanzar nuestra economía hacia la estabilización del rublo, lo que tiene extraordinaria importancia para el comercio, para la libre circulación de mercancías, para los campesinos y para la inmensa masa de pequeños productores.

Paso ahora a examinan nuestros objetivos sociales. Lo principal, naturalmente, son los campesinos. En 1921, el descontento de una parte inmensa del campesinado era un hecho indudable. Además, se declaró el hambre. Y esto implicó para los campesinos la prueba más dura. Y es completamente natural que todo el extranjero empezara a chillar: “Ahí tenéis los resultados de la economía socialista”. Es completamente natural, desde luego, que silenciaran que el hambre era, en realidad, una consecuencia monstruosa de la guerra civil.

Todos los terratenientes y capitalistas, que se lanzaron sobre nosotros en 1918, presentaron las cosas como si el hambre fuera una consecuencia de la economía socialista. El hambre ha sido, en efecto, una inmensa y grave calamidad, una calamidad que amenazaba con destruir toda nuestra labor organizadora y revolucionaria.

Y yo pregunto ahora: luego de esta inusitada e inesperada calamidad, ¿cómo están las cosas hoy, después de haber implantado la nueva política económica, después de haber concedido a los campesinos la libertad de comercio?

La respuesta, clara y evidente para todos, es la siguiente: en un año, los campesinos han vencido el hambre y, además, han abonado el impuesto en especie en tal cantidad que hemos recibido ya centenares de millones de puds, y casi sin aplicar ninguna medida coactiva. Los levantamientos de campesinos, que antes de 1921 constituían, por decirlo así, un fenómeno general en Rusia, han desaparecido casi por completo. Los campesinos están satisfechos de su actual situación. Lo podemos afirmar con toda tranquilidad.

Consideramos que estas pruebas tienen mayor importancia que cualquier prueba estadística. Nadie duda que los campesinos son en nuestro país el factor decisivo. Y hoy se encuentran en tal situación que no debemos temer ningún movimiento suyo contra nosotros. Lo decimos con pleno conocimiento de causa y sin exagerar. Eso ya está conseguido.

Los campesinos pueden sentir descontento por uno u otro aspecto de la labor de nuestro poder, y pueden quejarse de ello. Esto, naturalmente, es posible e inevitable, ya que nuestra administración y nuestra economía estatal son aún demasiado malas para poderlo evitar; pero, en todo caso, está excluido por completo cualquier descontento serio del campesinado en su totalidad contra nosotros. Lo hemos logrado en un solo año. Y opino que ya es mucho.

Paso a hablar ahora de la industria ligera. Precisamente en la industria debemos hacer diferencias entre la industria pesada y la ligera, pues ambas se encuentran en distintas condiciones. Por lo que se refiere a la industria ligera, puedo decir con tranquilidad que se observa en ella un incremento general. No me dejaré llevar por los detalles, por cuanto en mi plan no entra citar datos estadísticos.

Pero esta impresión general se basa en hechos y puedo garantizar que en ella no hay nada equivocado ni inexacto. Tenemos un auge general en la industria ligera y, en relación con ello, cierto mejoramiento de la situación de los obreros tanto en Petrogrado como en Moscú. En otras zonas se observa en menor grado, ya que allí predomina la industria pesada; por eso no se debe generalizar. De todos modos, repito, la industria ligera acusa un ascenso indudable, y la mejora de la situación de los obreros de Petrogrado y de Moscú es innegable. En la primavera de 1921, en ambas ciudades reinaba el descontento entre los obreros. Hoy esto no existe en absoluto. Nosotros, que observamos día a día la situación y el estado de ánimo de los obreros, no nos equivocamos en este sentido.

La tercera cuestión se refiere a la industria pesada. Debo aclarar, a este respecto, que la situación es todavía difícil. En 1921-1922 se ha iniciado cierto viraje en esta situación. Podemos confiar, por tanto, en que mejorará en un futuro próximo. Hemos reunido ya, en parte, los medios necesarios para ello. En un país capitalista, para mejorar el estado de la industria pesada haría falta un empréstito de centenares de millones, sin los cuales esa mejora sería imposible.

La historia de la economía de los países capitalistas demuestra que, en los países atrasados, sólo los empréstitos de centenares de millones de dólares o de rublos oro a largo plazo podrían ser el medio para elevar la industria pesada. Nosotros no hemos tenido esos empréstitos ni hemos recibido nada hasta ahora. Cuanto se escribe sobre la entrega de empresas en régimen de concesión, etc., no significa casi nada, excepto papel. En los últimos tiempos hemos escrito mucho de eso, sobre todo de la concesión Urquhart. No obstante, nuestra política concesionaria me parece muy buena. Mas, a pesar de ello, no tenemos aún una concesión rentable. Os ruego que no olvidéis esto.

Así pues, la situación de la industria pesada es una cuestión verdaderamente gravísima para nuestro atrasado país, ya que no hemos podido contar con empréstitos de los países ricos. Sin embargo, observamos ya una notable mejoría y vemos, además, que nuestra actividad comercial nos ha proporcionado ya algún capital, por ahora, ciertamente, muy modesto, poco más de veinte millones de rublos oro.

Pero, sea como fuere, tenemos ya el comienzo: nuestro comercio nos proporciona medios que podemos utilizar para elevar la industria pesada. Lo cierto es que nuestra industria pesada aún se encuentra actualmente en una situación muy difícil. Pero supongo que lo decisivo es la circunstancia de que estamos ya en condiciones de ahorrar algo. Así lo seguiremos haciendo. Aunque a menudo se hace esto a costa de la población, hoy debemos, a pesar de lodo, economizar.

Ahora nos dedicamos a reducir el presupuesto del Estado, a reducir la administración pública. Más adelante diré unas cuantas palabras sobre nuestra administración pública. En todo caso, debemos reducirla, debemos economizar cuanto sea posible. Economizamos en todo, hasta en las escuelas. Y esto debe ser así, pues sabemos que sin salvar la industria pesada, sin restablecerla, no podremos construir ninguna clase de industria, y sin ésta pereceremos del todo como país independiente. Lo sabemos de sobra.

La salvación de Rusia no está sólo en una buena cosecha en el campo -esto no basta-; tampoco está sólo en el buen estado de la industria ligera, que abastece a los campesinos de artículos de consumo -esto tampoco basta-; necesitamos, además, una industria pesada. Pero, para ponerla en buenas condiciones, se precisarán varios años de trabajo.

La industria pesada necesita subsidios del Estado. Si no los encontramos, pereceremos como Estado civilizado, sin decir ya que también como Estado socialista. Por tanto, en este sentido hemos dado un paso decisivo. Hemos empezado a acumular los recursos necesarios para poner en pie la industria pesada. Es verdad que la suma que hemos reunido hasta la fecha apenas si pasa de veinte millones de rublos oro; pero, de todos modos, esa suma existe y está destinada exclusivamente a levantar nuestra industria pesada.

Creo que, como había prometido, he expuesto brevemente, a grandes rasgos, los principales elementos de nuestra economía nacional. Considero que de todo ello puede deducirse que la nueva política económica nos ha reportado ya beneficios. Hoy tenemos ya pruebas de que, como Estado, estamos en condiciones de ejercer el comercio, de conservar nuestras firmes posiciones en la agricultura y en la industria y de avanzar. Lo ha demostrado la práctica.

Y pienso que, por el momento, esto es bastante para nosotros. Tendremos que aprender muchas cosas todavía y comprendemos qué necesitamos aprender. Hace cinco años que estamos en el poder, con la particularidad de que durante estos cinco años hemos vivido en estado de guerra permanente. Por tanto, hemos tenido éxitos.

Es natural, ya que nos seguían los campesinos. Es difícil dar mayores pruebas de adhesión que las mostradas por los campesinos. Comprendían que tras los guardias blancos se encuentran los terratenientes, a quienes odian más que a nada en el mundo. Y por eso, los campesinos nos han apoyado con todo entusiasmo, con toda lealtad.

No fue difícil conseguir que nos defendieran de los guardias blancos. Los campesinos, que antes odiaban la guerra, apoyaron por todos los medios la guerra contra los guardias blancos, la guerra civil contra los terratenientes. Sin embargo, esto no era todo, porque, en el fondo, se trataba únicamente de si el poder quedaría en manos de los terratenientes o de los campesinos. Para nosotros, esto no era bastante.

Los campesinos comprenden que hemos conquistado el poder para los obreros y que nos planteamos el objetivo de crear el régimen socialista con ayuda de ese poder. Por eso, lo más importante para nosotros era preparar en el aspecto económico la economía socialista. No pudimos prepararla directamente y nos vimos obligados a hacerlo de manera indirecta. El capitalismo de Estado, tal como lo hemos implantado en nuestro país, es un capitalismo de Estado peculiar.

No corresponde al concepto habitual del capitalismo de Estado. Tenemos en nuestras manos todos los puestos de mando, tenemos en nuestras manos la tierra, que pertenece al Estado. Esto es muy importante, aunque nuestros enemigos presentan la cosa como si no significara nada. No es cierto. El hecho de que la tierra pertenezca al Estado tiene extraordinaria importancia y, además, gran sentido práctico en el aspecto económico. Esto lo hemos logrado, y debo manifestar que toda nuestra actividad ulterior debe desarrollarse sólo dentro de ese marco.

Hemos conseguido ya que nuestros campesinos estén satisfechos y que la industria y el comercio se reanimen. He dicho antes que nuestro capitalismo de Estado se diferencia del capitalismo de Estado, comprendido literalmente, en que el Estado proletario tiene en sus manos no sólo la tierra, sino también las ramas más importantes de la industria. Ante todo, hemos entregado en arriendo sólo cierta parte de la industria pequeña y media; todo lo demás queda en nuestras manos.

Por lo que se refiere al comercio, quiero destacar aún que tratamos de crear, y estamos creando ya, sociedades mixtas, es decir, sociedades en las que una parte del capital pertenece a capitalistas privados -por cierto, extranjeros- la otra parte nos pertenece a nosotros. Primero, de esa manera aprendemos a comerciar, cosa que necesitamos, y, segundo, tenemos siempre la posibilidad de cerrar esas sociedades, si así lo creemos necesario.

De modo que, por decirlo así, no arriesgamos nada. En cambio, aprendemos del capitalista privado y observamos cómo podemos elevarnos y qué errores cometemos. Me parece que puedo limitarme a cuanto queda dicho.

Quisiera referirme todavía a algunos puntos de poca monta. Es indudable que hemos hecho y haremos aún muchísimas tonterías. Nadie puede juzgarlas mejor ni verlas más claro que yo. (Risas.) ¿Por qué hacemos tonterías?

La razón es sencilla: primero, porque somos un país atrasado; segundo, porque la instrucción en nuestro país es mínima; tercero, porque no recibimos ninguna ayuda de fuera. Ni uno solo de los países civilizados nos ayuda. Por el contrario, todos obran en contra nuestra. Y cuarto, por culpa de nuestra administración pública. Hemos heredado la vieja administración pública, y ésta ha sido nuestra desgracia. Es muy frecuente que esta administración trabaje contra nosotros.

Ocurrió que en 1917, después de que tomamos el poder, los funcionarios públicos comenzaron a sabotearnos. Entonces nos asustamos mucho y les rogamos: “Por favor, vuelvan a sus puestos”. Todos volvieron, y ésta ha sido nuestra desgracia. Hoy poseemos una inmensidad de funcionarios, pero no disponemos de elementos con suficiente instrucción para poder dirigirlos de verdad.

En la práctica sucede con harta frecuencia que aquí, arriba, donde tenemos concentrado el poder estatal, la administración funciona más o menos; pero en los puestos inferiores disponen ellos como quieren, de manera que muy a menudo contrarrestan nuestras medidas.

Hombres adictos, en las altas esferas, tenemos no sé exactamente cuántos, pero creo que, en todo caso, sólo varios miles, a lo sumo unas decenas de miles. Pero en los puestos inferiores se cuentan por centenares de miles los antiguos funcionarios que hemos heredado del régimen zarista y de la sociedad burguesa y que trabajan contra nosotros, unas veces de manera consciente, y otras inconsciente.

Es indudable que, en este terreno, no se conseguirá nada a corto plazo. Tendremos que trabajar muchos años para perfeccionar la administración, renovarla y atraer nuevas fuerzas. Lo estamos haciendo a ritmo bastante rápido, quizá demasiado rápido. Hemos fundado escuelas soviéticas y facultades obreras; estudian varios centenares de miles de jóvenes; acaso estudien demasiado de prisa; pero, de todas maneras, la labor en este terreno ha comenzado y creo que nos dará sus frutos. Si no nos precipitamos demasiado en esta labor, dentro de algunos años tendremos una masa de jóvenes capaces de cambiar radicalmente nuestra administración.

He dicho que hemos hecho innumerables tonterías, pero debo decir también algo en este aspecto de nuestros adversarios. Si éstos nos reprochan y dicen que el propio Lenin reconoce que los bolcheviques han hecho muchísimas tonterías, yo quiero responder: es cierto, pero, a pesar de todo, nuestras tonterías son de un género completamente distinto que el de las vuestras.

Nosotros no hacemos más que empezar a estudiar, pero estudiamos con tanta regularidad que estamos seguros de obtener buenos resultados. Pero si nuestros enemigos, es decir, los capitalistas y los héroes de la II Internacional, recalcan las tonterías que hemos hecho, me permitiré citar aquí, a título comparativo, las palabras de un famoso escritor ruso, que, modificándolas un poco, resultarían así: cuando los bolcheviques hacen tonterías, dicen: “Dos por dos, cinco”; pero cuando las hacen sus adversarios, es decir, los capitalistas y los héroes de la II Internacional, el resultado es: “Dos por dos, una vela de estearina”.

Esto no es difícil demostrarlo. Tomad, por ejemplo, el pacto con Kolchak que concertaron Norteamérica, Inglaterra, Francia y el Japón. Yo os pregunto: ¿existen en el mundo potencias más cultas y fuertes? ¿Y qué resultó? Se comprometieron a ayudar a Kolchak sin calcular, sin reflexionar, sin observar. Ha sido un fracaso incluso difícil de comprender, a juicio mío, desde el punto de vista de la razón humana.

Otro ejemplo más reciente y de mayor importancia: la paz de Versalles. Yo os pregunto: ¿qué han hecho, en este caso, las “grandes” potencias “cubiertas de gloria”? ¿Cómo podrán encontrar ahora la salida de este caos y de este absurdo? Creo que no exageraré si repito que nuestras tonterías no son nada en comparación con las que hacen juntos los Estados capitalistas, el mundo capitalista y la II Internacional.

Por eso supongo que las perspectivas de la revolución mundial -tema que habré de tratar brevemente- son favorables. Y pienso que, si se da determinada condición, se harán más favorables todavía. Desearía decir algunas palabras sobre estas condiciones.

En 1921 aprobamos en el III Congreso una resolución sobre la estructura orgánica de los partidos comunistas y los métodos y el contenido de su labor 5. La resolución es magnífica, pero es rusa casi hasta la médula; es decir, se basa en las condiciones rusas. Este es su aspecto bueno, pero también su punto flaco. Flaco porque estoy convencido de que casi ningún extranjero podrá leerla; yo la he releído antes de hacer esta afirmación.

Primero, es demasiado larga, consta de cincuenta o más puntos. Por regla general, los extranjeros no pueden leer cosas así. Segundo, incluso si la leen, no la comprenderán precisamente porque es demasiado rusa. No porque esté escrita en ruso (ha sido magníficamente traducida a todos los idiomas), sino porque está sobresaturada de espíritu ruso. Y tercero, si, en caso excepcional, algún extranjero la llega a entender, no la podrá cumplir. Este es su tercer defecto.

He conversado con algunos delegados extranjeros y confío en que podré conversar detenidamente con gran número de delegados de distintos países en el curso del congreso, aunque no participe personalmente en él, ya que, por desgracia, no me es posible.

Tengo la impresión de que hemos cometido un gran error con esta resolución, es decir, que nosotros mismos hemos levantado una barrera en el camino de nuestro éxito futuro.

Como ya he dicho, la resolución está excelentemente redactada, y yo suscribo todos sus cincuenta o más puntos. Pero no hemos comprendido cómo se debe llevar nuestra experiencia rusa a los extranjeros. Cuanto expone la resolución, ha quedado en letra muerta. Y si no comprendemos esto, no podremos seguir nuestro avance.

Considero que lo más importante para todos nosotros, tanto para los rusos como para los camaradas extranjeros, es que, después de cinco años de revolución rusa, debemos estudiar. Sólo ahora hemos obtenido la posibilidad de estudiar. Ignoro cuánto durará esta posibilidad. No sé durante cuánto tiempo nos concederán las potencias capitalistas la posibilidad de estudiar tranquilamente. Pero debemos aprovechar cada minuto libre de las ocupaciones militares, de la guerra, para estudiar, comenzando, además, por el principio.

El partido en su totalidad y todos los sectores de la población de Rusia lo demuestran con su afán de saber. Esta afición al estudio prueba que nuestra tarea más importante ahora es estudiar y estudiar. Pero también los camaradas extranjeros deben estudiar, no en el mismo sentido en que lo hacemos nosotros: leer, escribir y comprender lo leído, que es lo que todavía precisamos.

Se discute si esto corresponde a la cultura proletaria o a la cultura burguesa. Dejo pendiente la cuestión. Pero de lo que no cabe ninguna duda es de que nosotros necesitamos, ante todo, aprender a leer, a escribir y a comprender lo que leemos. Los extranjeros no lo necesitan.

Les hace falta ya algo más elevado: esto implica, primero, que comprendan también lo que hemos escrito acerca de la estructura orgánica de los partidos comunistas y que los camaradas extranjeros firmaron sin leerlo y sin comprenderlo. Esta debe ser su primera tarea. Es preciso llevar a la práctica esta resolución. Pero no puede hacerse de la noche a la mañana, eso sería completamente imposible.

La resolución es demasiado rusa: refleja la experiencia rusa. Por eso, los extranjeros no la comprenden en absoluto y no pueden conformarse con colocarla en un rincón como un icono y rezar ante ella. Así no se conseguirá nada. Lo que necesitan es asimilar parte de la experiencia rusa. No sé cómo lo harán. Puede que los fascistas de Italia, por ejemplo, nos presten un buen servicio, explicando a los italianos que no son todavía bastante cultos y que su país no está garantizado aún contra las centurias negras.

Quizá esto sea muy útil. Nosotros, los rusos, debemos buscar también la forma de explicar a los extranjeros las bases de esta resolución, pues, de otro modo, se verán imposibilitados por completo para cumplirla. Estoy convencido de que, en este sentido, debemos decir no sólo a los camaradas rusos, sino también a los extranjeros, que lo más importante del período en que estamos entrando es estudiar.

Nosotros estudiamos en sentido general. En cambio, los estudios de ellos deben tener un carácter especial para que lleguen a comprender realmente la organización, la estructura, el método y el contenido de la labor revolucionaria. Si se logra esto, las perspectivas de la revolución mundial, estoy convencido de ello, serán no solamente buenas, sino incluso magníficas.

(*) Informe pronunciado ante el IV Congreso de la Internacional Comunista el 13 de noviembre de 1922

Fuente: El Viejo Topo

Tomado de V.I. Lenin. Obras Completas, texto digitalizado por Marxists.org

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