Era inevitable que la muerte de un personaje funesto, como Agustín Edwards, tal como en su momento ocurrió con la de Pinochet, removiera placas tectónicas poco conocidas de nuestra historia, las cuales pugnan por emerger a la primera oportunidad. Edwards y Pinochet están condenados irremediablemente por ella, como demuestra un extracto del primer capítulo del libro Del Gobierno del Pueblo a la Rebelión Popular, que usted puede bajar completo, del autor de estas líneas, que suministra profusas e irrebatibles pruebas de los motivos que fundamentan dicha sentencia.
Descargue el Capítulo 1, La Dialéctica de la Conspiración: Ayer, Hoy y Mañana, del libro Del Gobierno del Pueblo a la Rebelión Popular, de Francisco Herreros.
Muchos chilenos todavía ignoran la decisiva reunión que en un hotel de Washington, la mañana del 15 de septiembre de 1970, sostuvo Agustín Edwards Eastman, a la sazón propietario y director del diario El Mercurio, con Henry Kissinger, entonces Asesor de Seguridad del Presidente Richard Nixon y con el Secretario de Justicia, John Mitchell, y horas más tarde, con el director de la CIA, Richard Helms.
Años después, ante el Comité designado por el Senado norteamericano para investigar las Acciones Encubiertas de la CIA en Chile, Helms recordaría que Edwards y su amigo y anfitrión Donald Kendall, presidente de Pepsicola Company, “apelaron apasionadamente para que la CIA ayudara a impedir el ascenso de Allende a la presidencia”. (1)
La ferviente rogativa de Mr. Edwards, encontró oídos bien dispuestos.
Esa misma tarde, el presidente Richard Nixon sostuvo una reunión secreta con Kissinger, Mitchell y Helms. Las notas manuscritas de Helms son elocuentes:
“¡Quizá una posibilidad en diez, pero salven a Chile!
No importan los riesgos involucrados.
Diez millones de dólares, más si es necesario.
Trabajo de tiempo completo de los mejores hombres que tengamos.
Cuarenta y ocho horas para un plan de acción.
Sin participación de la Embajada.
Hacer que la economía aúlle” (2)
Quizá Mr. Edwards durmió tranquilo esa noche, complacido por el éxito de su gestión de lobby, pero para la historia quedó registrado que esa acción, que irónicamente, según sus propias concepciones macarthistas, no merecería otra calificación que traición a la patria, se inscribe como uno de los puntos de inflexión de la tragedia que aún divide a los chilenos y que como un ominoso presagio, se manifestó en lo inmediato con la conjura que determinó el asesinato del Comandante en Jefe del Ejército, René Schneider, apenas un mes y una semana después.
A pesar de la abundante evidencia del papel preponderante que desempeñó El Mercurio como eje articulador de la conspiración en gran escala que derrocó al Gobierno Constitucional del doctor Salvador Allende, el diario de Mr. Edwards sigue sosteniendo con descaro hasta el día de hoy, que los responsables de la violencia política que se abatió sobre el país son quienes sufrieron la brutal agresión de un terrorismo de Estado, de una magnitud desconocida hasta entonces y de un salvajismo primitivo, rayano en lo patológico.
La reunión de Edwards con Kissinger y Helms resulta clave para entender el dramático giro que asumirían los últimos cuarenta años de nuestra historia, los que en una compleja dinámica de causa-efecto quedarían atrapados entre la refundación capitalista emprendida a sangre y fuego por la dictadura militar y por la respuesta a la política de exterminio que logró articular el partido Comunista en la década de los 80, encarnada en la Política de la Rebelión Popular, y luego en una transición pactada que dejó incólumes los cimientos de lo que se conoce como modelo neoliberal.
Aunque como demuestran los mismos archivos desclasificados, la intervención norteamericana no era ninguna novedad en la política chilena desde el inicio de la guerra fría, y el maridaje de la CIA con El Mercurio se remonta al menos hasta la elección de Frei Montalva, el breakfast de Mr. Edwards con Mr. Kissinger representó un salto cualitativo de la santa alianza entre el poder imperial, la oligarquía local, el poder conspirativo de los servicios secretos, el poder financiero, el poder militar y el poder psicosocial de las comunicaciones, dispuesta a todo, sin reparar en riesgos, costos y consecuencias, con tal de conjurar la amenaza que para sus intereses representaba el gobierno de Salvador Allende.
La guerra que estos personajes le declararon al gobierno popular aún antes de que asumiera representa ante todo un típico conflicto de clase, donde más que las motivaciones personales lo relevante es el repertorio de intereses involucrados, el despliegue de recursos empleados para conseguir los objetivos y las correlaciones que las fuerzas sociales en pugna son capaces de articular en sus estrategias de ofensiva o defensa.
Desde ese punto de vista, y sin perjuicio de la decisiva influencia que tuvo en el desenlace, sería simplista postular que en esa confabulación de altas esferas radica la causa exclusiva del colapso del gobierno popular, pero con la óptica de hoy resulta interesante analizar lo que el paso del tiempo deparó a los conjurados.
Nixon no pudo disfrutar por mucho tiempo del derrocamiento del Presidente Salvador Allende, pues a los pocos meses fue vergonzosamente defenestrado por el escándalo de Watergate, y desde entonces permanece en el basurero de la historia.
El otrora rutilante prestigio de Kissinger ha resultado severamente erosionado por las revelaciones contenidas en las sucesivas desclasificaciones de archivos secretos de distintas dependencias del gobierno norteamericano, que lo ponen en la categoría moral que en estricto rigor le corresponde: la de un pomposo embustero, ideólogo y mentor de crímenes contra la humanidad en casi todo el planeta.
De hecho, aparte del proceso criminal por su responsabilidad en grado de inducción en la desaparición del periodista norteamericano Charles Horman y el asesinato del también ciudadano norteamericano Frank Teruggi, en el vértigo de los primeros días del Golpe Militar en Chile, y de la querella que presentó en su contra la familia del general Schneider, tres jueces han reclamado su comparecencia a estrados judiciales; a saber, el juez Roger Le Loire de París que investiga la desaparición de ciudadanos franceses, el juez Baltazar Garzón de España que persigue el genocidio cometido en la Argentina y el juez Rodolfo Canicoba Corral que investiga la Operación Cóndor, esa red criminal de servicios secretos del Cono Sur organizada por Manuel Contreras, alentado por el ex-Secretario de Estado norteamericano, que entre las curiosidades de su currículo, ostenta el Premio Nóbel de la Paz.
A mayor caudal, Kissinger, al igual que Pinochet, está preso en su país: el temor de ser detenido en virtud de las ordenes internacionales de captura libradas en su contra, lo hizo desistir de un viaje a Brasil, la última semana de febrero de 2002, donde iba a ser condecorado por el Presidente F.H. Cardozo con la Ordem do Cruzeiro do Sul.
Richard Helms, que dirigía la CIA desde 1966, fue removido del cargo en 1973.
A propósito del escándalo que produjo la primera desclasificación de archivos secretos en 1975, con motivo de la investigación del Comité Designado para Estudiar las Actividades Gubernamentales Relacionadas con Actividades de Inteligencia del Senado de los Estados Unidos, presidido por el senador Frank Church, el sucesor de Helms, James Schlesinger, denunció una profunda “crisis de credibilidad” que hace de la CIA un ente superfluo: “está tan vituperada que su utilidad está en duda”. (3)
A la muerte de tres de los integrantes de la primitiva Junta Militar que derrocó al Presidente Allende, tras la paletada nadie dijo nada, mientras que el general Pinochet logró escabullirse de los procesos del juez Juan Guzmán sólo en virtud de un fallo de la Corte Suprema que acogió el argumento de la demencia. Cuando murió, el 10 de diciembre de 2006, sus deudos dispusieron el secreto del destino de sus restos, en prevención del repudio a los mismos.
Agustín Edwards ha corrido mejor suerte. No sólo no ha recibido ninguna sanción social o moral por tanto dolor y sufrimiento a él debido, ni su posición sufrió menoscabo alguno con el advenimiento de los sucesivos gobiernos de la Concertación, sino que ha acrecentado su gravitación e influencia como factotum del poder real que gobierna detrás de la fachada democrática y como guardia pretoriano del sistema político de democracia restringida y del regresivo orden socioeconómico instaurados por la dictadura que él aún defiende y contribuyó tan decisivamente a instalar, cuyas bases permanecen en lo esencial inalteradas.
En rigor, decir que su posición no ha experimentado menoscabo durante esta interminable transición equivale a un eufemismo. Hacia el año 1985, El Mercurio acumulaba una deuda de 5,2 millones de UF, equivalentes a 88 mil 400 millones de pesos al día de la presente revisión (mayo de 2003), más de 12 millones de dólares, de los cuales más del 70 por ciento los debía al Banco del Estado. (4)
La investigación del autor de este trabajo, publicada en el quincenario El Periodista, con base en el proceso judicial 133.428-6, revela sobre el caso de la deuda de El Mercurio:
“Como podrá verse a continuación, la permuta de créditos que originó el proceso 133.428-6 no fue ni la primera ni la única de las operaciones del Banco del Estado para el salvataje de El Mercurio. Con la devaluación del peso motivada por la crisis de 1982, hacia mediados de 1985 la empresa El Mercurio SAP acumulaba una deuda de 5,2 millones de Unidades de Fomento, equivalentes al día de hoy a más de 87 mil millones de pesos, la mayor parte de la cual las debía al Banco del Estado. En condiciones normales, un deudor de semejantes montos es ejecutado, y su deuda capitalizada por los bancos acreedores, pero como El Mercurio no era un deudor como los demás, se lo premió con sucesivos y ventajosos convenios de reprogramación de deudas.
En el informe de la ingeniera comercial Jessica López, asesora de la presidencia del Banco del Estado, que rola a fojas 17 del Cuaderno de Documentos N° II, se lee:
“En 1987 los bancos acreedores capitalizaron 1,1 millones de UF de las deudas de la empresa. Como requisito para su capitalización, el Banco del Estado, que capitalizó 635 mil UF, exigió la regularización de los deudores relacionados -Inversiones Tierra Amarilla y Agustín Edwards- cuyas deudas no habían tenido servicio alguno desde su otorgamiento.
Para ello se creó la empresa Comercial Canelo, la que se fusionó con Tierra Amarilla. (…) Comercial Canelo compró activos a El Mercurio y le pagó novando deuda que esa empresa mantenía con el Banco del Estado. Asimismo, compró acciones de El Mercurio a Agustín Edwards y le pagó afianzando la deuda de éste con el Banco del Estado y asumiendo el servicio de ella.
En octubre de 1988 el banco del Estado, de acuerdo con lo acordado, vende sus acciones de El Mercurio en 249 mil UF, las que fueron adquiridas por Comercial Canelo a través de un crédito del propio Banco del Estado”.
Así, mediante la alambicada ingeniería financiera consistente en recíprocas operaciones de triangulación y endosos accionarios con una empresa de fachada, cuyo principal accionista era el mismo Agustín Edwards, y con nuevos créditos del propio Banco del Estado, El Mercurio obtuvo una reducción de hasta casi dos tercios de sus pasivos, en condiciones de pago sumamente ventajosas.
En la declaración judicial del ingeniero comercial Jorge Charad, secretario ejecutivo de la comisión de bancos acreedores de El Mercurio, que rola a fojas 336, se lee:
“La empresa estaba técnicamente quebrada y su patrimonio era negativo en varios millones. Para evitar su quiebra y a objeto de aumentar la recuperación de sus acreencias, en 1985 se firmó un convenio en el cual El Mercurio servía un 30% de sus pasivos en un plazo de diez años y se imponía al deudor una tasa de interés del 7% anual. (…) Dicho convenio fue modificado en junio de 1987 y en términos generales cambiaba la tasa de interés fija del 7% a un sistema de tasa flotante relacionada con la Tasa de Interés Promedio más un margen que dependía de la capitalización de deuda que los bancos acreedores hicieron en El Mercurio, acciones que finalmente los bancos vendieron a Comercial Canelo. Estas modificaciones significaron un fuerte alivio para el deudor al reducir el peso de su carga financiera, y además acordaron permitir que El Mercurio pudiera otorgar dividendos cuando hubiera reducido su deuda en convenio al 50%”.
El propio Alvaro Bardón reconoció en su declaración judicial, que rola a fojas 305:
“Concuerdo con que con esta operación Comercial Canelo quedó convertida en una empresa viable y que antes estaba quebrada”.
El mensaje es claro: si usted debe poca plata, le pueden rematar hasta el canario, pero si debe mucha, el acreedor le resolverá el problema.
En orden de importancia, el segundo mecanismo para diseminar la deuda de El Mercurio fue la operación de permuta de créditos que originó el proceso por fraude al fisco sustanciado por el juez Solís.
En operaciones realizadas entre el 27 de diciembre de 1989 y el 8 de marzo de 1990, es decir hasta el día hábil antes del cambio de régimen, el Banco del Estado, mediante sucesivos acuerdos del directorio presidido por Bardón, cedió créditos de El Mercurio, Comercial Canelo y Agustín Edwards por un monto total de un millón 918 mil 207 Unidades de Fomento.
Los créditos de Comercial Canelo (918. 897 UF) y de Agustín Edwards (758.436 UF) fueron cedidos a CFI Internacional, una empresas de intermediación financiera que actuó por encargo del Banco de Chile y los créditos de El Mercurio SAP (240.873 UF) se cedieron al Banco Sudamericano (80%) y Banco del Pacífico (20%).
El Banco del Estado no sólo cedió créditos de El Mercurio SAP, sino que recibió créditos de la misma empresa provenientes de CFI, adquiridos el mismo día al Banco de Chile, y del Banco Sudamericano, adquiridos ese mismo día al Banco Osorno y La Unión, por un monto total de 200.743 UF.
Del informe de Jessica López, se desprende el detalle que explica esta curiosa operación: los créditos cedidos por el BECh estaban pactados en UF, al 8,5% de interés anual y contaban con sólidas garantías, mientras que los créditos recibidos de las otras instituciones financieras estaban pactados a un interés menor y no estaban respaldados por garantía alguna.
Pero eso no es todo. Un escrito del abogado del Banco del Estado, Manuel Guzmán Vial, que rola a fojas 722, con el cual intentaba revertir el cierre del sumario, llama la atención sobre el hecho de que “por escritura pública del 28 de diciembre de 1989, CFI le remite a Comercial Canelo su deuda en un 66,5%, con lo que la deuda que el día anterior era de un millón 77 mil 334 UF queda reducida a 561 mil 906 UF y liberado don Agustín Edwards”.
Un tercer mecanismo para reducir la deuda de El Mercurio consistió en el canje de deuda por avisos publicitarios.
Es así como en el Cuaderno de Documentos N° XXI aparece el contrato suscrito el 31 de diciembre de 1989, mediante el cual el Banco del Estado se compromete a pagar 600 millones de pesos, algo así como un millón y medio de dólares de la época, a ser descontados de la deuda, por 223 mil 307 centímetros/columna de avisaje en el diario.
En su defensa, Alvaro Bardón imputó los 137 millones de pesos por concepto de descuento por volumen, entre los “beneficios” obtenidos por el Banco de su relación comercial con El Mercurio.
En la misma categoría coloca 22 mil UF de “ganancia” por la extinción de un crédito de 15 millones de dólares concedido por Citibank a El Mercurio, avalado por el Banco del Estado, el que éste se obligó a asumir en la reprogramación de 1987.
En otras palabras, el crédito obtenido por El Mercurio en 1984 fue pagado por el Banco del Estado en 1987. Por haberlo hecho en forma anticipada, “ahorró” 44 mil UF por concepto de intereses, la mitad de las cuales cedió a título gracioso a El Mercurio, o más bien, descontó de su deuda, con fecha 4 de diciembre de 1989.
En eso consistió otro de los “beneficios” para el banco invocados por Bardón. Con acreedores tan gentiles, no hay deuda que resista.
Si bien es cierto que la nueva administración del Banco del Estado entabló una querella criminal, a consecuencia de la cual el magistrado Alejandro Solís sometió a proceso a Alvaro Bardón, presidente del Banco al momento de la operación, no lo es menos que, como era habitual con el obsecuente Poder Judicial durante la dictadura, la Corte Suprema acudió en su rescate, y que la nueva administración del Banco, encabezada a la sazón por Andrés Sanfuentes, otrora socio de Bardón en la Consultora Gémines, no actuó con la debida energía para recuperar esos recursos pertenecientes a todos los chilenos.
De este episodio se deduce que los subsidios públicos son intrínsecamente perversos, salvo cuando benefician a los que tienen el sartén por el mango.
La Recompensa de Mr. Edwards
En implícito reconocimiento de la importancia del poder regulador de las comunicaciones en las relaciones sociales de dominación, el bando N° 11 de la Junta golpista, dictado el mismo 11 de septiembre de 1973, dispuso la inmediata clausura de los diarios El Siglo, El Clarín, Noticias de Ultima Hora, y Puro Chile; las revistas Mayoría, Paloma, Hechos Mundiales, Onda, Saber Para Todos, El Manque, Chile Hoy, Ramona y Punto Final, las agencias informativas Prensa Latina de Cuba y CTK de Checoslovaquia, las radios Magallanes, Corporación, Luis Emilio Recabarren, Nacional y Candelaria, cuyas antenas de transmisión fueron además bombardeadas, e impuso la censura previa al diario La Prensa, a las revistas Ercilla y Mensaje y a la radio Balmaceda. (5)
Con la perspectiva que ha sedimentado la evidencia histórica, cabe recordar que entre las razones enarboladas por El Mercurio para invocar la intervención militar, estaba la amenaza contra la libertad de información y opinión.
Este era el calibre de la amenaza, según publicó El Mercurio, el 1 de junio de 1973, a propósito de la ofensiva en su contra de que era objeto por el gobierno popular:
“El 2 de junio del año pasado, el Presidente Allende protestó en términos beligerantes por informaciones aparecidas en este diario acerca de un incidente callejero con estudiantes universitarios. (…)
El 5 de junio, el edificio de El Mercurio de Valparaíso fue objeto de atentados con líquidos inflamables (…)
El 6 de junio, El Mercurio de Santiago anunció la cancelación de un aviso del sorteo de la Polla Chilena de Beneficiencia (…)
El 7 de junio, el Presidente de la Empresa El Mercurio, Hernán Cubillos, denunció en la Asamblea del Instituto Interamericano de Prensa, la eliminación de la publicidad estatal, la negación de créditos por la banca estatizada y dificultad para importar equipo y maquinaria. (…)
El 9 de junio, el entonces Secretario General de Gobierno, Jaime Suárez, impugnó en forma violenta el editorial del día 7, titulado Delación y Persecución Funcionaria. (..)
El 20 de julio, un piquete de pobladores del campamento Nueva La Habana, controlado por el MIR, invaden el inmueble de este diario para protestar por una publicación de Las Ultimas Noticias. (…)
El 21 de agosto, el diario comunista El Siglo inició una serie de publicaciones difamatorias acusando a nuestro diario de responsabilidad en el estímulo del mercado negro. (…)
El 10 de septiembre, el matutino oficialista Clarín instó a que termine la publicidad en El Mercurio de empresas estatales que avisan o que lo transportan, como Lan Chile. (…)
El 28 de septiembre fueron apedreados por elementos izquierdistas El Mercurio de Antofagasta y una agencia de El Mercurio de Santiago en Concepción. (…)
El 10 de enero de 1973 un nutrido grupo de funcionarios estatales llevó a cabo una belicosa manifestación frente al edificio de nuestro diario. (…)
El 15 de enero, el Ministro de Economía, Orlando Millas, del partido Comunista, manifestó que El Mercurio no debería existir, considerando insolentes y ofensivas las respuestas a las cartas de Allende. (…)
El 25 de enero, El Mercurio publica la versión de un grupo de trabajadores del Ministerio de Obras Públicas que declararon haber oído del Presidente Allende una incitación a destruir el Parlamento y El Mercurio.
El Jefe de Estado y algunos funcionarios desmintieron la versión, refiriéndose en duros términos a los diarios de esta empresa, su ex-Presidente Agustín Edwards y a su director, René Silva Espejo. En el presente mes, el Gobierno se querelló separadamente contra El Mercurio, La Segunda y Las Ultimas Noticias, aduciendo transgresión a la Ley de Seguridad Interior del Estado” (6)
El 22 de junio de 1973 El Mercurio experimentó la única suspensión de su larga trayectoria, como consecuencia de un requerimiento por infracción a la Ley de Seguridad Interior del Estado presentado por el Gobierno, debido a la publicación de una inserción abiertamente sediciosa, pagada por el partido Nacional.
La medida de suspensión de seis ediciones fue adoptada por el Ministro sumariante Raúl Moroni, pero fue revocada por la Tercera Sala de la Corte de Apelaciones ese mismo día, con los votos de los ministros Gustavo Chamorro, Emilio Ulloa y Efrén Araya, lo que no obstó para que El Mercurio le endosara al Gobierno la responsabilidad por este nuevo atentado contra la libertad de expresión, y orquestara una artificiosa campaña de apoyo.
Como dibujado con un pantógrafo, este episodio revela el doble juego utilizado por El Mercurio para socavar las bases del régimen constitucional. Mientras abusaba de la libertad de expresión para enervar la convivencia nacional y se presentaba como víctima de una imaginaria campaña para terminar con la libertad de expresión, simultáneamente participaba en la conspiración que desembocaría en una dictadura cuya primera medida sería liquidar en los hechos a más de la mitad de los medios de comunicación de la época.
Este colosal atentado en contra la libertad de expresión, en nombre de la cual el diario de Mr. Edwards golpeó insistentemente la puerta de los cuarteles, tuvo como principal efecto dejar el campo libre para que dos empresas periodísticas, El Mercurio SAP y el Consorcio Copesa se constituyeran en oligopolios de la comunicación y en dueños exclusivos de la información y la opinión, mientras que simultáneamente la dictadura ejercía un férreo control de la televisión.
De manera correlativa al ascenso de las luchas sociales contra la dictadura, fueron surgiendo revistas opositoras, que sin amenazar seriamente la posición monopólica de los dos grandes consorcios periodísticos, al menos representaban una opción de información independiente, orientada resueltamente a la denuncia de la violación de los derechos humanos y a la restauración democrática.
Fue el caso de las revistas Hoy, APSI, Análisis, Cauce y La Bicicleta, seguidas después por los diarios Fortín Mapocho y La Epoca, publicaciones todas vinculadas directa o indirectamente a partidos que hoy integran la Concertación, y en las postrimerías de la dictadura, de los semanarios o quincenarios Pluma y Pincel y El Siglo, pertenecientes al partido Comunista, y Página Abierta y Punto Final, vinculados a distintas fracciones del MIR.
De esta manera, y si bien en magnitudes cuantitativas claramente desproporcionadas en función del número de lectores y fuentes de financiamiento, al momento del recambio de la dictadura por el primer gobierno de la Concertación, la propiedad de la información y la comunicación tendía a aproximarse al esquema prevaleciente al 11 de septiembre de 1973, cuando todas las fuerzas políticas tenían posibilidad de expresión.
Fue entonces cuando los señores Enrique Correa, Ministro Secretario General de Gobierno del Presidente Patricio Aylwin, y Eugenio Tironi, desde la Secretaría de Comunicación y Cultura, tuvieron la genialidad de proclamar que la mejor política de comunicaciones consiste en no tenerla, pues para eso está la mano invisible del mercado.
Sin perjuicio de la imposibilidad de competencia en un mercado dominado por empresas monopólicas, el argumento de esos temibles operarios del liberal-socialismo constituye una falacia, no sólo porque a esos medios la lógica de la concentración les bloqueó el acceso al financiamiento por ingresos publicitarios, sino que incluso fueron discriminados con la publicidad de empresas e instituciones del sector público, y una inconsecuencia, toda vez que tanto El Mercurio como La Tercera fueron beneficiados por cuantiosos subsidios indirectos, representados por aquellas turbias negociaciones financieras que los rescataron del alto endeudamiento en que se encontraban durante los últimos años de la dictadura.
El balance neto de la aplicación de tal política fue, en un extremo, la desaparición de casi todos esos medios, con la excepción de El Siglo y Punto Final que subsisten en condiciones económicas muy precarias, y en el otro, el incremento en la concentración de la propiedad de los medios de comunicación en una proporción que incluso supera a los estándares de la dictadura.
De hecho, de una encuesta orientada a medir los hábitos de lectura de diarios que circulan en Santiago, en un universo de muestra constituido por 3.450 personas, realizada por Search Marketing entre los meses octubre y diciembre de 1998, fluye que de lunes a viernes, la participación de los diarios de ambas cadenas entre los encuestados que declararon leer diarios, alcanzó el 91,4 por ciento, de los cuales 44,6 por corresponde a diarios de la cadena de El Mercurio, cifra que se empina al 99,6 por ciento los días domingo, cuando la participación de los diarios de la cadena de El Mercurio aumenta al 64 por ciento. (7)
Del total de la inversión publicitaria en diarios en el año 2000, los diarios de ambas cadenas se quedaron con el 84,7 por ciento de la torta, de la cual el 68,2 por ciento correspondió a los diarios de El Mercurio, que por ese concepto recaudaron 160 mil 400 millones de pesos, equivalentes a alrededor de 110 millones de dólares. (8)
Esta asimetría es incluso alimentada desde el Estado. Según datos del Colegio de Periodistas, citados en la edición N° 523 de Punto Final:
“El consorcio encabezado por «El Mercurio» recibió 2.921 millones de pesos de parte del Estado, es decir, 60,7% del monto total estatal destinado a difusión y publicidad en prensa escrita. Muy por debajo le siguió Copesa con el 23%. ¿Qué queda para los demás? Cero. Esa es, al menos, la realidad de medios independientes de las grandes empresas y del gobierno, como «Punto Final», «El Siglo», «El Periodista», «The Clinic», «La Huella», «La Firme», Radio Tierra y Radio Nuevo Mundo, entre otros. Recientemente, Manuel Cabieses, director de PF y consejero nacional del Colegio de Periodistas, solicitó en sendas cartas al presidente de la República y al ministro secretario general de Gobierno terminar con esta aberrante discriminación”.
Así, se asiste a la paradoja de que El Mercurio, desde cuyas páginas se protestó de modo vehemente cuando el año 1968 el Estado adquirió la mayoría accionaria de la cadena regional Sopesur, y se montó una campaña tan histérica como infundada contra la estatización de la Compañía Manufacturera de Papeles y Cartones, en 1972, con el argumento de impedir el monopolio estatal de las comunicaciones, dispone hoy de una incontestable posición monopólica con una red de alcance nacional, integrada por los diarios El Mercurio, Las Ultimas Noticias, La Segunda, El Mercurio de Valparaíso, La Estrella de Valparaíso, El Líder de San Antonio, La Estrella de Arica, La Estrella de Iquique, La Estrella del Norte de Antofagasta, El Mercurio de Antofagasta, El Mercurio de Calama, La Estrella del Loa, La Prensa de Tocopilla, El Austral de Temuco, El Austral de Osorno, y El Llanquihue de Puerto Montt.
Una vez más, del esclarecido ejemplo mercurial se infiere que todo monopolio debe ser enérgicamente combatido, especialmente cuando se trata de monopolios ajenos.
Correa y Tironi cobraron sus veinte denarios de plata.
El primero dispone de una columna de opinión en la página editorial de El Mercurio y el otro es columnista del diario La Tercera y revista Qué Pasa, mientras que empresas y empresarios del primer círculo del poder figuran en la cartera de clientes de sus caras y exclusivas oficinas de consultoría y comunicaciones, uno de cuyos productos estrella es el lobby gubernamental.
La imagen del robusto Subsecretario de Salud, engullendo hamburguesas de una cadena transnacional, casualmente cliente de Tironi, como señal de normalidad para revertir los potenciales daños de imagen pública generados por la sanción en grado de intento de la autoridad de salud pública, debido a la detección de una bacteria tóxica en el sandwich de uno de los clientes, constituye una postal de esta transición institucionalizada, que vale por más de mil palabras.
La concentración de la propiedad de los medios de comunicación no sólo ha tenido devastadoras consecuencias para libertad de expresión, tornando ilusorio el ejercicio de los derechos democráticos, sino que se ha constituido en uno de los principales pilares de sustentación del actual modelo de dominación, en términos de la abrumadora reproducción de un discurso que en nombre de una supuesta libre concurrencia proclama la intangibilidad del mercado como único eje regulador de las relaciones sociales mientras que oculta la radical asimetría entre la cohesión empresarial y el individualismo ciudadano.
En su investigación Concentración Económica de los Medios de Comunicación, los autores, Guillermo Sunkel y Esteban Geoffroy, destacan tres consecuencias sobre la libertad de expresión y cuatro peculiaridades del caso chileno.
Entre las primeras, anotan la subordinación de los medios al poder económico, que se manifiesta en la pérdida de importancia de los medios que no entran en el juego de la competencia económica, y la vulnerabilidad de aquellos que sí lo hacen respecto de intereses económicos ajenos al campo de la comunicación, aparte naturalmente de que los medios se transforman en sí en un puro negocio.
Una segunda consecuencia es el debilitamiento de la cultura profesional de los periodistas, provocada por la desaparición de numerosos medios escritos, la consolidación de un mercado oligopólico en las comunicaciones, la saturación del mercado como resultado de la proliferación de Escuelas de Periodismo a partir de la privatización de la educación superior y la desprotección gremial y sindical.
A estos factores habría que agregar el temor de perder el trabajo, lo que hace de los periodistas dóciles instrumentos de la plana directiva y los editores de los medios, los que a su vez son cuidadosamente elegidos por los propietarios de los mismos.
Entre las prácticas periodísticas que denotan el debilitamiento de la cultura profesional de los periodistas, los autores apuntan:
«La inhibición de la capacidad propositiva de los periodistas en las reuniones de pauta; lo que se conoce como periodismo en piño; el uso de las conferencias de prensa, el off the record y el secreto de la fuente: y, por último, la práctica extendida de la autocensura. Hemos destacado también las presiones externas que provienen del ámbito económico, cultural y político”. (9)
La tercera consecuencia, en opinión de estos autores, consiste en que los medios no se constituyen en canales de expresión de la ciudadanía, lo que queda de manifiesto en el estudio de Loreto Rebolledo, Percepciones de los Sectores Populares Sobre la Libertad de Expresión, para quienes “la percepción generalizada es que en los medios masivos sólo están representados los que tienen dinero, los empresarios que están vinculados a los dueños de los medios y los que tienen poder, es decir los políticos y militares así como los que tienen prestigio, artistas y periodistas”. (10)
Aunque la concentración de la propiedad en la industria de las comunicaciones es un fenómeno de alcance global, el caso chileno presenta peculiaridades que acentúan la indefensión ciudadana.
Entre ellas, Sunkel y Geoffroy constatan que el proceso de concentración en Chile está acompañado de un marcado monopolio ideológico, especialmente evidente en la prensa diaria. En su opinión, “la raíz del problema se encuentra en el empresariado chileno; esto es, un empresariado ideológicamente homogéneo, educado en una matriz económica neoliberal y en un conservadurismo valórico, donde quienes se salen de este esquema constituyen excepciones a la tendencia general. Esto no sólo incluye a los propietarios de los medios sino también al conjunto de los avisadores”. (11)
En ese contexto, no resulta sorprendente la siguiente impostura de Juan Carlos Fabres, entonces presidente de la Asociación Chilena de Agencias de Publicidad, publicada en el diario La Segunda:
“Yo he escuchado decir que en la prensa hay monopolios, y yo no conozco ninguno” (12)
La segunda particularidad citada en dicho estudio remite al rol constituyente de los mercados de comunicación que ha jugado el Estado, mediante el arbitrio de medidas administrativas o políticas:
«El caso más claro es el de la prensa, donde el Estado autoritario intervino el mercado a través de una medida administrativa, clausurando todos los diarios con excepción de los que pertenecían a El Mercurio y Copesa, los mismos conglomerados que hoy lideran el mercado. A comienzos de los años 90 el Estado diseñaría una política de no intervención con lo cual los gobiernos de la Concertación han venido a ratificar una situación creada por el autoritarismo”. (13)
Las otras particularidades recogidas en el estudio mencionado refieren al alto grado de centralización del sistema de comunicaciones chileno y la tendencia a constituir grupos multimedios, con incursiones hacia la televisión, televisión por cable y, últimamente, Internet.
A esta altura, al lector le podrá asistir la legítima duda acerca de qué persigue esta indagación en torno al oligopolio de las comunicaciones en Chile, y particularmente en la conducta de El Mercurio. (…)
Sucede que de los poderes de clase representados en las reuniones de Mr. Edwards con Kissinger y Helms, el de mayor influencia en el desenlace de la conjura y el de mayor permanencia en el tiempo fue y sigue siendo el poder comunicacional, encarnado de manera inequívoca aunque indiscutiblemente eficaz por el diario El Mercurio, imbuido en su papel de cancerbero del actual modelo socioeconómico y político, y celoso guardián de los “valores de Occidente”.
Como lo demuestra la profusa evidencia disponible, El Mercurio fue el tambor mayor de la campaña de desestabilización del régimen constitucional del Presidente Salvador Allende, para lo cual recibió recursos económicos y tecnología de guerra psicológica y desinformación de los servicios secretos de una potencia extranjera.
Como lo demuestra la abundante evidencia disponible, El Mercurio mintió con descaro para ocultar primero y justificar después los gravísimos crímenes contra la humanidad perpetrados por la dictadura, así como todavía lo hace para garantizar la impunidad de los autores materiales de esos crímenes, y encubrir las responsabilidades intelectuales, entre las cuales, desde luego, tiene un lugar de privilegio.
El Mercurio se constituyó en el soporte ideológico e intelectual de la restauración capitalista de cuño neoliberal, sistema de relaciones de producción y división del trabajo caracterizado por altas tasas de explotación y desigualdad en la distribución del ingreso, y que ha desembocado en una concentración en la propiedad de los medios de producción propia de la etapa premoderna, al que sin embargo y de manera recursiva, consagra como el único posible, legitimándolo en la aceptación social por la vía de la alienación.
Desde la posición de hegemonía que le confiere su condición de monopolio ideológico, El Mercurio regula la pauta política de esta interminable transición, difunde un marco valórico astringente y conservador, promueve patrones de conducta fundados en el egoísmo y la competencia, tal como en el hedonismo y el consumo, y arbitra la agenda de la discusión pública en el país.
Una cosa es defender un interés de clase y otra muy distinta es hacerlo de manera tendenciosa y oblicua, con las mismas herramientas de manipulación la conciencia colectiva y falsificación de la realidad que aprendió de la CIA.
El día 4 de febrero del 2002 la policía brasileña desbarató la operación de secuestro del publicista Washington Olivetto, y detuvo a un grupo de chilenos y extranjeros, entre los cuales estaba Mauricio Hernández Norambuena, quién cumplía condena por el asesinato del senador Jaime Guzmán y el secuestro de Cristián Edwards del Río, cuando se fugó desde el penal de Alta Seguridad de Santiago, el 30 de diciembre de 1996, junto a Ricardo Palma Salamanca, Pablo Muñoz Hoffman y Patricio Ortiz Montenegro, en una audaz acción del FPMR autónomo.
El episodio dio pábulo a uno de los típicos montajes de El Mercurio.
Durante más de un mes en forma consecutiva, le dedicó al tema un promedio de dos páginas, tanto en la portada, así como en las páginas editoriales y las de información nacional, operación comunicacional que, guardando las debidas proporciones, presenta simetrías y equivalencias con la obsesiva cobertura de la cadena CNN a los atentados contra las torres gemelas y el edificio del Pentágono, el 11 de septiembre de 2001.
Entre las técnicas de desinformación, esta evidente desproporción en la cobertura de un tema se conoce como saturación, y su propósito apunta a retener la atención de la opinión pública sobre el tema en cuestión, pasar de contrabando mensajes que apelan al miedo y la inseguridad, justificar operaciones de retaliación e inducir escenarios preconstituidos en el imaginario colectivo.
De creerle a El Mercurio, resulta que el FPMR no sólo se rearticuló y reanudó hostilidades, sino que estableció alianzas con el MIR, los mapuches, las FARC, el ELN, la ETA, el narcotráfico y la delincuencia común, ante la pasividad del gobierno, la inducción del partido Comunista y la complicidad de Cuba. Y no es chiste, como demuestra el siguiente párrafo de antología:
“La asociación del Frente con el MIR es uno de los puntos que preocupan al oficialismo. Y aunque restringe el caso sólo a una banda delictual, internamente no descarta que detrás de esta operación se oculte un movimiento subversivo mayor que comprometa también a grupos colombianos, cubanos e incluso venezolanos y que los diez millones de dólares exigidos para dejar en libertad a Olivetto hayan tenidos prefijados distintos países de entrega. (…) Con Colombia el olfato indica que la cercanía puede orientarse más al Ejército de Liberación Nacional que con las Fuerzas Armadas Revolucionarias, o que simplemente toda la operación sea parte de una industria del secuestro, con fines personales y no políticos” (13)
Con un blanco así de ancho, es difícil que el sagaz reportero pueda errar el tiro.
Otro de los recursos típicos de la desinformación, utilizados de manera profusa en el montaje mercurial en comento es el abuso de fuentes tan incógnitas como ubicuas, utilizadas para encubrir los mensajes que los redactores pretenden pasar de contrabando, en abierta conflagración con las más elementales normas de la ética periodística, y desde luego, con el contexto real de los hechos.
El eminente lingüista Noam Chomsky, uno de los fundadores de la semiología moderna y agudo comentarista de la política internacional, describe esta práctica como un “típico dispositivo de penetración de la propaganda oficial, que opera mediante una elección selectiva de las fuentes y vagas referencias de procedencia desconocida”. (15)
A modo de ejemplo:
“La policía investiga presuntas conexiones con subversivos mapuches, mientras que análisis de un experto académico de la U. de Chile confirman el interés del grupo extremista con el problema indígena”. (16)
A pesar de la gravedad de la imputación contra el pueblo mapuche, aparte de esa mención a la bandada, del “vocero” policial y el académico nunca más se supo, así como tampoco de la fuente que dio origen a este otro ejemplo:
“Las indagaciones de los pasos de Mauricio Hernández Norambuena enredó las relaciones con Cuba, (SIC) país que -según fuentes de La Moneda- está metido en un problema, si esta vez no es capaz de entregar datos concretos sobre los posibles ingresos y salidas de los frentistas que el 30 de diciembre de 1996 se fugaron de la cárcel de Alta Seguridad y que habrían tenido a La Habana como primer destino”. (17)
En ocasiones, el empeño de los redactores en encastrar la realidad dentro de la camisa de fuerza de las intenciones mercuriales a través de estas fuentes fantasmales linda entre el surrealismo y el ridículo:
“Versiones que han circulado aquí tampoco dejan de lado a Patricio Ortiz Montenegro, aunque éste -en entrevista telefónica- declaró que se encuentra en Zurich, que no se ha movido de allí y que lo dejen tranquilo”. (18)
Sobre la base de los “trascendidos” de esas “fuentes” innominadas, El Mercurio construye escenarios a voluntad, como por ejemplo éste, que sugiere que Chile es víctima de una agresión “terrorista” de dimensiones casi apocalípticas:
“Los parlamentarios de la Concertación viajaron el domingo a la isla y tienen el encargo del Gobierno chileno de apelar a sus vínculos con miembros de la Asamblea Nacional y la jerarquía castrista para demandar una actitud de mayor colaboración con la lucha que nuestro país libra con el fin de desarticular a los grupos violentistas de extrema izquierda. La misión de Núñez y Valdés, trascendió en círculos de La Moneda, se inscribe en el interés de la administración Lagos de activar todas las vías políticas de diálogo con La Habana en vista de los escasos resultados que han rendido hasta ahora los canales diplomáticos formales para el mismo objetivo”. (19)
La enérgica respuesta de Cuba, atribuida por El Mercurio al propio Fidel Castro, contribuye a colocar los hechos en su real dimensión:
“Lamentamos las dificultades que pueda traer a Chile la impunidad prácticamente total del enorme cúmulo de crímenes y delitos cometidos durante el régimen de Pinochet, pero pensamos que ha llegado la hora de que cesen las presiones y calumnias sobre Cuba. Hemos cumplido nuestra palabra y nuestro deber, y debieron ser más que suficientes las explicaciones que hemos dado. Cualquier intriga, revelaciones, falsedades o datos reales o imaginarios que ofrezcan tránsfugas o personas acorraladas por sus propios hechos, carecen de importancia o trascendencia para nosotros”. (20)
La manipulación de la conciencia de los chilenos implícita en este montaje comunicacional consiste en valerse del secuestro como pretexto, en sí un hecho indiscutible, para apuntar hacia objetivos instalados a nivel casi genético en las obsesiones mercuriales. Naturalmente, no podía dejar pasar la oportunidad para fustigar la debilidad del Gobierno frente al terrorismo, y someterlo a chantaje para sumarlo a la resolución de condena contra Cuba en la Comisión de Derechos Humanos de Naciones Unidas.
Tampoco olvidó desempolvar sus consabidas majaderías para justificar los crímenes de la dictadura, en esta ocasión por la vía de la canallesca homologación del terrorismo de Estado con la respuesta de quienes constituían su objetivo:
“La captura por la policía brasileña de un grupo de chilenos que mantuvieron secuestrado al publicista Washington Olivetto volvió a poner de manifiesto el contraste entre la severa persecución de responsabilidades de los uniformados que actuaron contra el terrorismo bajo el gobierno militar y la lenidad que ha permitido a las asociaciones ilícitas de extrema izquierda seguir actuando con impunidad hasta la fecha». (21)
La satanización del adversario, que como se verá más adelante constituye uno de los recursos más clásicos de la guerra psicológica, llega al extremo de negarle a los inculpados al derecho de defensa, de forma que ni sus abogados escaparon a los furibundos y demagógicos anatemas del editorialista mercurial:
“Abogados de derechos humanos se movilizan a Brasil para coadyuvar a la defensa de frentistas y miristas. ¿El secuestro no es acaso un atentado a los derechos humanos? Pero esos abogados amparan a los secuestradores”. (22)
Desde una perspectiva subjetiva, más de alguien podría adjudicar tal virulencia al hecho de que uno de los inculpados participó en el secuestro del hijo del propietario de El Mercurio, pero precisamente por eso, porque experimentó la angustia de tener un hijo secuestrado, no cabe explicación racional que su diario no haya tenido otra actitud frente al drama de los detenidos desaparecidos que la negación, el escarnio, el estigma y la justificación de los secuestros.
Entre las técnicas de la desinformación, frecuentemente tan importante como lo que se dice es lo que se omite.
Por los mismos días en que Olivetto permanecía secuestrado, específicamente el 4 de enero de 2002, el ministro de fuero Juan Guzmán Tapia, que conoce de las múltiples querellas contra el general Pinochet, reivindicó la inocencia jurídica de los detenidos desaparecidos:
“El Juez Guzmán señaló que la mayoría de los detenidos desparecidos son jurídicamente inocentes. (…) El ministro de fuero formuló un llamado a los familiares de detenidos desaparecidos a continuar su lucha por encontrar los restos de sus seres queridos, debido a que se podrán identificar los cuerpos y luego establecer su calidad de inocentes”. (23)
Se trata de un hecho de enorme relevancia pues implica el reconocimiento judicial de la dimensión genocida del terrorismo de Estado, asestado contra civiles desarmados, y un nuevo y rotundo mentís a las guerras de don Augusto y don Agustín. Pero, a pesar de las implicancias del tema, o más bien por lo mismo, ni una línea se puede encontrar en el diario El Mercurio.
Este irritante doble patrón se manifestó, asimismo, con la tenaz presión mercurial para mantener la condena a cadena perpetua de Rafael Escorza por su participación en el secuestro de Cristián Edwards, rebajada por el Ministro Hugo Dolmestch a 16 años de presidio, con el argumento de que el Gobierno y la justicia no deben bajar la guardia en la lucha contra el terrorismo.
Entonces, y en forma proporcional a la propia lógica mercurial, si un secuestro en que la víctima aparece con vida y sin haber recibido maltrato físico merece prisión a perpetuidad ¿qué penalidad debiera corresponderle a los autores materiales e intelectuales, así como a los cómplices y encubridores, de secuestros masivos, en los cuales no sólo no han aparecido las víctimas, sino que, según abundante evidencia, se montaron operativos clandestinos para remover sus restos?; ¿dónde está la airada condena mercurial contra esos inhumanos procedimientos?.
Sucede que en el discurso de El Mercurio no hay espacio para lo subjetivo. Detrás de cada uno de sus ataques subyace la deliberada demarcación de un objetivo.
Así, la artera imputación contra el pueblo mapuche da cuenta, con la precisión de una placa en negativo, del temor y preocupación que le causa su vigoroso movimiento reivindicativo, mientras que para descargar la andanada contra el enemigo principal, se reservó la pieza más contundente y refinada de su arsenal, la Semana Política en la página editorial de los días domingo:
“La suave y dispareja mano de los gobiernos y la justicia tiene otras manifestaciones. (…) La total impunidad, la confianza en la justicia y la benevolencia gubernativa explican que la secretaria general comunista, junto con reconocer su vinculación con los protagonistas de los hechos de Brasil, reafirme sus planes de violencia interna: Nosotros hemos perdido la esperanza en la vía electoral y ahora nuestra lucha democrática la daremos en la calle…Si no hay soluciones, habrá estallidos sociales como en Argentina, en que se derrocó al gobierno…Nosotros vamos a impulsar el estallido social”. (24)
Finalmente El Mercurio se sacó la careta y evidenció el objetivo principal del montaje: criminalizar toda expresión de organización y lucha social contra el modelo imperante, especialmente si en ella interviene el partido Comunista.
La guinda de la torta la colocó con su sibilina instigación de reincorporar a los servicios de inteligencia de las Fuerzas Armadas a la tarea de desarticular la subversión, por la vía de entregar lo que El Mercurio denomina información residual:
“El Comandante en Jefe del Ejército, general Ricardo Izurieta, expresó la preocupación de la rama castrense por un eventual rebrote terrorista. (…) El máximo jefe militar dijo que la Dirección de Inteligencia del Ejército (DINE) podría colaborar en las labores de investigación a través de lo que se denomina información residual, que consiste en datos anexos que se obtienen de la labor habitual de la entidad. Expresó la disposición del Ejército de entregar esos informes en forma oportuna al Gobierno para prevenir la rearticulación de grupos subversivos”. (25)
Tal parece que El Mercurio no aprendió nada acerca del daño que se le infiere a las instituciones armadas cuando se golpea la puerta de sus cuarteles para incitarlas a intervenir en defensa de intereses de clase.
La reiteración apabullante es otro de los mecanismos de la desinformación, y naturalmente, El Mercurio no tardaría en insistir sobre el tema:
“El Comandante en Jefe de la FACh, general Patricio Ríos, dijo que su institución también está disponible para entregar toda la información residual que pudiera obtener acerca de la acción de grupos extremistas. Se trata de toda aquella información que los organismos de inteligencia de las ramas de la Defensa Nacional obtienen por añadidura a partir de actividades que tienen que ver con su ámbito de acción. (…) En cuanto a la Armada, el Comandante en Jefe, almirante Miguel Angel Vergara, ya declaró que periódicamente se entrega este tipo de información en los consultivos de inteligencia que son presididos por el Ministro del Interior”. (26)
La sobrerreacción y la deliberada exageración de la envergadura de la subversión es otro recurso clásico de la guerra psicológica, proveniente de la Doctrina de Seguridad Nacional, de profusa utilización durante el gobierno popular. El teólogo belga José Comblin, un estudioso de dicha doctrina, escribió:
“En el frente de subversión hay que colocar todos los grupos más diversos, que son manipulados por el comunismo internacional. (…) Se supone que los movimientos guerrilleros dependen del comunismo internacional, aunque los partidos comunistas los han combatido siempre y en todo lugar teórica y prácticamente. Pero esta ficción es necesaria para el frente de la subversión. (…) Los Estados de Seguridad Nacional montan un servicio de policía secreta organizada para una verdadera guerra revolucionaria. Una vez organizado el servicio, hay que hacerlo funcionar. Ya que desgraciadamente la realidad escasea, será necesario encontrarle innumerables sustitutos: en la más mínima reunión de obreros, el más ínfimo reclamo de un trabajador, la crítica a cualquier institución, nos encontramos en presencia del comunismo internacional”. (27)
Si se actualiza el término comunismo internacional por grupos extremistas, se puede apreciar cómo la mixtificación permanece idéntica en el montaje mercurial.
Las Pruebas de la Conspiración
En su discurso pronunciado con motivo de la conmemoración de los cien años del diario El Mercurio, Agustín Edwards, declaró:
“Hemos procurado sin desmayos la completa cobertura y credibilidad de la noticia, de modo que ésta pase a ser tal e indiscutible por el solo hecho de que El Mercurio la publique”. (28)
A confesión de partes, relevo de pruebas: Mr. Edwards se asume como un moderno taumaturgo, capaz de diseñar la realidad a voluntad. Esta conducta es especialmente irresponsable y peligrosa porque los lectores carecen de instrumentos metodológicos y analíticos para dudar de lo que aparece publicado por fuentes que posan de “serias” y revestidas de credibilidad.
En la presentación de su primer libro publicado en Chile después de casi treinta años de ausencia, el prestigioso sociólogo belga especializado en el estudio de las comunicaciones, Armand Mattelart reconoció que el potente eslogan El Mercurio miente que levantaron los estudiantes de la Universidad Católica en 1967, generó un cambio en su rumbo profesional, porque reaccionó a esa frase como una demanda para estudiar los contenidos de medios de comunicación en Chile. (29)
Como ambas proposiciones no pueden ser simultáneamente verdaderas, es preciso descartar una.
Si El Mercurio es aquella prístina fuente de acrisolada credibilidad que proclama Mr. Edwards, significa que los que opinan que El Mercurio miente son los mentirosos.
Entonces, es el momento de dejarle la palabra a las pruebas.
Las que aporta el Comité Designado para Estudiar las Actividades Gubernamentales Relacionadas con Actividades de Inteligencia del Senado de los Estados Unidos, son contundentes e indesmentidas a la fecha:
“Con mucho, el mayor -y probablemente el más significativo- caso de apoyo a organizaciones de comunicación fue el dinero suministrado a El Mercurio el principal diario de Santiago, bajo presión durante el régimen de Allende. El apoyo tuvo su origen en un proyecto de propaganda existente. En 1971 la Central juzgó que El Mercurio, la más importante publicación de la oposición, no podría aguantar la presión del gobierno, incluyendo la intervención en el mercado del papel-prensa y la retirada de publicidad del gobierno. La Comisión 40 autorizó 700 mil dólares para El Mercurio el 9 de septiembre de 1971 y añadió otros 965 mil dólares a esa autorización el 11 de abril de 1972. Un memorándum del renovado proyecto de la CIA concluyó que El Mercurio y otros medios de comunicación apoyadas por la Agencia habían jugado un papel importante en la puesta en marcha del golpe militar del 11 de septiembre de 1971 que derrocó a Allende”. (30)
Años después, en noviembre de 2000, con ocasión de la desclasificación de más de 16 mil documentos del Departamento de Estado, la CIA y el Pentágono, gatillada por el proceso de extradición de Pinochet en Londres, un reportaje del programa Informe Especial de Televisión Nacional puso por primera vez al alcance del público masivo las revelaciones del Informe Church, las cuales hasta entonces sólo habían sido difundidas por los medios opositores a la dictadura, de limitado tiraje.
Aunque las presiones de El Mercurio determinaron el despido del editor del programa, el periodista Sergio Pizarro, en esa ocasión no pudo sostener la táctica de soslayar el problema y debió balbucear una respuesta.
Lo hizo a través de la crónica Informe Especial sobre la CIA, La Interpretación de la Historia por TVN, en la que le cedió la palabra a Fernando Léniz, presidente del directorio de El Mercurio al momento de los hechos:
“Hay que ser muy ignorante para pensar que se podía meter 1,5 millón de dólares a la contabilidad. Teníamos auditores internacionales que no se iban a prestar”, sin perjuicio de recordar que “durante largo tiempo permaneció un equipo de doce inspectores de la Dirección de Impuestos Internos, que revisaba hasta nuestros cajones”.
Más cauteloso se mostró Eduardo Silva, a la sazón gerente comercial:
“La compañía se limitaba a cobrar las cuentas y si alguna ayuda llegó para compensar la caída de los avisos comerciales fueron las publicaciones de los gremios, que a medida que se fueron sublevando comenzaron a colocar inserciones, al igual que los partidos políticos. Como fuera, El Mercurio tenía bien poco que hacer si había avisajes dispuestos por la CIA para ayudar financieramente al diario”. (31)
El argumento de Léniz es pobre de solemnidad. Evidentemente, es ridículo suponer que la CIA inocularía recursos clandestinos a través de la contabilidad formal de la empresa. Por contraste, si Léniz tiene razón, significaría que alguien falsificó documentos secretos de la cúpula de la inteligencia norteamericana, con el exclusivo fin de enlodar la acrisolada credibilidad de El Mercurio.
De hecho, el informe Church delata el uso de palos blancos:
“Una institución chilena que fue usaba dentro de la campaña generalizada contra Allende era la cadena de periódicos El Mercurio. Tanto el gobierno de los Estados Unidos como ITT vertían a modo de embudo dinero en las manos de individuos asociados con el periódico. Estas subvenciones continuaron después de que Allende asumiera su cargo”.
Sobre el particular, la revista Punto Final aportó un antecedente de interés:
«The New York Times», del 20 de septiembre de 1974 revelaba que una parte de los millones de dólares que -según se sabía entonces- habían sido destinados a la desestabilización de Allende por la CIA, había sido entregada a «El Mercurio». Se mencionaba a dos personas claves en la canalización de ese dinero: Enno Hobbing, agente de la CIA, que llegó a ser jefe ejecutivo del Consejo de las Américas, organización de corporaciones ligadas al gobierno norteamericano; Alvaro Puga (Alexis), periodista de la plantilla de «El Mercurio» que mantuvo conexiones con Claude Villarreal, agregado de prensa de la embajada de Estados Unidos y Paul L. Good y Dennis Allred, que integraban el equipo de medios de comunicación y operaciones sicológicas de la estación de la CIA en Santiago”. (32)
A mayor caudal, el periodista chileno Robinson Rojas agrega en entrevista concedida al periódico electrónico OJO:
“Después de la publicación, en 1975, del informe de la Comisión del Senado Covert Action en Chile, 1963-1974, toda la opinión publica mundial estuvo en condiciones de conocer la intervención política, económica, ideológica y militar de las clases gobernantes yanquis en Chile a un nivel no conocido en otros países. Desde esa publicación, mas los documentos desclasificados en 1999 y decenas de trabajos periodísticos, la opinión pública mundial ha sabido cómo los Presidentes de Chile, especialmente Gabriel González Videla, han estado en la planilla de pagos de La Kennecott y la Anaconda, cómo el partido radical dirigido por derechistas como Julio Duran y otros antes de él, era una especie de rama política de las compañías yanquis del cobre. Como la ITT sobornó políticos democratacristianos, cómo el Presidente Frei era considerado un «asset» por la CIA. Como periodistas chilenos estaban en la planilla de pago de la CIA o la embajada yanqui (Rafael Kittsteiner, Manuel José Gamonal, Rafael Otero Echeverría, Marcos Chamudes, Raúl González Alfaro, y otros de menor calado). Toda la literatura publicada en Estados Unidos sobre Chile desde 1970 demuestra hasta la saciedad dos cosas: el absoluto dominio de la política y los altos mandos militares por parte de Estados Unidos, y la corrupción y servidumbre de los políticos y altos mandos chilenos». (33)
Con todo, aún con las implicancias que derivan del hecho que un periódico, que como proclama con arrogancia Mr. Edwards, se precia de validar información por el sólo hecho de publicarla, reciba crecidos subsidios de los servicios secretos de una potencia extranjera con el fin de sostener una inicua campaña de sedición contra un gobierno legítimamente constituido, de mucho mayor relevancia para la tragedia que se cerniría sobre Chile fue la masiva y perturbadora manipulación de la conciencia de los chilenos.
El peso de la prueba también es en este caso abrumador, como consta en el Informe de la Comisión presidida por el senador Frank Church:
“La forma más extendida de acción encubierta en Chile fue la propaganda. (…) La forma más común de proyectos de propaganda es simplemente el desarrollo de «infiltrados» en organizaciones de comunicación que pueden ubicar artículos o se les puede pedir que los escriban. La Agencia proporcionó a su Central en el país diferentes tipos de orientaciones referente a los tipos de propaganda que se requerían. Por ejemplo, un proyecto de la CIA en Chile apoyó desde uno a cinco colaboradores en medios de comunicación durante los siete años que operó (1965-1971). La mayoría de estos colaboradores trabajaban en el principal diario de Santiago el cual era cardinal en los empeños propagandísticos de la CIA. (…) Los esfuerzos de propaganda secreta en Chile también incluían propaganda «negra»: material falso creado para ser presentado como el quehacer de un individuo concreto o grupo. En las elecciones de 1970, por ejemplo, la CIA usó propaganda «negra» para sembrar discordia entre los Comunistas y los Socialistas y entre la confederación nacional obrera y el Partido Comunista Chileno”.
Solo por concepto de financiamiento de programas de propaganda y acciones encubiertas la CIA reconoce haber gastado 13,4 millones de dólares entre los años 1970 y 1973.
En rigor, y como se aprecia en el mismo informe, el lavado de cerebro a que fueron sometidos los chilenos se remonta a la elección de Eduardo Frei Montalva, en 1964:
“Además de las subvenciones al Partido Demócrata Cristiano, el Grupo Especial asignó fondos al Partido Radical y a grupos de ciudadanos independientes. Además del apoyo a los partidos políticos, la CIA montó una masiva campaña propagandística anti-comunista. Se hizo uso extenso de la prensa, radio, películas, panfletos, carteles, pasquines, correo directo, banderolas de papel y pintadas en las paredes. Fue una «campaña de terror», que contaba con la dureza de las imágenes de tanques soviéticos y pelotones de fusilamiento cubanos y fue orientado especialmente a las mujeres. Cientos de miles de copias de la carta pastoral anticomunista del Papa Pío XI se distribuyeron a organizaciones demócrata cristianas. Llevaban el distintivo, «impreso privado por ciudadanos sin afiliación política, para difundir su contenido más ampliamente». También se usó «desinformación» y «propaganda negra» -material que pretendía que se había originado en otra fuente, como el Partido Comunista Chileno- fue usado profusamente. (…) La CIA se refería a la campaña de alarma anticomunista como la actividad más efectiva dirigida por los Estados Unidos a favor del candidato demócrata cristiano”.
La campaña de desinformación y propaganda se repetiría para la crucial elección presidencial de 1970, tal como agrega el informe Church:
“La operación de propaganda de la CIA para las elecciones de 1970 hizo uso de mecanismos que se habían desarrollado anteriormente. (…) Durante la campaña de 1970 se produjeron cientos de miles de impresos de gran calidad, desde carteles y octavillas, folletos y estampados, hasta llevar a cabo un extenso programa de propaganda a través de radio y salidas en prensa. Otros mecanismos de propaganda que tuvieron lugar antes de la campaña de 1970 incluyeron el apoyo a un grupo editorial que proporcionaba artículos políticos, editoriales, y crónicas nuevas para ser colocadas en prensa y radio; un servicio para colocar artículos anti-comunistas en prensa y radio; y tres diferentes servicios de noticias. (…)
Había una amplia variedad de productos propagandísticos: se envió un boletín informativo enviado por correo a aproximadamente a dos mil periodistas, académicos, políticos, y otros creadores de opinión; un libreto que mostraba como sería la vida si Allende ganaba las elecciones presidenciales; traducción y distribución de crónicas de oposición al régimen soviético; distribución de carteles y equipos de pintadas. Los equipos que hacían pintadas tenían instrucciones de pintar el eslogan «su paredón» en 2.000 muros, evocando una imagen de los pelotones de fusilamiento comunistas. La «campaña de terror» explotó la violencia de la invasión a Checoslovaquia con fotografías grandes de Praga y de tanques en el centro de Santiago. Otros carteles recordaban a los usados en 1964, mostrando prisioneros políticos cubanos ante el pelotón de fusilamiento, y avisando que una victoria de Allende significaría el fin de la religión y la vida familiar en Chile”.
Las referencias a El Mercurio son recurrentes, sugestivas, explícitas y apabullantea:
“Otro proyecto pagaba colaboradores individuales en prensa. Uno, que dirigió regularmente un programa de entrevistas con divulgación de nivel nacional, había sido subvencionado por la CIA desde 1965 y continuó haciendo propaganda para la CIA durante la presidencia de Allende. Otros agentes, todos empleados de El Mercurio, facilitaron que la Central generara más de una edición al día guiada por la CIA. El acceso a El Mercurio tenía múltiples efectos, desde que sus ediciones eran leídas en todo el país y en varios noticiarios de radio de nivel nacional. Además, El Mercurio era uno de los más influyentes periódicos de Latinoamérica, especialmente en círculos empresariales del extranjero. Un proyecto que colocó en radio y prensa artículos anti-comunistas consiguió en 1970 una cuota de audiencia de más de cinco millones de personas”.
Si bien estas maniobras no impidieron la elección de Salvador Allende, no dejaron de causar repercusiones, como consigna el informe del Senado norteamericano:
“La campaña de terror contribuyó a la polarización política y al pánico financiero en ese periodo. Los temas desarrollados durante la campaña fueron incluso explotados más intensamente durante las semanas posteriores al 4 de septiembre, en un intento de causar suficiente pánico financiero e inestabilidad política para instar al Presidente Frei o a los militares chilenos a entrar en acción. Segundo, muchos de los agentes relacionados con la campaña contra Allende se volvieron tan visibles que su utilización quedó limitada posteriormente. Varios de ellos abandonaron Chile. Cuando Allende tomó su cargo, pocos aparatos de propaganda subvencionados por la CIA quedaron en activo. No obstante, permaneció un núcleo, suficiente para permitir una voz de oposición contra Allende con efectividad incluso antes de que el nuevo Presidente fuera proclamado oficialmente”.
La campaña de desinformación se intensificó durante el período de tiempo que medió entre las elecciones del 4 de septiembre, y la fecha en que el Congreso debía elegir al Presidente. Al respecto, consigna el Informe de la Comisión Church:
“El 14 de septiembre, la Comisión 40 acordó que debería ser llevada a cabo por la CIA una campaña de propaganda para hacer hincapié en el daño que ocasionaría a Chile estar bajo el gobierno de Allende. La campaña fue incluida en los esfuerzos tácticos para conseguir la reelección de Frei. De acuerdo a un informe de la CIA, la campaña buscó crear preocupaciones acerca del futuro de Chile sí Allende era elegido por el Congreso; la propaganda se diseñó para influir a Frei, a la elite chilena y los militares chilenos.
La campaña de propaganda incluía varios componentes. Predicciones de colapso económico bajo la administración de Allende, fueron creadas y colocadas por la CIA en periódicos Europeos y Latinoamericanos. En respuesta a las críticas del candidato Allende en El Mercurio, la CIA a través de sus resortes de acción encubierta, orquestó cables de apoyo y protestas de periódicos extranjeros, una protesta que venía de una asociación de prensa internacional, y cobertura en el extranjero de la protesta de la asociación.
Además, periodistas-agentes y otros viajaron a Chile para transmitir desde el mismo lugar de la escena. Hacia el 28 de septiembre, la CIA tenía agentes que eran periodistas de diez países diferentes allí o camino de Chile. Este grupo se complementaba con ocho periodistas de más de cinco países bajo dirección de agentes de alto nivel que estaban, en su mayor parte, altamente capacitados en la dirección de los medios de comunicación. (…) En Chile la CIA confiaba en sus propios recursos para generar propaganda en contra de Allende. Estos intentos incluían: apoyo a prensa clandestina; ubicación de artículos de noticias específicos a través de agentes; financiación de un pequeño periódico; subvenciones indirectas de Patria y Libertad un grupo fuertemente enfrentado con Allende, y sus programas de radio, anuncios políticos y reuniones políticas; y envíos postales directos de artículos extranjeros a Frei, su mujer, dirigentes elegidos, y la prensa nacional chilena. (…)
Algunas estadísticas evidencian la magnitud de la campaña de propaganda que la CIA montó durante el este lapso de seis semanas en los medios de comunicación de Latinoamérica y Europa. De acuerdo con la CIA, informes parciales mostraban 726 artículos, programas de radio, editoriales, y prácticas similares que resultaron de actividades directas de la Agencia. La Agencia no tuvo forma de medir la magnitud del efecto multiplicador –por ejemplo, cuanto habían dirigido el interés de los medios de comunicación hacia los asuntos chilenos y estimularon una cobertura adicional, a través de sus artículos inducidos- pero concluyeron que su contribución fue substancial y significativa”.
En el notable análisis Allende y la Experiencia Chilena, escrito por el ex-asesor presidencial Joan Garcés, se lee, en página 262:
“El plan de 18 puntos de la ITT y la Casa Blanca, se extiende entre los meses de octubre de 1971 y febrero de 1972, para culminar en el putsh del 25 de marzo siguiente. Si queremos tomar una muestra y procedemos a analizar el contenido de la primera página del primer y tercer cuerpo de este período en cuestión, encontraremos que sus artículos guardan perfecta correspondencia con el diseño del plan de subversión. Limitándonos a la primera página, entre octubre y marzo se destina un total de 111 artículos a crear una imagen de ‘desorden económico y social’ y 66 a glosar acciones de la extrema izquierda que permitieran mostrar al gobierno ‘desbordado por su base’; otros 50 comentarios denuncian pretendidos ‘atentados contra la legalidad’ por parte de la izquierda, y 36 se destinan a supuestas manifestaciones de desórdenes públicos.
En el momento culminante, en marzo, una campaña estridente inventa una supuesta ‘infiltración comunista’ dentro de las Fuerzas Armadas. La ofensiva psicológico-propagandística, mantenida sistemáticamente por la mayoría de los mass-media del país –propiedad de la oposición- estaba orientada a contribuir a legitimar el putsh previsto para el 25 de marzo. El 11 de abril siguiente, el gobierno de los Estados Unidos retribuyó este trabajo con 965 mil dólares, subvención decidida por el Comité de los Cuarenta bajo la presidencia de H. Kissinger, en favor de El Mercurio”.
La campaña de desestabilización del Gobierno de Allende, decidida aún antes de que asumiera, y centralizada por El Mercurio, no tuvo pausa hasta el mismo 11 de septiembre de 1973, como lo establece el Informe Church:
“El consentimiento de la Comisión 40 en 1971 y a comienzos de 1972 para subvencionar a El Mercurio se basaba en informes que decían que el gobierno Chileno estaba intentando cerrar la cadena El Mercurio. De hecho, la prensa permaneció libre durante el gobierno de Allende, a pesar de los intentos por hostigar y dañar financieramente los medios de comunicación de la oposición. Los alarmantes informes de campo en los cuales se basaban las decisiones de la Comisión 40 eran con algunas variaciones análisis del mundo de la inteligencia. Por ejemplo, en agosto de 1971 la comisión de Presupuesto de Inteligencia Nacional -nueve meses después de que Allende asumiera el cargo- mantuvo que el gobierno estaba intentando dominar a la prensa pero observaba que El Mercurio había logrado conservar su independencia. Sin embargo, un mes más tarde la Comisión 40 votó U$ 700,000 para mantener El Mercurio a flote. Y documentos de la CIA en 1973 reconocieron que El Mercurio y, en menor medida, los periódicos pertenecientes a partidos de la oposición política, eran las únicas publicaciones bajo presión del gobierno. La libertad de prensa era el tema más importante en la campaña de propaganda internacional contra Allende.
Entre los libros y panfletos producidos por la organización de investigación de la oposición hubo uno que apareció en octubre de 1972 al mismo tiempo de la reunión en Santiago de la Asociación de Prensa Interamericana (IAPA). Al igual que en el periodo de 1970, la IAPA tildó a Chile como un país en el cual la libertad de prensa estaba amenazada. El principal proyecto de propaganda de la CIA se financió con un amplio rango de actividades propagandísticas. Se produjeron varias revistas con circulación nacional y un gran número de libros y estudios especiales. Se desarrolló material para implantar en la cadena El Mercurio (con una tirada diaria en circulación de más de 300 mil); periódicos de partidos de la oposición; dos periódicos semanales; todas las estaciones de radio controladas por partidos de la oposición; y varios programas de televisión en tres canales.
El Mercurio era el canal principal de propaganda durante 1970-73, al igual que había sido durante las elecciones de 1970 y el periodo anterior a la investidura. La CIA también financió progresivamente una gran parte -más del 75 por ciento en 1973- de una organización de investigación de la oposición. Un constante flujo de material económico y técnico fue a partidos de la oposición y grupos del sector privado. Muchos de los proyectos de ley preparados por la oposición parlamentaria fueron redactados en realidad por personal de la organización de investigación”.
En otras palabras, se configuró el cuadro esquizofrénico de que, al amparo de la irrestricta libertad de expresión de que gozó durante el Gobierno del Presidente Allende, la oposición de la época, y El Mercurio en particular, enarbolaron la presunta amenaza contra la libertad de expresión como una de las ideas fuerza de la campaña; del mismo modo como resulta hasta cierto punto sorprendente que el conjunto de estos datos, aún cuando son de dominio público, no haya erosionado significativamente la credibilidad de El Mercurio, lo que en sí constituye una demostración de la capacidad que tiene la comunicación dominante, para, en palabras de Armand Mattelart, “elevar su verdad y sus intereses al rango de verdad y de intereses universales”. (34)
Como recomendaba Martin F. Herz, autor del estudio Algunas Consideraciones Psicológicas de los Panfletos de Propaganda en la II Guerra Mundial, «no presentes lo que es verdad, sino lo que con más probabilidad será percibido como verdad”, o para decirlo en palabras de Maquiavelo, “es indispensable saber disfrazar bien las cosas y ser maestro en fingimiento, pues los hombres son cándidos y tan sumisos a las necesidades del momento que, quien engañe, encontrará siempre quien se deje engañar”.
Para la sociología del poder, la distinción entre las categorías de verdadero o falso es irrelevante, o más bien instrumental, en la medida en que el mensaje contribuya a conseguir los objetivos.
En ese contexto cabe entender la desmarcación que ensayó Arturo Fontaine Aldunate, entonces subdirector de El Mercurio y responsable de la sección editorial durante el período de la Unidad Popular, respecto de la abrumadora evidencia en el sentido de que dicho diario operó como caja de resonancia de la CIA, en la crónica previamente mencionada:
“Tenemos la conciencia muy tranquila. Nunca hizo un editorial otra persona que no fuera un redactor y con el director tuvimos especial cuidado en mantener siempre la independencia editorial. Sería una infamia plantear que tuvimos contactos con la CIA si se trataba de personas que formalmente no se identificaban con ella”. (35)
Desmarcación que no alcanza para desmentido, por cuanto la propia crónica añade que Fontaine “considera imposible defender lo indefendible, que hubiera contactos con personas que no se identificaban como de la CIA o que se publicaran artículos de agencias infiltradas por el organismo, que proveían además a los otros medios y enviaban la información al exterior”.
En palabras del propio Fontaine, “hubo mucha información sobre Chile elaborada por United Press, por ejemplo, pero nosotros no teníamos un filtro para conocer si en su origen había alguien involucrado con la CIA”. (36)
De creerle a Fontaine, El Mercurio no fue sino sólo una víctima más de los engaños de la CIA. No en vano el filósofo francés Jacqques Derrida acostumbra a decir que lo relevante en la mentira no es nunca su contenido, sino la intencionalidad del que miente.
Las Técnicas de Guerra Psicológica y Desinformación
Dineros más o subsidios menos, el tema de los recursos recibidos por El Mercurio tiende a encubrir el aspecto medular y el de mayor gravitación estratégica, esto es, la transferencia de tecnología de última generación en materia de guerra psicológica, propaganda y desinformación que obtuvo El Mercurio de su larga convivencia con el servicio secreto de la potencia imperial.
Es extremadamente importante aprehender y comprender este fenómeno, por cuanto se trata de patrones y matrices de comunicación social que tienen el poder de redefinir la realidad en función de los intereses que sirven, y que están en pleno uso y vigencia, como quedó demostrado con el montaje previamente analizado.
Naturalmente, El Mercurio no puede reclamar exclusividad, pues se trata de tecnologías heredadas de la guerra fría, que tuvieron a la Segunda Guerra Mundial como laboratorio de ensayo, y que el Gobierno norteamericano y sus servicios secretos han utilizado en todos aquellos países donde han intervenido, desde Guatemala en 1954 hasta Panamá en 1989, pasando por Brasil en 1964, Santo Domingo en 1965, Nicaragua en 1980 y Grenada en 1983.
Es, por lo demás, el mismo patrón que se utilizó en el efímero golpe de Estado contra el Presidente Hugo Chávez, en Venezuela, y también el mismo que está utilizando el Pentágono para influir sobre la opinión pública internacional y justificar el plan de agresión contra el “eje del mal” que descubrió la administración de Bush Jr, como demuestra la siguiente información:
“El Pentágono está desarrollando planes para proporcionar artículos noticiosos, tanto reales como falsos, a medios de comunicación extranjeros como parte de un plan para influir en la opinión pública en los países amistosos y hostiles, según dijeron fuentes militares. (…)
Recientemente el Pentágono creó la Oficina de Influencia Estratégica, la que se propone ampliar la guerra de información ya utilizada en Afganistán hacia las naciones aliadas en el Medio Oriente, Asia e incluso Europa Occidental. (…) Una de las propuestas de la oficina pide introducir artículos noticiosos en organizaciones mediáticas a través de empresas que podrían no tener lazos obvios con el Pentágono. El brigadier general Worden prevé una amplia misión que abarcaría desde campañas negras, que utilizarían la desinformación y otras actividades secretas, hasta asuntos públicos blancos que dependerían de informaciones verdaderas. Va desde lo más negro de los programas negros hasta el más blanco de los blancos, manifestó un alto funcionario del Pentágono”. (37)
Conviene detener el análisis en la intentona golpista del 11 de abril de 2002 en Venezuela, puesto reproduce con la fidelidad de un pantógrafo el modelo de conspiración utilizado primero para desestabilizar y luego derrocar al gobierno del Presidente Allende.
Desde luego, tanto éste como el Presidente Chávez encabezaban proyectos de autonomía nacional en lo económico, profundización democrática en lo político y protagonismo popular en lo social, que fueron asumidos como una amenaza para sus intereses y privilegios, tanto por el imperialismo norteamericano como por las oligarquías locales.
En ambos casos, tras el desconcierto inicial, las fuerzas combinadas de la reacción -políticas, empresariales y militares- se reorganizaron detrás de una estrategia explícitamente subversiva, enfilada a terminar con esos peligrosos precedentes aún al precio, o más bien con el propósito, de liquidar el régimen democrático.
En ambos casos solicitaron y obtuvieron el beneplácito y la asesoría de los servicios secretos de la potencia imperial.
En ambos casos incitaron y obtuvieron la intervención militar.
En ambos casos se valieron de su predominio en la esfera de la comunicación social para desencadenar sibilinas campañas de mentiras y desinformación con el fin de enervar la convivencia y generar una atmósfera de ingobernabilidad propicia para el zarpazo golpista.
La diferencia radica en que en el caso de Venezuela, la vigorosa reacción del pueblo bolivariano y la falta de unanimidad en la cúpula uniformada desbarataron la conjura, si bien de manera transitoria, dado que la derrota fue más política que militar, que las fuerzas de la reacción permanecen en lo sustancial intactas ante un gobierno claramente a la defensiva, y que la evidencia histórica advierte que no trepidarán en su escalada, hasta conseguir sus fines o, alternativamente, ser sometidas de manera decisiva, con o por la fuerza.
No en vano el golpe del 11 de septiembre de 1973 tuvo como antecedentes directos y sucesivos el “tacnazo” del general Viaux, el 29 de julio de 1969; el asesinato del general Schneider, el 22 de octubre de 1970; el paro de octubre a noviembre de 1972; el “tancazo” del coronel Souper, el 29 de junio de 1973; el asesinato del edecán naval del Presidente Allende, capitán de navío Arturo Araya Peters, el 29 de julio de 1973; el segundo paro patronal, a partir del 29 de julio de 1973, que sólo concluiría el día del golpe y la campaña de hostigamiento sistemático que precipitó la renuncia del general Carlos Prats, el 23 de agosto de 1973.
Precisamente, la segunda diferencia consiste en que, en Chile, los golpistas no sólo rubricaron con éxito su asonada, sino que a partir de ella construyeron el modelo económico, político e institucional todavía vigente en lo medular.
A propósito de la conspiración en el caso de Chile, hay un antecedente de sumo interés entregado por la revista española Cambio 16, que en esencia ratifica los antecedentes reseñados:
“El 24 de octubre el Congreso Pleno eligió presidente al candidato de la Unidad Popular y Chile inició su tránsito al socialismo en democracia, pluralismo y libertad. Desde entonces el Gobierno de Nixon y la CIA hicieron lo imposible para que aquella experiencia fracasara y por ello destinaron a Santiago de Chile a un personal muy especializado en este tipo de operaciones, según reveló en 1973 la prestigiosa revista norteamericana NACLA.
De hecho, dos de sus agentes (Frederik Latrash y Raymond Warren) participaron en la preparación del golpe que derrocó al presidente guatemalteco Jacobo Arbenz en 1954; otros dos (James E. Anderson y Harry Shlaudeman) estaban destinados en la República Dominicana en 1965 cuando se produjo la invasión de los marines y otros tres (Deane Hinton y John y Marian Tipton) ayudaron a organizar la brutal represión contra las guerrillas guatemaltecas entre 1966 y 1969 que costó veinte mil vidas”. (38)
Ratificado el hecho que este tipo de operaciones de manipulación y falsificación de la realidad constituyen prácticas deliberadas, derivadas de una específica racionalidad de poder, es importante reparar que no sólo fueron utilizadas para primero preparar el golpe de Estado de 1973 y luego desacreditar el legado histórico del gobierno popular, sino que subsisten nítidamente en el discurso mercurial.
Secuencialmente, para aprender a leer el discurso de dominación de la comunicación hegemónica, es necesario comprender que se nutre indistintamente tanto de matrices de naturaleza ideológica como de técnicas provenientes de la investigación científica en campos tales como la sociología de la comunicación, la psicología cognitiva y conductiva, y la comunicación persuasiva, que puestas al servicio de objetivos específicos, habitualmente asumen el formato de acciones de guerra psicológica o campañas de propaganda y desinformación, o ambas simultáneamente como fue el caso de la conspiración que generó las condiciones para el Golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973.
En términos técnicos, se define la propaganda como el intento deliberado y sistemático de conformar las percepciones y de dirigir el comportamiento para conseguir una respuesta en consonancia con la voluntad intencionada del emisor. Normalmente se vale del uso expresamente planeado de símbolos, principalmente mediante sugestión y técnicas psicológicas similares y siempre se mueve en una estructura sociocultural determinada, sin la cual no pueden comprenderse sus aspectos psicológicos y culturales.
En la propaganda, el secreto y el camuflaje son los dos ejes por los que se legitima la operatividad del mensaje emitido. El secreto se erige como la fuerza necesaria que garantiza el éxito de la operación. El camuflaje se traduce en disponer de la consiguiente aceptación: sirve para infiltrarse.
En el libro clásico sobre el tema, La Propaganda Política, el filósofo francés Jean Marie Domenach desentrañó las bases de la denominada propaganda mecanicista, organizada en torno a nueve principios elementales:
1) La ley de simplicidad, que recomienda la organización de los mensajes propagandísticos con enunciados primarios y símbolos o imágenes fácilmente decodificables por el público;
2) La ley de la espoleta, cuyo objetivo es irrumpir informativamente en la parte más débil e inesperada de los sujetos receptores;
3) La ley de la simpatía, que establece la necesidad de un acercamiento con el público no por la vía racional, sino más bien por la emotiva y la perceptivo-sensorial;
4) La ley de síntesis, en la que frente al análisis el propagandista busca explotar la capacidad sintético receptiva de los públicos sugiriendo, mostrando y aduciendo por medio de procedimientos intuitivos el sentido deseado y las lecturas preferidas;
5) La ley de la sorpresa, o conciencia de que la más eficaz mentira es una verdad a medias;
6) La ley de repetición, por la que las afirmaciones, las medias verdades y las ideas promovidas terminan de algún modo por ser aceptadas, compartidas y naturalizadas por la audiencia;
7) La ley de saturación y desgaste, por la que la repetición busca organizar la imposición de ideas en la cobertura pública del auditorio elegido.
8) La ley de dosificación, por la que se administra, relaciona y jerarquiza las ideas y contenidos del mensaje propagandístico, así como los canales y los públicos preseleccionados;
9) La ley de unidad de orquestación, por la que el propagandista busca la coherencia de la campaña, su ritmo, secuenciación y plazos conforme al plan diseñado previamente. (39)
En cuanto a la guerra psicológica, resulta ilustrativo este párrafo de Ana Lucrecia Molina:
“Las operaciones psicológicas constituyen elementos fundamentales en la guerra de baja intensidad en sus distintas facetas. La guerra psicológica utiliza todas las formas de propaganda y manipulación de la conciencia social y crea aparatos de desinformación en el nivel de los medios masivos. Todo esto se aúna a la utilización de métodos terroristas, como las ejecuciones extrajudiciales y las desapariciones forzadas, dentro de una lógica de guerra preventiva que extirpa del cuerpo social a los posibles enemigos internos.
La represión dentro de la guerra de baja intensidad toma un carácter más selectivo en la urgencia de ganar a la población civil, a diferencia de la represión masiva característica de la doctrina de seguridad nacional que no hace distinciones a la hora de elegir a las víctimas. Las campañas de desinformación y de propaganda negra están destinadas a imponer la versión de los victimarios. De ella son rasgos fundamentales la inducción de culpa sobre la propia víctima y sus padres, la inducción al silencio y la inducción a considerar a los opositores como inadaptados sociales.
Parte de la guerra psicológica son las listas de amenazados de muerte, la aparición de cadáveres irreconocibles por las mutilaciones, los cementerios clandestinos y las desapariciones forzadas, de tal manera que estos hechos permanezcan en la conciencia social como una advertencia de lo que les sucede a aquellos que se atreven a involucrarse en actividades opositoras. A través de la combinación de métodos brutales con las sutilezas de la desinformación, en la conciencia social se va perfilando al opositor como un ser ajeno, extraño, loco, «extranjero», contra quien el ejército «salvador» puede recurrir a las más despiadadas formas de represión, que presuponen la negación de su condición humana. De esta forma se concreta uno de los objetivos de la guerra de baja intensidad, el de deslegitimar a la oposición hasta convertirla en ineficaz, engarzando en esta nueva concepción de la guerra la práctica de la desaparición forzada iniciada hace más de veinte años. (40)
Estos datos aparecen corroborados en una investigación publicada por la agencia argentina Argenpress el 24 de octubre de 2002, consistente en el seguimiento de la conducta de los medios en la crisis venezolana, bajo el título Guerra Psicológica y Medios en Venezuela, cuyos párrafos centrales se reproducen a continuación:
“La primera medida que toma la CIA al rediseñar un periódico para utilizarlo en sus campañas desestabilizadoras es promover al dueño del diario en cuestión a que integre la Junta de la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP). El New York Times citó (26-12-1977) a un alto funcionario de la CIA para quien la SIP sería ‘una fuente de acciones encubiertas’ de la Agencia. En un segundo paso la SIP coloca al país de que se trate en la lista de regímenes que amenazan la Libertad de Prensa. El estilo de la primera página cambia drásticamente, adoptando fórmulas sensacionalistas con grandes fotos y titulares. En una Media Operation de la CIA las noticias locales pasarán a un primer plano. Del resto del mundo sólo se reportarán catástrofes, convirtiendo al planeta en lugar oscuro y amedrentador.
En un periódico bajo esta influencia de la CIA los titulares serán siempre de naturaleza negativa, culpando al gobierno progresista, nacionalista, anti-neoliberal, democrático y social de todos los males que de pronto se abaten sobre el país.
El primer tema en los Medios fascistas es el Caos Económico: porque éste es el más fácil de crear por parte de Estados Unidos. Se suspende la ayuda económica; se niegan los repuestos; la maquinaria de fabricación norteamericana; el Banco Interamericano de Desarrollo, el Banco Mundial y la banca privada norteamericana cortan los créditos; se incentiva a los empresarios nativos a no invertir y a generar más desempleos haciendo despidos masivos.
El siguiente tema es el caos social y político: Los periódicos llenan la primera plana, la radio y la televisión llenan sus noticieros, programas de opinión y programación: violencia, crisis permanente, muerte, vaticinios, acontecimientos sobrenaturales, un perro que asesina a su dueña, etc. Después de creado el clima de tensión el gobierno será señalado como el culpable. Primero se acusará a la ideología (Bolivarianismo) que el gobierno representa, después al régimen mismo, por insinuación o explícitamente; con humor primero y con terror después; destruyendo la imagen pública y asesinando después a la persona misma.
La propaganda subliminal: Los ataque indirectos emplean la yuxtaposición o relación de fotos con títulos de otro artículo, la propaganda subliminal y las asociaciones de palabras. En la sección dedicada a la preparación de impresos para la guerra psicológica, el Field Manual of Psychological Operations (FM-33-5) del ejército norteamericano considera que la insinuación pictórica es más eficaz que el ataque directo a los líderes, ya que la población local puede reaccionar adversamente y rechazar este último.
La propaganda es presentada como noticia para que tenga mayor éxito las campañas psicológicas. La primera plana parece un cartel o un volante de guerra psicológica precisamente porque es un arma de guerra psicológica. Durante la Segunda Guerra Mundial el Batallón de Propaganda del Ejército norteamericano producía panfletos que atacaban a los líderes enemigos por insinuación pictórica. Después los panfletos asumieron el estilo y formato de los diarios enemigos. Hoy la CIA simplemente toma el diario.
La desinformación: es un tipo especial de propaganda ‘negra’ ( información falsa en la jerga de la CIA) generalmente apoyada por documentos apócrifos o falsificados, adulterados o atribuidos indebidamente.
Ralph McGehee, veterano agente con 25 años de experiencia en la CIA escribió en el semanario liberal norteamericano The Nation (11-4-1981): ‘Donde se carece de las circunstancias o pruebas necesarias para apoyar la intervención norteamericana. La CIA crea las situaciones apropiadas o las inventa y distribuye mundialmente a través de sus media operations’.
De acuerdo con su propósito las operaciones de guerra psicológica pueden clasificarse en estabilizadoras y desestabilizadoras. En caso de tratarse de un gobierno amigo la propaganda de la CIA intenta crear una imagen positiva del régimen para apoyar su estabilidad La desestabilización es un término que se volvió famoso cuando el ex-director de la CIA, William Colby lo empleó para describir lo que la CIA había hecho en Chile. Después de haber estudiado el cemento que mantiene unida a la sociedad, el conocimiento se usa para desunirla.
El Manual de Operaciones Psicológicas recomienda: ‘estimular discrepancias entre los estamentos militares y políticos; socavar la confianza en los dirigentes; estimular las fricciones de elementos religiosos, étnicos, políticos y económicos entre sí y contra el gobierno; fortalecer a los líderes amigos y debilitar a los enemigos’. El mensaje subliminal también se establece por contraste.
Los símbolos manipulados son aquellos que suscitan o causan fuertes asociaciones emocionales en el público al que se quiere alcanzar. En Chile, durante tres años fueron raras las veces que El Mercurio publicó fotos del Presidente Allende en primera plana, pero cada vez que lo hizo el retrato aparecía cerca de titulares que incluían las palabras soviético, comunista, marxista, violencia, muerte, desempleo, caos político, caos económico, corrupción, violaciones, tragedias, enfermedades, etc.
Con la simple yuxtaposición o relación de fotos y titulares los líderes revolucionarios y la ideología que representan son asociados con la violencia, muerte, corrupción, enfermedades, plagas, violaciones, etc.
Esta técnica también se le conoce con el nombre de bomba psicológica, que es la capacidad de generar maremotos y terremotos políticos. La bomba psicológica que la CIA hizo explotar en Indonesia mató más gente que la bomba atómica en Hiroshima ya que despertó en la población local odios raciales, fascismo que terminó con el asesinato de todos los comunistas de ese país.
El caos económico que pronostica la propaganda puede llegar a ser real. El desabastecimiento interno y la huelga general también. Las comunicaciones y el transporte son saboteados, resurgen viejos conflictos étnicos, raciales y fronterizos.
Fabricación de noticias, relación engañosa de encabezamientos, artículos y fotografías, correlación de editoriales noticiosos y avisos (o propaganda) políticos de acuerdo con la guía política bi-semanal de la CIA, series de encabezamientos que hacen una escalada de cargos o casos de corrupción falsos, la manipulación de miedos subconscientes.
Regla de exageración y simplificación: La elección de las noticias interesadas y su desfiguración es muy común en la radio, la televisión y en los periódicos al servicio de la CIA. Lo mismo que el uso de citas desvinculadas de su contexto original.
Así estos medios fascistas presentan al Presidente Constitucional Hugo Chávez como el diablo y la fuente de todos los horrores y errores.
Regla de orquestación de las ideas fundamentales: en el fondo es una técnica de repetición, ya que se insiste sobre un tema fundamental en la radio, periódicos y en la televisión fascistas. Las variaciones vuelven sobre diferentes aspectos del mismo tema. De acuerdo con los distintos públicos se adapta el mensaje central.
Regla de Transfusión: Se basa en el principio de que es más fácil reforzar una idea que cambiarla. Para ello se acude a motivaciones y formas de actuar que se encuentran en el sustrato mas o menos inconscientes de la población. El racismo, fascismo, estereotipos clasistas operan con esta técnica.
La repetición sistemática y persistente de unas pocas cuestiones e ideas es muy efectiva cuando se trata de promover deseos o reforzar conductas.
Las insinuaciones, la implicación y las formas indirectas que penetran solapadamente y afectan el inconsciente son las más utilizadas por los periódicos, la radio y la televisión. Las proposiciones siempre son simplificadas para que puedan ser absorbidas velozmente sin necesidad de una reelaboración.
Las incitaciones fundamentales apuntan a los deseos emocionales, mediante promesas y su correspondiente satisfacción.
Todo ese conjunto de técnicas aplicados por la CIA y los medios fascistas de comunicación antisocial y terrorista va orientado a lograr la persuasión, sugestión, odio racial y de clases, disminución de las facultades de la razón, aminoramiento del control emocional y cerebral”.
No se trata de un monstruoso deja-vu. Es simplemente una técnica. Resulta fácil identificar la utilización de estos mecanismos y dispositivos propios de la desinformación, la propaganda y la guerra psicológica en el discurso de la desestabilización del gobierno de Hugo Chávez, con el de la guerra que don Augusto y don Agustín le declararon a su propio pueblo.
Descargue el capítulo completo
Notas:
(1) Seymour Hersh, The Price of Power, Kissinger, Nixon and Chile, The Atlantic Monthly, diciembre de 1982, pág. 41.
(2) Informe N° 94-465 del Comité Designado para Estudiar las Actividades Gubernamentales Relacionadas con Actividades de Inteligencia. Senado de los Estados Unidos. 18 de diciembre de 1975.
(3) El Universal de Caracas, Caracas, 17 de septiembre 1997.
(4) Francisco Herreros; El Día en que el Estado Salvó de la Quiebra a El Mercurio y La Tercera, El Periodista N°34. 14 de abril de 2003, págs 8 a 11.
(5) Lidia Baltra Montaner, Atentados a la Libertad de Información en Chile 1973-1987, Céneca Comunicaciones N° 98, abril 1988.
(6) El Mercurio, Ofensiva del Gobierno Contra El Mercurio, 1 de junio de 1973, Cuerpo A, pág. 8.
(7) Estudio de Search Marketing, citado en Concentración Económica de los Medios de Comunicación, Guillermo Sunkel y Eugenio Geoffroy, LOM Ediciones, noviembre 2001.
(8) Fuente: Megatime, citado por El Periodista Quincenal, N° 4, 17 enero 2002.
(9) Op.cit, pág. 113.
(10) Percepciones de los Sectores Populares Sobre la Libertad de Expresión, Loreto Rebolledo, Programa de Libertad de Expresión, Escuela de Periodismo Universidad de Chile, Documento de Trabajo N° 4, octubre 2000, citado en “Concentración Económica…”, pág. 114.
(11) Op. Cit, pág. 115.
(12) La Segunda, 25 de agosto de 2000, pág. 40.
(13) Op.cit. pág 115.
(14) El Mercurio, Policías Enviados Seguirán en Sao Paulo, 8 de febrero de 2002, cuerpo C, pág. 9.
(15) Noam Chomsky, La Quinta Libertad, citado en Synapsis Webzine.
(16) El Mercurio, Policía Busca Nexo del FMR con Mapuches, portada del 7 de febrero de 2002
(17) El Mercurio, Comandante Ramiro Afecta Relaciones entre Chile y Cuba, 10 de febrero de 2002, Cuerpo C, pág. 9.
(18) El Mercurio, Policías tras la Pista de Pablo Muñoz, 10 de febrero de 2002, Cuerpo C, pág. 9.
(19) El Mercurio, Valdés y Núñez “Enviados” a Cuba; 19 de febrero de 2002, Cuerpo C, pág. 4.
(20) El Mercurio, La Respuesta de Castro Incomoda a La Moneda, 20 de febrero de 2002, Cuerpo C, pág. 4.
(21) El Mercurio, La Semana Política, 10 de febrero de 2002, Cuerpo A, pág. 3.
(22) Ibidem.
(23) La Hora de la Tarde, Juez Guzmán Destaca Inocencia de Desaparecidos, 4 de enero de 2002, pág. 2.
(24) El Mercurio, La Semana Política, 10 de febrero de 2002, Cuerpo A, pág. 3.
(25) El Mercurio, La Oferta de Izurieta, 19 de febrero de 2002, Cuerpo C, pág 4.
(26) El Mercurio, FACh Ofrece Entregar la Información Residual, 21 de febrero de 2002, Cuerpo C, pág. 4.
(27) Dos Ensayos sobre Seguridad Nacional; José Comblin, Colección Estudios de la Vicaría de la Solidaridad, septiembre de 1979, págs. 64 y 148.
(28) El Mercurio, La Opinión Pública nos Plebiscita a Diario, 1 de junio de 2000, Cuerpo C, pág. 4.
(29) Presentación del libro Pensar Sobre los Medios. Comunicación y crítica social, en la Biblioteca Nacional, Chile, noviembre de 2000.
(30) Integrantes del Comité Designado para Estudiar las Actividades Gubernamentales Relacionadas con Actividades de Inteligencia, del Senado de los Estados Unidos: Frank Church, Idaho, Presidente; John G. Tower, Texas, Vicepresidente; Philip, A. Hart, Michigan; Howard H. Baker Jr., Tennessee; Walter F. Mondale, Minnesota; Barry Goldwater, Arizona; Walter D. Huddleston, Kentucky; Charles Mcc. Matthias Jr., Maryland ; Robert Morgan, Carolina Del Norte; Richard Schweiker, Pensilvania; Gary Hart, Colorado; Barry Goldwater, Arizona; William G. Miller, Director; Frederick A. O. Schwarz Jr., Consejero Jefe; Curtis R. Smothers, Consejero de la Minoría; Audrey Hatry, Secretario del Comité.
(31) El Mercurio, Informe Especial sobre la CIA, la Interpretación de la Historia por TVN, 19 de noviembre de 2000, Cuerpo D, pág 8.
(32) Punto Final N° 485, El Mercurio y la CIA, 1-14 de diciembre de 2000.
(33) Entrevista concedida por Róbinson Rojas a Rodrigo Siderakis, director del OJO,
el 23 de agosto de 1999.
(34) Los Medios de Comunicación de Masas, La Ideología de la Prensa Liberal en Chile; Armand Mattelart, Mabel Piccini y Michelle Mattelart, Cuadernos de la Realidad Nacional, marzo de 1970.
(35) El Mercurio, Informe Especial sobre la CIA, la Interpretación de la Historia por TVN, 19 de noviembre de 2000, Cuerpo D, pág 8.
(36) Ibidem.
(37) El Mercurio, Planean Enviar Falsas Noticias a los Medios, 20 de febrero de 2002, Cuerpo A, pág. 4.
(38) Cambio 16, edición digital, La CIA Contra Salvador Allende, Mario Amorós, 20 de octubre de 2000.
(39) La Propaganda Política, Jean Marie Domenach, Editorial Universitaria de Buenos Aires
(40) La Desaparición Forzada de Personas en América Latina, Ana Lucrecia Molina Theissen, KO’AGA ROÑE’ETA se.vii, 1998.