miércoles, diciembre 25, 2024
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Contrainsurgencia: Una Mentira Ensartada con Otra

Una “sarta” de mentiras, como bien lo ha dicho o graficado un representante del movimiento Voces de Paz, a raíz de la reciente carta enviada por el «senador» Alvaro Uribe Véles al Congreso de los EEUU.

Y no es para sorprenderse, pues la esencia de la contrainsurgencia, cualquiera que ella sea, es el principio “nacionalsocialista” o nazi establecido por el jerarca Göbbels, ministro de propaganda del Tercer Reich alemán, quien sin ningún pudor o mejor, con el más absoluto cinismo, dejó establecida la imbatible verdad propagandística de que una mentira repetida mil veces se vuelve verdad.

Y nada mejor para confirmarlo que repasar la historia de Colombia especialmente las 7 décadas de la llamada guerra civil colombiana o conflicto interno, que en esencia ha sido una guerra contrainsurgente de larga duración, justificada con la burda mentira de calificar toda forma de insurgencia, protesta social o resistencia a las arbitrariedades del “Poder” de la clase gobernante y dominante (bien fuera armada o desarmada) como “enemigo interno de la sociedad”;  tal y como lo vino a reforzar en nuestras universidades colombianas 30 años después haber sido destruido el régimen hitleriano en Europa, el académico  y “colombianólogo” Francés Daniel Pécaut, quien en una sutil maroma mentirosa, típica de la contrainsurgencia francesa que fuera probada en la guerra contra el pueblo argelino, identificó en un solo concepto al Estado represor dominante con el grueso de la Sociedad.

Pero no fue solamente ese relato esparcido generosamente en libros y cátedras universitarias y centros o institutos de pensamiento, o de memoria-verdad, por aventajados “historiadores y politólogos” alumnos suyos, sino que como todo fenómeno social  que tiene materia e idea, al ensamblarse con la tradicional y añeja ideología anticomunista del bipartidismo liberal-conservador, profesado por la clase dominante y dirigente (llamada por el vulgo, es decir popularmente Oligarquía pro yanqui) vino a constituirse en una virulenta ideología de odio e intolerancia cuasi-religiosa, que no encontró ninguna otra vía para resolver los conflictos sociales distinta al exterminio militar de ese enemigo interno, obviamente de ellos, transvestidos con el ropaje de  Sociedad.

Y fue allí en la estructura militar colombiana, donde la “conexión francesa” de la contrainsurgencia insuflada en la mayoría de los ejércitos latinoamericanos por el Imperialismo estadounidense dentro del marco de la guerra fría prosperó, y, ya revestido con el nuevo ropaje de la Doctrina de la Seguridad Nacional con el que las dictaduras militares latinoamericanas azolaron a casi todos los pueblos de Nuestra América; en Colombia constituyó (según lo probó la investigadora social Vilma Liliana Franco en su extenso y excelente libro Orden Contrainsurgente y Dominación.2011) y supo conformar una pavorosa estructura material y supra-estructural denominado Bloque de Poder Contrainsurgente Dominante (BPCi) que con sus 11 ruedas dentadas se constituyó  en la esencia contradictoria del régimen colombiano, en su naturaleza.

Y con el cual se pudo adelantar o desarrollar la guerra contrainsurgente que acaba de encontrar una posibilidad de Solución Política en los acuerdos de la Habana. El Orden Contrainsurgente no puede ser reducido solamente al llamado Narco Para Militarismo en renacimiento, es un Todo mucho más grande y mortífero, que impide e impedirá hasta el último minuto la realización de la paz en Colombia.

Quien dude de que esta es la contradicción principal que dinamiza la realidad colombiana e incluso, determinará si se implementa o no el Acuerdo de paz de la Habana, sufrirá un gran desengaño y aumentará la incertidumbre en el futuro.

Es lo que estamos viendo y presenciando día a día los colombianos cuando aflora persistentemente en cada noticia o en cada acontecimiento cotidiano de nuestra sociedad: La producción de todo tipo de mentiras contrainsurgentes, piadosas y crueles, reproducidas e infladas por el megáfono del oligopolio mediatico, y enfrentadas a la débil pero enhiesta Verdad de los hechos reales; falsedades agravadas en Colombia con el viejo dicho volteriano ya convertido en enseña oligárquica criolla ¡Mentid, Mentid! que de la mentira algo queda.

¿Qué ha quedado de las mentiras con las que se ganó en famoso plebiscito contra los Acuerdos de la Habana?

La conformación de una fuerza material político-ideológica, el “uribismo pastrano-popeyista, bendecido por monseñor Ordoñez”, empeñada con grandes posibilidades de éxito en evitar (por todos los medios) que el Acuerdo de Paz de la Habana se implemente y se convierta en una verdad real y efectiva.

¿Qué ha quedo de la farsa del “encuentro de pasillo” entre los ex presidentes Pastrana y Uribe Vélez con el presidente de los EEUU, míster Trump?

Se ha construido por el megáfono mediático un escenario mentiroso, claro está, para convertir en verdad “el sartal de falsedades” de la famosa carta (en idioma colonial) que el “current Senator” Uribe Vélez envió al Congreso de los EEUU:

pasarse por la galleta y darle un golpe diplomático al fornido y bien peinado embajador de Santos en Washington, Pinzón Bueno, y justificarle a la impredecible Veleta Trump, las “armas químicas” que existen en Colombia y en Venezuela para que acabe definitivamente con la fábula convertida en verdad del “castro chavismo colombiano”, y así, dejarnos a la espera.

No me cabe duda que, así como el náufrago citado por Simón Bolívar, quien desde un peñasco costero de su deshabitada isla le predicaba a las olas del mar, seguiré insistiendo en que sin el desmonte verdadero de la estructura contrainsurgente, y de la derrota ideológica de sus relatos supra-estructurales tanto jurídicos, como ideológicos y obviamente políticos y ético-morales, no llegará la anhelada paz a los colombianos, y mucho menos la verdad.

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