viernes, octubre 18, 2024
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Julio Cortázar y la Literatura Revolucionaria

En esta entrevista, publicada originalmente por El Viejo Topo en junio de 1991, Julio Cortazar se revela en cuerpo y alma: un gran escritor, una mejor persona, y sobre todo, el más grande y auténtico cronopio que haya parido la literatura latinoamericana.

Imperdible, por más que sus esperanzas están todavía como materia pendiente, postergadas por la marea reaccionaria y neoliberal que se abatió entonces por el mundo, y de la que aún no logramos salir.


Después de la victoria de François Mitterrand en Francia, toda una ola de intelectuales está viviendo horas felices y de esperanza. Entre éstos, se halla el escritor Julio Cortázar, personaje verdaderamente revolucionario en el mundo de la literatura. Como valedor perpetuo de la gran causa de América Latina, siempre fue un optimista critico.

Como ser humano, siempre fue alegre, afirmativo y nada hipondríaco, y como creador, fue siempre y, sobre todo, un gran innovador en el lenguaje. Cortázar ve la vida como algo maravilloso y simpático. Hace treinta años que vive en París y sus influencias literarias no hay que buscarlas en Apollinaire o Cocteau sino más bien en Julio Verne y Edgard Alan Poe.

Julio Cortázar vive en uno de los barrios populares de París, muy cerca del Folies Bergère. Se trata de una zona animada, con coches, cines y puestos callejeros de todo tipo. Es fácil encontrar numerosos pasajes y galerías cubiertas, esas galerías ciertamente cortazarianas que podemos encontrar en cualquiera de las obras del escritor.

Y, muy pocos días después de la toma de posesión de François Mitterrand, tiene lugar esta entrevista:

—Usted estuvo hace poco en la toma de posesión de Mitterrand en la ceremonia del Arco del Triunfo. ¿Qué piensa que va a suponer para Francia el que, por fin y, tras un paréntesis de 23 años, esté al frente un presidente de obediencia socialista?

—En materia de política, yo soy, por principio, optimista, es decir, tengo un optimismo crítico y no ingenuo. Por eso, tengo la impresión de que esta tentativa –hay que llamarla tentativa puesto que todavía no ha sido realizada en el terreno de los hechos– de incorporar el socialismo como una forma de gobierno, después de tantos años de destierro y de haber sido duramente combatido, me parece una dialéctica histórica muy importante. Por un lado, y para mi gran alegría, muestra una capacidad dinámica del pueblo francés que muchas veces ha sido discutida.

Y si era discutida lo era por esa cierta tendencia cartesiana y racionalista de una gran mayoría de los franceses que los inquieta a la hora de tomar decisiones que supongan una cierta aventura, un cierto riesgo. Esta vez, lo han hecho y por un margen muy grande. Hemos visto que las elecciones han sido ganadas admirablemente bien, mucho mejor, que las que había ganado Giscard siete años antes.

Supongo que, en este sentido, soy optimista, pero insisto en que mi optimismo es muy crítico porque la contraofensiva va a ser muy violenta. La oposición, ya en este mismo momento, está atacando con armas, a veces, de muy baja calidad. Si usted mira los kioskos de París y se fija en los titulares de los periódicos se dará cuenta que están en pleno territorio de calumnia y de ataque personal.

EL ESPANTAJO DE LA COLECTlVIZACION

—Efectivamente, París está plagado de anuncios en los que se dice que no porque cambie el presidente ha de cambiar el tipo de sociedad.

—Esa es un arma que está agitando la nueva oposición, o sea, toda la patronal en materia económica y los elementos centristas y conservadores de la política, es decir están agitando el espantajo de lo que ellos llaman “el peligro de la colectivización”, “el peligro del comunismo”. Estas son armas muy peligrosas porque, durante mucho tiempo, han tenido una gran influencia en la mentalidad francesa.

Sin embargo, yo insisto en creer que la personalidad y el talento de Mitterrand y de su equipo junto con la ayuda que vamos a tratar de prestar todos los que creemos en el socialismo sirvan para entrar en un camino muy positivo.

—Había aquel día -21 de mayo– otro célebre escritor de habla hispana y de un prestigio paralelo al suyo, Gabriel García Márquez. ¿Comentaron entre ustedes algo respecto a las posibilidades que se le abren a Francia en estos momentos?

—Desde luego que Gabo y yo hablamos mucho. Cuando nos encontramos esa mañana en el Arco del Triunfo, lo primero que hicimos, un poco en broma, era frotarnos los ojos para convencernos de que no estábamos soñando, o sea, que las elecciones habían sido verdaderamente ganadas e íbamos a acompañar a Mitterrand en ese día. Tanto para García Márquez como para mí, el punto de vista es muy parecido. Él ha hecho declaraciones que son análogas a las que hago yo.

Pero aquí me gustaría indicar que lo que tanto a él como a mí nos alienta especialmente en esta nueva coyuntura es la proyección que está teniendo esta victoria para nuestros pueblos latinoamericanos. Usted sabe muy bien que ya desde su campaña electoral de hace muchos años, Mitterrand ha mostrado un conocimiento profundo de los problemas latinoamericanos y el deseo de ayudar a las causas democráticas y oponerse a las causas dictatoriales.

Y, ahora, lo ha dicho con todas las palabras y lo ha dicho muy claramente. Tengo la impresión de que, por ejemplo, cosas tan turbias como el tráfico de armas o como ciertas protecciones diplomáticas a situaciones indefendibles, todo eso va a quedar totalmente liquidado con este gobierno. Eso significa una gran posibilidad de contrataque por parte de las fuerzas más democráticas en América Latina.

MAS CERCA DEL SOCIALISMO QUE DEL COMUNISMO

—Pese a que es difícil encuadrarle en una formación política, se podría decir que está más cerca del socialismo que del comunismo.

—Claro, es absolutamente cierto en la medida en que el socialismo, históricamente, se sitúa como la etapa preparatoria a lo que podríamos llamar comunismo pero que, automáticamente, se coloca más en el futuro desde mi punto de vista. Tengo un poco la impresión de que en la situación histórica de ahora, a finales de siglo, hay pueblos que están preparados para el socialismo y en condiciones de crear un socialismo positivo y fecundo. Que de ahí se puedan dar pasos todavía más radicales y entrar en una visión totalmente comunista…

Ante eso, tengo que decir que yo no soy un politólogo y no lo puedo saber. No lo considero como un problema práctico para mí. Entiendo que la ideología socialista es más que suficiente por el momento para un país como Francia y para los países latinoamericanos.

—¿Cuál es su criterio sobre esta especie de espada de Damocles de golpismo que tenemos en España? ¿Cómo juzga un escritor latinoamericano progresista afincado en París la situación de nuestro país?

—Ojalá tuviera razón y fuera eso de la espada de Damocles, porque Damocles era un griego y está muerto hace miles de años. Pero, desgraciadamente, las espadas que están suspendidas sobre el presente de España no son de Damocles sino espadas de señores que se llaman Pérez, Fernández o Tejero.

Este tipo de espadas representa la negatividad más absoluta en el plano político. La forma en que se intentó el golpe de Estado en las Cortes muestra objetivamente la total ausencia de una altura política. Era, simplemente, un golpe de fuerza como los golpes militares en los países latinoamericanos.

No hay ninguna diferencia entre la actitud de alguien como Tejero y la actitud de alguien como Pinochet. Es exactamente la misma cosa, una gente que impone la fuerza bruta sacando sus pistolas. Después, viene lo otro y ya sabemos lo que es. Vivo muy inquieto por los asuntos de España pero, al mismo tiempo, vuelvo a aplicar esa noción optimista que tengo y creo que el buen sentido y el sentimiento de lo que se ha ganado en estos últimos años prevalecerá sobre esos coletazos de la extrema derecha.

LOS ESPAÑOLES Y EL HUMOR

—En cierta ocasión, Julio Cortázar señaló que “una de las peores herencias que nos dejaron los españoles fue la tendencia a la seriedad y al engolamiento”. ¿Por qué considera que los españoles somos tan serios?

—Esto forma parte de nuestras disputas caracteriológicas que son útiles y fecundas porque no suponen ni animosidad ni odio ni incompatibilidad. Ustedes, los españoles, siempre han mirado a los latinoamericanos con una cierta perspectiva y nosotros los hemos mirado a ustedes con nuestra perspectiva. Tengo un poco la impresión de que, en España, abunda mucho el chiste, la comicidad, el cachondeo (que es una palabra que ustedes usan y nosotros no). Todo eso existe y existe en grandes dosis.

Lo que me parece que existe menos es lo que yo llamo el humor, es decir, esa forma de mirar las cosas serias quitándoles toda la prosopopeya, la retórica y el engolamiento; mirar las cosas como las miran los personajes de las novelas de Dickens, los cuales aluden a aspectos muy ciertos y verdaderos pero lo hacen a través de una broma o de un sobreentendido, eso que se llama humor y que he tratado de ejercer yo también en algunos de mis libros. El sentido del humor lo veo como algo contrapuesto a la comicidad. Esta última es algo un poco más barato y menos refinado que el humor.

—Julio Cortázar es de esos personajes –rara avis– que pueden conocer cientos de tesis y estudios críticos sobre sus obras. Él dice, medio en broma medio en serio, que todo ello le proporciona una sensación póstuma. Insiste, sobre todo, en que esas montañas de tesis cortazarianas le importan y le interesan en la medida en que juzgan la literatura latinoamericana.

—Cada vez que hay una tesis sobre mí, pienso que es una tesis sobre un momento de la literatura latinoamericana, es decir, que hay una concentración de interés, de imaginación y de trabajo sobre lo que estamos haciendo en México, Argentina, Panamá, Cuba, Colombia o cualquiera de nuestros países. Y, eso que existía en muy pequeña cantidad hace cincuenta años, en este momento tiene una gran riqueza y a mí me parece un hecho profundamente revolucionario porque es la prueba de que, en América Latina hay cada vez una mayor conciencia de lo que se está haciendo y cómo se está haciendo. La crítica es positiva y es un trabajo revolucionario. Ahí, puedo usar la palabra sin ningún malentendido posible.

EL HIPERINTELECTUALISMO

—Quisiera saber cuál es su juicio sobre las críticas que le reprochan una gran dosis de hiperintelectualismo en el desarrollo de sus obras y que ven ese llamado hiperintelectualismo como un elemento oprobioso.

—Es una cuestión complicada y habría que contestarla con mucho detalle porque se mezcla en ella la política. Hace diez o quince años, cuando todo el mundo supo muy claramente, tanto por mi actitud como por algunas cosas que había escrito, que yo estaba totalmente entregado a la lucha por la liberación de los pueblos en América Latina, aparecieron críticos –gente de izquierda siempre– que me reprochaban eso que usted denomina hiperintelectualismo.

Sostenían que no se puede hacer un trabajo revolucionario si, al mismo tiempo, uno hace experimentaciones de tipo literario que muy pocas personas pueden comprender. Eso dio origen a polémicas bastante interesantes. Tuve dos o tres polémicas de ese tipo donde yo defendí, y sigo defendiendo, el punto de vista de que las revoluciones no se hacen por abajo sino por arriba y que el trabajo del escritor es, sobre todo, escribir.

También dije que escribir revolucionariamente es escribir yendo hacia el futuro y no simplemente bajando la puntería para que todo el mundo comprenda. Esa noción de “todo el mundo” disminuye mucho el nivel cultural. Hay escritores que, por vocación, son escritores populistas y me parece formidable si son buenos. Yo no soy un escritor populista.

Soy un tipo que trata de abrirse camino, a veces, en terrenos muy intrincados y difíciles. Luego, lo consigo o no lo consigo, pero esa es mi tarea y yo la considero revolucionaria. Hay cosas que no serán comprendidas hoy –en estos momentos hablo tanto de mí como de otros– pero que están abriendo un poco el camino para ser comprendidas mañana y cuando lo sean, eso significa que el nivel cultural se habrá ensanchado un poco más.

Es la vieja historia de la música contemporánea o de la literatura contemporánea. Por ejemplo, el Ulysses de Joyce que fue declarado ilegible en su momento, ahora se lee en las escuelas. Con un poco de cuidado, se lee y se entiende perfectamente bien.

—De todas formas, Julio Cortázar no se puede quejar, pues es un creador que, en vida, disfruta de un reconocimiento enorme de crítica y público, al menos, dentro de la literatura de habla hispana…

—Pero hay otro aspecto que completa un poco lo que estamos diciendo. Usted, que es un lector mío, sabe bien que puede haber algunos textos míos que son, digámoslo así, experimentales y que pueden crear algunos problemas de comprensión.

Sin embargo, sabe también que la mayoría de lo que he escrito, prácticamente todos mis cuentos, por ejemplo, son perfectamente asequibles.

Lo que pasa es que yo no le hago concesiones a nadie, sobre todo porque no me las hago ni a mí. Soy implacable conmigo mismo. Jamás pienso en un lector determinado cuando escribo. Por lo tanto, esa crítica de hiperintelectualismo no la acepto.

—Efectivamente, estoy de acuerdo en que si bien el Cortázar de Rayuela puede ser complicado, sin embargo, el Cortázar de Bestiario o Final de juego puede ser un Cortázar absolutamente asequible para cualquiera…

—Sin contar que –y esto se lo digo sin ninguna vanidad– esa Rayuela que parecía tan complicada es uno de los libros más leídos en América Latina, lo cual significa que hay una enorme cantidad de público que tiene la perfecta capacidad intelectual para leer ese libro sin dificultades. El hecho de haber escrito un libro muy experimental y lleno de exigencias, finalmente ha dado su fruto. Produjo un cierto desconcierto en el primer momento pero, diez años después, todo el mundo conocía bien la obra.

—¿Qué acogida ha tenido su último libro Queremos tanto a Glenda?

—Por el momento, la acogida solamente la puedo medir por algunas críticas latinoamericanas. Pero son únicamente críticas superficiales de periódico, es decir, no de ningún especialista. Las críticas de los especialistas llegan dos o tres años después.

INTERPENETRACIÓN DE GÉNEROS

—Otra de las acusaciones que le hicieron era la de que realizaba interpenetraciones de géneros. Y quienes hablaban de esto lo veían como un defecto formal. ¿Piensa que, realmente, eso es un defecto literario?

—Yo le contestaría haciéndole a usted la misma pregunta. ¿A usted le parece que es un defecto? Yo creo que no. Al contrario, en estos últimos veinte años, ha nacido en el mundo de la ciencia esa noción de lo que llaman “ciencias diagonales”. Todo el mundo ha oído hablar de eso. Es decir, que hubo una época hasta el siglo XIX en que la química era la química, la física era la física, la medicina era la medicina y la biología era la biología pero, actualmente, eso se acabó.

Ya no hay compartimentos estancos.

Se habla de ciencias diagonales porque no se puede trabajar en química sin un profundo conocimiento de biología y de física y viceversa. Las investigaciones sobre las galaxias no se pueden hacer sin un conocimiento equivalente de otras ciencias paralelas que van hasta la antropología.

En literatura, me parece que es exactamente lo mismo. La noción de géneros estalló y quedó totalmente disuelta a lo largo del siglo XX y creo que es una de las características más hermosas de nuestro siglo porque se han acabado las etiquetas de “esto es prosa, esto es poesía, esto es verso rimado, esto es verso blanco…”.

Cuando tú ves a escritores que hacen libros donde todo eso está junto o alternado o mezclado. pienso que se ha producido un enriquecimiento infinito. Creo que cuanto más nos abramos en nuestro trabajo específico, más rico y más positivo será. Fíjese, yo leo muchos libros de antropología cultural.

No sé nada de ciencias pero, cuando puedo leer estudios de vulgarización sobre los problemas de la relatividad, los problemas del espacio o los problemas de la conquista solar, todo eso me fascina porque también es literatura de alguna manera.

Tengo amigos que son biólogos, por ejemplo, gente que lee mucha poesía y mucha novela porque les muestra conductas y aspectos, mecanismos mentales, que si estuvieran ceñidos solamente a su especialización no verían. Entonces, hay un enorme enriquecimiento. Se habla de ciencias diagonales y yo creo que se puede hablar también de literatura diagonal.

—A este respecto, recuerdo que su Historia de cronopios y de famas levantó, al publicarse, un escándalo soberbio.

—Claro, porque nadie le encontraba la etiqueta. No eran cuentos. No era una novela. No eran poemas. Y se preguntaban qué era. Bueno, pues… eran los Cronopios.

Después de concluir esto, Julio Cortázar se queda como descansado. Está muy seguro de lo que dice. A lo largo de toda la conversación, da la imagen de hombre tranquilo, ponderado pero muy rotundo a la vez. Muy cerca del cuarto donde se desarrolla esta entrevista, Carol, la compañera del escritor, teclea con fuerza la máquina de escribir. Carol comparte desde hace algunos años la vida del autor de Rayuela.

LA REVOLUCION EN EL CEREBRO

—Usted piensa que “no se puede transformar al hombre sin transformar sus instrumentos de conocimiento”. ¿A qué aspecto concreto aludía cuando hizo esta aseveración?

—Las frases fuera de contexto son peligrosas pero supongo que yo me refiero ahí al lenguaje como instrumento de conocimiento. Es una vieja polémica fraternal que tengo con todos los socialistas latinoamericanos. A mí me da mucha pena cuando voy a un país como Nicaragua o como Cuba y leo los artículos que se publican.

Escucho los discursos y me doy cuenta de que es la misma retórica de siempre. Se sigue utilizando un lenguaje bastante obsoleto, con palabras que están viciadas y que han perdido su sentido. Cuando fui a Madrid –hace unos meses– hablé sobre este tema. Les dije, sobre todo a los jóvenes, que no se podía hacer un trabajo de tipo renovador o revolucionario si primero no se hacía la propia revolución en la cabeza, en el cerebro.

Hay que analizar y autocriticarse sobre la forma en que manejamos las palabras. La gente dice “democracia”, “libertad”, “patria” de la misma manera que la dicen nuestros adversarios. Es decir, no hay una búsqueda de un lenguaje nuevo, un lenguaje que realmente exprese las vivencias del socialismo.

El resultado es que, desde los dos lados, se está usando el mismo lenguaje. Con finalidades diferentes pero el mismo lenguaje, el lenguaje de la derecha, o sea, el lenguaje de un mundo podrido que se va viniendo abajo.

El mundo del capitalismo tiene su lenguaje y no puede ser otro pero el lenguaje de la izquierda, el lenguaje socialista, no puede ser el mismo. Tiene que limpiarse de todas esas babas y ese es un trabajo que los escritores y los lectores, los intelectuales, tienen que hacer en primer lugar. Y los políticos, claro.

—¿Cómo ve Julio Cortázar desde París la situación de su país, Argentina? ¿Qué tipo de evolución tendrá lugar?

—Por el momento, no hay ninguna evolución. Lo que hay es una involución muy perceptible. Aquí, en Europa, la propaganda oficial argentina pretende demostrar que se ha entrado en un período de paz, de calma y de progreso y que todo lo que pasó pasó y que los muertos están muertos y que de los quince mil desaparecidos no hay que hablar.

Yo estoy absolutamente en contra de eso. Justamente, esa es la verdadera realidad de Argentina. Las cosas no han cambiado. Hay un general que se llama Viola. Antes, había otro que se llamaba Videla. Pero son, exactamente, la misma cosa.

—Se habla de desaparecidos pero muchos de ellos no lo fueron propiamente en la época de Videla sino durante el mandato de María Estela de Perón.

—Claro. Fue en la etapa de la que usted llama María Estela y nosotros llamamos Isabelita por ese raro misterio de los cambios de nombre. Su verdadero nombre es María Estela pero se lo cambiaron por Isabelita porque rimaba con Evita.

Era para volver a traer el fantasma de Eva Perón, un propósito de crear carisma ante el pueblo argentino, que no funcionó. No se olvide que, después de la muerte de Perón, cuando Isabelita quedó al frente, el que verdaderamente quedó al frente fue el señor José López Rega y este señor, un perfecto aventurero, fue uno de los que organizó a fondo la desaparición y la exterminación de sus adversarios.

De modo, que eso viene de lejos. No se le puede atribuir a Videla únicamente.

—Como escritor célebre que es, usted ha tenido que conceder cientos de entrevistas a lo largo de su vida. ¿En qué forma logra compatibilizar los deberes de cortesía con la prensa y los intereses específicos de su tarea de creador?

—Es muy sencillo, una cuestión de instinto. Yo creo que tengo bastante instinto para darme cuenta, apenas empiezo a hablar con un periodista que viene a entrevistarme, si eso puede o no ser útil. Si considero que puede ser útil, sobre todo para la causa de América Latina, mi actitud no es antipática. Ahora bien, me ha sucedido muchas veces –y me sucederá– encontrarme con señores que lo vienen a entrevistar a uno con una ignorancia absoluta de su tarea.

Vienen por un deber profesional solamente. Eso me ha sucedido en España, en Italia, en Cuba…

Es el caso del señor al que hoy lo mandan a ver qué pasa en la corrida de toros de Sevilla y, al otro día, lo mandan a entrevistar a Luis Rosales. Eso no puede ser. No puede ser porque ese pobre señor, que tiene que cumplir con su tarea, se documenta a toda velocidad.

Pero… ¿qué clase de documentación puede conseguir en uno o dos días? En cuanto empieza a hacerte preguntas, te das cuenta de que eso no anda y, entonces, yo termino esas entrevistas en cinco minutos. De golpe, estoy muy ocupado o me llaman por teléfono.

No ha sido este el caso, pues ya se habrá dado cuenta de que el teléfono no ha sonado y Carol no ha venido a decirme que teníamos que irnos.

Fuente: El Viejo Topo

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