Para hacer frente a los riesgos y contingencias que atentan contra la capacidad para satisfacer las necesidades cotidianas de la vida humana, los diversos grupos humanos, han inventado medios y formas de organización para socorrer, a aquellos que por enfermedad, por inmadurez o por vejez, no están en condiciones de proveer a su propio sustento. A esa organización se le conoce hoy como Seguridad Social.
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Desde los albores de la humanidad y hasta antes del surgimiento de la propiedad privada, la protección de los niños, los ancianos y los enfermos era asegurada por la solidaridad irrenunciable de la tribu, el clan y la familia extendida.
Con el advenimiento de la propiedad privada y el surgimiento de las clases sociales, la solidaridad irrenunciable quedó restringida sólo a la capacidad de la familia. Por lo tanto, los huérfanos, viudas, ancianos y enfermos que carecían de familia, quedaban sin sustento y expuestos a los abusos de los poderosos. Con el objeto de proteger a la sociedad, de su erosión por los intereses económicos, desde el siglo XVIII a. C. surgen desde la religión, normas morales y jurídicas orientadas a regular la vida humana, limitar abusos y a proteger a los desvalidos y marginados.
Nos referimos al código de Hammurabi en Mesopotamia, el libro de los Muertos en Egipto y el Pentateuco de los israelitas.
En Grecia y Roma no hay sustento institucional para la solidaridad. Por eso, entre los siglos VII y V a.C. las reformas de Licurgo en Esparta y las de Solón en Atenas, así como la instauración de los Tribunos de la Plebe en Roma constituyen ejemplos de intentos que buscan atemperar la violencia de las luchas por los derechos “sociales” al interior de sociedades esclavistas y enormemente desiguales entre los propios ciudadanos libres.
Para enfrentar la pérdida de capacidad de trabajo por enfermedades, vejez u otras adversidades, a partir del 200 a.C comienzan a organizarse en Roma los “Collegia Artificum vel Opificum” agrupaciones de trabajadores por oficios, navegantes, panaderos etc, dando origen a sociedades “mutualistas y de socoros mutuos” cuyo sostenimiento era asegurado por los propios miembros de la agrupación.
El Estado Romano, con el objeto de dar estabilidad a su ejército, por el año 107 a.C. acoge la reforma de Cayo Mario para profesionalizar las legiones. Instituye salarios, atención de salud y jubilación a sus efectivos. Después de haber cumplido 25 años de servicio, los legionarios recibían un monto de jubilación que equivalía a una cierta cantidad de sueldos mensuales, más 1 lote de terreno agrícola, con el cual podían sustentar su vejez.
Además, los legionarios podían guardar parte de su sueldo, premios, primas e incluso parte del botín producto del pillaje en el banco de su Legión y retirarlo al momento de su jubilación. Esta fue toda una revolución que permitió que Roma reinara sobre el mundo aun por 5 siglos. Cuando estas garantías se erosionaron comenzó el principio del fin para el Imperio.
Después de la caída del imperio romano, los territorios se atomizan, desciende la productividad del trabajo y aumenta la inseguridad en el mundo geográficamente disperso de la alta edad media europea, la iglesia es la única institución que mantiene la unidad del mundo cristiano. Sobre la base del dogma de La Fe, la Esperanza y la Caridad, esta articula y organiza la solidaridad social y el auxilio a los desvalidos en torno de las parroquias, hospitales conventuales y leprosorios.
Más tarde, en la baja edad media, con el desarrollo de las ciudades, la iglesia continúa su labor de caridad, pero además, entre comerciantes y artesanos surgen procesos “asociativos” por oficios, estos se organizan en gremios, cofradías, hermandades y guildas. Su objeto era la solidaridad y ayuda mutua, a través de la atención médica, auxilio en la invalidez y en la vejez, así como el amparo a los huérfanos y viudas de los cofrades, financiado con las cotizaciones de todos ellos.
A partir del siglo XVIII y XIX, con la caída de los gremios y pequeños productores y el advenimiento de la sociedad de mercado. Las masas de cesantes y pobres por incapacidad, son acogidos por la iglesia y la beneficencia Real, mientras que los trabajadores en ejercicio, intentan protegerse de la adversidad organizándose en sociedades mutualistas. Pero, ni la fuerza de la beneficencia, ni la organización de los trabajadores, resultan suficientes para suturar la rotura del tejido social, iniciado por los cercados, la privatización de las tierras comunales y las condiciones de insalubridad y sobre explotación de los recintos industriales.
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El problema social se hizo grave y la situación política se tornó violenta y explosiva, dejando al desnudo, las profundas contradicciones de la sociedad, surgió con fuerza, lo que se llamó “la cuestión social” y obligó a que el Estado comenzará ocuparse institucionalmente de este problema a partir de la segunda mitad del siglo XIX. Así nacieron las modernas concepciones de la seguridad social y los sistemas de pensiones.