Daniel Ortega ha ganado su tercera reelección consecutiva, con 72,1% de los votos, pero con una altísima tasa de abstención cercana al 70%, según consigna la oposición, aunque según medios oficiales la participación llegó al 65%.
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Por el significado que tiene Nicaragua y la épica de la Revolución Popular Sandinista, es necesario, realizar un análisis desapasionado y crítico de su actual realidad y de los resultados electorales últimos. En este sentido es ineludible recordar que en junio pasado, el Consejo Supremo Electoral destituyó a 28 diputados de oposición del Congreso, pertenecientes al Partido Liberal Independiente (PLI) y al Movimiento Renovador Sandinista, intento no disimulado de Ortega por eliminar cualquier disidencia, que hiciera mella a su tercera reelección.
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En la práctica en las recientes elecciones Ortega no tuvo competidores verdaderos y obviamente triunfó.
A pesar de esta aprensión, una de las claves de los triunfos electorales de Ortega, ha sido la reafirmación de los derechos sociales que el FSLN encabezó durante la Revolución, lo cual es interpretado como la indiscutible voluntad de un gobierno que responde a las demandas más fundamentales de la población, y como consecuencia de aquello sigue contando con un respaldo mayoritario del pueblo nicaragüense.
La gratuidad de la educación, las políticas de salud, los planes de viviendas, las acciones en beneficio de la juventud, son éxitos de sus programas sociales. Un hecho interesante de consignar es la aplicación efectiva de políticas de equidad de género en la Asamblea Nacional con paridad de representantes hombres y mujeres.
Las cifras macroeconómicas igualmente son favorables. Según el Banco Mundial, para 2016, el pronóstico de crecimiento es de un 4.4 por ciento, con lo que Nicaragua se coloca en los primeros niveles de Centroamérica. Según la Encuesta de Medición de Nivel de Vida 2014, del Instituto Nacional de Información de Desarrollo, para el período 2009 a 2014 en Nicaragua hubo una disminución de 13 puntos en la pobreza nacional, que descendió de 42.5 a 29.6
% y la pobreza extrema disminuyó 6 puntos bajando del 14.6 por ciento a un 8.3 por ciento.
Igualmente, la inversión extranjera directa y el comercio también muestran perspectivas favorables. Aunque se argumente que la bonanza económica se deba a la ayuda venezolana (4.600 millones de dólares entre 2008 y 2015), es innegable que el país de Sandino presenta una situación económica expectante en el ámbito regional.
En este contexto favorable, guste o no, Ortega sigue siendo un mito de la revolución y debe parte de su popularidad y supervivencia a la reminiscencia de la Revolución Popular Sandinista, (1979 – 1990)
Pero cada vez más hay voces críticas hacia Ortega, primero por su afán de perpetuarse en el poder. Lo que arguyen los opositores, no necesariamente de derecha, sino muchos detractores provenientes del mismo sandinismo, es que al final de su nuevo mandato, en 2022, Daniel Ortega sumará 15 años consecutivos como presidente de Nicaragua, y si se considera su período como coordinador de la Junta de la Revolución Sandinista, cargo que ejerció de 1981 a 1985, así como su primera presidencia, de 1985 a 1990, sumaría 24 años al frente de los destinos de Nicaragua.
Pero a la vez, es necesario aludir a otro elemento que ha sido fuente de duras críticas, como es el preponderante rol de su compañera, Rosario Murillo, que primero fue el poder en las sombras, posteriormente, de hecho ejerció como Ministro del Interior, y en la actual fórmula ganadora del FSLN, se convierte en Vicepresidenta de la República.
Rosario, mujer poderosa, polémica e inteligente, tiene a su favor provenir de una familia de alcurnia política al ser sobrina nieta de Cesar Augusto Sandino. Según sus detractores, la familia presidencial, es un claro caso de nepotismo, que se interpreta como la fundación de una nueva dinastía, al estilo somocistas.
Otro flanco de críticas es que a partir del personalismo y populismo de Ortega y su compañera Rosario, los espacios democráticos se han ido anulando paulatinamente.
Para el escritor Sergio Ramírez, ex vicepresidente sandinista, el sistema democrático nicaragüense ha sido completamente aplastado y no queda nada más que una sumisión a un proyecto personal y familiar, que ha ido sumando poderes a través de la corrupción, la compra de voluntades, la sumisión y hasta el temor.
Ramírez, fue expulsado del FSLN en 1995 por atreverse a disputarle el poder a Ortega.
Según Ramírez, Ortega regresa a la presidencia en 2007, con la intención de no abandonarla nunca más y que no volvería a cometer el error de perder unas elecciones. Ortega, sigue pensando, que la democracia representativa no sirve para nada, que lo que se necesita es la democracia popular, donde hay un solo partido y no hay estorbos para pasar las leyes, expresa Ramírez, en declaraciones a la BBC.
Por su parte para el poeta Ernesto Cardenal, ex ministro de cultura, la experiencia revolucionaria, “fue una revolución muy bella, pero fue traicionada”. Lo que hay ahora “es una dictadura familiar de Daniel Ortega. Eso no fue lo que apoyamos nosotros”.
Sin embargo, no me arrepiento de haber apoyado ese proceso, afirma Cardenal, en declaraciones al Diario El Tiempo de Colombia. Cardenal abandonó el FSLN en 1994, en protesta contra la dirección autoritaria de Daniel Ortega, dando su apoyo al Movimiento Renovador Sandinista (MRS).
La escritora Gioconda Belli, combatiente del FSLN, comenta al Diario La Prensa de Managua, que “en términos estrictos, ahorita estamos en un sistema prácticamente monárquico. Porque es un sistema que está ungido. Hasta eso se ha dicho ¿no?, que Dios eligió a los diputados. Está ungido por Dios. Así pasaba en la Europa medieval, donde los reyes pasaban el poder que recibían de Dios a sus hijos, a la reina. Hay una visión de fortalecer el poder, no una visión de país”.
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Alusión a las reiteradas invocaciones a Dios en los discursos de Rosario.
Sólo queda esperar que los sueños de tantos en la Revolución Popular Sandinista, se hagan realidad en benéfico del pueblo en el marco de una democracia y no se esfumen en un régimen personalista y autoritario.
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