Rodolfo Walsh es varias cosas a la vez: periodista y escritor brillante, lúcido intelectual, militante comprometido y revolucionario a tiempo completo; hombre dueño de un valor a toda prueba e íntegro a carta cabal. A pesar de ello, o más bien por lo mismo, es también una de las figuras más injustamente olvidadas del panteón de héroes de la trepidante segunda parte del siglo corto de Habsbawm, en esta martirizada nuestra américa. Sea este modesto homenaje un grano de arena en la reivindicación de este luchador entrañable, insobornable e imprescindible. Adicionalmente, disponible para descarga la célebre Carta Abierta de un Escritor as la Junta Militar.
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Rodolfo Walh
Gabriel Martin (*)
A 30 años de su desaparición, este trabajo sobre Rodolfo Walsh revela aspectos desconocidos de su vida: el error de todas las biografías sobre su lugar de nacimiento, su entrevista con Perón y su amistad con Jorge Masetti cuando era miembro de la inteligencia cubana en su despacho en Prensa Latina. Para qué sirvió Operación Masacre y su influencia política.
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Por qué Walsh es el inventor mundial del género literario del policial negro. Su paso por Cuba y el regreso a la Argentina. El Walsh poeta y escritor de cuentos, y su regreso al periodismo.
El sueño cumplido de Walsh: escribir y poner sobre tablas obras teatrales que tuvieron éxito. Su relación con el peronismo, y su introducción a la militancia política con Raimundo Ongaro, luego del encuentro con Perón en España, en la CGT de los Argentinos.
Por qué y con qué fines escribió » ¿Quién mató a Rosendo? «. Cómo fueron los primeros pasos de Rodolfo Walsh hacia el compromiso revolucionario contra las dictaduras. Walsh y el peronismo. Su militancia en las FAP (Fuerzas Armadas Peronistas) y su paso a Montoneros, y su orgullo de ser «combatiente».
Un análisis sobre la discusión con Montoneros, la propuesta del regreso a las bases contra el camino militarista. ANCLA, la herramienta de prensa clandestina. La Carta Abierta a la Junta: lo que hoy se deja de lado de ella.
La muerte de Walsh: como ocurrió y los miembros de la ESMA que participaron de su secuestro y desaparición. Por qué Massera lo quería vivo. La histórica Carta Abierta a la Junta Militar, y el Documento a la Conducción de Montoneros. Quienes lo asesinaron.
“Sólo un débil mental puede no desear la paz. Pero la paz no es aceptable a cualquier precio” (Rodolfo Walsh)
Introducción
“Nuestras clases dominantes han procurado que los trabajadores no tengan historia, no tengan doctrina, no tengan héroes ni mártires. Cada lucha debe empezar de nuevo, separada de las luchas anteriores: la experiencia colectiva se pierde, las lecciones se olvidan. La historia aparece así como propiedad privada, cuyos dueños son los dueños de todas las otras cosas”. Rodolfo Walsh
Rodolfo Walsh es uno de los personajes emblemáticos más manipulado, ocultado o cercenado según la conveniencia de quien se lo pone en boca. Walsh es un todo, y debe ser tomado como tal. Con aciertos, errores y contradicciones propias de los convulsionados años que vivió.
Ocultado por el periodismo mercenario, que prefiere recordarlo en el mejor de los casos como “un buen periodista”, sin profundizar la tarea que realizó en el violento oficio de escribir. La izquierda liberal (1) toma al Rodolfo Walsh como periodista que puso todo, rescata su compromiso y coherencia, pero esconde la identidad política que adoptó en sus últimos años, los de mayor compromiso militante, dentro del movimiento peronista.
Cercenado por otros como un buen novelista y sin nada en el medio, saltó una mañana de su cama para escribir la Carta Abierta a la Junta Militar (Videla, Massera y Agosti), y ser desaparecido el 25 de marzo de 1977, en la más brutal de las cavernas de la represión conocida como Escuela de Mecánica de la Armada.
Pues en todo caso, Rodolfo Walsh fue un hombre que se ganó la vida como traductor, vendedor de antigüedades, esporádico escritor, dramaturgo, novelista, inquieto periodista, poeta, agente de inteligencia de la Revolución Cubana, y militante comprometido.
Un Rodolfo Walsh que en 1955 vio con buenos ojos el derrocamiento de Juan Domingo Perón hasta darse cuenta de lo que en realidad estaba pasando; que viajó a La Habana para ser uno de los primeros hombres en formar la mítica Prensa Latina, lapso en que aprendió el marxismo sin abrazarlo, discutiendo entre mate y mate con Ernesto Che Guevara; para volver en un triste retorno buscando dónde encajar, participando inclusive en alguna reunión del naciente grupo nacionalista Tacuara del que se alejó de inmediato, hasta ingresar finalmente al peronismo revolucionario dentro de las FAP (Fuerzas Armadas Peronistas) y la combativa CGT de los Argentinos, enrolándose finalmente en Montoneros, donde militaría hasta su muerte a mano de los sicarios de los Grupos de Tareas de la Marina.
Esto y mucho más, fue Rodolfo Walsh. Por eso este número de Prólogo está dedicado a una aproximación a Walsh, sobre quien existe una extensa bibliografía. Para hacer una síntesis, abrimos una ventana a un hombre que fue por su coherencia y consecuencia, un ejemplo.
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Walsh
En todos los libros publicados de y sobre Rodolfo Walsh, citan su nacimiento en Choele Choel, pequeño pueblo de la provincia de Río Negro. Sin querer, hasta la fecha, todos han incurrido en un error: Walsh nació en el pueblo de Lamarqué el 9 de enero de 1927, constatado por el juez Pedro Hilderman, figurando como testigos el comerciante José María González y el comisario Antonio de la Rosa.
El pequeño error se debe a que Lamarqué, ciudad fundada en el año 1900, fue reconocida con ese nombre recién en 1947 por el Decreto 11.593. Hasta el día en que Alcira Zuain asistiera a Dora Gil en el parto de Rodolfo Walsh, el pueblo era conocido como Colonia Nueva del Pueblo Choele Choel.
Efectivamente, a 19 kilómetros de allí se halla el pueblo de Choele Chole, ubicado al igual que Lamrqué, en el Valle Medio de Río Negro. Este hecho anecdótico pareciera premonitorio: paradójicamente un hombre que debió permanecer en la clandestinidad no tenía lugar de nacimiento.
Rodolfo Walsh es un desaparecido que nació en ninguna parte y murió en ningún lugar, como si no hubiese existido.
Lo que nadie sabía, es que ese 9 de enero de 1927, en aquel indefinido pueblo habían parido a uno de los intelectuales más brillantes y militante más comprometido con las causas populares.
Durante la entreguerra, en nuestra primera Década Infame, Rodolfo Walsh fue alumno internado en un colegio irlandés para pobres de Capilla del Señor. La sangre irlandesa que corría por sus venas lo haría vanagloriarse de gran bebedor, que demostraría en largas rondas de ron durante su paso por Cuba.
También esa sangre lo perfilaba como peleador, aunque en definitiva, su lucha más destacada la dio desde la inteligencia. En pleno proceso de reconstrucción nacional, en 1944 comenzó a trabajar como corrector y traductor de la editorial Hachette, y ya en 1951 ingresó en el oficio que revolucionaría con su pluma: el periodismo. Comenzó en las revistas Leoplán y Vea y Lea.
En esa década, el diario La Nación lo buscó para incorporarlo a sus filas de redactores, pero Walsh se negó por bien considerarlo un órgano de prensa de la oligarquía nacional. No lloró junto al pueblo el derrocamiento de Perón, a quien veía como un tipo autoritario, especialmente con la prensa.
Pero esta definición que tuvo ante el diario de la familia Mitre, vocera de la oligarquía vacuna, nos arroja una primera muestra de que Walsh siempre tuvo bien definido al enemigo, y prefería el hambre y la escasez, que más de una vez le tocó soportar, a prostituirse para ser cooptado por la derecha aglutinada en aquel engendro de la Unión Democrática que hermanaba al Partido Comunista con la Embajada de Estados Unidos, como se vio en el acto de cierre de campaña de la Unión Democrática en el Luna Park donde la foto de Stalin estaba acompañada por la de Harry Truman, aquel presidente estadounidense que no vaciló en fraguar una maniobra militar para justificar el horror de la utilización de bombas atómicas, en dos ocasiones, sobre la población civil de Japón.
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Autor de novelas policiales para pobres
“Hay un fusilado que vive”
Operación Masacre
Walsh planeaba escribir a largo plazo, invertir años, en una “novela seria”. El 9 de junio de 1946, el General Juan José Valle junto a un pequeño grupo de militares y militantes peronistas intentaron un golpe para derrocar a la “Revolución Libertadora”, que había quebrado la democracia para expulsar a Perón y erradicar ridículamente, por decreto, al movimiento obrero peronista, con el dantesco Decreto-Ley 4161 que castigaba con pena monetaria y prisión a todo aquel que pronunciara el nombre del “tirano prófugo” (Perón), su fallecida esposa (Eva Perón), y todas las expresiones tales como “peronismo”, “peronista”, “justicialismo”, etc…
Lo precedían diez años en el periodismo mientras jugaba al ajedrez en un bar, cuando su vida daría un vuelco definitivo. El fracaso del intento revolucionario de Valle era silenciado, hasta que por casualidad pura, llegó a Walsh un hombre que le dijo la cinematográfica frase: “Hay un fusilado que vive”.
Se trataba de uno de los hombres que fueron llevados a un basural de José León Suárez y por orden presidencial, fueron rociados a balazos. La “novela seria” de Walsh quedaría para nunca, empezaba ahora un camino inesperado donde las piezas de ajedrez quedaron inmutables para aquel hombre que en vez de expresar indignación y enojo, eligió el camino de la denuncia para evidenciar el carácter de la represión instalada en la Argentina desde el 16 de septiembre de 1955 y que, con creciente violencia, seguiría usurpando alternativamente el poder hasta 1983.
Así nació su obra más famosa, “Operación Masacre”, que desenmascarando a Rojas y a Aramburu, prologaba a Massera y Videla. Obra que influenció en la indignación de gran parte de la militancia peronista, y la que se incorporaría al peronismo revolucionario en la década del ’60 y ’70: allí estaba el enemigo, actuando clandestinamente, torturando y asesinando, fraguando una supuesta legalidad contra los “insurrectos” que no hicieron más que alzarse en armas contra una dictadura buscando el retorno de la democracia, cumpliendo incluso con el mandato de la Constitución Nacional que otorga el derecho de alzarse en armas en defensa de la misma.
El propio Perón, le reconocería cara a cara a Walsh la impagable deuda que el peronismo tenía con él, por este trabajo, en un breve encuentro en Madrid. En el terreno literario, esta investigación novelada, inauguraría el género del “policial negro”. Durante décadas, este título lo detentaba Truman Capote con su trabajo “A Sangre Fría” (1966), hasta que mundialmente se comenzó a saber que Walsh se había adelantado varios años.
“Operación Masacre” logra su cometido: demuestra los fusilamientos a mansalva, sin siquiera el amparo de la Ley Marcial detrás de la que buscaron escudarse los genocidas de turno, y que la orden de apretar el gatillo arteramente había partido desde la mismísima Casa Rosada.
Emprendió así su primera experiencia clandestina.
El “fusilado que vive” era Juan Carlos Livraga, que había escapado del basural de José León Suárez y dio con Walsh. La investigación lo ocupó aproximadamente un año, tuvo que abandonar su casa por precaución, cargando una cédula falsa que le daba el nombre de Francisco Freyre, y un revolver con apenas seis tiros.
Así como Walsh había tomado la tajante decisión profesional de no trabajar para La Nación, en su estilo de redacción también toma una posición en “Operación Masacre” como en el resto de sus obras.
Escribe sencillo, impactando rápidamente, comprensible para el lector popular, sin hacer alarde de su gran formación intelectual pero usando la misma intencionalmente para su cometido. Como Roberto Arlt, toma a los personajes del pueblo tal cual son.
No se encolumna en los espejos de Borges, genial escritor mimado por la oligarquía, también con una alta solidez intelectual de la que Walsh no tenía nada que envidiar. Simplemente, Walsh era un genio opuesto, no miraba a la Europa que no le pertenecía, sino que escudriñaba en el hombre común, porque “sus ideas son enteramente comunes, las ideas de la gente del pueblo, por lo general acertadas con respecto a las cosas concretas y tangibles” (2).
Los diarios no reflejaron la historia que develara Walsh. Las editoriales, que ante una novela que tiene a “un fusilado que vive” se la hubiesen disputado agregando ceros a los cheques, lo esquivaron. Pero “caminando por los suburbios del periodismo”, como dijo Walsh, fue a parar a un sótano y salió editado, desprolijo, en papel berreta.
Todo gracias a un gremialista anónimo que le dio para adelante con la impresión, a quien Walsh resaltaría pese a verlo temblar por el material que tenía en sus manos:
“No es un héroe de película, sino simplemente un hombre que se anima, y eso es mucho más que un héroe de película”.
Luego, desde el 27 de mayo hasta el 29 de julio, “Operación Masacre” fue publicada en nueve partes en la revista Mayoría.
“Los militares de junio de 1956, a diferencia de otros que se sublevaron antes y después, fueron fusilados porque pretendieron hablar en nombre del pueblo: más específicamente, del peronismo”.
(Rodolfo Walsh, 1967)
Tiempo después, Walsh se expresaría completamente frustrado con este trabajo. Esperaba que se haga justicia. Le había entregado una copia dedicada de “Operación Masacre” al presidente Frondizi. Consideraba que el caso de los fusilamientos, que rebautizaría al golpe del ’55 como la “Revolución Fusiladora”, estaría en pie todos los años que fuese necesario, pero en 1964 Walsh escribió:
“Este caso está muerto”. Uno de los motivos de la sensación de injusticia que lo inundaba era que “Frondizi lo ascendió a Aramburu”. Faltaban apenas seis años para que las “gentilezas” de Aramburu le sean devueltas, siendo fusilado por el Comando Juan José Valle, de la organización Montoneros, en un sótano de una estancia bonaerense.
En 1971, en plena clandestinidad y ante las botas del dictador Alejandro Agustín Lanusse, Jorge Cedrón llevó a formato cinematográfico “Operación Masacre”, finalizada un año más tarde.
Y fue en esa clandestinidad en la que miles de personas pudieron conocer por ese medio la brutalidad de la oligarquía, gracias al trabajo de la Juventud Peronista, el Peronismo de Base, junto a agrupaciones gremiales y estudiantiles, que la exhibieron más de cien veces en oscuros lugares en plena dictadura.
Rodolfo Walsh decidió incorporar a este formato un guión con el testimonio de Julio Troxler, uno de los sobrevivientes de los basurales, para que sintetizara la experiencia de la resistencia peronista sobre las imágenes que se sucedían, y que para Walsh, era el broche final del libro, con pasajes lapidarios como los siguientes:
“El peronismo era la clase trabajadora que no puede ser destruida, el eje de un movimiento de liberación que no puede ser derrotado”
“La única revolución definitiva es la que hace el pueblo y dirigen los trabajadores”
“Los que habían firmado penas de muerte, sufrían la pena de muerte. Los nombres de nuestros muertos, revivían en nuestros combatientes” (Sobre el Aramburazo)
En Cuba
A fines de la década del ’50, Walsh tenía con una creciente obsesión por los barbudos cubanos, que de la nada, sin apoyo de nadie, habían encarado una empresa quijotesca, que terminaría siendo una revolución triunfante.
En esa isla caribeña se había producido una revolución socialista de carácter nacional, antiyanqui, popular; con todas las medidas que toma de inmediato, tales como las expropiaciones de las empresas estadounidenses, reforma agraria y la inclusión de toda la sociedad en un proyecto de país que hasta entonces estaba reducido a un burdel de los Estados Unidos, y que dejaba a todos los “revolucionarios de izquierda” a contramano, porque en la Sierra Maestra no había Hegel ni dialéctica, el marxismo casi ni se nombraba, poco había allí de teoría de revolución permanente o de “etapismo”, casi ninguno de los revolucionarios del Movimiento 26 de Julio sabría de la existencia de Rosa de Luxemburg.
Los dogmáticos que recitan de memoria “El Capital” como los evangelistas al Nuevo Testamento, no podían entender que lo único en común que tenían Fidel, Camilo Cienfuegos y el Che con Marx, era la barba.
Rodolfo Walsh en los Servicios Especiales de Prensa Latina
Walsh participaba de círculos culturales pequeño burgueses, de clase media, donde la política no existía. Atrás había quedado su paso por la Alianza Libertadora Nacionalista, pero en esos ámbitos Walsh empezó a hablar de Cuba y de sus intenciones de conocer aquello por dentro.
Los revolucionarios cubanos habían tenido la idea de tener una agencia de noticias propia antes de la toma del poder. De hecho, Jorge Ricardo Masetti había entrevistado a Fidel y al Che en el otoño cubano de 1958 y cuando volvió a la Argentina comentó a un grupo de periodistas el proyecto de la agencia Prensa Latina.
Masetti volvió a Cuba el 9 de enero de 1959, ocho días después que triunfaran los revolucionarios. El 17 de abril de 1959 nació formalmente Prensa Latina (PL) o “Prela” como se la conociera en la jerga periodística, con Masetti como jefe. El primer cable fue emitido el 16 de junio de 1959.
Walsh organizó la sede de PL en Río de Janeiro en mayo del ’59 y dos meses más tarde arribaría a Cuba. Se conformaría un trío notable: el Che tenía 31 años, Walsh 32 y Masetti 30. Los tres compartirían reuniones de mate en los despachos de Prensa Latina cuando el Che terminaba pasada la medianoche sus labores ministeriales y Walsh seguía enroscado en sus trabajos como responsable del Departamento de Servicios Especiales, donde despuntaba sus primeros pasos en inteligencia, analizando cables encriptados y estudiando libros de criptografía para tratar de saber qué decían.
Con Masetti, Walsh recibió instrucción militar, cuestión que tomó como otra etapa de preparación política y se destacó, pese a sus lentes, por su pulso y puntería.
Sin medallas ni bronces, Walsh tuvo un papel decisivo en la historia de la Revolución Cubana. Taciturno, callado, metódico, aficionado al ron y encerrado en su mundo, Walsh recibió un día un cable comercial de la “Tropical Cable” que no le cerraba, era demasiado largo y en clave.
Comenzó a aplicarle los métodos de criptografía para saber qué quería decir aquel papel que tenía en las manos: con meses de anticipación, Rodolfo Walsh descubrió que estaba dirigido a Washington desde la Embajada yanqui en Guatemala, y en ese país, en la estancia Ratalhuleu, la CIA financiaba, adiestraba y equipaba a un ejército de “gusanos”, junto a los planes y punto de desembarco donde intentarían una invasión a Cuba para derrocar a Fidel Castro, que sucedería en Playa Girón, el 17 abril de 1961, precedido por bombardeos sobre La Habana dos días antes.
El resto lo pusieron los revolucionarios cubanos: cuando llegaron para el desembarco, apoyados por aviones de la Marina estadounidense sin bandera identificatoria, los cubanos llevaban semanas esperándolos y abortaron en poco tiempo la agresión imperialista.
Los cables interceptados, iban y venían de la Embajada de EE.UU. en Guatemala y los cuarteles de la CIA, y Masetti se los daba a Walsh con al esperanza que los descifrara. Desde su precario cubículo de Prensa Latina, Walsh informó al gobierno cubano la cantidad de hombres, nombre de las embarcaciones, apoyo aéreo y estrategias que la CIA pensaba indescifrables.
Antes de irse de Cuba, Walsh había preparado sistemas de criptografía para ser utilizados por los cubanos, tanto en la Isla como en las comunicaciones con el exterior.
El motivo que impulsó a Walsh a irse de Cuba fue básicamente la disputa de poder entre las organizaciones políticas: el Movimiento 26 de Julio, de Fidel y el Che, el Directorio Revolucionario, por un lado, y el PSP (Partido Socialista Popular) por el otro, que fuera pro estadounidense en años de la Segunda Guerra y ahora era el ariete de las órdenes de Moscú.
Hacia el interior de Prensa Latina, el PSP le hizo la vida imposible a Masetti y buscaban imponer en la agencia los criterios de TASS, la agencia de noticias de la URSS, básicamente dividiendo las aguas entre los extranjeros, como Masetti, Walsh y decenas de periodistas más, y los cubanos.
Ya en la Argentina, con todas las broncas por las internas y discordias sembradas por los adictos a Moscú, Walsh escribiría en 1965 una autodefinición en su camino político:
“Soy lento, he tardado quince años en pasar del mero nacionalismo a la izquierda”.
De regreso
Rodolfo Walsh regresa a la Argentina en el otoño de 1961 después de una estancia de dos años en Cuba, con algunas broncas y mucho bagaje político nuevo aprehendido como partícipe de la revolución triunfante cubana.
En sus primeros años de vuelta en el país, mientras se ganaba el pan en la compra y venta de antigüedades, Walsh se refugia en la literatura y en su casa en el Tigre, escribiendo cuentos como “Esa Mujer”, “Corso”, “Fotos” y “El Soñador”, compilados en 1966 en la publicación del libro “Los oficios terrestres”.
David Viñas diría:
“‘Esa Mujer’ es uno de los mejores cuentos argentinos, y ambos (NR: se refiere a Ese Hombre), son mejores que los de Borges. Walsh es el mejor escritor de mi generación, así como García Lorca fue el mejor escritor, el emergente de la generación del ’27 de Espala y fue asesinado por el fascismo de su país, Rodolfo fue asesinado por el fascismo de este país”.
También es en estos años, promediando los ’60, cuando Walsh comienza a escribir artículos de investigación en la revista Panorama. El 22 de abril de 1965 se pone sobre tablas en el Teatro San Telmo su primera obra teatral, “La granada”, que permaneció dos años en cartel. La obra era una sátira contra el Ejército y con un mensaje que lo arrimaba a la postura que adoptara como militante: la peligrosidad del individualismo.
La otra obra, del mismo carácter satírico de lo militar se llamó “La batalla”, que elaboró paralelamente pero nunca fue puesta en escena.
Por esos años Walsh se había acercado al “Malena”, nombre simpático que se pusiera la agrupación guevarista Movimiento de Liberación Nacional (MLN), donde militaba su hija Vicky Walsh.
Walsh y el peronismo
“Es posible que Aramburu, además del monumento gorila, llegue a merecer la cantata expiatoria de un Sábato futuro” Rodolfo Walsh
Fue un largo recorrido el que transitó Rodolfo Walsh hacia el peronismo. Él mismo había simpatizado con el derrocamiento de Perón, hasta su inserción en el movimiento peronista como un hombre más, en su creencia del héroe colectivo. En definitiva, Walsh fue un hombre que estaba donde se debía estar: por donde pasaba la historia.
Walsh tuvo inicialmente simpatías hacia el gobierno de Juan Domingo Perón tras su juvenil acercamiento a la Alianza Libertadora Nacionalista (ALN), nacida en 1937 producto del crecimiento de la Unión Nacionalista de Estudiantes Secundarios (UNES), cuyo órgano de prensa era la revista Tacuara.
Los postulados de este grupo catalizaban las inquietudes militantes de miles de jóvenes que no aceptaban las posturas del comunismo vernáculo, reivindicaban el carácter nacionalista del gobierno de Hipólito Yrigoyen, rechazaban a los dirigentes políticos tradicionales y buscaban conformar una base popular tras los reclamos de la justicia social y la reforma agraria, descartando al comunismo y al capitalismo y con un fervoroso odio a la oligarquía argentina, acompañada por un catolicismo ortodoxo que abrazaba el antisemitismo.
Durante la Década Infame surgió para el nacionalismo una de las corrientes de mayor sustento, el revisionismo histórico y la reivindicación de Juan Manuel de Rosas como defensor de la soberanía nacional; al mismo tiempo que los gobiernos hasta entonces eran súbditos del imperialismo inglés, por lo que otra bandera que levantaba la ALN era la recuperación de las Malvinas.
El hecho que dividió las aguas profundamente fue el pacto Roca-Runciman, que dejaba a la Argentina virtualmente como una semicolonia británica, exaltando las reivindicaciones nacionales ante el silencio cómplice del comunismo argentino.
La capacidad de convocatoria de esta corriente nacionalista que atraía a miles de adolescentes, encontraría entre sus filas a un lampiño Jorge Ricardo Masetti, líder del EGP (Ejército Guerrillero del Pueblo) que instalara un foco guerrillero en Salta como apoyatura a la revolución que el Che Guevara intentó realizar en Bolivia para traerla a la Argentina.
Al mismo tiempo, Rodolfo Walsh pasó por la ALN sin saber que años más tarde trabajaría junto a Masetti en Prensa Latina, al servicio de la Revolución Cubana, bajo las órdenes del mismo Che.
Esa reivindicación del nacionalismo lo había acercado inicialmente al peronismo, hasta que tras la crisis final del segundo gobierno de Perón, la apertura a negociar con los Estados Unidos fuera percibida como una traición.
La participación de Walsh en la ALN fue periférica, de simpatía inicial, aunque años más tarde escribiría que “la Alianza fue la mejor creación del nazismo en la Argentina. Hoy me parece indudable que sus jefes estaban a sueldo de la embajada Alemana (…) Sin embargo la Alianza encarnó la exageración de un sentimiento legítimo que se encarrilló masivamente en el peronismo” (3).
Walsh había abrazado la postura del golpe del ’43 que terminaba con la Década Infame, y estaba contra los liberales y los marxistas, teniendo una simpatía inicial con el peronismo, que acabó cuando el nacionalismo rompe con Perón tras la adhesión de posguerra al tratado de Chapultepec.
Es así que, en papel, admite y justifica sus iniciales simpatías al golpe oligárquico-militar de 1955, “porque abrigué la certeza de que acababa de derrocarse un sistema que burlaba las libertades civiles, que negaba el derecho de expresión, que fomentaba la obsecuencia” (4).
Años más tarde descubrió en carne propia el verdadero significado de esa “Libertadora” y su mentor, Pedro Eugenio Aramburu. Comparó al dictador Aramburu y a sus partidarios:
“Como Lavalle, asesino de Dorrego, habría cometido los hechos terribles que cometió bajo la influencia de consejeros solapados: bastaba cambiar el nombre de Salvador del Carril por el de Américo Ghioldi”, el paladín del Partido Socialista que fuera embajador en Lisboa nombrado por Jorge Rafael Videla.
Walsh, gracias a la aparición del “fusilado que vive”, se encontraría también con otra realidad que él mismo describiera: “El gobierno de Aramburu encarceló a millares de trabajadores, reprimió cada huelga, arrasó la organización sindical. La tortura se masificó y se extendió a todo el país.
El decreto que prohíbe nombrar a Perón o la operación clandestina que arrebata el cadáver de su esposa, lo mutila, lo saca del país, son expresiones de un odio al que no escapan ni los objetos inanimados, sábanas y cubiertos de la Fundación Eva Perón incinerados y fundidos porque llevan estampado ese nombre que se concibe como demoníaco. Pocas veces se ha visto aquí ese odio, pocas veces se han enfrentado con tanta claridad dos clases sociales”.
Aunque pareciera que aún Walsh no reconoce bien alguno al gobierno peronista que criticara, se profundizaba el modelo que la oligarquía imponía con las baylonetas de Aramburu:
Su gobierno modela la segunda Década Infame, aparecen los Alsogaray, los Krieger Vasena que van a anudar prolijamente los lazos de dependencia desatados durante el gobierno de Perón
Para 1956 los nacionalistas habían roto con la “Revolución Libertadora”; y luego de que salieran publicados en formato de artículos en la revista Mayoría, dirigida también por otros dos nacionalistas, los hermanos Tulio y Bruno Jacovella, paradójicamente sería Marcelo Sánchez Sorondo, un alucinado antiperonista, quien publicara con su editorial el libro “Operación Masacre”.
El 13 de mayo de 1966, a pocos días que Onganía asaltara el poder, en el bar “La Real” de Avellaneda se dio un enfrentamiento sindical entre vandoristas y un grupo que enfrentaba al pactista “Lobo” Vandor, donde resultan tres muertos, del que uno de ellos, Rosendo García, le hacía sombra al propio Augusto Timoteo Vandor, líder de la CGT.
Vandor promovía el “peronismo sin Perón” y el lema: “Para salvar a Perón, hay que estar en contra de Perón”. Ante el golpe de Estado, desde Madrid, Perón lanzó su “desensillar hasta que aclare”, lo que en una gran parte del movimiento peronista tuvo la reacción inversa y se comenzó a radicalizar el estudio del modo de lucha. A la derecha de Onganía, durante su asunción, estaba Vandor.
Fueron años difíciles para Walsh. Volvió de Cuba con una mochila de broncas tras su paso por Prensa Latina por la intromisión del Partido Comunista y la presión soviética, y a los pocos años mueren dos personas muy cercanas: Masetti muere con el EGP en Salta en 1964, y tres años más tarde, Ernesto Che Guevara.
Con ambos Walsh entablaría una estrecha amistad, Masetti era su jefe y solían encerrarse en su despacho a trasnochar con discusiones políticas tomando mate, a las que muy frecuentemente se sumaba el Che.
“Todos los peronistas estamos en deuda con él”. Juan Domingo Perón
En 1967 Walsh es invitado nuevamente a La Habana para participar en un congreso en Casa de las Américas, junto a Paco Urondo y León Rozitchner, que se realizó en febrero de 1968. El viaje se hacía con varias escalas, y la vía europea partía desde Checoslovaquia.
De regreso y en su escala madrileña, por intermedio de Jorge Antonio, Walsh tuvo la oportunidad de conseguir una reunión con Juan Domingo Perón.
A la salida del encuentro, Perón le presenta a Raimundo Ongaro, un ejemplo de sindicalista combativo, coherente y humilde, y la introducción de Perón sobre Walsh fue contundente:
“Este es un hombre que aunque no sea peronista, todos los peronistas estamos en deuda con él. Es el autor de Operación Masacre”.
A lo que Ongaro responde:
“Qué peronista no puede conocer a Walsh después de Operación Masacre”, antes que Perón los convidara a reencontrarse en Buenos Aires.
Ese encuentro con Ongaro terminaría por acercar a Walsh al peronismo y a conocer de cerca al movimiento obrero, desde la redacción del diario de la CGT de los Argentinos, y cara a cara, en los barrios.
Del encuentro con Perón puede dilucidarse que, aunque no se conozca la charla, fue meramente política más allá que Walsh haya buscado el encuentro por curiosidad periodística, ya que no salió de allí ninguna entrevista para publicar. El resultado inmediato de esa reunión fue un nuevo cuento de Walsh, “Ese Hombre”, impactado por la personalidad e intelecto del líder exiliado, como le dijera a su esposa, Lilia Ferreyra.
El protagonista de“Ese Hombre” no es otro que el mismo Walsh, que se encuentra con “el Viejo” (aludiendo a Perón) que le pregunta “¿Cómo están por allá?”, guiño de que Perón sabía que Walsh volvía de Cuba, y una referencia a Ernesto Guevara cuando menciona “la firma brevísima del gran muerto reciente”. Se sabe, Guevara firmaba simplemente “Che”.
Ya en Buenos Aires comenzaba una nueva historia. Perón deshizo el “desencillar hasta que aclare” y comenzó a hostigar a la dictadura de Onganía. Uno de los pasos era la creación de una central sindical combativa, conformándose en el plenario del 28 y 29 de marzo de 1968 la CGTA, con Walsh dentro de sus filas, y la conducción de Raimundo Ongaro.
De inmediato se pone en marcha la publicación semanal llamada CGT, de la cual Walsh era director y escritor de la mayoría de los artículos, donde convocó a Rogelio García Lupo y a Horacio Verbitsky. Walsh sólo respondía directamente a Ongaro.
Rodolfo Walsh había dicho:“Estuve a punto de caer en la trampa cultural”, ya que podrían haberlo llenado de lauros tras el éxito de sus cuentos. Ahora tenía delante de sí un desafío colectivo y con el CGT buscó darle un carácter argumentativo a la clase obrera en su lucha, y no hacer un panfleto de consignas huecas, brindando elemento de concientización política, al mismo tiempo que el propio Walsh hacía su experiencia dentro de la CGTA, opuesta a la oficial vandorista.
Esta experiencia lo tendría a Walsh en la marea del movimiento obrero luchando contra la dictadura militar, que lo llevó a estudiar de cerca el saqueo económico y el entreguismo de los pactistas para producir material de agitación, en el marco de la estrategia de la CGTA de derrocar a la dictadura y traer a Perón nuevamente al país.
Allí lo encontraría el Cordobazo, el Rosariazo y cuanto estallido antidictatorial del movimiento obrero hubiere, al que se plegó el movimiento estudiantil, y terminarían dando el mentón de Onganía contra la tierra. También mientras trabajaba allí, Walsh comenzó la investigación de los hechos de “La Real”, algo que habría sido encomendado por el mismo Perón.
Y Walsh comienza a tomar mayor contacto con el peronismo revolucionario a medida que compartía horas con los protagonistas, víctimas de las balas vandoristas.
Luego de “Operación Masacre”, el otro hito de la investigación de Walsh es ¿Quién mató a Rosendo?, aunque éste tuviera una clara dirección política hacia los trabajadores. Trata de los hechos acontecidos en 1966 en la confitería de Avellaneda, que tuvo por protagonista a la patota de Vandor.
La investigación que había salido también como artículos seriados en el semanario de la CGTA desde el 16 de mayo de 1968, fue publicado en formato libro en 1969, pocos meses después de que Augusto Timoteo Vandor sea ultimado a balazos en su despacho, el 30 de junio de 1969.
La investigación que llevaba adelante Walsh era apoyada por Cooke, su esposa Alicia Euguren y militantes de la Acción Revolucionaria Peronista (ARP), aunque de casualidad Walsh y Cooke tuvieron poco trato, y nada indica que se conocieran en Cuba pese a que ambos estuvieron trabajando al mismo tiempo contra la invasión yanqui de Playa Girón, Walsh en inteligencia, Cooke como miliciano.
En aquella noche, los hechos de “La Real” se produjeron mientras un grupo de sindicalistas de Avellaneda, encuadrado en la ARP de Cooke y opositor a Vandor, fue atacado a balazos por una patota vandorista que llegó minutos después. Del grupo de Avellaneda fueron muertos Domingo Blajaquis y Juan Zalazar (ambos de la ARP) y Rosendo García, de la propia facción vandorista.
A diferencia de “Operación Masacre”, donde la investigación denuncia y desenmascara la criminalidad de Aramburu sin tomar partido, en “¿Quién mató a Rosendo?” Walsh escribe tomando partido por las víctimas, pero por una convicción política que lo abrazaba en el peronismo revolucionario y es por eso que en todo el libro no hace mención a que las víctimas militaban en la ARP.
Y tuvo un resultado político directo: José Alonso, quien había sido derrocado como secretario general de la CGT en la estrategia de Vandor por tomar ese cargo, viaja a Madrid para reunirse con Perón quien le dice que hay que trabajar por la unidad del peronismo y para ello debe excluirse a Vandor, Rogelio Coria, Jerónimo Izetta y Adolfo Cavalli, todos “neoperonistas” que querían desplazar a Perón como jefe efectivo del movimiento.
La mesa compuesta por militantes de la ARP y sindicalistas antivandoristas contaba con Francisco Alonso, Raimundo Villaflor (quien luego sería líder de las FAP, desaparecido el 4 de agosto de 1979 en la ESMA. Estuvo en Cuba para instrucción militar en 1964 y luego partió a Vietnam donde participó en combate contra los invasores yanquis, a quienes les derribó un avión con una bazooka), Rolando Villaflor, Ignacio Gomar identificado como “Horacio”, Francisco Granato, y las víctimas fatales, Domingo Blajaquis y Juan Zalazar.
Además de la exhaustiva investigación, Walsh directamente actuó como un hombre de inteligencia: se mudó, trabajaba bajo el nombre de Norberto Freyre y se infiltró en el bando enemigo. Luego que saliera publicado el primer artículo sobre los hechos de “La Real”, Walsh se hizo pasar por enviado de Perón, con quien se había entrevistado dos meses antes, y el 25 de mayo de 1968 entrevistó a Norberto Imbelloni, hombre de la patota de Vandor que lo recibió custodiado por toda una banda vandorista.
Walsh fue acompañado por Rolando Villaflor, armados apenas con un grabador, a la boca del Lobo. Walsh jugaba a una especie de careo “pacificador” hasta que Imbelloni sintió que no era acusado y contó todo.
En el Teatro Roma, a media cuadra de La Real, se estaba realizando un plenario justicialista donde una de las corrientes impulsaba la candidatura a gobernador de Buenos Aires de Rosendo García, secretario general adjunto de la Unión Obrera Metalúrgica (UOM), de la Siam Electrodoméstica. Pero Augusto Timoteo Vandor era el máximo líder de la UOM proveniente de la fábrica de Philips, con aceitados contactos en la Embajada de los Estados Unidos y la CIA en Argentina, y ya estaba trabajando para el golpe de Onganía: tenía que sacarse a Rosendo García del medio.
Cuando entró Augusto Vandor con Rosendo García y su patota a La Real, todo se puso peor que tenso. El grupo de Avellaneda estaba desarmado según indican los testimonios, no obstante llegó la balacera desde las mesas vandoristas, dando por muertos a Blajaquis y a Zalazar. Pero también a Rosendo García, y tal como pudo establecer meticulosamente Rodolfo Walsh, el tiro que Rosendo recibe por la espalda partió de la propia arma que empuñaba Vandor.
“El Lobo” se sacó de encima a Rosendo. Con la investigación, Walsh dejó fuera de juego a Vandor. Finalmente, un comando del Ejército Nacional Revolucionario (ENR), que luego se incorporaría a Montoneros, ejecutó a Vandor el 30 de junio de 1969.
Para fines del ’69, comienzos del ’70, Walsh estaría militando con todos los miembros de Avellaneda de la ARP que se habían pasado a las FAP, pese a que siempre mantuvo una desconfianza hacia el propio Perón, básicamente por el juego de Perón de usar a la CGTA para terminar con Vandor, y luego desautorizar a la central obrera combativa.
Confluían entre ellos casi todos los aspectos necesarios: eran partidarios de la lucha armada para derrocar a la dictadura, habían tenido instrucción militar en Cuba, conocían al marxismo y eran al mismo tiempo peronistas.
El cambio correspondía a que la ARP de Cooke tenía una alta dependencia de Cuba y para agosto del ’68 las FAP ya toman cuerpo, con la visión de actuar autónomamente. El contexto de esos años, al calor de la discusión de la lucha armada y la insurrección del Cordobazo, perfiló a la militancia revolucionaria de la discusión a la práctica.
El PRT se rompe y el grupo mayoritario encabezado por Santucho forman el ERP, se lanzan las Fuerzas Armadas de Liberación (FAL), las FAR marxista y peronista, los sacerdotes tercermundistas y los grupos de Cristianismo y Revolución, de donde saldrían muchos de los protagonistas de la guerrilla.
Walsh estaba cada vez más envuelto en su desarrollo político con ambición de mayor compromiso; sabía que el sujeto histórico de entonces pasaba por el movimiento peronista, y pareció seguir la máxima del Padre Mugica:
“Yo sé, por el Evangelio, por la actitud de Cristo, que tengo que mirar la historia humana desde los pobres, y en Argentina la mayoría de los pobres son peronistas”.
El paso que da Walsh es hacia el encuadramiento en el Peronismo de Base (PB), organización de superficie de las FAP, conmovido por su experiencia de contacto directo con los proscriptos humillados, humildes y sufridos trabajadores y ejemplares militantes como los Villaflor.
Hacia el compromiso revolucionario
“La victoria final de la revolución está amasada con los fracasos anteriores”. Rodolfo Walsh
El paso de Walsh por las FAP fue breve pero intenso al calor del “Luche y Vuelve”, la dictadura de Lanusse, y la convulsión del lanzamiento de las organizaciones guerrilleras, que lo alejaba definitivamente de su faceta literaria. En realidad desde hacía años que no producía en tal aspecto, pero tomaba conciencia que era hora de una militancia más comprometida.
En el PB Walsh trabajó hasta que la conducción de las FAP le pidió que se incorpore a la guerrilla, pero Walsh afirmaba entonces que no estaba preparado para asumir ese rol, que era el del revolucionario más comprometido, el combatiente. En cambio se encuentra militando en las FAP, aunque no quería que lo llamen militante, montando el servicio de informaciones.
En 1972, Walsh había creado el Semanario Villero, como una escuela de periodismo en villas miseria donde sus propios habitantes hablaban de sus experiencias y necesidades.
Las FAP, tras el fracaso del foco rural de Taco Ralo, al sur de Tucumán, estaban decididas a la lucha armada en la ciudad y apoyadas en el movimiento obrero.
Las discusiones sobre la toma del poder hacia una revolución socialista le fueron contemporáneas a Walsh: por un lado estaban los reformistas de izquierda a la espera que la Dictadura diera elecciones, y por otro los revolucionarios con las diversas teorías de foco rural y/o urbano, guerrilla campesina que avance a la ciudad o la vertiente insurreccionalista.
Walsh, tal como conoció el proceso cubano por dentro, también palpó estas discusiones y tomo esa decisión: una guerrilla peronista con trabajo de base arraigado en las barriadas obreras.
Como hiciera como criptólogo autodidacta en Cuba, Walsh aprendió a interferir las frecuencias de las transmisiones policiales en su lugar de inteligencia de las FAP con un aparato de radio, junto a su hija “Vicky”, Verbitsky y bajo la coordinación de Nora Wolfson, desaparecida en agosto de 1979.
Uno de los operativos que más sonó fue el secuestro de Aldo Roggio, el 21 de agosto de 1972, por las FAP, en Córdoba, dónde Walsh coordinó el trabajo de las escuchas de los movimientos policiales que servían como información sobre los movimientos a tomar.
El mecanismo de escuchas fue una de esas casualidades que sólo le pasan a los que le tienen que pasar: Walsh estaba mirando televisión en su casa, y el aparato se descompuso; mientras continuaba prendido recibía las señales del comando radioeléctrico de la Policía Federal.
Luego, para perfeccionar este mecanismo, Walsh viaja a Europa en 1972 con la misión de comprar aparatos de intercepción de radio más sofisticados, aprovechando la invitación a presentar la película “Operación Masacre”, junto al director Jorge Cedrón, en el VIII Festival de Cine de Pésaro, Italia.
Sobre los intelectuales y su propio papel como artista, Walsh dijo en una entrevista: “Hoy no concibo el arte si no está relacionado directamente con la política”.
El 27 de abril de 1972, Walsh le escribe a un entrañable amigo que le quedó de su paso en Cuba, Roberto Fernández Retamar, actual presidente de Casa de las Américas. Volcado totalmente a la práctica revolucionaria, en medio de la dictadura de Lanusse, Walsh le cuenta a Retamar:
“En este clima comprenderás que las únicas cosas sobre las que uno podría o desearía escribir son aquellas que precisamente no puedo escribir, ni mencionar; lo únicos héroes posibles, los revolucionarios, necesitan del silencio; las únicas cosas ingeniosas, son las que el enemigo todavía desconoce; los posibles hallazgos precisan de un pozo donde esconderse; toda verdad transcurre por abajo, igual que toda esperanza”.
Retamar le había pedido un artículo para la revista de Casa de las Américas, y Walsh se excusó:
“Parece una posibilidad muy lejana ya que la necesidad del día nos devora”.
Esa necesidad era la de volcar todos los esfuerzos en la militancia.
Para ese entonces, Walsh tenía otras aspiraciones como militante: quería ser combatiente y sentía una asfixia en las FAP que lo dejaban solo en su puesto originario, aunque acordaba con los planteos de la “Alternativa Independiente” del PB.
Las FAP se habían fracturado, entre otras cosas, por la discusión sobre la postura a tomar ante las elecciones que finalmente no lo tendría a Perón como candidato. Es allí, en abril de 1973, luego del triunfo del Frejuli (Frente Justicialista de Liberación) y antes de la asunción de Cámpora, cuando define su traspaso a Montoneros junto a su hija “Vicky”, y casi todo el grupo de inteligencia de las FAP.
Ahora Rodolfo Walsh pasaba a ser el jefe de inteligencia de Montoneros, donde también podía pasar al ámbito del accionar militar. Cada vez estaba más lejos la literatura, tanto escribirla como leerla. Las únicas lecturas que se permitía eran las pertinentes a la situación política.
Se sumaba a una fuerza que había definido su salida a la luz pública gracias a la investigación “Operación Masacre”, ejecutando a Aramburu tras secuestrarlo el 29 de mayo de 1970, y donde se le abrían todos los abanicos de accionar: actuó como oficial y jefe de inteligencia, participó en acciones militares y ejerció nuevamente como periodista para el diario Noticias, montado por Montoneros.
En uno de los últimos encuentros que tuvo con su hija Patricia, que no pasó ni de cerca por el peronismo, Walsh le dijo que “ahora estoy contento porque soy un combatiente
Evidentemente, para Rodolfo esto era el paso hacia el compromiso total: combatir hasta con su cuerpo a la oligarquía y al imperialismo. Para 1974 Walsh comenzó a investigar a la Triple A y a López Rega en particular, descubriendo que el ex secretario de Perón era en realidad un hombre de la CIA.
Ante esto, Walsh organizó un grupo comando del que habría formado parte y que viajó a España a realizar un atentado para eliminar al “Brujo” López Rega, que fracasó. Fue un operativo extremadamente “tabicado”, manejado de modo muy cerrado por su complejidad del que muy pocos militantes pueden hablar. Algunos de los participantes, sobrevivieron a la Dictadura.
De todos modos, en el período de auge de Montoneros (1970-1974), Rodolfo Walsh además de las tareas de Inteligencia se había sumado al aparato de prensa de la organización político-guerrillera, en el Departamento de Informaciones e Inteligencia de la Secretaría Militar.
Entre las tareas que desarrolló, por ejemplo, estuvo a cargo de documentar cinematográficamente la marcha de la militancia hacia Ezeiza, el 20 de junio de 1973, que fue a recibir a Perón y terminó en la masacre organizada por la derecha peronista con armas aportadas por el ministerio de Bienestar Social de López Rega, que en ambulancias envió armas largas al coronel Osinde.
La filmación de Walsh no abarcó los disturbios sino que tenía un carácter organizativo, documentando únicamente el desarrollo de la marcha en sí misma, identificando a las columnas que desde todo el país, marchaban al aeropuerto internacional para el retorno definitivo de Perón.
Walsh estuvo a cargo del archivo del diario Noticias, fundado por Montoneros en 1974 como un medio informativo cotidiano más amplio, aunque no faltaron los tira y aflojes sobre la línea editorial. Walsh se oponía a que el discurso del diario que dirigía Miguel Bonasso fuera “panfletario”.
Según el propio Walsh, el lenguaje de barricada para la militancia debía acotarse únicamente a la revista semanal El Descamisado, mientras que Noticias debía competir con los otros diarios de cara a un público masivo y esencialmente de carácter popular, más allá de la identificación peronista del mismo.
En este período Walsh alternaba su trabajo en el diario con otras tareas militantes. El manejo del archivo se refería más que nada a la recopilación de información de inteligencia para las denuncias sobre los grupos económicos monopolistas y sus representantes políticos.
Asimismo, Walsh se desempeño como redactor cada vez que podía, hasta que tanto Noticias como El Descamisado y demás publicaciones de organizaciones políticas fueron clausurados por López Rega.
A partir de entonces, Walsh se volcó por completo a las tareas de inteligencia de Montoneros. El 15 de mayo de 1975 viajó a Beirut, en carácter de enlace con la OLP y como pantalla publicó un trabajo conocido como “La Revolución Palestina” publicado en serie en Noticias.
La discusión de Walsh con la Conducción Nacional de Montoneros
“Cuando la vanguardia se adelanta a las masas corre peligro de transformarse en una patrulla perdida”. Rodolfo Walsh
Walsh le pisaba los talones a los 50 años, era de los militantes de mayor edad de Montoneros, y actuaba silenciosamente, con total humildad y racionalidad. En tal sentido, en sus informes internos analizaba los aciertos y errores de la organización y proponía correcciones, llegando a ser una de las voces internas más críticas a la CNM (Conducción Nacional de Montoneros), aunque sin abandonar, de todas maneras, la organización a la que pertenecía.
La historia de Montoneros nos presenta una rica experiencia de aciertos y errores que explican su apogeo y caída. La aparición con el hecho de la ejecución de Pedro Eugenio Aramburu en 1970 catapultó a Montoneros al seno del peronismo que sintió un hecho de justicia histórica ante el primer victimario del movimiento popular peronista.
Si bien, en lo concreto, nació como una organización guerrillera, con el retorno de la democracia en 1973, Montoneros desarrolla una política de masas que se pone por encima de la práctica militar, disputando el poder desde los diversos frentes políticos, sean territoriales, sindicales con la JTP, estudiantiles con la JUP (con Rodolfo Puiggrós como rector de la UBA) e inclusive electorales, ocupando ocho bancadas en la Cámara de Diputados y gobernadores afines, como Oscar Bidegain (provincia de Buenos Aires), Obregón Cano (Córdoba) y Martínez Baca (Mendoza).
Esta política acertada hizo que Montoneros protagonice las movilizaciones de masas más grandes de la década del ’70, no sólo por aciertos, sino porque el trabajo político de concepción movimientista era acorde a la realidad popular, que celebraba entonces no sólo el retorno de la democracia sino el fin de la proscripción del peronismo y la vuelta de Perón al poder.
Cuando el aparatismo se puso delante de la política, Montoneros comenzó a transitar el camino que pretendía el enemigo: desplazarlo del movimiento peronista y aislarlo.
Tras la masacre de Ezeiza ocurrida el 20 de junio de 1973, los ánimos de la militancia invariablemente reclamaban una acción en respuesta. A las agresiones de la Triple A, el CdeO y la derecha peronista, Montoneros finalmente responde con la muerte de José Ignacio Rucci, encerrándose en una discusión interna que además de no ser aceptada por la masa trabajadora, ya que Rucci provenía del peronismo y era hombre de confianza de Perón, sino que inclusive dentro de la misma organización Montoneros, se visualizó a tal atentado como un peligro de alejarse de las masas, especialmente de los trabajadores.
El enfrentamiento que protagonizarían con Perón en la Plaza de Mayo en 1974, también había surgido, ya no de la Conducción sino de la mayoría del la militancia montonera. Pero el retiro de la Plaza trajo consigo un abandono del espacio dentro del movimiento peronista. Finalmente, con el pase a la clandestinidad, Montoneros se encamina hacia ese corral de aislamiento: la política es abandonada en todos sus frentes y la disputa sólo se daría desde lo militar.
Los hecho militares más resonantes marcan las etapas de la encerrona montonera: el “Aramburazo” fue un rotundo éxito celebrado popularmente. La respuesta de Ezeiza con el asesinato de Rucci, de mínima, no sólo declara una fractura sino que disminuye sensiblemente la capacidad de trabajo sindical por parte de Montoneros, y de máxima, Rucci no era visto por el pueblo como un miembro de la oligarquía imperialista.
Los atentados contra los represores de la Policía Federal, Villar y Margaride, si bien respondían a una necesidad de la militancia, no salían más allá del microclima militante que conocía perfectamente el prontuario de estos, pero era explotado socialmente como un acto de terrorismo sin sentido.
Con el pase a la clandestinidad en septiembre 1974, los miles de militantes de superficie de todos los frentes que Montoneros había desarrollado, sufren la máxima exposición ante las fuerzas represivas ya que la cobertura para una organización clandestina, hoy en día, no puede superar a un par de centenas. A partir de entonces, comienza una espiral de discusión dentro de Montoneros sobre el camino hacia el “aparatismo” y el abandono del desarrollo político que se habían propuesto para la toma del poder y cambiar el modelo de país. Es en tal contexto que se circunscribe la discusión de Rodolfo Walsh con la CNM.
En sus tareas de inteligencia, Walsh anticipó el golpe de Estado y lo puso en discusión. El 29 de diciembre escribió: “El error que ellos cometieron (la Conducción) fue no comprender a fines de 1975 la naturaleza del golpe que se avecinaba (…) Se admitía la posibilidad del golpe pero también se trabajaba como si no fuera a ocurrir. Incluso se lo contemplaba con cierto optimismo, como si su víctima principal fuera a ser la burocracia en el gobierno, y no nosotros”.
Walsh y el teniente de navío Carlos Lebrón, elaboraron un primer plan de respuesta al golpe, no para frenarlo porque era imposible, sino para dificultar el despliegue inicial durante las primeras 48 horas y que los militares tuvieran un costo imprevisto. El mismo plan fue presentado a Horacio Campiglia, responsable de Walsh y miembro de la Conducción, quien dijo, según escribió Walsh:
“Entonces ustedes creen que va a haber un golpe, eso cambia toda la cosa”.
Pese a la discusión frontal, que podía acarrear alguna penalidad interna, Walsh era muy respetado dentro de la organización Montoneros, y esto se evidencia cuando le dice a la CNM, que había caracterizado como “fracaso total” al plan de gobierno de Videla-José Alfredo Martínez de Hoz, que “es una barbaridad hablar de fracaso total del plan del gobierno. Se puede hablar de fracaso parcial o del éxito parcial, pero como lo plantea el documento, es nuestro famoso exitismo. Ya vimos cómo los partidos y la Iglesia no rompen ni endurecen demasiado sus relaciones con el gobierno, y las luchas de masas no son ni tantas ni tan duras” .
Walsh tacha de “barbaridad” semejante sentencia de la CNM, pero se incluye al mismo tiempo como miembro de la organización disertante, al referirse a “nuestro famoso existismo”, lo cual desmiente a la corriente predominante dentro del progresismo de izquierda que busca presentarlo como un individuo «aislado”.
También para entonces Walsh había planificado en un documento la retirada de esa “Conducción Nacional de Montoneros” del territorio, a modo de preservarla de la persecución de la Dictadura más genocida de la historia nacional, a la par que planteaba un repliegue que suscitó fuertes discusiones dentro de Montoneros: la autonomía requerida podía amenazar con la disolución de la organización, por lo cual fue negada por la Conducción que temía el desbande, que de todos modos se produjo en gran parte, junto a una nueva estrategia de replegarse a las bases.
Según pudo recabar Walsh, la Dictadura tenía la hipótesis de exterminar a la vanguardia en el primer semestre de 1977, y por ello argumentaba la “dispersión en el territorio, sin otro lazo orgánico que la unidad de doctrina” con los recursos necesarios (documentos, dinero y armas), lo que llevaría a la represión a un escenario que le costaría al menos dos años.
El eje de esta discusión, está en las diferencias en cuanto a la caracterización de la etapa. Se estaba gestando dentro de Montoneros una disputa por el poder. La autonomía y descentralización de los recursos debía corresponder a una confianza de la CNM hacia la organización y a sus militantes como miembros encuadrados, y es justamente a lo que hace mención Walsh con “sin otro lazo orgánico que la unidad de doctrina”.
Dicha descentralización jamás fue llevada a cabo, y la CNM prefirió mantener la conducción desde el exilio y no correr el riesgo de un “golpe interno” en el que surgiera otra conducción referenciada y en el territorio. No pretendía Walsh burlar el accionar represivo, sino replegar y resguardar la vida de militantes.
De llevarse adelante el plan de Walsh, el panorama se hubiese presentado con una conducción en el exilio, la posibilidad de una militancia con recursos capaz de generar otra conducción de Montoneros en el país, que llevara otra línea política basada en la realidad que afrontaban cotidianamente.
El planteo de Walsh no tenía nada de original, sino que era la demostración empírica de la Resistencia Peronista, a la que quería volver: replegar a los militantes al territorio, donde pudieran “diluirse”, realizar pequeñas pero constantes acciones de hostigamiento para demostrar la presencia de la fuerza hasta que lleguen momentos favorables para la lucha, y preservar a los cuadros, bien sacándolos del país, o bien replegándolos en el territorio como retomando una vida de “ciudadanos normales”.
La razón que tuvo Walsh ante la luz de los hechos no es discutida, ni siquiera por miembros de la Conducción Montonera. No le faltaba razón a Walsh, aunque hay que tener en cuenta los tiempos en que hace el planteo: este proyecto de repliegue y descentralización lo vio claramente con la Dictadura encima y operando, con la militancia “quemada” y marcada por la represión. Todo quedaría en el terreno de la especulación histórica, pero el propio Roberto Cirilo Pería, número dos de la CNM afirma que el planteo de Walsh “era lo más cercano a la realidad, y lo que había que hacer en vez de lo que hicimos” (5).
De hecho, el error de izquierdismo militarista señalado por Walsh, se evidencia una vez más cuando la CNM considera que la Dictadura estaba agotada y lanza la campaña de la Contraofensiva (1978-1980) para darle el empujón final, resultando solamente en una catástrofe. Por eso las cosas no son ni blancas ni negras, sino grises. Hay que tener en cuenta el contexto de clandestinidad y el hostigamiento de los Grupos de Tarea de la Dictadura.
Efectivamente hacer un repliegue de semejante magnitud era casi imposible, aunque esto no quita responsabilidades a la CNM por la visión triunfalista de poder enfrentar a un ejército regular en igualdad de condiciones, con un grupo de milicianos guerrilleros.
De todos modos, lo cierto es que más allá de la discusión, Walsh permaneció y murió discutiendo desde adentro en la búsqueda de una opción estratégica superadora, porque veía que la política trazada llevaba al aniquilamiento.
“Aporte a la hipótesis de guerra y plan nacional de operaciones” fue elaborado por Walsh en abril de 1976, y lo continuaría en enero de 1977 con el título de “Curso de la guerra en enero-junio de 1977 según la hipótesis enemiga”.
El primero, describía la estrategia de la dictadura e inclusive tenía adosado un mapa en el que marcó con precisión donde golpearía la Dictadura contra las organizaciones guerrilleras y el movimiento obrero. Sobre éste, Walsh no obtuvo respuesta directa desde la CNM.
Define la necesidad de un cambio de enfoque en el apogeo de la represión, y llama a la preservación de los cuadros políticos hasta el momento en que el pueblo esté en condiciones de enfrentar la represión. Y principalmente, llama a un reencuentro con el pueblo peronista replegándose dentro del mismo tal como hiciera la Resistencia.
Hace una clara distinción de las políticas “izquierdistas” (acusando inclusive a la CNM de esto) al definir que “en nuestro país es el Movimiento el que genera la Vanguardia, y no a la inversa, como en los ejemplos clásicos del marxismo”.
Señala una falta de reflexión “sobre las causas de nuestro crecimiento espectacular y nuestra representatividad popular en los años 1970 a 1974-75”, que habría llevado a pensar que esto no fue producto de propuestas acertadas sino de una genialidad, por lo tanto, “si somos geniales es accesorio que acertemos o nos equivoquemos”.
La creciente política militarista, fue percibida acertadamente por Walsh como un camino al aislamiento y al aparatismo sin sentido, como finalmente ocurrió.
Ante lo que define como una desmedida ambición de poder, Walsh propone que hay que “resistir junto con el pueblo (…) Tenemos que irnos organizando en la lucha sin delirios de grandeza y pensando en plazos largos”, y marcaba el error de librar una lucha de aparatos “en vez de librar el combate en la conciencia de la gente”.
Siendo más contundente, define que los militares “ya estaban aislados y consiguieron aislarnos a nosotros, planteando una lucha de aparatos, que nosotros no podemos bancar”.
El “aparatismo” era una creciente crítica entre los militantes montoneros desde el pase a la clandestinidad, y con esto Walsh apela al sentido común: “Las masas no se repliegan al vacío, (sino) hacia prácticas comunes, hacia su propia historia, su propia cultura y su propia psicología, o sea los componentes de su identidad social y política”, para ser más claro, afirma: “Las masas se están replegando hacia el peronismo”.
Para ello sugiere “retirar del territorio nacional a la Conducción Estratégica y a las figuras históricas” que desde el exilio “debe conducir la retirada”.
Puede entenderse la negativa de la CNM a una discusión abierta del tema ya que Walsh afirma que en el primer año de la dictadura, Montoneros “ha sufrido una derrota militar que amenaza con convertirse en exterminio”, y difícilmente hubiese sido aceptado por los militantes guerrilleros los apelativos de “derrota” y “retirada”.
Suena a rendición, más allá que efectivamente Walsh analizó perfectamente cuál sería el derrotero. Lo cierto es que ninguna de las organizaciones guerrilleras que operaban durante la dictadura (ERP y Montoneros), dieron señales, al menos desde instancias de conducción, de haber tenido en cuenta un panorama de “derrota”, más allá de los análisis acertados de cuadros militantes como Walsh.
Pero también hay en estos documentos un punto que la izquierda liberal que busca apropiarse de Walsh, oculta. El responsable de inteligencia de Montoneros propuso a la CNM “El ofrecimiento de paz”, acordando con la Dictadura el “reconocimiento por ambas partes de la Declaración Universal de los Derechos Humanos”, y que “el futuro del país debe resolverse por vías democráticas”.
Esta maniobra política, de prosperar un acuerdo, debía negociarse bajo la condición de que la Dictadura termine con los fusilamientos y torturas, y publicar la nómina de detenidos a cambio de que Montoneros cese toda acción militar antipersonal y límite el uso de las armas sólo a la defensa de la vida y la libertad.
Podría verse como una “ingenuidad” de Walsh esta propuesta, cuando ante la posible negativa dictatorial, “Montoneros cumplirá unilateralmente una tregua limitada durante la cual denunciará cada muerte que produzca el enemigo como una demostración de que es él quien lleva adelante la guerra”.
Pero lo que buscaba Walsh era el argumento de la razón política: el enfrentamiento de aparatos iba al desastre y la proposición buscaba resguardar la razón histórica que vendría luego del desastre, ya que evidencia que era poca (por no decir nula) la posibilidad de que una Dictadura en su apogeo aceptara condiciones de una organización acorralada en los términos en que había planteado la lucha.
Fue evidente que la Dictadura, poco después del Golpe del 24 de marzo, había logrado el objetivo de llevar a las organizaciones guerrilleras a un callejón sin salida, dejándolas abatidas, con escasa capacidad operativa y aisladas socialmente por el terror, dejando casi como única opción el enfrentamiento de aparato contra aparato, en el que las Fuerzas Armadas tenían todas las de ganar.
La crítica histórico política que Walsh eleva a la CNM no podría ser más contundente:
“Hay dos fallas del pensamiento de izquierda en las que re cae, a mi juicio, el pensamiento montonero cuando analiza su problema centra, que es la toma del poder. Una, privilegia las lecciones de la historia en que la clase obrera toma el poder y desdeña aquellas otras en que el poder es tomado por la aristocracia, por la burguesía. Ni Marx ni Lenin procedieron así. Ambos dieron a la toma del poder por otras clases un carácter ejemplar. La segunda falla deriva de la primera, y remite al punto de partida, a saber, la historicidad de nuestro pensamiento. Puesto que las lecciones de historia en que la clase obrera toma el poder se dan solamente a partir de 1917 Y solamente en otros países, ése es el nivel cero donde empieza nuestro análisis. Un oficial montonero conoce, en general, cómo Lenin y Trotsky se adueñan de San Petersburgo en 1917, pero ignora como Martín Rodríguez y Rosas se apoderan de Buenos Aires en 1821″.
El alejamiento de la línea política para la toma del poder y revolucionar al país, junto con el aparatismo militarista y el izquierdismo, es patentado en este documento de Walsh con una claridad inapelable: “La toma del poder en la Argentina debería ser, sin embargo, nuestro principal tema de estudio, como lo fue de aquellas clases y de aquellos hombres que efectivamente lo tomaron. Perón desconocía a Marx y Lenin, pero conocía muy bien a Irigoyen, Roca y Rosas, cada uno de los cuales estudió a fondo a sus predecesores”.
Prensa clandestina
“La máquina de escribir, según como la manejás, es un abanico o es una pistola”. Rodolfo Walsh
“Sabemos lo que hay que hacer para el éxito de la gestión. Puede estar seguro el señor Presidente (Videla) que sin ruido ni ostentaciones le llegará nuestra palabra”, afirmaba el radical Ricardo Balbín desde las páginas de la revista “Adelante”, sobre los aportes que pensaban darle a la Dictadura Militar.
Mientras tanto, los militares comenzaban a inquietarse por una extraña agencia de noticias que funcionaba de modo artesanal y secreto, repartiendo cables e informes que incriminaban a los represores. De hecho, tanto en el Ejército como en la Fuerza Aérea creían que era una maniobra de Emilio Massera en sus proyectos de poder, ya que la agencia tenía un nombre que hacía referencia al equipamiento de las naves: ANCLA.
En realidad, era la Agencia de Noticias Clandestina, que desde la clandestinidad dirigía Rodolfo Walsh, repartiendo los despachos a todas las redacciones de los grandes medios y a sus periodistas, sobre las atrocidades que cometían los militares contra el pueblo argentino. Y esto es una prueba más que la teoría del “no sabíamos nada” no le cabe a los medios de comunicación que fueron cómplices del proyecto de Videla y Martínez de Hoz.
Walsh montó toda una red de informantes: abogados que daban cuenta de la cantidad de pedidos de habeas corpus; datos socioeconómicos y negociados provenían de fuentes de las grandes empresas, y otros periodistas solidarios cursaban la información que era censurada, como la captada por onda corta de radios extranjeras.
Al pie, cada cable de ANCLA rezaba: “Reproduzca esta información, hágala circular por los medios a su alcance: a mano, a máquina, a mimeógrafo. Mande copia a sus amigos: nueve de cada diez la estarán esperando. Millones quieren ser informados. El terror se basa en la incomunicación. Vuelva a sentir la satisfacción moral de una acto de libertad. Derrote al terror, haga circular esta información”.
La Carta Abierta a la Junta
“Cabe preguntarse quiénes son los apátridas de los comunicados oficiales, dónde están los mercenarios al servicio de los intereses foráneos, cuál es la ideología que amenaza al ser nacional”. Walsh, a los dictadores
A la hora de leer este riquísimo documento, lo más público y conocido son las denuncias de Walsh sobre las violaciones sistemáticas a los derechos humanos y las desapariciones de miles de argentinos, siendo la carta, una sintética y compacta investigación.
Pero poco se habla de la denuncia política económica. Walsh desenmascara en esta carta al Departamento de Asuntos Exteriores de la Policía Federal becados por la CIA a través de la USAID (Agencia de Desarrollo Internacional), que respondían a Gardener Hathaway, jefe de la Estación de la CIA en Argentina.
Denuncia además “la miseria planificada”: la reducción del salario en un 40% por parte de la Dictadura, triplicando la cantidad de horas que un obrero tenía que trabajar para alcanzar la canasta básica familiar, superando el hasta entonces récord de desocupación llevándolo al 9%, la disminución del consumo de alimentos en un 40% y de ropa en un 50%, un encarecimiento desmedido de la medicina que elevó en el Gran Buenos Aires la mortandad infantil al 30% igualándonos “con Rohdesia, Dahomey o las Guyanas”, baja del PBI en un 3%, inflación del 400% y una deuda externa de 600 dólares por habitante, mientras que “se elevan los propios sueldos militares un 120%, prueban que no hay congelación ni desocupación en el reino de la tortura y la muerte”.
Además, un aumento del 722% en los precios de la producción animal en beneficio de la Sociedad Rural, la desnacionalización de bancos para entregarlos a extranjeros, y “rebajando los aranceles aduaneros se crean empleos en Hong Kong o Singapur, y desocupación en la Argentina”.
Dispara Walsh además que la política económica “sólo reconoce como beneficiarios a la vieja oligarquía ganadera, a la nueva oligarquía especuladora y a un grupo selecto de los monopolios internacionales encabezados por la ITT, la Esso, las automotrices, la US Steel, la Siemens, al que están ligados personalmente el Ministro Martínez de Hoz”.
La segunda mitad de la Carta Abierta es tan importante como la primera que denuncia el genocidio y al terrorismo de Estado, particularmente porque esa aplicación del neoliberalismo influirá sobre la espaldas de los argentinos durante décadas.
La muerte de Walsh
“Qué cagada que Walsh se nos murió. No respetó la voz de alto y le tuvimos que tirar”. Juan Carlos Coronel, represor
“Lo bajamos a Walsh en una cita en la calle. El hijo de puta se parapetó detrás de un árbol y se defendía con una 22. Lo cagamos a tiros y no se caía el hijo de puta”. Ernesto Weber, represor Circular de Contrainformacion Nº 2 del Partido Montonero, denunciando el secuestro de Rodolfo Walsh. 19 de abril de 1977
José María Salgado era militante montonero y fue secuestrado por una patota de la ESMA el 12 de marzo de 1977, en Lanús. Tenía apenas 22 años, había sido policía, y luego de ser torturado por los marinos, terminó entregando una cita con Walsh, buscado con desesperación por la valiosa información que consideraban que podían sacarle bajo intensas sesiones de tortura.
Salgado luego fue “prestado” a la Coordinación de la Policía Federal para que siguieran ajustando cuentas con él, y finalmente apareció ultimado el 2 de junio siguiente en un enfrentamiento fraguado.
El 25 de marzo, Walsh llegó al mediodía a la estación de trenes de Constitución luego de salir de su casa en San Vicente. De inmediato se comunicó telefónicamente con un enlace montonero que debía pasarle las dos reuniones que tenía para ese día, una a las 15 horas y otra una hora después, pero se le confirmó una previa a las 14.
No llegaría a ninguna: a las 13:30 horas fue cercado por un grupo de tareas entre las avenidas San Juan y Entre Ríos. Sabiendo que no podía entregarse vivo, sin esperanzas de salvarse del enfrentamiento, Walsh desenfundó una miserable pistola 22 para obligarlos a dispararle.
En el fallido intento de secuestro, Alfredo Astiz, el mismo que infiltrara a las Madres de Plaza de Mayo, tenía la orden de “taclear” a Walsh, ya que el marino era jugador de rugby, además de asesino. Los otros integrantes de la patota que cercó a Walsh fueron Jorge “Tigre” Acosta”, Jorge Rádice, Antonio Pernías, Enrique Yon, Juan Carlos Rolón, Pablo García Velazco, por la Marina; el prefecto Héctor Antonio Febres, Carlos Orlando Generoso, del Servicio Penitenciario Federal, Julio César Coronel, del Ejército, y por la Policía Ernesto Frimon Weber, Roberto González, Juan Carlos Linares, Pedro Salvia y Juan Carlos Fotea, quien escapara a España.
Fue visto por última vez en la ESMA, con su pecho cortado al medio por una ráfaga de metralla.
(*) Periodista argentino
Fuente: Investigaciones Rodolfo Walsh
Publicado originalmente en Prólogo Nº 2 – F.U.N. Megafón, marzo de 2007.