Seré extremadamente breve, porque considero que el protagonista de la jornada, y quien debe hacer uso de la palabra con toda propiedad, es el Presidente del Colegio, profesor Jaime Gajardo. Primero, quiero agradecer la oportunidad de haber podido participar en la coautoría de este libro, pues lo sentí algo así como un acto de justicia.
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En efecto, no recuerdo campaña más canallesca, virulenta y desorbitada, como la que experimentó Jaime Gajardo durante la tramitación de la denominada agenda corta, en 2014, y el proyecto de carrera docente, el año 2015.
Sin embargo, por encima de la estridencia de las acusaciones, que rebasaron el límite de la decencia, sobre todo por su absoluta falta de fundamentos, Gajardo fue capaz de mantener firme la conducción de la institución, y de conquistar importantes avances para el gremio, en condiciones extraordinariamente adversas.
Más temprano que tarde, la historia lo va a reconocer.
Al menos en la parte que me correspondió, intenté acopiar para la mayor cantidad de antecedentes que me fue posible encontrar para demostrar lo anterior, lo que me exime de extenderme sobre el particular.
Por tanto, aprovecharé la oportunidad para compartir una breve reflexión acerca de algunos aspectos de la situación actual que me causan honda inquietud.
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En forma simultánea con el desencadenamiento de la primera parte de la campaña contra Jaime Gajardo, a cuento de la agenda corta, se desarrollaba una campaña básicamente idéntica contra la Universidad ARCIS, donde yo me desempeñaba en el equipo del Rector, con la acusación también totalmente infundada, de que el Partido Comunista había retirado dineros, cuando en realidad había sucedido justo lo contrario.
En efecto, si mediante las figuras legales a las que obliga la ley, no hubiera apoyado a esa universidad durante diez años, se habría terminado irremediablemente en 2004, cuando fue llamado in extremis por el Rector de entonces, con el respaldo de toda la institucionalidad y la comunidad.
Entonces me llamó profundamente la atención el paralelismo de ambas campañas que tenían como objetivo último debilitar las reformas a la educación, por la vía de atacar con saña al Partido Comunista y a cualquier institución donde tuviera influencia.
Las mismas acusaciones estridentes y carentes de fundamento, o lo que es peor, con base en medias verdades o informaciones fuera de contexto, más difíciles de rebatir que las mentiras completas.
Los mismos protagonistas elementales, rabiosos y empecinados.
Las mismas técnicas de desinformación de los medios de comunicación hegemónicos, acompañados en la aventura por medios que posan de progresistas.
Goebbels postulaba que una mentira repetida mil veces se convierte en verdad. Es suficientemente conocido en comunicaciones cómo se construye realidad por el mero expediente de la reiteración del discurso; sin que importe en absoluto su relación con la veracidad.
Dejo planteado ese escenario hasta aquí, para retomarlo un poco más adelante, luego de, y en conjunto con, la enumeración de un par de rasgos de la situación actual.
Como ustedes saben, por primera vez en su historia, Codelco reportó pérdidas por 97 millones de dólares.
No pretendo entrar en detalle sobre la situación de Codelco, pero el actual ciclo de precios bajos, será probablemente prolongado.
A ello debemos sumar:
– Una política suicida de desinversión con el fin de exprimir irracionalmente excedentes para el fisco;
– la irreversible reducción en las leyes de los antiguos y sobreexplotados minerales de Codelco, ninguno de los cuales supera actualmente el 0,5%, y
– el pésimo diseño y consiguiente fracaso en la gestión de los cinco megaproyectos que hipotéticamente debieran asegurar la mantención de la capacidad productiva de Codelco, en torno al millón 700 mil toneladas anuales de cobre fino por otros veinte años.
Esto configura un instante de umbral que tornará imposible, en el futuro inmediato, el subsidio del 30% en promedio, que ha entregado Codelco al gasto público del país, aun cuando aumente el precio, como fatalmente sucederá.
Este dato es extremadamente relevante, porque en un modelo económico como el de Chile, donde no tributan ni la Gran Empresa ni las grandes fortunas del país, no hay modo de cerrar esa brecha en el gasto público, como no sea elevando la tributación indirecta, como el IVA, lo cual es políticamente inviable.
En otras palabras, asoma un escenario de crisis económica prolongada, como la de España, que no sale de la recesión desde el año 2008.
En materia de crisis política, no se me ocurre mejor ejemplo para describirla que el desesperado intento de los poderes en las sombras, para retrotraer la rueda de la historia a una “confrontación” entre Sebastián Piñera y Ricardo Lagos en la papeleta presidencial del 19 de noviembre de 2017, lo cual ha sido calificado por más de un comentarista, como la primaria de la derecha; la que, en rigor, no creen ni sus familiares más directos.
En general, no acostumbro a citar los datos de las empresas chilenas dedicadas a las encuestas, porque en articulación con los medios de comunicación hegemónicos, las considero como partes integrantes de los mecanismos de desinformación y control social.
Pero eso no autoriza a soslayar la convergencia de los datos que dan cuenta del creciente desencanto de la ciudadanía -si es que no frontal rechazo- con todo aquello que se relacione con sistema político y democracia representativa.
Dicha crisis política coexiste con la emergencia de vigorosas expresiones de movilización social, como la rebelión estudiantil de 2011, que antecedió al ciclo reformista del Gobierno de Michelle Bachelet y Nueva Mayoría; las dos grandes marchas que instalaron el sistema de AFP en la pauta política, o la lucha de los pescadores artesanales contra la Ley de Pesca.
A esta altura, más de alguien puede legítimamente preguntarse a dónde va este tipo, que en la presentación de un libro sobre la carrera docente, mezcla temas como la crisis de Codelco, la crisis política o la irrupción de la izquierda social.
Muy simple.
Ocurre que, como Jaime Gajardo y Juan Andrés, aquí presentes, pertenezco a una generación a la que nos birlaron de golpe la construcción de un Proyecto Nacional de Desarrollo con Perspectiva Socialista, como el que encabezó el Gobierno del entrañable compañero Presidente, así con mayúscula, Salvador Allende Gossens.
Más encima, sin nuestro conocimiento, y menos todavía nuestra participación o aprobación, se instaló a sangre y fuego un inédito patrón de restauración capitalista, frente al cual palidece el capitalismo manchesteriano, aquel que estudió y describió Marx.
Peor aún, a contrapelo de una lucha que sabemos lo que costó, a la salida de la dictadura se impuso un pacto por arriba que condujo a lo que denomino República Neoliberal, caracterizada por inéditas tasas de acumulación y concentración económica, un régimen político semidemocrático, un acrisolado conservadurismo valórico y un corrosivo nihilismo cultural, donde la natural propensión histórica al cambio fue sustituida por el terror a sus consecuencias.
Desde entonces escudriñamos cuidadosamente las condiciones de reproducción de la prolongada pesadilla neoliberal, que el pasado 25 de abril cumplió la friolera de 41 años, al menos desde su fase de laboratorio implementada en Chile por los economistas de Chicago, con Jorge Cauas y Sergio de Castro a la cabeza.
Hoy, la movilización de estudiantes y no diré afiliados, sino afilados por las AFP, nos muestra el fracaso inapelable de esas políticas de modernización neoliberal.
Recuerdo que una parte para nada desdeñable de los debates de nuestra generación, durante la fase de construcción, giraba en torno al problema de las condiciones objetivas para la revolución.
Pues bien, después de cuatro décadas preñadas de circunstancias adversas, las famosas condiciones afloran con la triple convergencia y superposición de la crisis económica, la crisis política y la emergencia de los movimientos sociales, sin perjuicio de otras crisis latentes, como la ambiental, la indigenista y la cultural.
Pero si algo aprendió nuestra generación, aquella de la segunda parte del siglo corto de Hobsbawm, es a negar el determinismo de la historia.
Es cierto que en todo momento, las condiciones objetivas amplían el horizonte de posibilidad de las fuerzas que se proponen el cambio.
Pero no lo es menos que mientras no se produzca la síntesis entre condiciones objetivas para el cambio y un sujeto histórico capacitado para llevarlo a cabo, el actual modelo de dominación seguirá disponiendo de condiciones hegemónicas y una sólida retaguardia defensiva, que le otorgan oportunidades de sobrevida, aún con su crisis irremontable.
El caso de España muestra cómo un sistema en crisis económica y política prolongada puede retener el poder por el simple expediente de la incapacidad de su rival para desplazarlo, aún en el terreno electoral.
A mayor abundamiento, en Chile hoy parece verificarse un creciente divorcio; o más bien, una relación de inversa proporcionalidad, entre condiciones objetivas y sujeto histórico.
Mientras más evidentes y promisorias parecen las primeras, menores capacidades muestra la inaudita e inédita fragmentación de los partidos, movimientos e identidades ideológicas y culturales que deben operar el cambio.
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La odiosa campaña contra Jaime Gajardo y la que virtualmente terminó con la Universidad ARCIS, muestran la descomposición de la izquierda, mientras que la dificultad de trazar una línea divisoria entre anti y pro neoliberales en la coalición de gobierno, muestra la descomposición del sistema.
Para decirlo en una metáfora de dos líneas, con las actuales tropas, fuerzas y comandos que pululan, medran y bordonean en el campo popular, veo difícil derribar la República Neoliberal ni aunque como último recurso esté atrincherada en la casucha del perro, lo cual, por lo demás, está muy lejos de suceder.
Pueden pasar años antes de que se vuelvan a alinear condiciones favorables para el cambio, esta vez en concordancia con una generación de luchadores políticos y sociales que acometa con decisión la ardua tarea de terminar con el sistema neoliberal y reemplazarlo por otro contrato social, sistema político y paradigma de desarrollo.
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No pretendo emitir juicios de valor ni menos distribuir premios y castigos.
Me limité a expresar en voz alta los pensamientos que me saltaban mientras atestiguaba las tristes crisis inducidas en la Universidad ARCIS y en el Colegio de Profesores.
Un amigo con el cual compartí estas reflexiones, afirmó que no debía preocuparme; que una de las señales de la inminencia del cambio es, precisamente, la crisis generalizada de la que no escapa ninguna fuerza, organización o institución.
De entrada, me pareció interesante, pero un análisis más detenido muestra el insanable determinismo del argumento.
Por tanto, después de pensarlo dos veces, opté por seguir preocupado.
Muchas gracias.
(*) Intervención del autor en el lanzamiento del libro Gajardo…Y que Fue