lunes, noviembre 25, 2024
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Stanislaw Petrov: El Hombre que Salvó al Mundo y que Nadie Conoce

Hace poco más de 33 años, en septiembre de 1983, el mundo estuvo al borde de un cataclismo núclear, como no alcanzó a estarlo en la crisis de los misiles de 1962. Solo los 120 hombres de guardia en el centro de alerta temprana, centro neurálgico del sistema de defensa aeroespacial rusa, lo supieron en el instante en que ocurrió. Un error, y se desencadenaba la tercera guerra mundial.

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A veces, en la historia es más importante lo que casi pasó que lo que realmente ocurrió. Y quizás más asombrosas que estas increíbles historias de héroes anónimos, son las sincronías que las rodean.

Corría el año 1983, plena guerra fría, pero tan caliente como no lo había estado desde la crisis de los misiles en Cuba. El 23 de marzo, el Presidente Reagan lanzó el programa defensivo Star Wars –Guerra de las Galaxias-, y designó a Rusia  como El Imperio del Mal.

Reagan contaba con un importante aliado, el Papa Juan Pablo II, gualmente decidido en terminar con el comunismo.

Los planetas parecían alineados para acabar con la Unión Soviética, y los soviéticos se lo tomaron muy en serio.

EEUU y la OTAN planeaban colocar misiles en Alemania Occidental y organizaban un ejercicio militar en Europa, entre otras cosas…

Pero los líderes de URSS eran de la generación de la Segunda Guerra y recordaban perfectamente cómo, con el pretexto de un ejercicio, Hitler había engañado a Stalin y lanzado la Operación Barbarroja.

Permitir que se repitiera era inadmisible.

Asumieron que lo del ejercicio era una tapadera para una invasión real, y tomaron su decisión. Disparar todo su arsenal a la primera indicación de un ataque nuclear.

La tensión era Máxima. Al punto tal que el 1° de septiembre de 1983, un avión de línea surcoreano entró por error en el espacio aéreo soviético y no dudaron en derribarlo sin aviso matando a 269 personas, incluido un senador y varios ciudadanos americanos.

Esta historia no pudo haber llegado en peor momento.

La noche del 25 de septiembre de 1983, Stanislaw Petrov, un coronel de 44 años de la sección de inteligencia militar de los servicios secretos de la Unión Soviética llegaba a su puesto de mando en el Centro de Alerta Temprana de la inteligencia militar, desde donde se coordinaba la defensa aeroespacial rusa.

Sin embargo, ésa debería haber sido su noche libre. Fue convocado a último momento porque quien debía estar había dado parte de enfermo…

Su trabajo consistía en analizar y verificar todos los datos de los satélites sobre un posible ataque nuclear americano. Contaba para ello con un Protocolo sencillo y claro. Tan claro y tan sencillo como que lo había redactado él mismo…

Después de las verificaciones correspondientes, debía alertar al mando superior, que de inmediato iniciaría el contraataque con armamento nuclear masivo sobre los Estados Unidos y sus aliados.

Poco después de la media noche, exactamente a las 12:14 del 26 de septiembre del ‘83, todos los sistemas de alerta saltaron; las sirenas sonaron y las pantallas de las computadoras mostraban: “ATAQUE DE MISIL NUCLEAR INMINENTE”.

Un misil había sido lanzado desde una de las bases de los Estados Unidos.

Pidió mantener la calma y que cada uno hiciera su trabajo. Y él hizo el suyo.

Verificó todos los datos y pidió confirmación de visión aérea, los únicos que no pudieron confirmar dadas las condiciones climáticas.

A pesar de las confirmaciones, concluyó que tenía que haber ocurrido un error. No era lógico que EEUU lanzara un solo misil si estuviera atacando a la Unión Soviética.

Y desestimó la advertencia como una falsa alarma.

Pero poco después, el sistema indicó UN SEGUNDO MISIL. Y después UN TERCERO.

Preso de una fuerte descarga de adrenalina, desde el segundo piso del bunker podía ver, en la sala de operaciones, el gran mapa electrónico de Estados Unidos con la base militar en la costa Este, desde donde habían sido lanzados los misiles nucleares, parpadeando.

En ese momento el sistema indicó otro ataque. UN CUARTO MISIL NUCLAR, e inmediatamente UN QUINTO.

En menos de 5 minutos, 5 misiles nucleares habían sido lanzados desde bases americanas contra URSS. El tiempo de vuelo de un misil balístico intercontinental desde los EEUU era de 20 minutos.

La actividad era frenética. Mientras él analizaba…

Después de detectar el objetivo, el sistema de alerta temprana lo hacía pasar por 29 niveles de seguridad, antes de confirmar. En términos teóricos, el error no era una opción.

Estadísticamente, la primera alarma podía corresponder a un error. Pero ¿cinco errorese en menos de cinco minutos? ¿O estaba frente a Armagedón?

Sin embargo Petrov no perdió la calma y razonó conforme el principio básico de la estrategia de la Guerra Nuclear: si Estados Unidos asumía la iniciativa, debía descargar ineluctablemente cientos de misiles, para lograr un primer impacto abrumador. Entonces ¿cinco misiles de a uno?. Tenía que ser un error…

¿Pero si no lo era? ¿si era una inteligente estrategia americana? ¿el holocausto tan temido estaría sucediendo y él no haría nada?

Miles de pensamientos como ese lo embargaban.

Tenía cinco misiles nucleares balísticos intercontinentales en dirección a URSS y sólo 10 minutos para tomar la decisión “de qué informar” a la dirección soviética.

Era perfectamente consciente de que si informaba lo que los sistemas confirmaban, desencadenaría la Tercera Guerra Mundial.

Los 120 oficiales e ingenieros militares, con sus ojos fijos en él, esperaban su decisión.

Pocas veces, si acaso alguna, la suerte del mundo había dependido de la decisión de un individuo, como en esos 10 tensos y largos minutos.

Petrov conocía bien las peculiariades del sistema satélite OKO de alerta temprana rusa y creía que éste podía equivocarse, así que consideró de nuevo que eran muy pocos misiles, solo cinco, cuando Estados Unidos tenía miles.

Pensó: los americanos aún no tienen el sistema de defensa misilístico y saben que un ataque nuclear contra URSS equivale a la aniquilación inmediata de su propia población. Y aunque desconfiaba de ellos, sabía que no eran suicidas. Se dijo: “Ese gran imbécil no ha nacido todavía ni siquiera en los EEUU.”

Sabiendo que si estaba equivocado una explosión 250 veces mayor a la de Hiroshima ocurriría sobre ellos pocos minutos después sin que pudieran hacer nada, fue capaz de mantener la cabeza fría, de tener el coraje de escuchar a su instinto y de ajustarse a la conclusión lógica que le indicaba el sentido común.

Y decidió reportar un mal funcionamiento del sistema.

Paralizados y sudando a mares, él y los 120 hombres a su cargo contaban los minutos que faltaban para que los misiles alcanzaran Moscú…

Cuando de golpe, segundos antes, las sirenas dejaron de sonar y las luces de advertencia se apagaron.

Había tomado la decisión correcta. Y salvado al mundo de un cataclismo nuclear.

Sus camaradas, empapados de sudor, se lanzaron sobre él abrazándolo y lo proclamaron un héroe.

Él se desplomó en su sillón y bebió más de medio litro de vodka sin respirar. Al terminar esa noche durmió 28 horas seguidas.

Cuando regresó al trabajo, sus camaradas le regalaron un televisor portátil de fabricación rusa para agradecerle. Todos estaban vivos gracias a la decisión que él había tomado.

Al enterarse de lo ocurrido, su superior le dijo que sería condecorado por haber evitado la catástrofe y que propondría crear un día en su honor.

Pero no fue así. El incidente avergonzó a altos cargos soviéticos y sobre materia de disciplina militar, consideraron que el teniente coronel Petrov se equivocó en su decisión, ya que su deber era comunicar la información a sus superiores, y dejar que ellos decidieran.

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Cuando le preguntaron por qué no había dado la alerta, contestó:

«La gente no empieza una guerra nuclear con solo cinco misiles».

Sin embargo, dadas las circunstancias no lo castigaron, pero lo reasignaron a un puesto inferior y decidieron ocultar el incidente. Rusia no podía permitir que EEUU y el pueblo ruso se enteraran de lo sucedido. Y poco después, se le dio la jubilación anticipada.

Vivió el resto de su vida en un modestísimo departamento de dos ambientes en los suburbios de Moscú, sobreviviendo con una mísera pensión de 200 U$S por mes, en absoluta soledad y anonimato.

Pero su destino estaba a punto de experimentar una nueva contorsión.

En 1998, su comandante en jefe, Yury Votintsev, presente aquella noche, reveló lo ocurrido, el llamado “Incidente del Equinoccio de Otoño”, una falsa alarma causada por una rara conjunción astronómica entre la Tierra, el Sol y la posición específica del satélite OKO, un libro de memorias, que por casualidad llegó a Douglas Mattern, Presidente de la Organización Internacional de Paz, “Asociación de Ciudadanos del Mundo”.

Después de verificar tan alucinante historia, salió en persona en busca de ese héroe anónimo al que tres cuartas partes del género humano le deben la vida, para hacerle entrega del “Premio Ciudadanos del Mundo”.

La única pista sobre dónde encontrarlo la recibió de un periodista ruso, que le advirtió que tendría que ir sin hacer una cita porque su teléfono no funcionaba, y su timbre tampoco.

Encontrar su rastro en una fila enorme de complejos conventillos grises a 50 kilómetros de Moscú no le resulto fácil.

Uno de los vecinos a quien le preguntó le dijo:

“Usted debe estar loco. Si un hombre que ignoró una advertencia de un ataque nuclear estadounidense realmente hubiera existido, habría sido ejecutado. En esa época no había tal cosa como una falsa alarma en la Unión Soviética. El sistema nunca se equivocaba. Sólo el pueblo”.

Finalmente lo encontró en el segundo piso de uno de los edificios. Sin afeitar y desalineado, asomó la cabeza. “Sí, soy yo, pase.”

“Sentí que me encontraba con Jesús cuando él abrió la puerta”, dijo Douglas Mattern.

“Sin embargo, él estaba viviendo como una persona de la calle. Cojeando, con sus pies hinchados, sin poder caminar mucho y constándole ponerse de pie, me dijo que sólo salía para conseguir provisiones”, agregó.

Luego de relatarle la historia, Petrov le dijo:

“No me considero un héroe; sólo un oficial que a conciencia cumplió con su deber en un momento de gran peligro para la humanidad. Sólo fui la persona correcta, en el lugar y momento indicado.

“En un mundo tan lleno de vanidosos que “pretenden” salvar algo cuando en realidad lo único que hacen es daño a los demás y al planeta. En un mundo tan lleno de miserias, mezquindades, egos, avaricia y ambiciones; la humildad de este hombre y su indiferencia por la fama y la importancia, estremece profundamente”, dijo Mattern.

Después de conocerse este hecho, expertos de EEUU y Rusia calcularon cuál habría sido el alcance de la devastación según el arsenal con el que contaban y habrían lanzado en ese momento.

Y llegaron a la conclusión de que entre 3 y 4 mil millones de personas, directa e indirectamente, fueron salvadas por la decisión que ese hombre tomó esa noche.

“La faz de la tierra se hubiera desfigurado y el mundo como lo conocemos, acabado”, dijo uno de los expertos.

Una vez que se hizo público el caso, recibió varias distinsiones:

• El Premio Ciudadano del Mundo el 21 de mayo 2004.
• El Senado australiano lo premió el 23 de junio 2004.
• Fue honrado en las Naciones Unidas el 19 de enero 2006. Dijo que fue su “día más feliz en muchos años.”
• En Alemania, en 2011, el dieron el Premio Alemán de Medios, que reconoce a personas que han hecho contribuciones significativas a la Paz Mundial, por haber evitado una potencial guerra nuclear.
• Fue Premiado en Baden Baden el 24 de febrero del 2012.
• Galardonado con el Dresden Preis en 2013.
• Kevin Coster realizó el documental “El Botón Rojo” en su honor.

Hoy continúa viviendo en su pequeño departamento de las afueras de Moscú, con su módica pensión de US$ 200 al mes, en relativo anonimato. Le dio la mayor parte del dinero de los premios a sus familiares y guardó lo justo para comprarse una aspiradora con la que había soñado…que resultó defectuosa.

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