Yo no creo haber conocido a nadie como Fernando Ortiz, más identificado con el prototipo de un militante fiel a los ideales políticos que asumieron los partidos comunistas en todo el mundo, a partir de las doctrinas elaboradas por Marx y Engels.
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En presencia de Fernando no había como equivocarse. Ya sea en reuniones políticas o sociales, hablando de temas trascendentales o de asuntos domésticos, sus convicciones ideológicas emanaban naturalmente.
Lo conocí en 1946, con motivo de mi ingreso a la Escuela de Arquitectura de la Universidad de Chile. Yo era entonces militante del Partido Comunista, y fui promovido a la Jota con la misión de constituir en la Escuela el Círculo de Estudiantes Comunistas, nombre con el que llamábamos entonces a los organismos de base que hoy se conocen como células.
Era un período de la humanidad dominado por los ideales progresistas generados a raíz de la derrota del fascismo en la Segunda Guerra Mundial. En especial, impactaba el rol jugado por la Unión Soviética que había perdido 20 millones de vidas hasta lograr la victoria.
Habían surgido las democracias populares en Europa, India lograba su independencia, se desmoronaba el poder colonial en Asia y África y poco después triunfaba la Revolución China. No dudábamos de la superioridad del sistema socialista y la inevitable caída del capitalismo, situación que parecía a la vuelta de la esquina, dado el curso de los acontecimientos.
Fernando Ortiz ya sobresalía como dirigente estudiantil, y estaba a cargo de la Dirección de Estudiantes Comunistas. Era entonces un motor orgánico, como lo fue toda su vida. Un hombre de una tenacidad admirable para impulsar el cumplimiento de las tareas. Tenía además un talento innato para formar cuadros, para apoyarse en todos y en cada uno de los militantes, para asignar responsabilidades, para promover con audacia a los novatos en el lugar y en el momento preciso.
Hago un balance tras habernos encontrado por primera vez con Fernando hace ya 70 años, y afirmo que la consistencia ideológica propia de nuestra generación, debemos atribuirla en gran medida al rol jugado por él personalmente.
No sé porqué lo apodamos “el viejo”, ya que era apenas 5 o 6 años mayor que nosotros.
Fernando era un temible polemista en la FECH. Veloz y mordaz en la réplica. Fueron inolvidables sus duelos oratorios con Ignacio Alvarado, un líder falangista notable, muerto prematuramente por desgracia. Nos enorgullecía su capacidad para fundamentar nuestros postulados en forma tan brillante.
Fernando hablaba con la velocidad de un rayo y modulaba muy mal, comiéndose una letra o una sílaba en cada palabra. Es que sus ideas volaban mucho más rápido que su voz. Cuando sostenía un diálogo, trataba de apurar las respuestas de su interlocutor mediante continuos asentamientos con la cabeza o con la voz. Con Fernando no cabían las pausas o el reposo. Se movía como un torbellino, y sin embargo se daba el tiempo necesario para aclarar las dudas o las inquietudes de cualquier compañero. Era tan enérgico como tierno. Quizás demasiado tímido.
El libro de Iván Ljubetic describe muy bien esta etapa de la juventud de Fernando Ortíz, caracterizada además por la feroz represión que desató el presidente González Videla, electo el año 1946 con el apoyo de del Partido Comunista. Sin embargo, pretextando el carácter subversivo de una huelga de los mineros del carbón iniciada en Octubre de 1947, González Videla anunció que la humanidad se encontraba al borde de la Tercera Guerra Mundial, por lo cual Chile debía alinearse con las potencias occidentales, en contra del peligro comunista.
Logró la dictación de la Ley de Defensa de la Democracia -bautizada por el pueblo como la Ley Maldita- mediante la cual proscribió al Partido Comunista, borró de los Registros a 20.000 electores, permitió la exoneración de miles de empleados de la administración pública y confinó a centenares de dirigentes políticos y sindicales, en un campo de concentración abierto en Pisagua.
La Universidad fue un importante foco de resistencia contra el presidente traidor. Este libro nos cuenta como los jóvenes comunistas encabezados por Fernando Ortiz despertaban la admiración popular por su coraje para denunciar y enfrentar al tirano. El episodio más memorable de esa época es la huelga de la chaucha, como se llamó el alzamiento popular en protesta por el alza de 20 centavos en el del valor del pasaje de la micro.
A mi juicio, la represión que enfrentamos en esos años, de alguna manera contribuyó a fortalecer nuestra formación ideológica. Fue una verdadera escuela de cuadros.
PARTIDARIOS DE LA PAZ.
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Otro capítulo del libro, relata la formación del Movimiento de Partidarios de la Paz, que alcanzó gran significación en los años de post guerra y que en Chile tuvo a Fernando Ortiz como un importante protagonista.
Las potencias imperialistas intensificaron sus planes agresivos a partir de 1947, con la finalidad de impedir la consolidación del campo socialista, los avances del movimiento de liberación nacional en África, y las luchas de la clase obrera en el mundo capitalista.
Recordemos que Estados Unidos detentaba el monopolio sobre el arma atómica, y parecía probable el desencadenamiento de una tercera guerra mundial. La humanidad vivía bajo el chantaje del holocausto atómico.
En esas circunstancias, el año 1949 tuvo lugar una reunión en Varsovia, que congregó a las mas eminentes figuras del arte, las ciencias y la cultura universal, incluyendo al sabio Frederic Joliot-Curie, al pintor Pablo Picasso, al poeta francés Paul Eluard, a los escritores Louis Aragón e Ilya Ehrenburg, etc. En esa reunión se constituyó el Movimiento de Partidarios de la Paz, que poco después emitió el Llamamiento de Estocolmo, planteando un dramático llamado a la proscripción del arma atómica.
Se formaron filiales del Movimiento por la Paz en cada país, que pronto asumieron un carácter masivo, capaz de ejercer una enorme influencia en la opinión pública mundial. Evaluado a más de 60 años de distancia, debe considerarse a este Movimiento como un factor decisivo para impedir el desencadenamiento de una nueva guerra mundial.
La Jota me designó encargado de la Paz, si así como lo oyen, encargado de la paz, con la responsabilidad de organizar entre otras tareas, la recolección de firmas suscribiendo el Llamamiento de Estocolmo. Llegamos a recolectar doscientas mil firmas al pié de dicho documento, lo que representa una cifra descomunal en un país que contaba en esos años sólo con seis millones de habitantes.
Hacíamos una labor casa por casa y Fernando era -como siempre- un motor estimulando nuestra participación en las brigadas dominicales encargadas de efectuar esta tarea.
UN PECADO DE JUVENTUD.
El libro de Iván describe muy bien un capítulo dramático en la carrera política de Fernando: el reinosismo.
El año 1951, el PC fue conmovido por una crisis, que trajo consigo la expulsión del Partido nada menos que de su segunda autoridad: el Secretario Nacional de Organización Luis Reinoso.
Debido a las severas normas del trabajo clandestino, impuestas para salvar al Partido de la persecución vigente, Reinoso logró estructurar algunos grupos de militantes compartimentados unos de otros, impedidos de confirmar la veracidad de las tareas recibidas, al estar descolgados de los canales orgánicos normales.
Reinoso venía discrepando desde 1949 con la orientación del partido respecto a la forma de enfrentar a González Videla, propiciando la formación de grupos preparados en la autodefensa y el ataque a las unidades represivas.
Desconociendo las resoluciones de la Dirección Central, Reinoso resolvió poner en práctica su estrategia. Recurrió a Fernando Ortiz, designado poco antes, como Secretario General de las Juventudes Comunistas, y le encargó seleccionar grupos de jotosos que recibirían un adiestramiento adecuado como para ocupar -por ejemplo- algunas panaderías, a fin de distribuir gratuitamente el pan entre la población.
Fernando fue conminado por Reinoso a guardar riguroso silencio respecto a esta tarea, sin comunicarla ni siquiera al Secretario General del Partido. Esta situación se prolongó varios meses, no trascendiendo a los niveles superiores de la organización, mientras tenían lugar algunas acciones insensatas que intrigaban a la dirección del Partido, ignorante de su origen.
Los asaltos a un par de panaderías de San Miguel, constituyeron actos irresponsables, realizados en medio del rechazo de la población, que reaccionaba en favor de los modestos comerciantes afectados.
Los equipos operativos sólo daban cuenta de sus actos a Fernando
Finalmente, éste terminó por entender la gravedad de los hechos, comunicando sus dudas a miembros de la Dirección, con lo cual quedó al descubierto la actividad fraccional emprendida por Luis Reinoso.
El Partido expulsó a Reinoso y a otro par de dirigentes del carbón, y sancionó a Fernando Ortiz por no haber captado oportunamente la naturaleza de las acciones encomendadas por Reinoso. Fernando fue removido de todos su cargos en la organización, pasando a ser un simple militante de base, situación que se prolongó por casi 10 años.
La sanción constituyó un golpe muy duro para él ya que su vida estaba totalmente consagrada al Partido. Sin embargo, este hecho tuvo un lado positivo al permitirle concluir los estudios universitarios que había abandonado, y presentar su tesis de título como profesor de Historia, Geografía y Educación Cívica en la Facultad de Filosofía y Educación de la Universidad de Chile, que aprobó en 1956 bajo la conducción de su maestro y compañero Hernán Ramírez Necochea.
El libro de Ljubetic describe muy bien la trayectoria de Fernando dedicado a su carrera académica y el importante rol jugado en la Reforma de la Universidad de Chile a partir de fines de los años 60 hasta el golpe militar.
Cuando se produce el golpe militar, Fernando no elude las responsabilidades políticas. Su experiencia en los años de la Ley Maldita debe haberle ayudado para adaptarse a las exigencias de la lucha clandestina contra la dictadura de Pinochet.
Encontró refugio para algunos compañeros perseguidos, y colaboró en asilar a otros en las sedes de las embajadas amigas. Se arriesgó a visitar los domicilios de compañeras cuyos maridos permanecían confinados en Dawson o en la Oficina Chacabuco, llevando la solidaridad y el aliento del Partido aún en tan extremas circunstancias.
Fernando Ortiz fue un revolucionario consecuente, un maestro para generaciones como la nuestra, un académico serio y profundo, un militante comunista ejemplar.
Este libro es un gran aporte para recuperar la memoria de un chileno excepcional. Hemos avanzado en esclarecer algunos de los crímenes. y las múltiples violaciones a los Derechos Humanos cometidos por la dictadura.
También algunos asesinos permanecen recluidos en cárceles especiales, pero el país sigue en deuda con personas como Fernando, y también el Partido Comunista de Chile, que no ha elevado a él y tantos otros compañeros, al sitial que merecen en la historia del Partido de Recabarren.
Felicitamos a Iván Ljubetic por su acuciosa investigación, que permite entregar a las actuales generaciones la historia de nuestro amigo y compañero de juventud, Fernando Ortiz Letelier.
(*) Comentario al Libro de Iván Ljubetic.