Oh, amigos, amigas, a mí me gustaría saber por qué ni en la afamada revista Qué Pasa, ni en El Mercurio, ni en La Tercera, ni en LUN, ni en La Segunda, ni en ningún canal de TV chileno apareció jamás información alguna dando cuenta de la detención de mi madre, la señora Marina Marshall Silva, por Osvaldo Romo y personal de la DINA, ni entonces ni después.
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Es como si esos hechos jamás hubieran ocurrido –cuán penoso, qué catete, resulta seguir insistiendo con cosas así a estas alturas–. Esposada y vendada, ella fue llevada en abril de 1974 desde su casa en Tobalaba con Bilbao hasta el centro de torturas y exterminio de la calle Londres 38 a cargo de la DINA, y después de dos semanas de eso al Estadio Chile, luego a otro centro estatal, fiscal militar paramilitar de ese tipo, denominado Cuatro Álamos, que queda por Vicuña Mackenna en lo que hoy es San Joaquín (para quienes hacen un poco de Dark Tourism, el recinto permanece a cargo del Sename, oh yeah, en calle Canadá 5359), y luego a Tres Álamos, un campo de concentración que funcionaba, oye, fiscalmente, allí mismo, a cargo de nuestros gloriosos y confiables Carabineros de Chile.
En total estuvo cuatro meses detenida, luego se vio obligada a vivir varios años fuera del país. Durante ese tiempo, quienes redactaban la revista Qué Pasa se concentraban en temas para ellos más relevantes, como por ejemplo el empresario Enzo Bolocco, en cuyas pupilas es posible intuir una visión integradora empresario-militar onda televisiva miss Universo.
Los editores y periodistas, para llamarlos de algún modo, que silenciaron de manera implacable, sin fisuras, la noticia de la detención de mi madre (una de las innumerables noticias de ese tipo ocurridas en aquellos tiempos, todas silenciadas o desfiguradas), que participaron en esa bajeza, no estuvieron ciertamente defendiendo la libertad de información. Los dueños de aquellos medios tampoco.
Es que no se dedicaban a la información ni a la libertad sino a presentar de manera simpática a un régimen de asesinos y torturadores y ladrones.
Formaban parte, como hoy, desde roles subalternos o directivos, pero siempre cobrando sus billetes a fin de mes, de una especie de gran agencia de publicidad del poder económico y socio social barrioaltero pirulo exclusivo top in, en aquel tiempo militarizado y con rudo entrenamiento norteamericano antiguerrilla.
El caso de mi madre apareció en la prensa de los Estados Unidos, también en Italia. Pero no en los diarios, radios, canales de televisión o revistas de nuestro país. Los periodistas chilenos de Qué Pasa y de Qué No Pasa o de Qué Nunca Pasó, que siguen hoy afanosamente defendiendo la libertad de prensa desde sus computadores envilecidos, tampoco se han interesado en destacar el hecho, como que da un poco lo mismo. Como que la vida y el honor pisoteado de las personas concretas son accidentes laterales que no están en la agenda de la prensa chilena, una prensa corrupta y corruptora. ¿Honor? ¿Personas?
Medios que se las dan de liberales y son simplemente tapadera del abuso institucionalizado, sucias herramientas de un sistema corroído por el dinero, el miedo, el cohecho, la hipocresía, la astucia nacional expresada en múltiples artimañas, trucos o ardides, medios ante los cuales se inclinan y se arrastran en penoso silencio muchos de los así llamados intelectuales, los así llamados académicos, los así llamados artistas, los así llamados políticos, los así llamados tecnócratas.
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A lo mejor hablar de estas cosas constituye «un error» (cuek), pero a estas alturas me da lo mismo.
Mi indignación y mi asco para esas empresas y esos sujetos que, lejos de preservar la libertad de prensa la han secuestrado, la han hundido, la envilecen cada día, y que pese a su afán depredador insisten en figurar como símbolos y mártires de la libertad de expresión. Yo ese sapo no me lo puedo tragar, lo siento.
(*) Artista visual
Fuente: El Mostrador