Algo no va a aguantar más en Venezuela. Es una sensación que se percibe en el aire, las conversaciones, la manera de chocar de la calle, los transportes públicos, las personas, la tensión en las colas que están en todas partes y son perenes, resisten al sol y la lluvia. Como si se estuviera viendo en cámara lenta el impacto que está por venir, una olla a presión a punto de desbordar.
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Algunos hechos lo indican: los asesinatos de los chavistas Ricardo Durán, jefe de prensa del Gobierno del Distrito capital; de César Ver, diputado suplente del Consejo Legislativo del estado Táchira, y de Marcos Tulio Carrillo, alcalde de La Ceiba; la desaparición de dirigentes campesinos, la imagen del colectivo atropellando y matando a dos policías, los rumores de saqueos que se agudizan, la denuncia de la preparación de un Golpe de Estado para el 15 de mayo, el llamado hecho el 1 de mayo por Nicolás Maduro a una rebelión en caso de perderse el Gobierno.
Y el cotidiano: vivir en Venezuela es resistir desde hace ya dos años a la escasez generalizada, la presión para ver dónde y a qué precios conseguir alimentos, medicamentos, productos de higiene, agua.
Se trata de los efectos de la guerra no convencional desatada sobre la revolución bolivariana, que opera con, al menos, cuatro frentes en simultáneo.
En lo comunicacional las acciones son nacionales -todo paralelismo con el grupo Clarín es válido- y fuertemente internacionales: desde la BBC, a El País, pasando por La Nación. Se trata de deslegitimar al Gobierno, en particular a Nicolás Maduro, construir una matriz que convenza que existe una crisis humanitaria en Venezuela para legitimar una intervención extranjera.
En lo geopolítico la estrategia es de tenaza: abrir conflictos desde Guayana Esequiba, Colombia y Estados Unidos, con apoyo de ONG financiadas por la Usaid y la NED, y ataques de organismos como la OEA.
En lo económico el plan es desabastecer, aumentar los precios, destruir el poder adquisitivo -un 97% menos en 3 años- crear colas, redes de reventa, desgaste popular.
El último plano, el violento, contempla tanto la infiltración de paramilitares para disputar los territorios populares, las acciones de calle incendiarias como asedios e intentos de saqueos -convocados abiertamente por dirigentes de la oposición-, así como el incremento de homicidios y robos para asfixiar el día a día.
El objetivo es recuperar el Gobierno y de ahí el poder. Todas las vías son posibles: insurreccional, golpista con un sector de la Fuerza Armada Nacional Bolivariana, electoral. Esta última opción, descartada por una parte de la oposición durante un tiempo, volvió a emerger luego de los resultados de diciembre pasado que dieron una victoria legislativa a la derecha.
El llamado a referéndum revocatorio, que ya comenzó con la recolección de firmas, es la continuidad de esa línea. Los números parecen indicar que lograrán convocar al referéndum, que requiere reunir firmas equivalentes al 20% del registro electoral (3.959.560)
Para lograr la revocación, necesitarían tener más votos de los obtenidos por Nicolás Maduro en el 2013, es decir más de 7.587.532. Otra cuestión es central: en caso de darse el referéndum antes del 10 de enero, y de perder el presidente, deberán darse elecciones para elegir al nuevo mandatario. En caso de darse después de esa fecha, asumiría a la cabeza del Gobierno el vicepresidente, quien terminaría el mandato, hasta el 2018. Los tiempos queman.
Se trata de un plan de guerra elaborado desde los Estados Unidos, como lo demuestra el documento “Operación Venezuela Freedom 2”, perteneciente al Comando Sur, firmado por el almirante Kurt Tidd. Ahí quedan expuestas las conclusiones sobre la primera fase de las operaciones y los puntos a seguir para terminar con el chavismo en el Gobierno. El lapso es de seis meses, y lo legal/electoral aparece en realidad como pantalla, no como plan real. Quienes dirigen los tiempos de la desestabilización son los Estados Unidos, que necesitan recuperar el control directo sobre el circuito de materias primas, en particular el petróleo.
Lo que se vive en Venezuela es el impacto de las nuevas metodologías imperialistas, aplicadas por ejemplo en Libia y Siria. Se trata de crear caos, romper el vínculo entre el pueblo y su Gobierno, construir un escenario de ingobernabilidad para negociar con quienes logren controlar poder: el nuevo Gobierno, bandas paramilitares, quienes estén dispuestos, una vez más, a entregar sin mediaciones las riquezas nacionales.
La excepción venezolana
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La actualidad Venezuela se enmarca en la etapa política de contraofensiva continental. Es parte del Golpe en marcha en Brasil contra el Gobierno del Partido de los Trabajadores, de la revancha encabezada por Macri en Argentina. El imperialismo busca recuperar terreno, las clases dominantes latinoamericanas necesitan reconfigurar los gobiernos en una etapa de crisis del capitalismo.
En ese contexto la revolución cobra un sentido particular: es el punto del continente a partir del cual se propagó la integración del siglo XXI -Alba, Unasur, Celac, PetroCaribe-, se impulsó una alternativa regional que consiguió lo que no se había logrado en décadas, siglos, incluso nunca.
Y es más que eso: el proceso bolivariano fue, y sigue siendo, el que puso sobre la mesa el debate sobre el poder y la construcción de un proyecto no capitalista. Tanto en lo teórico -quedan materiales imprescindibles de Hugo Chávez- como en la práctica popular. Desde el inicio se le quitó poder a las clases dominantes -burguesía, oligarquía e imperialismo- para redistribuírselo al pueblo organizándose. No se trató de gestionar el Estado de forma progresiva para ampliar el consumo, sino de socializar la democracia, el poder y terminar con la estatalidad burguesa.
Para eso varias herramientas y ensayos fueron construidos desde 1999: desde la democracia participativa y protagónica, hasta las comunas y el, por construirse, Estado comunal. En Venezuela se expropiaron tierras, fábricas, se nacionalizó el petróleo, se desplazó a los partidos políticos que habían gobernado durante treinta años.
Por eso la respuesta fue tan rápidamente violenta: el Golpe de Estado del 2002, sabotaje petrolero del 2003 y referéndum contra Chávez del 2004 fueron la muestra nítida de eso.
Eso explica la dimensión de la revancha que se prepara contra el chavismo, es decir los sectores populares. Lo dijo Nicolás Maduro luego de la derrota legislativa en diciembre: lo que está en juego no es un cambio de Gobierno, sino un intento de contrarrevolución. Sabemos en el continente lo que eso significa. Las clases dominantes perdieron poder simbólico, político, económico. Buscan recuperarlo y ejercer un castigo de masas.
La violencia contrarrevolucionaria es proporcional a lo profundo de la experiencia revolucionaria. Solo aplicando tres años de guerra no convencional cada vez más aguda, se logró erosionar una parte de lo acumulado durante los 16 años de proceso.
La capacidad de resistencia demostrada frente a desabastecimientos, colas de 12 horas para conseguir dos o tres productos, un mercado en negro como cáncer, asesinatos selectivos a dirigentes, ataques psicológicos a gran escala, ridiculización mediática del presidente, indican la profundidad de la revolución.
El chavismo es mucho más que un gobierno, es una experiencia de participación y empoderamiento radical. Para comprenderlo hay que ir barrio adentro, campo adentro, conocer las experiencias comunales, de construcción de viviendas, observar la redención de los humildes cuando marcha el chavismo.
Debates urgentes
Existe un enemigo claro. Que desata la guerra, no se muestra -esa es su estrategia- y al que se llega por documentos, análisis, discursos, acumulación de pruebas, comparaciones históricas. Pero hay otro, vestido de rojo, de cargos gubernamentales, de responsabilidades y poder. Es evidente por su impacto en la vida cotidiana, la ineficiencia estatal que corroe el proceso, el contrabando a Colombia, que tiene nombre cuando es arrestado por corrupción.
El último caso fue la denominada Operación Gorgojo, donde resultaron detenidos los responsables de la red de distribución de alimentos estatal Abastos Bicentenarios. Luego de varios años de guerra económica se descubrió entonces que una de las herramientas principales para hacerle frente estaba en realidad bajo control de sectores corruptos. Lo mismo pasó con la Ley de Precios Justos, donde por dos años el marcaje de precios finales le fue cedido por debajo de la mesa al sector privado.
El impacto de la corrupción en las bases del chavismo es profundo. Enojo, desánimo, desconfianza con sectores del Gobierno, de la Fuerza Armada Nacional Bolivariana. Elementos que, en el contexto global, se acumularon y fueron parte de las causas los resultados electorales del 6 de diciembre: no fue tanto una victoria de la oposición -así lo dicen los números- como un voto castigo del chavismo a su conducción. Las consignas al día siguiente eran contundentes: depuración, limpieza.
Principalmente de la mediación política central, el Partido Socialista Unido de Venezuela, así como de dinámicas superestructurales de rotación de cargos, repetición de los mismos dirigentes en puestos estratégicos, sordera gubernamental, convocatoria a espacios de debate popular sin consecuencias en las tomas de decisiones. Un debate de fondo: dónde debería estar el poder en la revolución, donde (no) reside y por qué.
Asuntos de muchos años que, en la actual etapa, se tornaron urgentes. Siempre existieron sectores reticentes a impulsar el proceso de empoderamiento radical popular, que se vieron a sí mismos, en ministerios, puestos de dirección, oficinas con aire acondicionado en torres de muchos pisos, como portadores exclusivos del proceso. Su justificación preferida:
“El pueblo no está listo”. Para quienes acordar con el sector privado, razonar en términos de porcentajes y negocios, fue más importantes que construir los cimientos de una nueva institucionalidad gobernada por los sectores populares organizados en su territorio. Que se opusieron directamente a que eso suceda, y hoy controlan grandes cuotas del Gobierno, en gobernaciones, alcaldías y ministerios, por ejemplo. Dirigentes contra los cuales Hugo Chávez descargó su último discurso, sentenciado con la consigna de “comuna o nada”.
La revolución es la disputa por su sentido y accionar.
Se trata de deudas impostergables. Así como la construcción de una nueva matriz de desarrollo económico. Una consigna que puede resultar sencilla de enunciar, pero que en un país moldeado durante un siglo alrededor de la dependencia de la renta petrolera, es particularmente compleja de construir. Sobre todo, cuando el precio de venta del barril se encuentra por debajo de 40 dólares desde hace ya casi dos años. El Estado dispone de cada vez menos dinero.
Por eso fue anunciada la pronta explotación del megaproyecto minero denominado Arco del Orinoco, una futura fuente de ingreso de dólares, que irá, según parece, contra el mismo Plan de la Patria -el plan de gobierno escrito por Hugo Chávez para el 2013-2019- que indica:
“Tenemos la tarea histórica de contribuir con la preservación de la vida en el planeta y la salvación de la especie humana, y ello supone detener la devastadora fuerza de destrucción del modelo capitalista”. La situación apremia en la economía venezolana, y se ha priorizado acuerdos con los sectores privados, y la búsqueda de fuentes de ingreso controversiales como ésta última. Existen acompañamientos estatales a empresas de propiedad social, fábricas recuperadas, tierras agrícolas comunales, pero pequeños en relación a lo que requiere el proyecto y la etapa.
Resulta difícil elaborar pronósticos acerca de cómo se darán los próximos sucesos. Es seguro que la guerra se agudizará, y aunque algunos sectores del chavismo en el gobierno busquen acuerdos, no pareciera existir la posibilidad de frenar la decisión impostergable de la contrarrevolución. Conciliar no es una posibilidad.
El país parece una olla a presión, donde todo el mundo se levanta preguntándose si hoy será el día en que pase. ¿Qué? Algo, un estallido, un Golpe, una violencia incendiaria, una intervención, una descarga popular sobre quienes arman las redes del mercado paralelo, llamados bachaqueros, y crean una batalla de humildes contra humildes.
En ese contexto muchos escenarios son posibles. Por ejemplo, que se realice el referéndum revocatorio, Nicolás Maduro pierda, y sea elegido en su lugar un nuevo presidente chavista en vez de un opositor. O que tenga lugar un ciclo agudo de violencia cotidiana que desemboque en un Golpe que saque al presidente y abra un escenario de confrontación callejera. Algo no va a aguantar mucho más, eso parece seguro.
Fuente: Resumen Latinoamericano