viernes, noviembre 22, 2024
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Viaje al Centro de Arturo Vidal

En El Huasco, en la comuna de San Joaquín, al sur de Santiago, entre chabolas, perros errantes y madres adolescentes, se forjó la cresta del ‘Rey Arturo’. Desde semejante casilla de salida, el camino de Vidal estaba llamado a ser forzosamente tortuoso.

La estación de metro más cercana está a algunos kilómetros y los buses no siempre paran. Entre casas de una sola planta y perros callejeros, las adolescentes se convierten en madres con apenas 16 años, al tiempo que la principal actividad de los chicos es la botella.

En Santiago, El Huasco encarna el Chile más bajo, lejos, muy lejos del boom económico local. Aquí, un padre no tiene demasiado que dejar a su hijo salvo el nombre y su amor por el fútbol. Arturo Pardo ni tuvo esa oportunidad, ya que sólo acunó muchachas.

Así que cuando una de ellas, Jacqueline, tuvo su primer hijo, no le quedaron demasiadas opciones. En homenaje a su abuelo, Arturo Vidal Pardo llegó a este mundo el 22 de mayo de 1987 en El Huasco, un lugar con un terreno de fútbol como único atractivo. ¡Y menudo campo! Una pradera pelada y vetusta. Dos porterías oxidadas y unos neumáticos deshinchados para marcar el límite de la cancha.

Justo delante de la casa del internacional chileno en la calle Aníbal. Ahí es donde empieza la historia del ’Rey Arturo’.

“Cada mañana venía aquí con su hermana, la situaba bajo los palos y con ella entrenaba su disparo”, evoca Antonio Labra, vecino y amigo de la familia. “Pobrecilla, ¡le disparaba unos misiles! Ella tiene una discapacidad mental, cercana al Síndrome de Down, y fue la persona con la que Arturo aprendió a jugar a fútbol”, concluye.

El maltrecho estadio es el que utiliza como local el Rodelino Román, el equipo de la familia. Allí jugo su padre y allí juega actualmente su primo, Carlos Albornoz. Traje elegante, corbata azul y unas Ray-Ban, Albornoz es psicólogo y profesor de emprendimiento en una universidad privada en uno de los rincones más chic de la ciudad.

Tal trayectoria le ha valido el sobrenombre de ‘el Ingeniero’. “Toda la familia ha jugado en el Rodelino. Nuestros abuelos eran empleados públicos y trabajaban como basureros. Les encantaba el fútbol y su jefe, un tal Rodelino Román, les compró sus primeros equipajes. Como reconocimiento, bautizaron a la entidad con su nombre”, detalla el primo de Vidal.

ADIÓS PAPÁ

Aunque todos son pobres en El Huasco, la familia de Vidal lo era incluso un poco más. Sobre todo cuando un año antes de la llegada de Arturo, su abuelo murió en un accidente laboral. Se cayó del camión y un bus acabó atropellándole, dejando a su familia sin recursos.

No ayudaba que el padre, Erasmo, que trabajaba en los mercados, tuviera el hábito de dejarse su modesto sueldo en los bares del barrio. La madre, Jacquie, como todo el mundo la conoce, limpia casas para intentar mantener la familia a salvo, así que cuando un buen día Erasmo coge la maleta, tampoco nota tanto la diferencia.

“El padre de Arturo desapareció de un día para otro dejando tirados a sus hijos, un clásico en entornos desfavorecidos. Se casan siendo adolescentes, tienen hijos y cuando se dan cuenta de lo que cuesta tirarlos adelante, la fiesta se termina”, razona Albornoz. Sin embargo, en el barrio la tesis no es del todo compartida.

Claudio Becerra, uno de los primeros mentores de Vidal, relativiza: “Erasmo se iba el viernes de fiesta y volvía el miércoles siguiente, pero de ahí a decir que los abandonó hay un gran paso. Salía y bebía mucho, pero siempre volvía, aunque a veces se perdía durante más de una semana”. Lo cierto es que Arturo Vidal le ha guardado rencor a su padre durante mucho tiempo, ya que éste no regresó definitivamente hasta que llegó el éxito.

Sea como fuere, la falta de la figura paterna y los riesgos de la adolescencia en el barrio hacían subir peligrosamente las opciones de que el camino de Vidal se torciese. Y sin embargo, el entorno protegió al joven Arturo, como rememora su primo:

“El Huasco es una comunidad histórica. A diferencia de los barrios de chabolas más modernos, aquí existe un fuerte sentimiento de pertenencia al lugar y un respeto por las instituciones y las personas más mayores. Por ejemplo, nuestro abuelos eran líderes sindicales en la época de Allende. Es un lugar que luchó mucho contra la dictadura y que ha conservado el sentido de la vida en comunidad”.

De hecho, Vidal y los suyos avanzan gracias a la solidaridad de sus vecinos. “Todos nos turnábamos para echar una mano. Íbamos a la tienda el fin de semana y comprábamos pan recién hecho y queso para Arturito y sus hermanos y hermanas”, ratifica Antonio Labra.

Ante tal panorama, Vidal no se extravía, todo lo contrario, y sus únicas chiquilladas se cuentan con un balón atado al pie y con el atenuante de nocturnidad. “El vecino estaba rehaciendo su fachada y él se la tiró abajo en un par de ocasiones mientras se colaba por la noche en su patio para jugar”, confiesa Becerra divertido.

Justo delante de su casa, desde las seis de la mañana, y antes de ir a la escuela, el muchacho no paraba de entrenarse. “Daba la vuelta a la cancha haciendo toques y descalzo hasta que le sangraban los pies”, recuerda Ramón Henríquez, ex presidente del Rodelino. Sobre el terreno mágico de su club, Vidal aprende el oficio de futbolista.

“Tenía un corazón enorme. Aquí todos le llamaban el ‘Cometierra’ porque volvía a casa con fango hasta las pestañas. Todavía hoy, es un tipo capaz de comerse la tierra y levantarse las veces que haga falta. Es un guerrero”, detalla Henríquez.

MARCADO POR LOS GENES

Desde los 11 años, el hoy centrocampista está en el equipo de los de 15 y juega con los adultos cuando le dejan. Obviamente, el chico tiene talento. Talento heredado.

“Su padre Erasmo era bueno, pero el mejor era su tío, el ‘Burro’. ¡Qué pedazo de jugador! Como vendía fruta en el mercado, llegaba al campo en calesa. Era un enfermo del fútbol. Tenía problemas de corazón y el médico le había prohibido jugar, pero él se dejaba el alma en el campo. Murió en la cancha, de un ataque al corazón, como él quería”, concede Becerra.

A pesar de su talento, el ‘Burro’ nunca hizo carrera en el fútbol profesional. Por aquel entonces, a los grandes clubes no se les había perdido nada por sitios de mala reputación como El Huasco, pero por suerte para Vidal, todos aquellos prejuicios cambiaron con el cambio de siglo.

El estadio del Colo-Colo no está a más de 20 minutos de su casa, al otro lado de la avenida Departamental. Con 12 años, Arturo coge la bici y allí se dirige para una prueba. El primer intento resulta fallido, pero este insiste y tres años más tarde vuelve para quedarse.

Con 15 años pasa a formar parte del centro de formación del club más grande de Chile.

“Nadie puede garantizar con 15 años si un chico llegará a ser un crack y quien diga lo contrario es un mentiroso, especialmente en el caso de Vidal”. Quien habla es el ex internacional chileno Hugo González y primer entrenador de Arturo en Colo-Colo.

Lo recuerda como un chico repleto de voluntad, pero sobre todo bromista e indisciplinado. “Era un jugador correcto, llamativo, con un buen toque de pelota, pero igual de desordenado dentro como fuera del campo. En el instituto, lo echaban de clase con facilidad y tuvimos que enseñarle al mismo tiempo la disciplina táctica como la manera correcta de comportarse en la vida”, repasa González.

En su etapa de formación en Colo-Colo no consigue afianzarse y pasa por diferentes posiciones: central, lateral, mediocentro o… suplente. Y a eso suma las continuas bromas por un apodo originado de un parecido poco evidente: ‘Celia’, por Celia Cruz.

Pero Arturo aguanta y se esfuerza, al igual que lo hace su madre para que su hijo pueda triunfar. “Vendía pasteles, organizaba sorteos, hacía de todo para poder pagar los viajes de Arturo, ya que en aquella época el club no cubría los gastos completos del jugador”, matiza Henríquez.

Vidal tiene un futuro de jugador profesional ante los ojos, pero sólo una escena familiar hace que él lo descubra.

“Un día mi madre volvió de trabajar y de tanta hambre que teníamos no podíamos ni comer. Afuera llovía y la casa estaba toda mojada. Mis hermanos y yo nos pusimos a llorar y fue entonces cuando le prometí a mi madre que me convertiría en futbolista”, confesaba en 2012 a El Mercurio el propio protagonista.

EN EL NOMBRE DE LA MADRE

Pasan dos años después de aquella promesa y un día de enero de 2005, el teléfono suena en la decrépita casa de la calle Aníbal. Claudio Becerra está jugando a damas con Vidal y al otro lado de la línea se presenta Dabrowski, el entrenador por aquel entonces del primer equipo de Colo-Colo.

“El argentino lo había convocado para la pretemporada y Arturo se volvió loco. ‘Me tengo que ir’, me dijo acelerado. El pobre no tenía ni unas botas en buen estado. El poco dinero que entraba en casa era para comida y no para equipación deportiva”, dibuja el propio Becerra.

Durante su primera temporada como profesional no juega demasiado, pero el dinero que recibe le sirve para cumplir con lo dicho y ayudar a su madre. Con su primera paga se la lleva a un centro comercial.

“Aquí en Chile solo van los ricos a los centros comerciales. Nosotros somos pobres y no podemos ir ni al supermercado. Para su madre, aquello fue como ir a Disneyland”, prosigue Becerra.

En la segunda, el talento de Arturo explota por todo lo alto. Bajo las órdenes de Claudio Borghi y con compañeros como Alexis Sánchez y Matías Fernández, Vidal se convierte en indispensable.
Con 19 años, el que en el club conocían como ‘Celia’ se corta sus largos cabellos para dejarse una cresta indígena. En Europa, al que ahora han pasado a llamar ‘Celia Punk’, no pasa desapercibido y Rudi Völler, que estaba en Chile para hacerse con el ‘Chupete’ Suazo, vuelve a casa con Arturo Vidal bajo el brazo a cambio de diez millones de euros.

“La única opción que Arturo tenía para triunfar en la vida era el fútbol. Todo o nada. En su caso, no tenía detrás nada, absolutamente nada”, explica satisfecho su primo, el ‘Ingeniero’. Y todavía hoy, las miserias de juventud le atrapan de vez en cuando. Como en 2011, cuando su tía fue detenida por la policía con 150 dosis individuales de cocaína. O como el año pasado, cuando uno de sus tíos, alcohólico, fue encontrado muerto en la calle por culpa de una hipotermia. Pero a pesar de todo, Vidal se siente satisfecho.

Albornoz se ocupa del negocio familiar. Área 23, la sociedad que gestiona en nombre de su primo, acaba de invertir, por ejemplo, en varios clubes deportivos. Albornoz habla de dinero sin pudor:

“Queremos invertir en el mercado inmobiliario en Chicureo. Va a ser algo muy rentable porque van a construir un centro comercial enorme. Es un barrio nuevo y en 2020 no tendrá nada que envidiar a cualquier lugar cool de Estados Unidos”.

A su madre Jacqueline no le hará falta esperar a que lo construyan. Ella ya vive en un apartamento lujoso. El plan de Vidal ha funcionado y además de al fútbol y a su familia, también saca tiempo para dedicarse a su otra gran pasión: la equitación.

El internacional chileno posee más de 20 caballos, entre los cuales destacan nombres como ‘Rey Arturo’, ‘Sono Bianconero’ o ‘Rodelino’. Y además de por entretenimiento, su ‘filia’ ecuestre permite que su hermano Sandrino, varios amigos de infancia y hasta su padre, con el que finalmente se ha reconciliado, tengan una actividad y un sustento económico.

El jugador no ha olvidado El Huasco y El Huasco tampoco le ha olvidado a él.

A Patricia, una amiga de su infancia, aún se le iluminan los ojos:

“El año pasado, Arturo organizó una fiesta de disfraces para todo el barrio. Alquiló dos buses para que todos fuésemos a su casa. Nunca se ha olvidado de nadie. Puede que sea millonario, pero en su alma sigue siendo un pobre”.

Fuente: Panenka

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