El 9 de febrero de 1974, el inolvidable campeón argentino, Carlos Monzón; defendió con éxito su título de campeón del mundo de los medianos, ante el campeón del mundo de los welter, el peligroso José «Mantequilla Nápoles, en un espectáculo en París, producido por el afamado actor Alain Delon. Julio Cortázar estuvo presente, y lo narró es su estilo inimitable.
«Había llovido la noche anterior y la gente no se apartaba de los tablones, ya desde la salida del metro orientándose por las enormes flechas que indicaban el buen rumbo y Monzón-Nápoles. A todo color. Vivo, Alain Delon, capaz de meter sus propias flechas en el territorio sagrado del metro aunque le costara plata…», dice en el principio el cuento La Noche de Mantequilla, en el libro Alguien que anda por ahí, del argentino Julio Cortázar.
Ese 9 de febrero de 1974 el afamado actor francés había logrado organizar la pelea entre los dos campeones de ese momento, de mayor prestigio. En tiempos en donde sólo existía el Consejo Mundial y la Asociación Mundial, ambos eran campeones de los dos organismos. Nápoles, un cubano nacionalizado mexicano, era el mejor en el peso welter y subió de peso para enfrentar al argentino Carlos Monzón, campeón de los peso mediano.
«La gente se divertía sobre todo con lo que pasaba fuera del ring, la llegada de un espeso grupo de mexicanos con sombreros de charro pero vestidos como lo que debían ser, bacanes capaces de fletar un avión para venirse a hinchar por Mantequilla desde México, tipos petisos y anchos, de culos salientes y caras a lo Pancho Villa, casi demasiado típicos, mientras tiraban los sombreros al aire como si Nápoles ya estuviera en el ring, gritando y discutiendo antes de incrustarse en los asientos del ringside».
La pelea se hizo en una carpa de circo, en las afueras de París, Villa de Puteaux. Las doce mil entradas se agotaron rápidamente. Nápoles era un fuerte peleador con una técnica exquisita que bajaba cada rival que le ponía enfrente. Fue campeón del ’69 al ’75 (perdió una pelea y recuperó el título) e hizo 12 defensas. Monzón hacía su novena defensa ante Nápoles, desde que logró el título en 1970.
«… Y atrás un francés explicando que a Monzón lo iba a ayudar la diferencia de estatura, golpes de estudio, Monzón entrando y saliendo sin esfuerzo, round casi obligadamente parejo. Nápoles pega duro… dos veces había visto a Monzón tirarse atrás y la réplica llegaba un poco tarde. Era como si Mantequilla comprendiera que su única chance estaba en la pegada, boxearlo a Monzón no le serviría, como siempre le había servido, su maravillosa velocidad encontraba como un hueco, un torso que viraba y se le iba mientras el campeón llegaba una, dos veces a la cara y el francés de atrás repetía ansioso ya ve, ya ve cómo lo ayudan los brazos…en la tercera vuelta Mantequilla salió con todo y entonces lo esperable…Monzón contra las cuerdas, un sauce cimbreando, un uno-dos de látigo, el clinch fulminante para salir de las cuerdas».
Cortázar en su cuento sigue con esa maravillosa crónica de la pelea: «Mantequilla que se estaba jugando a fondo en la quinta vuelta, ahora con un público de pie y delirante, los argentinos y los mexicanos barridos por una enorme ola francesa… que atisbaba las reacciones, el juego de piernas, al final apenas uno que otro festejando idiotamente un golpe aparatoso y sin efectos mientras se perdía lo que de verás estaba sucediendo en ese ring donde Monzón entraba y salía… Mantequilla cansado, tocado, batiéndose con todo frente al sauce de largos brazos que otra vez se hamacaba en las sogas para volver a entrar arriba y abajo, seco y preciso».
Fue una de las peleas más brillantes de Carlitos, considerado uno de los mejores peso mediano de la historia del box. El castigo fue duro, el cubano-mexicano resistía, mientras Monzón lo demolía en pie.
«Los hinchas de Nápoles lo alentaban casi como despidiéndolo…Monzón buscaba la pelea y la encontraba entrando en la cara y el cuerpo mientras Mantequilla apuraba el clinch como quien se tira al agua, cerrando los ojos. No va a aguantar más. Monzón esperando para volver con un gancho exactísimo en plena cara, ahora las piernas, había que mirar sobre todo las piernas… resbalaban de lado o hacia atrás, la cadencia perfecta… Eso es un campeón. Carlitos, carajo».
Todo el mundo parado a la espera de la campana del séptimo round, un brusco silencio incrédulo y después el alarido unánime al ver la toalla en la lona. Monzón avanzando con los guantes en alto, más campeón que nunca, saludando antes de perderse en el torbellino de los abrazos y los flashes. Mantequilla abandonaba para no ser el punching-ball de Monzón».
Noche inolvidable. Maravilloso Cortázar. Usted sabía de boxeo.
Un lío bárbaro por la orina
Para esa noche de febrero del ’74 Amilcar Brusa, DT de Monzón, y Tito Lectoure, el manager, habían pedido el control antidoping. Después de la pelea, la incomodidad del camarín, una casa rodante y la cantidad de gente no permitieron que se tomaran las muestras de orina. Monzón se fue al hotel y de ahí a cenar.
Los dirigentes esperaron al campeón hasta pasadas las 3 de la mañana. Orinó en un vaso y no en el frasco que tenían los bioquímicos. La prueba no sirvió y se informó sobre lo sucedido. Eso llevó a una multa que llevaría después a una sanción del Consejo Mundial, que le quitó el título (la asociación no se lo quietó). Después lo recuperó ante Valdez. Y fue el gran campeón.
Carlos Monzón ganó el título del mundo en 1970 y luego de 14 defensas se retiró en 1977. Nunca perdió siendo campeón.
Murió en un accidente automovilístico el 8 de enero de 1995, en el paraje Los Cerrillos de la Ruta Provincial 1, provincia de Santa Fe, en una de las salidas restringidas permitidas durante su condena a once años de cárcel, por el asesinato de su segunda esposa, Alicia Muñiz, el 14 de febrero de 1988.