Imaginen esta mezcla casi perfecta: Arturo Pérez-Reverte y Agustín Díaz Yanes, que ya hicieron juntos la película «Alatriste», han vuelto a reunirse para echar la primera mirada sin tapujos a uno de los episodios más importantes, si no el que más, de la historia de España: la conquista de América.
El guión del escritor y la mirada del cineasta no estarán solos en la aventura. Junto a ellos, algunos de los mejores nombres del cine español: José Coronado, Raúl Arévalo, Bárbara Lennie, Óscar Jaenada… Y se rodará en Canarias, Panamá, Madrid, Andalucía…
El resultado es «Oro», llamada a ser una gran película histórica de nuestro cine, una gran producción, con tantos medios como riesgos. ¿Por que?
La película nace del ánimo de comprender cómo fueron en realidad aquellos hombres crueles y extraordinarios que conquistaron América. En un país que conoce mal su historia y que siempre se muestra dividido al juzgarla (la leyenda negra, la memoria histórica…), esta época de los primeros conquistadores es tierra pantanosa. Pero el equipo se ha pertrechado y va a desinflar los tópicos, a superarlos, mostrando lo que ocurrió en realidad, sin ahorrar la crudeza y la violencia de aquellas primeras décadas del siglo XVI, pero sin hurtar tampoco la grandiosidad, la heroicidad de aquel puñado de hombres desesperados que, sin saberlo, cambiaron el mundo a cada paso.
La película empezó a rodarse la semana pasada en la laurisilva de las Islas Canarias, bajo producción de Apaches Entertainment y Atresmedia con un presupuesto de 8 millones. Desde hace meses corrían rumores de que se trataba de una nueva versión de la vida de Lope de Aguirre o de Núñez de Balboa.
Pero no es verdad. No exactamente.
Arturo Pérez-Reverte, casi dueño de una de esas puertas de la serie «El ministerio del tiempo», es uno de los escritores que más asiduamente ha visitado la historia de España. Estudió los elementos comunes a todas las crónicas de los conquistadores de principios del siglo XVI (Núñez de Balboa, Lope de Aguirre, Hernán Cortés, Pizarro, Cabeza de Vaca…) y con todas esas referencias ha creado el prototipo del conquistador.
Así lo explica a ABC:
«Es como si echaras en una cazuela las historias de todos ellos y, al hervir, al consumirlo bien, el caldo que queda, la esencia, es con lo que construí esta historia. Dejemos claro que es pura ficción, pero narrada con todos los elementos históricos típicos y tópicos de la conquista de América».
El filme cuenta una expedición de exploración y conquista en la que todo está basado en hechos reales, cada uno de los sucesos de la historia ocurrió en alguna de las aventuras de los conquistadores.
El empeño de este proyecto es mostrar, de una manera muy gráfica, cómo fue la conquista de América, con lo bueno y con lo malo, con la violencia y la valentía, con la crueldad y el coraje, sin hurtar nada.
«El primer elemento es gente con mucha hambre que sale de ocho siglos de luchar contra los moros, que tiene que elegir: o bien se queda en aquella España, lamiéndole las botas a los poderosos y de rodillas mientras el clero dirige sus vidas o irse a América donde dicen que hay ciudades de oro y lugares fabulosos, jugarse la vida y morir, o bien volver ricos a su pueblo», remacha el académico.
En esas décadas un montón de extremeños, andaluces, vascos, castellanos, «tíos con hambre y desesperados, crueles, hechos a vivir una vida dura, segundones, campesinos, gentes sin fortuna, emigran a América impulsados por la ambición».
Huyen y afrontan peligros sin cuento, selvas, fiebres, pantanos, indios hostiles, mientras van persiguiendo su quimera.
«No van allí a evangelizar ni van a descubrir, van a hacerse ricos -asegura Pérez-Reverte-. Pero aquellos crueles y magníficos animales que avanzan por América están construyendo un mundo nuevo, un mestizaje nuevo y cambiando el paisaje de la historia. Esos hidalgüelos, esos campesinos medio analfabetos que salen de España a buscarse la vida, esos emigrantes del siglo XVI, sin proponérselo hacen una gesta inmensa, cruel y terrible, pero también magnífica, extraordinaria.
Cambiaron la faz del mundo, la historia; esos desgraciados analfabetos. Ese es el espíritu que refleja la película». Los jefes sí leían, solo unos pocos, y podían tener ensoñaciones con el Amadís y las novelas de caballería, pero la tropa, la fiel infantería, no sabía leer, ni sabía lo que era eso.
El resultado ha sido una película muy violenta. «Además del horror contamos la épica, el heroísmo, el coraje, la camaradería y los lazos que unían a esos hombres, unos con otros. Por cierto que cuando no estaban peleando con los indios se mataban entre ellos, cosa que es muy española también», remacha el escritor.
El resultado rompe tanto el tópico de que aquello fue un genocidio como el de que fue una labor evangelizadora principalmente, heroica, bondadosa y misionera.
«No hablaremos de colonos, funcionarios ni encomenderos. Aquí hablamos de los que se la juegan de verdad en aquellos primeros años, no de las sanguijuelas que, como casi siempre en España, llegan después, recaudadores de impuestos, frailes corruptos… Porque casi todos los conquistadores terminaron pobres, ahorcados u olvidados».
Tumbas anónimas en los afluentes selváticos, cuerpos perdidos que alimentaron a las alimañas, huesos molidos en la pura ambición y la desgracia. Pero seguían avanzando los puñados de soldados, abiéndose camino por la selva, con su coraza, con fiebre, mosquitos, malaria, disentería, muriendo en lugares soñados a los que iban poniendo nombre.
La España que dejaron
Pérez-Reverte confiesa que, cuando leemos «a Bernal Díaz del Castillo estremece: ¿Cómo pudieron hacer estos cuatrocientos tíos lo que hicieron? Desde Extremadura, Aragón o Navarra en un mundo hostil, inmenso y desconocido. ¿Cómo tenía que ser de miserable y triste la España que dejaban atrás para que fueran capaces de enfrentarse a todo eso?».
La respuesta a estas preguntas es «Oro», la película que hará justicia a los conquistadores.
«Es violentísima, crudelísima, sin escamotear nada -advierte el escritor- de lo malo o de lo bueno. Pero quiero que el espectador saque su propia conclusión, que digan: condenamos, o aprobamos o, sencillamente, comprendemos. Nunca se ha hecho esto, darles un material real y crudo para que el espectador diga: ahora sé cómo fue y cómo eras los que lo hicieron».
Eso sí, «no hay la menor concesión a nada contemporáneo, es una visión de la época, el contacto con los indios, las creencias, el trato con las mujeres… Es todo propio del siglo XVI, quiero que en la película se vea el mundo como lo veían ellos», concluye Arturo Pérez-Reverte. ¿Un Apocalypto a la española? La idea no convence al autor… , aunque le guste el rigor de la inmersión de Mel Gibson.
«Espero que sea mejor, y sobre todo que surja de una visión más nuestra», concluye.
Otras visiones desde el cine
«Aguirre o la Ira de Dios», de W. Herzog
Una visión aterradora y desquiciada del alma humana, más que una empresa o una aventura, y hecha con esa pesadez alemana de Herzog.
«El Dorado», de C. Saura
Aquí la locura de Aguirre la convierte Carlos Saura en cálculo, ambición y crueldad, y con esa gracia natural del actor Omero Antonutti.
«Alba de América», de Juan de Orduña
Visión patriótica y patética de la conquista del Nuevo Mundo que no pretende el más mínimo rigor histórico sino inflamar los pechos en una época especialmente mustia.
«1492», de R. Scott
La gran empresa de este filme fue embutir a Marlon Brando en el traje de Torquemada y al 1,85 de Sigourney Weaver en el de Isabel la Católica.
Fuente: ABC