Habló nuevamente el senador Andrés Zaldívar, quien lo viene haciendo desde antes que yo naciera y siempre con la misma variable: arrinconar los ímpetus de cambio de una izquierda sicótica, presa fácil de sus propios traumas. Primero lo hizo a inicios de la Unidad Popular, luego con la Concertación y ahora desde la Nueva Mayoría.
Dijo a La Tercera, en el contexto de “rebajas de invierno” de la promesa de Gobierno de gratuidad en educación superior, que “es un tema que habrá que ver y que lo principal es cumplir con la disciplina fiscal, ya que sin ella, este país puede irse por un tobogán: si las platas alcanzan, se hace. Si no alcanza no se puede hacer”.
Lo que no se cuenta en la nota es que él, en primera persona y en “su cocina”, se encargó el año pasado de que esas platas no llegaran en un volumen suficiente a las arcas fiscales para financiar la reforma.
Una historia de declaraciones
Era el 23 de septiembre de 1970. Allende había triunfado dos semanas antes y como ministro de Hacienda del Gobierno saliente de Frei Montalva se despachó, en cadena de radio y televisión, estas declaraciones: “Con posterioridad a esta fecha –4 de septiembre– el proceso económico se ha visto alterado poniendo en serio peligro los resultados esperados y anulando los efectos positivos de las políticas económicas que el Gobierno ha venido aplicando durante los últimos años».
Ese panorama desolador pintado por Zaldívar produjo entonces una corrida masiva de divisas que fue el origen de la crisis que luego se profundizaría durante el Gobierno de Allende. A comienzos de la Unidad Popular se integró al equipo del “vasco” Irureta, quien a poco de haberse iniciado el Gobierno popular, denunció en el Senado, como presidente del PDC, que en Chile había guerrillas, iniciándose una escalada que no acabaría sino con el golpe de Estado. Años después, Zaldívar diría a TVN que “el 11 mucha gente sintió alivio”.
Más tarde, en vísperas del retorno de la democracia, volverá a hacerse notar. Era 1989, había triunfado la opción NO en el plebiscito de octubre del año anterior y era la época dorada de las conferencias de prensa al estilo régimen militar. Andrés Zaldívar mantenía contactos con diversos medios de prensa para hablar periódicamente.
Un periodista del desaparecido Fortín Mapocho las recuerda gráficamente porque “eran con Coca-Cola y galletas”. En ellas enfatizaba la idea del miedo y de que había que “negociar” con el régimen, llegar a acuerdos y bajar el ímpetu reformista de la nueva coalición.
Bueno, finalmente ocurrió lo que Zaldívar venía proponiendo y, con las reformas de junio de 1989, la Concertación se pasó de revoluciones en su afán conciliador y hasta se amputó la posibilidad de hacer cambios con simple mayoría al elevar los quórum de las mismas. Edgardo Boeninger diría después que por esa época ya existía “una convergencia ideológica” con el régimen de Pinochet.
En 1989, y mientras Lagos, el hombre del dedo, recorre el país como si fuera candidato presidencial, Zaldívar camina la circunscripción senatorial Poniente y produce una de las derrotas más inesperadas de aquella elección parlamentaria. Con el líder del mundo progresista derrotado, el ala izquierda de la Concertación tendrá que esperar una década más para tener una opción presidencial y no poca parte de ese mundo, incluido su principal referente por esa época, Camilo Escalona, terminará siendo succionado por la hegemonía DC. Los socialistas más viejos, señalan que en ese proceso de domesticamiento del PS por parte del PDC, fue clave, nuevamente, “el chico Zaldívar”.
Luego, en 1999, se trasforma en el candidato de centro para las primarias de la Concertación de mayo de ese año. Aún todos lo recordamos en el debate televisivo empleando una plataforma de madera bajo sus zapatos para verse más grande.
Junto a su hermano Adolfo, se especializan en hacer «retornar la UP” en medio de la campaña y, si bien la propuesta suena un poco ridícula y extemporánea, al punto que es derrotado 70-30 en esa elección, sí influye en el candidato Lagos que, para la segunda vuelta, no solo cambia a su equipo por uno democratacristiano sino que, incluso, casi llega a pedir disculpas por ser agnóstico.
Regreso al presente
Es 21 de mayo de 2014. Michelle Bachelet se apresta a dar su primer mensaje presidencial, cuyo eje –se espera– esté dado por el ímpetu reformista. Son los días en que Peñailillo y su equipo reafirman en privado que “hay ánimo de reformas”.
El Gobierno durante sus dos primeros meses ha estado enviando una serie de anuncios y baterías de proyectos para cumplir sus primeros cien días. La Cámara, previamente, ha despachado sin mayor trámite la Reforma Tributaria y el ministro Arenas les ha garantizado a los diputados de la coalición que “no habrá ningún cambio en el Senado”.
Sin embargo, esa mañana, la principal noticia del día la acapara, nuevamente, una declaración de Zaldívar realizada a El Mercurio:
“El corazón de la Reforma Tributaria es susceptible de mejoras», sobre todo enfatiza que sí abordarán el aumento de tributación a las empresas y la eliminación del FUT. Todos entienden que con esas palabras se ha iniciado la temporada de “liquidación de las reformas”.
Pero sus declaraciones más rimbombantes son cuando, ante las críticas por el manejo cerrado de los cambios a la Reforma Tributaria, responde que “en estas cosas no todo el mundo puede estar en la cocina, ahí muchas veces está el cocinero con algunos ayudantes, pero no pueden estar todos, es imposible… Este tipo de soluciones requiere una cierta manera de hacer las cosas que no puede hacerse de cara a la opinión pública”.
El diputado Mario Venegas anticipará, entonces, con su enojo lo que ocurriría casi un año después:
“Esperaría que estos cambios a la reforma educacional no se hagan tomando tecito en la casa de un señor, por muy encumbrado que sea”. Bueno, eso fue lo que ocurrió finalmente y es nuevamente Zaldívar quien nos acaba de informar que si no hay plata, no habrá gratuidad. Y punto.
No son pocos quienes creen que Zaldívar es algo así como nuestro Fouché, el eterno político de la revolución francesa, aunque un viejo amigo me ha advertido que no se parecen en nada: Fouché siempre tuvo una opción por los segundos planos, por influir detrás del trono; Zaldívar, en cambio, tiene una tendencia a dejar huellas siempre en lo que hace.
¿Crisis política o crisis económica?
Vivimos en un período en que la política ya no se explica en el campo de la ciencia política, sino que se procesa en el ámbito de la psicología. Eso explica que Gobierno y empresarios nos hagan creer que estamos en Grecia, aunque vivamos en Chile. Ello explica la inquietud planteada el pasado lunes nada menos que en la reunión de la Comisión Mixta de Presupuesto, por el senador Walker, profundo crítico de la reforma educacional, respecto de “cómo el gobierno pretendía financiar la gratuidad en educación”.
Se anuncia, también, para este viernes, una reunión del ministro Valdés con el resto del gabinete para anunciar el recorte presupuestario que afectará a cada cartera. Los diarios de la plaza nos informan día a día que estamos al borde del abismo.
Cualquiera pensaría que estamos en Grecia, pero vivimos en Chile, donde empresarios y gobierno, para capear su propia crisis político-valórica, no han encontrado una mejor fórmula que salirnos una vez más con el “cuco del crecimiento” que, como ya está archidemostrado, solo profundiza la desigualdad.
Al punto que hasta en los analistas de los bancos más prestigiosos de la plaza se encuentran respuestas más profundas que en las de políticos y economistas:
“No hemos hecho nada distinto en los últimos 25 años. Eso limita nuestra capacidad de crecimiento a 3%” (Pulso, 22 de junio).
Pero estas reflexiones requieren otro tipo de empresarios y, por supuesto, políticos distintos. Por ahora, más sirven los Zaldívar –son excelentes voceros–. Como se acostumbra entre caballeros, lo premiarán por sus altos servicios.
Bueno, aunque la responsabilidad de que ello ocurra periódicamente no es exclusiva del eterno político DC, lo es, ante todo, que los chilenos estemos presos desde hace 50 años de un eje de izquierda, conservador y defensivo, que continúa siendo víctima de sus propios miedos y fantasmas.
Zaldívar solo aprendió rápido a obtener réditos de esos traumas.
Fuente: El Mostrador