Me resisto a asumir como una derrota categórica e irreversible los resultados de la primera vuelta en la elección presidencial y los resultados de la elección definitiva de senadores y diputados para el próximo Congreso Nacional.
Analicemos lo ocurrido este domingo, que es lo más inmediato que tenemos a la mano y que es una auténtica “fotografía” de las preferencias del electorado nacional. Pero no el exacto o probable de 30 días más.
En la primera vuelta de la elección del próximo Presidente de la República, el progresismo, representado por la más amplia e inédita alianza política de partidos de centro, centro izquierda y de izquierda, con su candidata Jeannette Jara, superó por casi 380 mil votos a Kast, su más cercano seguidor; por 924 mil votos a Parisi, que fue tercero; por un millón 672 mil a Kaiser, que fue cuarto, y por un millón 863 mil a Matthei, que terminó quinta.
Esos resultados son una evidente e indiscutida victoria del progresismo en China, Tumbuctú o Pelotillehue o en donde quiera que sea.
Dicho de modo simple, la oficialista Jara, que además es una militante del Partido Comunista, les ganó a los cuatro candidatos opositores más relevantes, a los que tuvieron como bandera principal o única la no continuidad del progresismo instalado en La Moneda, representado por Gabriel Boric.
Reitero: una comunista, a la que el progresismo completo le confió, en una inédita decisión democrática, masiva y popular, la conducción del proceso destinado a procurar la mantención del ideal en La Moneda, les ganó a los tres candidatos de las derechas y al candidato del populismo, que tiene, también, un fuerte olorcillo a derecha.
Por primera vez en la historia política, a lo menos en Latinoamérica, una mujer comunista, representando a una alianza que está en el poder; en un contexto de anticomunismo nacional exacerbado por el pinochetismo renacido, y por un anticomunismo internacional impulsado por un Trump cada día más extraviado en su condición de gendarme del mundo, se impone en una elección transparente, ciudadana y exenta de cualquier intento de manipulación.
Ese hecho es un acontecimiento político inédito, muy potente y casi increíble.
¿Pudo ser mejor o peor?
Este domingo el resultado pudo o debió ser mejor para Jara y el progresismo, tanto en la elección presidencial como en la del nuevo Congreso. Pero, entonces, habría sido más inédito, más potente y mucho más increíble, considerando las tendencias que coexisten hoy en Chile y en el mundo.
Entonces, ¿por qué amanecer este lunes con un tufillo que huele a derrota o a rendición?
¿Será porque una vez más los progresistas dudamos de nuestras fuerzas, miramos en menos lo logrado en décadas de lucha y ponemos oídos y atención al mensaje majadero, machacante y mentiroso que nos llegan de los medios de comunicación masivo que pertenecen, precisamente, a los enemigos del progresismo?
¿Es que acaso los progresistas no tienen conciencia de que gran parte de los ciudadanos electores son diariamente bombardeados por el mensaje derechista y conservador que les llega de esos medios de comunicación que, sin contrapeso efectivo, le distorsionan la realidad y le “construyen” ese escenario mentiroso del “Chile que se cae a pedazos”?
Pese a que toda la industria de las comunicaciones masivas (medios escritos, radiales, televisivos, digitales y redes sociales) está controlada por el anti progresismo y por el anticomunismo, las derechas no fueron capaz este domingo (repito, este domingo), de derrotar con alguno de sus cuatro candidatos más votados, a la tendencia de continuar los cambios desde La Moneda, con una comunista a la cabeza de la más amplia e inédita coalición de centro, centro izquierda e izquierda en la historia de Chile.
Así como el resultado de ayer pudo o debió ser mejor, también corresponde pensar que pudo ser haber sido de inferior calidad.
¿Qué contribuyó a que no fuera inferior?
Sin duda, el primer y más trascendente factor que sostuvo la victoria del progresismo conseguida ayer fue la candidata Jeannette Jara, protagonista de un sorprendente fenómeno de impacto social carismático, basado en su condición de mujer sencilla, joven, empática; de origen modesto, lejos de la élite, meritocrática, profesional y empoderada; con manejo de la gobernabilidad, con experiencia en el desempeño público, con capacidad de diálogo, con suficiente autonomía política, con serena franqueza, con eficiente adaptabilidad y con gran capacidad comunicadora. Jeannette ha hecho muy bien su pega.
Francamente, aunque a muchos les cueste admitirlo, ninguna otra opción de las precandidaturas del oficialismo y progresismo que estuvieron en la primaria, habría conseguido lo que Jeanette Jara logró e instaló este domingo en la primera vuelta presidencial.
¿Está el futuro escrito en piedra?
¿Qué pasará el 14 de diciembre en la segunda vuelta presidencial?
Lo que ocurra ese día no está escrito en piedra y las derechas lo saben y su triunfalismo, lo presiento, contenido.
Corrieron desesperados anoche, a tomarse la “selfie de la unidad”, unidad que no es tal como la pintan y que para intentar sostenerla tendrán que rendir examen ante la derecha económica que pondrá el financiamiento en los 30 días que restan.
Tampoco el progresismo tiene certeza de lo que pasará el 14 de diciembre, porque el futuro inmediato no está escrito en piedra.
Sin embargo, si en este amanecer de lunes y en los próximos días el progresismo decide ver el vaso medio lleno y se propone dimensionar la exacta magnitud de las cifras conseguidas el domingo donde, insisto, Jeannette Jara, su líder, les ganó individualmente a los cuatro rivales más votados, pese al contexto nacional y mundial de tendencia hacia el derechismo, entonces no cabe sino asumir una potente actitud de lucha y de trabajo duro, para consolidar lo obrado y mejorar lo conseguido.
Si ayer ganaron Jara y el progresismo, por poco, pero ganaron, ¿por qué creer que en 30 días más no podría volver a ocurrir, aunque sea por unos pocos miles de votos?
La obligación hoy es ver el vaso medio lleno para parar al fascismo pinochetista que renació desde la cloaca de la historia, por descuido o ingenuidad de sectores medios y populares que ignoran o quieren ignorar su origen o ubicación de clase y suponen que, por “buenismo” uno de las derechas les cambiará para mejor sus vidas.
(*) Periodista.




