por Hans Frex.
Una vez concluida la Segunda Guerra Mundial y la consecuente consolidación de la Unión Soviética como una potencia hegemónica mundial, Action, un periódico comunista, realizó una encuesta con la siguiente pregunta: “¿Hay que quemar a Kafka?”.
Según G. Bataille, la audacia de la pregunta descansaba en su ambigüedad, ya que no precisaba si se refería al autor o sus libros y que, en el caso de la segunda opción, coincidía con una obsesión que acosó al autor hasta en el lecho de su muerte, siendo ése el deseo que estampó en su testamento y le encomendó realizar a Max Brod, su amigo y albacea.
No es menor la anécdota si consideramos que Kafka criticó no solo al sistema judicial burgués, sino toda figura de autoridad encargada de hacer cumplir la ley. Pero no resulta menos extravagante –por el oportunismo y la aguda contradicción que implica– la incorporación del título de la canción de Víctor Jara “El derecho de vivir en paz” en una propaganda política del rechazo por parte de la UDI.
Los mismos políticos que respaldaron la dictadura cívico-militar, y por la que no han asumido ninguna responsabilidad política ni social por su rol activo en la defensa del régimen
–regimen que torturó y acribilló de la manera más inhumana a su creador–, ahora blanden esta canción por la paz ignorando y tergiversando su significado.
El que fuera el himno de la insurgencia de octubre pasado, coreado masivamente en las manifestaciones y que lideró las reproducciones en Spotify, es la canción que dio nombre al disco homónimo que lazó Víctor Jara en 1971 y dedicó a Ho Chi Minh, el poeta y político liberador de la República Socialista de Vietnam, que en esos años combatía contra la invasión imperialista de los Estados Unidos, convirtiéndose en un símbolo de la resistencia colonial en el mundo entero, incluso al interior del país invasor.
La barbarie perpetrada contra la población civil de Vietnam se refleja en el hecho que los Estados Unidos arrojaron allí más bombas que en toda la Segunda Guerra Mundial, dejando más de dos millones de muertos y cuyo ícono fue la foto de Nick Ut en Trang Bang de junio de 1972, que muestra a una niña desnuda quemada por el napalm, luego del bombardeo de una villa de campesinos.
“El derecho de vivir en paz” es una canción contra el neocolonialismo al que se vio sometido el tercer mundo luego del término de la Segunda Guerra, un himno al valor de un pueblo que se organizó para defender su soberanía con heroísmo y convicción y por eso es también un homenaje a la dignidad humana y a la esperanza por un mundo más más justo y más humano.
¿No era esa situación análoga a la que vivía Chile en aquella época cuando la CIA financió económicamente y apoyó logísticamente a los grupos sediciosos que debilitaron la democracia y que finalmente acabó con el golpe de Estado?
¿No es ese contexto análogo al que se encuentra Chile en el presente, que quiere fijarse su propia normativa constitucional para provecho del pueblo soberano y no de las transnacionales extranjeras que se han apropiado de nuestros recursos naturales?
¿Es posible subvertir de una manera tan rampante el sentido de la canción de Víctor Jara?
La UDI nos dice que sí y con ello revela su falta de escrúpulos y de proyecto político, su eterna orfandad cultural, su laguna teórica, su rapiña compulsiva, pues aun cuando el sentido del robo conjura contra sus propias convicciones ideológicas, su ética consiste en explotar, depredar y traicionar.
La derecha que ahora cita a Víctor Jara nunca ha hecho nada por buscar justicia, promoviendo una impunidad que deteriora el sistema democrático e impide la reconciliación de un pueblo y una memoria atravesada por heridas abiertas.
J. L. Borges, al final de su cuento “Pierre Menard”, propone la traición como método de lectura y señala que a partir de la técnica del “anacronismo deliberado y las atribuciones erróneas” se podría pensar que la imitación de Cristo fue escrita por Céline o Joyce.
La atribución de “El derecho a vivir en paz” a la UDI podría ser otro capítulo de su Historia universal de la infamia.