El miércoles en la Comisión de Educación de la Cámara de Diputados hemos votado la “idea de legislar” sobre Carrera Docente. En el proceso legislativo, se llama “idea de legislar” a la primera de las votaciones que debe pasar un proyecto de ley, esto es si vale la pena discutir el proyecto que se presentó (en este caso por parte del gobierno) o si es mejor rechazarlo y entonces estar obligados a esperar al menos un año para volver a tratar el asunto con un nuevo proyecto de ley. El resultado, debido a las 8 abstenciones, fue que la comisión no aprobó la «idea de legislar», por lo que el proyecto deberá ir a la sala para ver el resultado final.
Mi voto fue a favor de la idea que haya una carrera docente, a pesar de estar consciente que sería rechazado. Y por lo mismo, no respondió ni a presiones de Gobierno ni al llamado del presidente del Colegio de Profesores, sino exclusivamente a la reflexión consciente.
La decisión de qué hacer frente a esta votación no fue fácil debido al contexto político, y quiero tomar estas líneas para explicar mis argumentos, mis dudas y mi autocrítica ante esta disyuntiva. Estoy convencido que tenemos que hacer nuestro mejor esfuerzo para que los ciudadanos conozcan los proyectos de ley y los distintos argumentos sobre ellos, para así poder formarse una opinión.
Eso tiene costos, por cierto.
Fuimos a tantas asambleas de profesores para explicar la discusión, que, a veces, alguien pudo entender que este era “mi proyecto”, pues el gesto de ir a explicarlo les resultaba más resonante que las múltiples críticas que exponía a continuación.
Es un riesgo, desde luego, pero mi compromiso es estar ahí, dando la cara con los ciudadanos y los movimientos sociales conversando, exponiendo, escuchando, aprendiendo. Esto sin duda lo seguiré haciendo por convicción.
Ahora, vamos a las críticas al proyecto.
El proyecto original que presentó el gobierno tenía múltiples problemas, como que no validaba el título profesional para poder ejercer la pedagogía y además exigía a los profesores -con los niveles de agobio laboral que tienen- demostrar cada cuatro años -mediante pruebas estandarizadas- que dominaban la materia que enseñan, asociando dicho resultado a la remuneración.
Por eso el paro de profesores tuvo un efecto fructífero, y junto a la presión que sumamos desde la Comisión de Educación, logramos algo inédito: que por primera vez en una mesa tripartita un gobierno se comprometiera a cambios concretos antes de la discusión en particular del proyecto, cambios que hacen posible hablar de un nuevo proyecto de Carrera Docente, bastante distinto al que presentaron en abril.
Hay muchos motivos para seguir planteando modificaciones al proyecto, pero el resultado de rechazar la “idea de legislar” sería dramático para los profesores y toda la educación chilena.
El proyecto, con todas sus falencias que ya hemos visto en detalle, significa inyectar a la educación casi mil quinientos billones (millones de millones) de pesos cada año, poniéndolos directamente donde más son urgentes: en las condiciones de trabajo de los profesores. En específico, el proyecto destina más de un 20% de sus recursos totales a financiar un aumento de las horas no lectivas, es decir las horas de trabajo que destinan los profesores a preparar clases, corregir, y todo su trabajo fuera de clases.
Esas horas, fundamentales para una educación de calidad, hoy son 25% que ni siquiera se cumplen, y con este proyecto llegarían al 35% como piso, flexibilizando el uso de los recursos de la subvención escolar preferencial para que llegue al 40% de horas no lectivas, según anunció la Ministra ayer, con la especificación que dicho aumento debe ser usado sólo en temas pedagógicos y no en tareas administrativas.
Insuficiente, cierto, pues debiera llegar a ser el 50% y seguiremos empujando para que eso se logre con las platas de la subvención preferencial y la subvención por gratuidad, pero creo que es un avance importante.
En el ámbito de mejores sueldos (1.800 millones de dólares), el aumento es basal, centrado principalmente en el reconocimiento de su condición de profesionales (65%), y un porcentaje menor en los resultados a quienes se destaquen por su trabajo como formadores o en la complejidad de las condiciones de enseñanza.
Descubrir quiénes son esos profesores que merecen un especial reconocimiento por su trabajo no es fácil, y debemos ser claros en que sería inaceptable evaluar el trabajo de los maestros mediante simples pruebas estandarizadas a los alumnos (tipo SIMCE), pero sí tenemos que premiar especialmente a los profes que se destaquen por sus roles, su trabajo con sus pares, sus desempeños en la sala de clase, su perfeccionamiento, su experiencia y a quienes trabajan en condiciones de vulnerabilidad.
Por eso no da lo mismo este proyecto. Los avances que hemos mencionado, tan insuficientes como urgentes, no pueden esperar.
Pero no quiero terminar sin hacer explícita la autocrítica que cruza todo este diagnóstico. Si hoy no podemos afirmar con seguridad que obtendremos la carrera docente y la educación que los profesores y todos los chilenos se merecen, es porque todavía no tenemos la fuerza suficiente.
Vamos a seguir haciendo el mayor esfuerzo para avanzar en la discusión en particular del proyecto, reconociendo en los profesores su condición de expertos y actores protagónicos de la educación, y queremos exigir más avances como los que ya hemos conquistado, pero también tenemos que transparentar que está el riesgo de que hayan demandas que, pese a ser justas, no contarán con el respaldo del gobierno ni de la mayoría del Congreso.
Por eso debemos hacernos cargo de lo mucho que nos queda por crecer como fuerzas transformadoras, tanto en nuestra capacidad de organización, de diálogo, de propuesta y, también, en un respaldo ciudadano que permita que, en los próximos años, seamos muchos más quienes en el Congreso y fuera de él empujemos esta agenda de cambios que se expresó en la calle el 2011, y que dos años después nos llevó a Valparaíso.
(*) Diputado del movimiento Revolución Democrática por el distrito N°22
Fuente: El Mostrador