Ya ha pasado mucha agua bajo el puente. De tanto en tanto nos vamos enterando de situaciones y personas vinculadas al Caso Penta, que ya no es desconocido para nadie. Lo peor de todo es que mientras esto avanza se van confirmando las hipótesis. Se ha escrito suficiente sobre las aristas que encierra este caso. Para ser original quisiera presentar una nueva arista pero que en un análisis desapasionado nos devela, tal vez, las motivaciones más nefastas del caso más bullado en estas materias del último tiempo.
No es necesario a estas alturas hablar sobre la crisis de credibilidad que este caso aporta a la política nacional. Cuando en octubre veíamos a la senadora Von Baer y otros desmintiendo toda relación con el grupo Penta, luego, en diciembre del año recién pasado, los veíamos asumiendo algún tipo de contacto pero que “es habitual en muchos chilenos”: la elusión. Esta práctica que bordea lo ilegal y lo inmoral de pasar boletas de familiares o amigos para no pagar el impuesto debido y que –es verdad– muchos en Chile la usan para no pasar de una categoría a otra o para otros fines de elusión fiscal.
El problema de la elusión no es lo más grave. Por eso que se entiende la impotencia de la UDI cuando todo el país rasgaba vestiduras por lo que algunos de sus militantes y candidatos habían hecho. (Esto ya está confirmado). Por eso la directiva de la UDI acusaba un escarnio público y acusó de “hipócritas” a los personeros más bulliciosos de la Nueva Mayoría –y del Gobierno–.
El problema tampoco es que políticos hayan mentido directamente al país. Desmintiendo relaciones con Penta o con los implicados, cosa respecto de la cual, con los famosos “correos” desclasificados durante el mes pasado, quedaron como verdaderos hipócritas.
Incluso un tema tan delicado, como que una empresa privada les pase plata a políticos, no es lo peor. Es evidente que esto no significa que no sea malo que un holding tan poderoso económicamente –con más de 20 empresas de más de 8 rubros– al entregar esa plata haga que los candidatos y políticos queden en deuda, deuda que en algún momento se tiene que pagar –como toda deuda–, y qué manera más fácil de pagar una deuda que con mi propio trabajo, no el mío, sino el de ellos, el de los que recibieron el dinero: haciendo leyes. O al menos moviendo mociones hacia ello.
En nuestra opinión el peor problema de todo este caso, y que incluso a estas alturas con tanta tinta derramada sobre el tema sigue siendo original, es la visión de empresa que subyace en nuestra sociedad.
Una cosa es que el señor “Choclo” le preste plata de su bolsillo a tal o cual candidato, cosa que no está prohibida en Chile, y lejos estamos de oponernos a ello, pero otra cosa muy distinta es que disponga a toda una empresa, todo un grupo de empresas a ello.
El problema de esto es la concepción y el rol de la empresa en una sociedad.
La empresa, con o sin lucro, cuyos fines están ordenados al bien común, es decir, al bien de todos los chilenos –de manera directa o indirecta– debe ser algo querido por todos. De hecho, en los estatutos de toda empresa se deben exponer los objetivos, los fines, que derivan de la naturaleza de la empresa, de lo que la empresa es y quiere ser. Si esta naturaleza y estos fines son contrarios al bien común –no es necesario que lo sean directamente–, entonces no son aprobadas. Incluso su funcionamiento es vigilado, para que se cumpla lo que le dio origen. Lo vigila el SII, la Ley, la misma gente incluso.
Pero en este caso hemos visto que un par de señores, llamados ya a estas alturas por todos como “dueños” de Penta, nos hacen pensar ¿qué es ser dueño de una empresa?, ¿que puede disponer de ella para el fin que se le antoje? Pues no. Si cada empresa tiene su naturaleza y sus propios fines, y estos son legítimos porque fueron aprobados, entonces esa empresa hace un bien: dará trabajo, aportará al crecimiento, ayudará a la realización personal de miles de chilenos, ofrecerá un servicio, etc. ¿Quién dijo que el “dueño” de una empresa puede –por su mero y simple antojo– cambiar de un momento a otro, usando como piezas de engranaje a todo el grupo de personas que en ella trabajan?
Una empresa es una microsociedad. Ser dueño no significa ser dueño de las personas que trabajan en ella, sino que es ser administrador de las personas que trabajan en ella y de los dineros que en ella se generan, todo para conducirlos a los fines que han sido aprobados. Nadie, absolutamente nadie, tiene derecho alguno de utilizar el trabajo digno de miles de trabajadores para otros fines que no sean aquellos para los cuales fue creada dicha empresa.
De hecho, en estricto rigor, la empresa es de sus dueños y de sus trabajadores, y también de sus clientes. No se trata de que para hacer estas donaciones políticas se haga una votación y que la mayoría elija lo que le parezca. No es una cuestión de mayorías. Es una cuestión que depende de su naturaleza y de los fines que emanan de ella.
Con este caso hemos visto una vez más la dañina visión de sociedad –de empresa incluida– que tenemos en Chile. Ser dueño de una empresa es un compromiso y exige una responsabilidad mucho mayor a la que en este caso se le dio. Imprime unos deberes que exigen un rigor legal y moral sumamente alto. Por eso nos extraña que nadie haya hablado de esto. Todo indica que a nadie le llamó la atención el grave menoscabo y abuso de las mismas empresas de Penta –de su naturaleza y sus fines– que estos señores han hecho. Eso es lo más nefasto para Chile.
(*) Profesor, Magíster (c) en Doctrina Social de la Iglesia.
Fuente: El Mostrador