El 5 de julio pasado di una charla, organizada por el colectivo Vida y Socialismo, sobre el Programa de Transición (PT).
El PT fue escrito por Trotsky y aprobado por el Congreso de Fundación de la Cuarta Internacional, realizado en 1938. El Programa resume los análisis y las propuestas centrales del trotskismo.
Caracteriza la época como de “decadencia y agonía del capitalismo” y propone la agitación de demandas transicionales (o sea, de transición al socialismo) para desatar la movilización de las masas y superar “el aparato burocrático-conservador” de socialdemócratas, stalinistas y nacionalistas burguesas.
En la charla pasé revista a las críticas que hice, ya hace años, al PT y al trotskismo (puede consultarse en esta página “Crítica del PT”).
En ese marco cité el folleto de Trotsky Nuestras tareas políticas (NTP) de 1904, que propone una táctica distinta de la que desarrollaba la socialdemocracia.
Básicamente, Trotsky sostiene que las masas solo avanzan hacia la conciencia socialista por sus propias experiencias en la movilización, y en consecuencia la actividad socialdemócrata debía concentrarse en la agitación de demandas movilizadoras.
Una idea que Trotsky mantendría en el PT, y en las conversaciones con sus partidarios sobre la agitación de demandas transicionales.
Hasta el día de hoy continúa siendo la táctica privilegiada de los grupos trotskistas.
De ahí que la discusión sobre la táctica propuesta en NTP pueda ser de interés para la militancia socialista. Presentamos pues el argumento de Trotsky en 1904.
A este fin, comenzamos ubicando NTP en la polémica entre los “economicistas”, por un lado; y Lenin y la redacción de Iskra, (La Chispa), por el otro.
Espontaneísmo, economicistas y la crítica de Lenin
Un tema que dividió aguas en la izquierda rusa de principios de siglo XX fue sobre las vías por las cuales la clase obrera podía avanzar en su conciencia de clase. En ese respecto hubo dos posturas centrales: de una parte, los llamados “economistas”, por otra, los marxistas, Lenin en primer lugar.
Los “economistas” (a veces también llamados “economicistas”) sostenían que la lucha por demandas económicas (salarios, mejores condiciones laborales, etcétera) era el medio más apto para incorporar a las masas al movimiento político contra el zarismo y por el socialismo.
En palabras de Lenin (en el ¿Qué Hacer?), pensaban que se podía “desarrollar la conciencia política de clase de los obreros desde dentro de su lucha económica, o sea, partiendo sólo (o, al menos, principalmente) de esa lucha, y basándose sólo (o, al menos, principalmente) en esta lucha”.
En oposición a este enfoque, Lenin y sus partidarios agrupados en la revista Iskra (La Chispa), sostenían que las luchas económicas no generan, necesariamente, conciencia socialista.
Ciertamente, podían convertirse en elementos de la actividad socialista, pero también podían llevar a la lucha meramente sindical.
La socialdemocracia no solo quería mejoras en la situación de los obreros, sino también destruir el régimen social basado en la explotación del trabajo.
Por eso, las campañas por demandas mínimas no podían ser la actividad predominante de la socialdemocracia.
“Al obrero se le puede dotar de conciencia política de clase sólo desde fuera, es decir, desde fuera de la lucha económica, desde fuera del campo de las relaciones entre obreros y patronos”, escribe Lenin en el ¿Qué Hacer?
Las propuestas y criterios de organización que defiende en ese escrito
-centralismo democrático, militantes profesionales, rol de la prensa partidaria, entre otras cuestiones- derivan, en lo fundamental, de la crítica al espontaneísmo de los “economicistas”.
Significaba que la tarea primordial de los socialistas era desarrollar la conciencia de clase, entendida en dos aspectos: por un lado, que los intereses de la clase obrera son irreconciliablemente opuestos a los intereses de los patrones; por otro, que la clase obrera defendía la liberación de todos los oprimidos (por caso, los estudiantes reprimidos por el régimen zarista; los campesinos aplastados por los terratenientes).
Por lo tanto, no bastaba con ser un buen sindicalista. Era necesario acompañar las luchas sindicales, o por las libertades, con la propaganda y agitación socialista.
Por ejemplo, si un propagandista socialdemócrata trataba el problema del desempleo, debía explicar la naturaleza capitalista de las crisis, mostrar por qué son inevitables en el capitalismo; exponer la necesidad de la transformación socialista, etcétera.
O sea, debía comunicar «muchas ideas» a un grupo relativamente pequeño de personas. El agitador, en cambio, trataría de inculcar en la masa una sola idea.
Por ejemplo, lo absurdo de la contradicción entre el aumento de la riqueza en un polo y el aumento de la miseria en el otro.
Por otra parte, no tenía sentido incorporar una tercera actividad, el llamado a las masas para ciertas acciones concretas.
“En lo que respecta al llamamiento a las masas para la acción, este surgirá por sí mismo siempre que haya enérgica agitación política y denuncias vivas y aleccionadoras”.
El rol de la teoría
En el encuadre del ¿Qué Hacer?, la teoría juega un rol clave.
Lenin da el ejemplo de la lucha de los socialistas alemanes contra los aranceles a los cereales: los teóricos estudiaban y escribían sobre la política aduanera, el libre comercio y por qué el socialismo rechazaba el proteccionismo; los propagandistas explicaban esas cuestiones en las revistas del partido; los agitadores lanzaban discursos públicos.
En ese marco, las acciones de las masas entonces podían ser, por ejemplo, firmar petitorios al Parlamento para que no se impusieran más impuestos.
En un plano más general, el ¿Qué hacer? destaca el papel de la teoría en la formación de la conciencia socialista.
“Sin teoría revolucionaria no puede haber movimiento revolucionario”, anota Lenin.
Por eso, cita aprobatoriamente a Engels sobre el papel de la teoría en el movimiento revolucionario. Es que Engels reconocía tres formas de la lucha de la socialdemocracia, la económica, la política y la teórica.
Por eso, los dirigentes socialdemócratas debían instruirse en las cuestiones teóricas, y tener presente que el socialismo, desde que se ha hecho ciencia, exige que se le trate como tal, es decir, que se le estudie.
Y, agregaba Engels (citado por Lenin), “La conciencia así lograda, y cada vez más lúcida, debe ser difundida entre las masas obreras con celo cada vez mayor, y se debe cimentar cada vez más fuertemente la organización del partido, así como la de los sindicatos” (énfasis nuestro). No es casual que los “economistas” acusaran a Iskra y Lenin de sobreestimar el rol de la ideología.
La crítica de Trotsky
En NTP Trotsky critica a Lenin porque considera que el ¿Qué Hacer? llevaba al sustituísmo, en el sentido que los “políticos” (Lenin y sus partidarios) tendían a sustituir al proletariado.
Escribe: “ellos mismos cumplen sus deberes en lugar del proletariado”, al suministrar la orientación desde fuera. Lo cual repercutiría en la relación entre la dirección del Partido y la militancia socialdemócrata.
De ahí el pasaje de NTP muchas veces citado por los críticos del ¿Qué hacer?:
“En la política interna del partido, estos métodos [de Lenin] llevan… a la organización del partido a “sustituir” al Partido, al Comité Central a sustituir a la organización del Partido y, finalmente, al dictador a sustituir al Comité Central…” (p. 39, NTP, Edicions Internacionals Sedov, digital).
Esta crítica deriva del rol que Trotsky le asigna a la teoría en el desarrollo de la conciencia socialista. En su opinión, la crítica teórica había jugado un rol decisivo cuando era necesario delimitar al socialismo de los economicistas, de los populistas, los terroristas nacionalistas, y otras fracciones del movimiento revolucionario.
En ese respecto, Iskra había mostrado a la intelectualidad “el camino de la lucha por los intereses históricos del proletariado” (p. 16 NTP). Sin embargo, la crítica no delimitaba a la clase obrera con respecto a la intelectualidad burguesa.
Si bien Iskra había criticado, desde el punto de vista de la clase obrera, a la intelectualidad burguesa, no había impulsado “al proletariado a enfrentarse abiertamente al conjunto del medio burgués; no hacía más que reclutar entre la intelligentsia a los partidarios del principio de tal proyecto” (ibídem).
Por eso, el rol histórico de Iskra había sido limitado. Ahora se necesitaba plasmar la política principista del proletariado en la actividad cotidiana (p. 17, NTP).
La táctica de la socialdemocracia debía conectar los principios estratégicos con la práctica de la clase obrera.
Sin embargo, la política de Iskra, y de Lenin, era abstracta cuando se trataba de desarrollar la autodeterminación de la clase obrera. Existía una inadecuación entre la teoría y la práctica.
Por eso, dice Trotsky, el proletariado “no participa en la acción en los acontecimientos políticos”, y ni siquiera se intenta que participe. El Partido socialdemócrata era una organización “constituida en su tres cuartas partes, si no en sus diez y nueve, por intelectuales marxistas, dirigiendo las manifestaciones primitivas de la lucha de clases (económica y política) del proletariado…”, a lo que se agrega que de vez en cuando se lanzan campañas hacia el conjunto de la población (p.28, NTP). (…) Los comités “dirigen”… las formas primitivas de la lucha económica (huelgas) o política (manifestaciones semi-espontáneas del proletariado, con consignas revolucionarias vagas…”.
El grupo de los “revolucionarios profesionales” actuaba en lugar del proletariado. Y critica a los que suplantan la idea de la dictadura del proletariado por la dictadura sobre el proletariado, “la dominación política de la clase por la dominación organizativa sobre la clase” (p. 71, NTP).
Propaganda “abstracta” versus campañas movilizadoras vivas
A los ojos de Trotsky, era necesario que la propaganda perdiera su carácter abstracto, incluso escolástico, para “conferirle un contenido político vivo” (p. 32).
Los obreros se aburrían en las conferencias de los teóricos, y dejaban de asistir a los cursos de propaganda. Además, el auditorio no era capaz de asimilar el contenido de los cursos.
Los obreros que seguían en ellos devenían más y más pasivos.
El propagandista no tenía conciencia de que su tarea debía ser preparar a los obreros para intervenir en las campañas políticas. Sin embargo, la clase obrera rusa era una fuerza revolucionaria.
“A nuestros obreros les es necesaria la acción, una acción real, viviente: las palabras no hacen más que dormirlos. Saben, incluso sin nuestros sermones, que los capitalistas y el gobierno son sus enemigos y que es preciso combatirlos: hay que mostrarles los medios de la lucha y empujarlos hacia delante.” (p.33).
Obsérvese que la idea de Engels “difundir la conciencia teórica” en las masas, queda relegada a un muy segundo plano.
La tarea fundamental, según Trotsky, era ir a las masas para “desarrollar la auto-actividad del proletariado”. Los marxistas tenían que buscar en las masas “formas de acción que contengan por ellas mismas las posibilidades de su desarrollo ulterior” (p. 35 NTP).
Esboza entonces la intención de promover una dinámica de movilizaciones en escalera ascendente. Por ejemplo, si en Petersburgo se convoca a un “Congreso sobre la Formación Técnica y Profesional” la tarea del partido socialdemócrata era recoger las reivindicaciones (jornada laboral de ocho horas, derecho de reunión y organización gremial, etc.) y asumir iniciativas que movilizaran, como hacer circular petitorios de los obreros.
De esta manera se habría despertado el interés de los trabajadores –al menos de los más conscientes- hacia el Congreso. Y se habría fomentado el debate del comité del Partido con los propagandistas. Así la socialdemocracia podía intervenir políticamente de forma activa (p. 30, NTP).
Algo similar podía hacerse ante las elecciones a los zemstvos (órganos de autogobierno local, establecidos por el zarismo). Por ejemplo, movilizando por el sufragio universal, contra las limitaciones proscriptivas del régimen. Sin embargo, el Partido se había limitado a escribir una editorial en Iskra.
Otro ejemplo: se parte de la protesta contra la actitud del gobierno frente al hambre. De ahí se pasa a un llamamiento a los estudiantes y “a los ciudadanos honestos” a unirse a la protesta.
El paso siguiente será la protesta del proletariado revolucionario contra el silencio de la prensa liberal. Luego se puede llamar a las instituciones sociales para que se pronuncien.
“Esa es también la vía que conduce a las capas más conscientes del proletariado a oponerse políticamente a las instituciones de las clases dominantes en el mismo proceso de la lucha democrática general contra el zarismo” (p. 35 NTP).
De esta manera, la oposición de la socialdemocracia no es solo en el plano de los principios teóricos del programa, o en el plano literario de la prensa partidaria.
Era indispensable que esa oposición “sea un hecho viviente de la realidad política” (p. 36). Por esta vía los cursos del partido cambiarían de contenido.
Los obreros empeñados en las campañas estarían interesados en prepararse teóricamente para intervenir en ellas. La táctica debía apuntar a “desarrollar la actividad autónoma de la clase obrera”.
Otro ejemplo, la actitud ante la guerra. El punto de partida es la consigna “evidente” de Paz y Libertad. No es solo para presentar la posición de principio de los socialdemócratas ante la guerra, sino también para obtener efectivamente el fin de la guerra junto al fin de la autocracia.
Es una consigna militante, de combate, para la acción, a diferencia de slogans como “Abajo la burguesía”, “Viva el socialismo”, “Viva la unión fraternal de los pueblos”. Son necesarias proclamas cortas, como “La paz a cualquier precio”.
Trotsky toma la idea de Lasalle: repetir la consigna por todos lados, con insistencia. “Cuantos más millones de bocas repitan nuestra reivindicación, más fuerte sonará ésta en los oídos a que está dirigida” (Lasalle citado por Trotsky en p. 61).
Luego, los obreros deberían exigir a los zemstvos, las dumas, las universidades, las sociedades de estudios y la prensa, que elevaran sus voces contra la guerra.
Y a medida que creciera el movimiento contra la guerra, debía resonar la consigna:
¡Viva la Asamblea Constituyente!
Por supuesto, podían cambiar las consignas, según la evolución de las circunstancias, pero este era el método, la táctica a emplear.
Una idea subyacente: el impulso revolucionario de las masas
La táctica propuesta por Trotsky en NTP no parece concebida para un período de retroceso, cuando se imponen luchas en defensa de posiciones.
La idea que subyace en el planteo de Trotsky es que la movilización de los oprimidos y explotados rompería todas las trabas, y desbordaría los marcos políticos e institucionales establecidos.
Así, en el Prólogo de NTP escribe que “en las profundidades del pueblo se desarrolla un irreversible proceso molecular que acumula cólera revolucionaria”, que en algún momento estallará “en su primitivo y elemental vigor, llevándose a su paso, al igual que las crecidas de primavera los diques, no sólo las barreras policiales sino también todas las construcciones de nuestro trabajo organizativo de hormigas”. El torrente revolucionario barrería con todos “los sofismas teóricos” (p. 5).
Esta idea permanece en los años que siguen a la Revolución de 1905.
En 1909, escribe: “… el instinto de las masas en las revoluciones… es más seguro que la razón de los intelectuales. (…) … estas multitudes, precisamente porque son ‘oscuras’, porque les falta instrucción, no saben nada de posibilismos, y lo mismo que un espíritu poco desarrollado no admite más que extremos en todo… las masas no se interesan más que por los extremos, por lo que es entero e inmediato (1905. Resultados y perspectivas, p. 129, tomo 2, Ruedo Ibérico, 1971).
Hasta donde alcanza nuestro conocimiento, esta idea no aparece en la obra madura de Trotsky. O, en todo caso, está atenuada.
Por ejemplo, en su crítica a la política del PC alemán frente al nazismo; en su crítica al Frente Popular en Francia y España, hay conciencia de que los “sofismas teóricos” de las direcciones obreras burocráticas no podían ser superados solo con la movilización.
Lo mismo había probado la Revolución rusa en 1917. No hay manera de sostener que en esas coyunturas las masas “no sabían de posibilismos”.
Aunque se mantiene la idea de que las masas tienden, instintivamente a la acción revolucionaria, pero son traicionadas, una y otra vez, por las direcciones enemigas de la revolución proletaria.
La agitación en el PT
En el PT la agitación de las demandas transicionales está dirigida a desatar la ofensiva contra el capital. Con el agregado de que también las demandas del programa mínimo, como mejoras en las condiciones laborales, salarios, libertades democráticas, son consideradas de naturaleza transicional.
El argumento es que el capitalismo en descomposición no puede otorgar ninguna concesión seria, o duradera, a las masas obreras.
Lo importante de todas formas para lo que nos ocupa es que, desde el punto de vista táctico, en 1938 Trotsky mantiene los criterios de NTP.
Principalmente porque en los países capitalistas no dominados por el fascismo o el nazismo (en estos se imponía la propaganda), el centro de la actividad de los revolucionarios era movilizar a las masas.
La propaganda y la lucha teórica pasaban a un segundo plano. En las discusiones con sus partidarios sobre cómo trabajar políticamente con el PT, establece que “toda la cuestión es cómo movilizar a las masas para la lucha” (“Discussion on the Transitional Program”, Writings 1938-39, p. 44).
Y para eso había que concentrarse en una o dos consignas: “… si repetimos las mismas consignas, adaptándolas a la situación, entonces la repetición, que es la madre de la enseñanza, actuará de la misma forma en la política… Es necesario repetir con insistencia, repetir todos los días y en todo lugar” (“More Discussion on the Transitional Program, Writings 1938-39, p. 52).
También: “Cuando el programa esté definitivamente establecido es importante conocer las consignas muy bien, de manera que en cada parte del país todos usen las mismas consignas al mismo tiempo, 3000 pueden dar la impresión de 15.000 o 30.000” (p. 53, ibídem).
Por otra parte, en el PT las consignas transicionales –salvo la nacionalización de los medios de producción- están concebidas para agitarse sin especificar qué relación guardan con la toma del poder.
Si bien en el programa se reconoce que no pueden lograrse plenamente en el capitalismo, en la agitación cotidiana esa condición no se hace explícita.
El justificativo para ello es similar al planteo de 1904: las demandas para movilizar deben aparecer como realizables. Por ejemplo, la consigna transicional “escala móvil de salarios y de horas de trabajo hasta acabar con el desempleo” debe presentarse como una solución práctica, de sentido común.
Si las masas se movilizaban por esa medida irían subiendo en sus reivindicaciones y finalmente concluirían en la necesidad de tomar el poder.
Trotsky especifica:
“Creo que podemos concentrar la atención de los trabajadores en este punto [escala móvil de salarios y horas de trabajo]. Naturalmente, este es solo un punto. (…) Pero las otras consignas pueden agregarse en la medida en que se desarrolle la situación. (…) Pienso que en el comienzo esta consigna será adoptada por las masas. ¿Qué es esta consigna? En realidad, es el sistema de trabajo en la sociedad socialista. (…) Lo presentamos como una solución a esta crisis (…) Es el programa del socialismo, pero presentado de una manera muy simple y popular” (“Discussion…” p. 44).
Se mantiene entonces la táctica, tomada de Lassalle, de concentrar la agitación en una o dos demandas que las masas consideren logrables con su movilización.
Nota acerca de la táctica socialista
La táctica de concentrar la agitación en una o dos demandas con el fin de arrancar una movilización “en escalera ascendente” no tiene muchos antecedentes en la tradición socialista.
En primer lugar, no la encontramos en la actividad política “práctica” de Marx y Engels. El Programa transicional que figura en El Manifiesto Comunista es el programa que la clase obrera aplicaría desde el poder.
No está concebido para que esas medidas sean agitadas por los socialistas en forma aislada, y menos en una situación de dominio normal del capitalismo.
Esta cuestión fue explícitamente planteada por Engels, en 1847, en su crítica a la propuesta de Heinzen, de agitar demandas de transición al socialismo (véase Engels, “Los comunistas y Karl Heinzen”, en Escritos de juventud, México, FCE).
Por otra parte, en la Tercera Internacional, bajo dirección de Lenin, el criterio adoptado en términos de orientación de la propaganda y la agitación está en línea con lo planteado en el ¿Qué Hacer?
Además, en las tesis sobre táctica aprobadas en el Tercer Congreso de la Internacional Comunista, de junio de 1921, se rechaza la idea lassalleana “de fijar todas las energías del proletariado en una reivindicación única para convertirla en una palanca de acción revolucionaria que conduzca por medio de su desarrollo a la lucha por el poder”.
Es un “sueño visionario”:
“La clase obrera sufre actualmente en todos los países capitalistas de males tan numerosos y espantosos que es imposible combatir todas esas cargas aplastantes y sus efectos persiguiendo un objetivo demasiado sutil y totalmente imaginario. Por el contrario, es preciso tomar cada necesidad de las masas como punto de partida de luchas revolucionarias que en su conjunto puedan constituir la corriente poderosa de la revolución social” (p. 134, Los cuatro primeros congresos de la Internacional Comunista, Edicions Internacionals Sedov).
¿Qué resultados?
Naturalmente, el hecho de que la táctica de Trotsky no fuera aplicada por la mayoría de los marxistas no debe ser motivo para rechazarla.
El “principio de autoridad” (en este caso, la “autoridad” de la tradición socialista) solo sirve a dogmáticos y a gente que tiene anulado el sentido crítico. Si rechazamos esta táctica es porque no da el resultado que Trotsky preveía. La idea de agitar una o dos demandas que se presentan como solución (o principio de solución) a los sufrimientos de las masas trabajadoras en el capitalismo, con el objetivo de desatar una movilización por consignas cada vez más radicales, no se verifica en la realidad.
Los trotskistas han aplicado esa táctica en las más diversas circunstancias, y de las más diversas formas, en cantidad de países, sin resultado apreciable alguno.
Un ejemplo es lo ocurrido en Argentina en los últimos 40 años (o sea, desde la caída de la dictadura). Argentina es uno de los países con mayor (si no es la mayor) militancia trotskista del mundo.
Las consignas “no pagar la deuda externa” y “romper con el FMI”, fueron agitadas de forma centralizada, y durante décadas, sin que se registrara ningún avance apreciable en la radicalidad de las movilizaciones.
La idea de Trotsky, de que se educa en la conciencia de clase repitiendo alguna demanda-solución, sencillamente es equivocada.
Si la gente no está convencida de que lo propuesto sea solución; o si descree que se pueda aplicar; o si, por el motivo que sea, confía en otras soluciones, la repetición de la demanda por parte de la vanguardia revolucionaria sirve de poco y nada.
Los trabajadores pueden escuchar a los trotskistas repitiendo durante años “no pagar la deuda”, pero de ahí al convencimiento de que esa es la salida, y que hay que movilizarse por ella, puede haber una distancia muy grande. Distancia que, enfatizamos, no se supera repitiendo de forma maníaca la receta solución.
Muchos trabajadores confían en soluciones y líderes reformistas, o burocráticos, o nacionalistas, y esto incide en las perspectivas y la dinámica de las movilizaciones.
La mayoría de la población argentina sabe que la izquierda (o buena parte de la izquierda) plantea el no pago de la deuda, pero sigue votando a los partidos o frentes burgueses que dicen que no se puede dejar de pagar la deuda.
Por alguna razón, las masas no ven viable la consigna, o no creen que sea la solución al desempleo, los bajos salarios, el estancamiento económico.
Sostener entonces que la táctica para desarrollar la conciencia de clase (o auto-conciencia, si empleamos el lenguaje de NTP) pasa por agitar centralizadamente la demanda del no pago de la deuda (o ruptura con el FMI), es equivocado y lleva a la frustración.
El rol de la propaganda y la crítica teórica (en el sentido que lo planteaban Engels y Lenin, o la Tercera Internacional), es entonces insoslayable.
Máxime en épocas de fortalecimiento de la ultraderecha (neoliberalismo, escuela austriaca, movimientos racistas y xenófobos, nacionalismo exacerbado y un largo etcétera).
Esa “batalla cultural” no se puede librar con éxito llamando a las masas a movilizarse para que el Estado aplique medidas de transición al socialismo, y agitando una receta tipo “socialismo resumido en consigna”.
Por otra parte, tampoco es cierto que la agitación de unas pocas demandas “soluciones” enriquezca y politice a la militancia, o impulse la elaboración teórica.
Una militancia repitiendo “no pagar la deuda externa” no necesariamente se interesa por la teoría. Después de todo, para reclamar el no pago de la deuda, o el reparto de las horas de trabajo, o el control de precios (para citar algunas de las demandas más frecuentemente agitadas) no es necesario leer El capital o El Manifiesto Comunista.
Incluso dirigentes de partidos y grupos trotskistas que repiten por todos lados las demandas-soluciones no aciertan a plantear dos ideas marxistas mínimamente coherentes.
¿Para qué estudiar si la táctica es repetir durante décadas el mismo slogan?
Para concluir
Transcribo el ultimo pasaje de mi Crítica del Programa de Transición, 2003):
“El capital político en militancia, en experiencia, en capacidad de intervención, acumulado a lo largo de esos años (se refiere al tiempo transcurrido desde que se fundó la Cuarta Internacional) debe ser reorientado ahora en una dirección nueva, si no se quiere seguir retrocediendo. Es necesario trabajar con vistas a un reagrupamiento de revolucionarios, superando el consignismo transicional y el marco teórico que le dio origen y sustento. Es vital y urgente para avanzar en la reconstrucción del movimiento comunista”.
(*) Profesor de economía de la Universidad Nacional de Quilmes y la Universidad de Buenos Aires.





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