Si situamos nuestra mirada en el contexto actual de la historiografía chilena, habría que consignar una serie de cambios y “giros” que definen el quehacer historiográfico reciente. Entre los aspectos más sobresalientes e influyentes cabe reseñar características tales como: a) la eclosión de una diversidad de temáticas históricas, producto de una redefinición o creación de objetos de estudio, b) la proliferación de enfoques epistemológicos asociados a la historia y las ciencias sociales, lo cual incluye hasta la negación epistémica de la capacidad de la ciencia histórica de producir conocimiento histórico objetivo (Hayden White, y H. Marrou, por ejemplo), lo cual guarda relación con la crisis y relativización del saber de las ciencias sociales, y c) la multiplicación de prototipos teóricos o paradigmas interpretativos del devenir histórico de las sociedades.
En síntesis, en los tiempos actuales, la ciencia histórica ha experimentado un desarrollo significativo, dando origen a una multiplicidad de miradas, enfoques, y desarrollo de temáticas, dando cuenta de lo que el historiador Peter Burke ha sindicado en el campo de la historiografía como un “universo en expansión y fragmentación”. (1)
Sin embargo, cabe intentar, a su vez, ensayar una explicación plausible de tal contexto, planteando interrogantes que intenten dar cuenta del proceso y cristalización relativa de tal fenómeno. Por ejemplo, sería estratégico preguntarse ¿estamos frente a un proceso de “renovación” historiográfica chilena, orientado por una multiplicidad ecléctica de búsquedas en el campo del saber histórico? ¿O más bien cabe referirse a un revolucionario “revisionismo historiográfico chileno” que nos pone en un virtual punto de partida (o “total cero”) respecto al conocimiento de nuestra historia? ¿Cómo operó en términos históricos tal transformación? ¿Qué factores tanto internos como externos determinaron este proceso de redefinición del ejercicio historiográfico actual chileno? ¿Qué rol cumplen o cumplieron en ese contexto los actores y movimientos sociales del siglo pasado para que se produjera tal replanteamiento del ejercicio historiográfico?
El presente trabajo tiene como meta responder tentativamente a estas y otras interrogantes, pero centralmente en lo relativo al rol desempeñado por la Historiografía Marxista Clásica, en el proceso troncal de “repensamiento” de nuestra tradición historiográfica, de su redireccionamiento hacia otros objetos de estudios y focos de interpretación, y en determinados casos, de una literal “tabla rasa” respecto de lo que se entendía y conocía como Historia de Chile.
Asimismo, se propone esbozar una descripción del proceso de transición desde la Historiografía Marxista Clásica a lo que se denominó como Nueva Historia, y qué eventuales nexos es factible rastrear entre un enfoque y otro; sobre todo atendiendo a que uno de los artífices de la Nueva Historia, el historiador Gabriel Salazar, se nutrió y tuvo su eje de clivaje, en las lides intelectuales de la Historiografía Marxista Clásica.
No obstante, el eje articulador consiste en el presupuesto de que tal “renovación, “revisionismo” o “repensamiento” de la historiografía chilena actual tiene su correlato definitorio en los cambios políticos, sociales y culturales del Chile del siglo XX. Lo que, por cierto, no desconoce, sino que más bien incluye la influencia de importantes movimientos intelectuales europeos – como la influencia de la Escuela de los Annales, la Nueva Historia Inglesa asociada a la figura emblemática de E. P. Thompson, o la influencia de la Antropología y otras Ciencias Sociales -, que vinieron a revitalizar el quehacer historiográfico de la escena nacional. No obstante, esta última acotación, la perspectiva se situará en el proceso de transición más bien endógeno de la realidad chilena.
Panorama global del desarrollo de la Historiografía Chilena hasta mediados del siglo XX
Conforme a lo señalado por el historiador británico Peter Burke, la actual eclosión, expansión y fragmentación de las miradas historiográficas constituyen la prolongación de un movimiento de larga data, que no cabe precisarlo sólo en el marco temporal de los últimos cuatro decenios, sino que sería factible de rastrearlo incluso desde el siglo XVIII, con los así denominados “teóricos sociales” del período de la Ilustración (2), que se ocupaban de estudiar lo que en el período se designaba como “sociedad civil”.
Este movimiento intelectual de corte internacional representaría para el historiador referido un primer conato de “Nueva Historia”, paradigma que ocuparía un lugar privilegiado en los últimos tres decenios del siglo XX, ramificando su polo de influencia más allá del concierto europeo, tal y como en su momento lo fueron las primeras generaciones de la Escuela de los Annales.
Posteriormente, desde mediados del siglo XIX, emerge el enfoque positivista (empiricista-documentalista) del historiador alemán Leopold Von Ranke, cuyo movimiento va a propiciar una historiografía preponderantemente focalizada en el estudio del Estado y de la política en particular, acudiendo para tales efectos a los archivos documentales de tipo gubernamentales, en desmedro y exclusión de otro tipo de fuentes de información.
En este proceso se habría generado lo que el historiador Georg Iggers denominó la “profesionalización de la historia como ciencia”, creándose los primeros espacios institucionales en las estructuras académicas de las universidades europeas. (3) En cierto modo, este contexto de delimitación de un objeto de estudio para la historia explica el énfasis puesto en trabajar con fuentes documentales, escritas y verificables, coherente con la imagen de una ciencia de matriz positivista, propio de la época que iba en curso.
Este proceso se habría apreciado sobre todo a partir de mediados del siglo XIX hasta bien avanzado el siglo XX. En el contexto de la realidad académica chilena, el influjo de este modelo historiográfico estaría representado en la figura de historiadores liberales y conservadores tales como Domingo Amunátegui Solar, Luis Amunátegui, Benjamín Vicuña Mackenna, Ramón Sotomayor Valdés, y el máximo exponente de este paradigma historiográfico, Diego Barros Arana, quienes hicieron del Estado y la política su principal (aunque no único en el caso de Vicuña Mackenna) objeto de estudio.
Con posterioridad, ya en los primeros lustros del siglo XX, en el contexto de una importante crisis de la sociedad chilena, cuyas expresiones más visibles se apreciarían en la “cuestión social”, sería precisamente en contra de este tipo de historiografía que surgirían y se desarrollarían una serie de propuestas historiográficas que vendrían a cuestionar la preponderancia de la política como “el” objeto de estudio prístino de la historia, a la par que se despliega un movimiento importante de crítica de las metodologías de indagación histórica utilizadas por esta corriente positivista-empiricista de la historia.
Este movimiento emergente o quizá re-emergente de una propuesta historiográfica innovadora, pasaría a constituir lo que con el tiempo se denominaría “Nueva Historia”. “La nueva historia – nos refiere Peter Burke – es una historia escrita como reacción deliberada contra el “paradigma” tradicional”(4) , opuesto a la denominada “historia rankeana”, (según el paradigma propuesto por Von Ranke, Oswald Spengler, entre otros).
Bajo ese prisma elemental, aun considerando las diferencias en los ritmos de desarrollo de estos enfoques historiográficos, equivalente proceso es factible evidenciar en el desarrollo diacrónico de la historiografía chilena.
Durante el siglo XIX en Chile, siguiendo la prédica academicista del modelo de “historia rankeana”, emergería un importante grupo de intelectuales que en la posteridad serían tipificados con el rango de “Padres de la Historia de Chile”, los historiadores Diego Barros Arana (“el bodrio…más sobrevalorado de nuestra disciplina”, según Alfredo Jocelyn-Holt), Benjamín Vicuña Mackenna, y los ya citados hermanos Amunátegui. De raigambre liberal, estos historiadores pueden considerarse como los mayores exponentes del paradigma positivista-empiricista de la historiografía chilena, para quienes la labor del historiador sería la construcción de “fotografías de la realidad”, lo único que importaba metodológica y epistemológicamente hablando es el “hecho histórico” (el acontecimiento), su veracidad y su concatenación causal con otros hechos históricos.
En este sentido, apunta el historiador Cristián Gazmuri, para la historiografía liberal de corte positivista “lo que importaba era el hecho, el dato, las fuentes bien investigadas y con una acuciosa compulsa de pruebas”.(5) Pero no cualquier “hecho”, sino que fundamentalmente los grandes “hechos políticos y militares”. Este paradigma positivista-empiricista, tendría similar validez gnoseológica y metodológica para la historiografía conservadora que se impondría en los primeros tres decenios del siglo XX, cuyos máximos exponentes serían Jaime Eyzaguirre, Alberto Edwards y Francisco Antonio Encina, principalmente.
Ahora, avanzado unos lustros, desde la década del 50´, pero particularmente con énfasis en la década de los 80´, según el historiador Simon Collier, en la historiografía chilena “… ha surgido el afán de comprender los procesos y tendencias profundas detrás de los vaivenes de la política”(6), y aludía a este proceso en relación al progresivo y sistemático cuestionamiento que asediaba al antiguo régimen historiográfico que centraba su objeto de estudio en la dimensión política de la historia nacional, pero una política liderada por los grandes hombres (estadistas o militares), los que para esta vertiente historiográfica eran los verdaderos actores y sujetos de la historia.
Un diagnóstico similar constata Luis Guy De Mussy, para quien estaríamos en frente de un proceso revolucionario de “revisionismo historiográfico chileno”, entendiendo con ello que desde la historiografía de los 80´ y 90´ del siglo pasado, y hasta el presente, la historiografía chilena estaría transitando por una fase de reformulación del conocimiento histórico que se tenía de la historia chilena, proceso que no vislumbraría una salida diáfana en lo teórico y metodológico, esto dado el carácter “ecléctico” de la producción historiográfica actual.
Para este último historiador, la historiografía chilena de los últimos decenios se encontraría en una situación de punto de partida o “total cero” como él la denomina, que estaría definida por una opción de “interpretaciones político holísticas de la historia nacional” (7), lo mismo que por un replanteamiento o reformulación de los enfoques teóricos y epistemológicos utilizados para su consecuente heurística documental.
En esta dimensión, la historiografía chilena reciente compartiría como núcleo integrador una “nueva política de la historia”, que estaría orientada por una “política de la sospecha” (J. Ranciére) respecto a la validez del conocimiento de la historia de Chile que imperaba en el paradigma tradicional, incluyendo en éste el marxista clásico.
Para el historiador Luis Moulián, es factible identificar tres tipos básicos de enfoques historiográficos en la producción historiográfica de nuestro país, los que remiten respectivamente a la mirada específica de determinados sectores sociales respecto al devenir de nuestro país, lo cual implica sostener que los paradigmas o enfoques historiográficos son permeados por la cultura política y la posición social de quien rememora el acontecer pasado, reafirmando lo que ya desde un considerable tiempo Armando de Ramón sostuvo sobre la subjetividad de la ciencia histórica.
Estos enfoques o formas de hacer historia corresponden a la historiografía conservadora (en sus versiones hispanista y nacionalista), a la mesohistoria (en su versión liberal) y a la historiografía marxista o neomarxista; cada una asociada respectivamente a la visión oligárquica, mesocrática, y popular o sociocrática del pasado y presente de la sociedad. (8) Siguiendo al autor, en un sentido amplio cada una de estas tendencias historiográficas corresponde a tres tipos diferentes y excluyentes de proyectos de sociedad. De esta manera, “queda más claro que nunca que la historia es un conocimiento de gran valor para cohesionar ideológicamente los intereses de los distintos proyectos sociales, presentados por los grupos en pugna.” (9)
Historiografía Marxista Clásica: apuntes crítico-comprensivos
A partir de la década del 50´ del siglo recién pasado, la intelectualidad chilena asistió a la emergencia y desarrollo de una potente perspectiva de análisis histórico de la realidad nacional, a la cual con el tiempo se le conocería como “Historiografía Marxista Clásica”, orientada según un autor a “ejemplificar el marxismo ortodoxo con fenómenos históricos locales, combinándolos con las expresiones ideológicas de la izquierda chilena”. (10)
Esta corriente historiográfica, asumiría una postura radicalmente crítica respecto a la producción historiografía existente en Chile, que hasta ese entonces, al decir de Julio César Jobet no pasaba de ser “más que el relato de los grandes magnates del país y la crónica de la clase pudiente… como si no existiera nada fuera de ellas.” (11); referencia crítica, sin duda, a la Historiografía Conservadora y Liberal de cuño tradicional.
Esta corriente marxista de pensamiento histórico, permitió con el desarrollo de trabajos sistemáticos de investigación la visibilización histórica de otros sectores sociales que tradicionalmente estaban marginados como objetos de estudio, y consecuentemente con lo anterior, su legitimación epistémica como actores sociales históricos. Su mirada histórica estratégica se focalizó en la historia de quienes para el marxismo ortodoxo estaban llamados ontológicamente a cambiar el rumbo de la Historia, que sería el caso del movimiento obrero minero e industrial de tipo moderno.
En esa dimensión, la Historiografía Marxista Clásica se habría dado a la labor histórica – según Rafael Sagredo – de visibilizar, asignándole la categoría de “sujeto histórico”, al proletariado chileno, el que junto con la emergencia de las capas medias de la sociedad, fueron asumiendo mayores niveles de participación social y de consecuente protagonismo histórico, como producto de un progresivo “proceso de democratización” que experimentaba el país desde, desde por lo menos, comienzos del siglo XX.(12). “En este contexto, – precisa Rafael Sagredo – la irrupción de nuevos sectores en la vida nacional, como la clase media y los grupos obreros y proletarios, no era más que la manifestación de un proceso mayor, que venía desenvolviéndose desde los inicios del siglo”. (13)
A este respecto, y refiriéndose específicamente a la obra del historiador marxista Julio César Jobet (aunque tal aserto es factible de extrapolarlo a la globalidad de la Historiografía Marxista Clásica), la preocupación “por los sectores populares y su papel en la historia no deriva sólo de su concepción de la historia o de haber adoptado el materialismo histórico como método de análisis de la realidad histórica. Él [Julio César Jobet] reconoce que el historiador “es un hombre vivo, es decir, el hombre de una época, de un país, de una clase social determinada” y, como tal, agregamos nosotros, la historia que realice estará marcada por esas condicionantes.
De tal manera que no deben sorprender los temas que preocupan a Jobet. Los mismos son una muestra de los procesos generales que el país vivía desde comienzos del presente siglo”. (14) De este modo, y es la hipótesis que sigue y esgrime el presente ejercicio de exploración, la producción historiográfica para situarla en su dimensión concreta, se comprende en la medida que los sujetos-historiadores, de carne y hueso, son historizados, comprendidos en los avatares de su propia época, del contexto histórico del cual son conniventes.
Intentando desarrollar un ejercicio de periodización elemental, el historiador Jorge Rojas Flores, en su artículo «Los Trabajadores en la Historiografía Chilena: Balance y Proyecciones», distingue dos períodos fundamentales en el desarrollo de una historiografía de los trabajadores. En una primera instancia identifica a los llamados “Precursores”, cuyo trabajo investigativo se desarrolla entre las décadas del 20´ y 40´ del siglo pasado, trabajos que en opinión de este historiador “prefiguraron las distintas vertientes que con el tiempo se desarrollarían” (15), puntualmente de los enfoques que el reconoce como parte de la segunda etapa de desarrollo en la historiografía de los trabajadores, la denominada “Tradición Clásica Marxista”, desplegada entre las décadas del 50´ y 60´ fundamentalmente, que según se ha señalado, se concentró en el estudio del proletariado moderno, en sus organizaciones y luchas más notables.
Desde el punto de vista de este historiador, para los principales representantes de la corriente de la Historiografía Marxista Clásica “el proletariado industrial y minero pasó a ser su objeto prioritario de estudio, y en especial, su creciente organización y politización en una ideología que se entendía como liberadora. Esta selección intencionada dejó a un lado, obviamente, a un grueso de la población trabajadora que no se incorporó, sino muy tardíamente, en este proceso de modernización capitalista.”(16)
En síntesis, – prosigue el mismo autor – “en Chile, como en otras latitudes, los obreros del sector industrial y minero pasaron a constituir los grandes protagonistas de la historia de la salvación y redención de la humanidad. Esta filosofía de la historia hacía casi inevitable que el ordenamiento de los hechos siguiera una secuencia que se encaminaba hacia un desenlace conocido y necesario.”(17)
Naturalmente, al concebir al “proletariado moderno” como el principal objeto de estudio, el enfoque historiográfico marxista clásico subvaloraba o ignoraba la acción de otros actores sociales, en particular de aquellos que no constituían o más bien no eran considerados agentes de cambio o de transformación social. La filosofía del materialismo histórico ortodoxo, tenía un papel ontológicamente prefigurado (exclusivo) para la clase proletaria, quien era objeto de explotación en el contexto de un capitalismo moderno, del que era necesario e ineluctable emanciparse.
Desde la perspectiva de este enfoque historiográfico, simplemente otros sujetos sociales eran considerados una abigarrada y difusa “masa popular”, que a lo más servían de comparsa a la revolucionaria clase obrera, y que, en consecuencia, no tenían cabida en el análisis del drama histórico del capitalismo; teóricamente, aún no eran merecedores de la categoría de “objetos de estudio” o de “sujetos sociales históricos”. A este respecto, son bastante reveladoras las palabras del historiador marxista clásico Marcelo Segall: “La masa popular no era un proletariado moderno, consciente, colocado en su papel actual de renovador de la sociedad en su conjunto.”(18).
Paradigmáticamente, el carácter teleológico de la historiografía Marxista Clásica, se revela más que en ningún otro autor de esta corriente, en la producción del historiador Hernán Ramírez Necochea, para quien la historia se presentaba como una suerte de recurso pedagógico ideológico para la formación de la conciencia política de clase del proletariado chileno: “En pocas palabras – puntualizó este historiador – : a través del conocimiento de su historia, el proletariado chileno hará más fuerte y a la vez más profunda su conciencia de clase, podrá aprehender mejor la ideología que específicamente le corresponde y así seguirá con mayor certeza y confianza la ruta que la evolución histórica le tiene señalada.” (19)
Desde una óptica que podría denominarse historicista, es factible señalar que la “Historiografía Marxista Clásica” fue hija de su tiempo, y que el enfoque sesgado que algunos historiadores le atribuyen, desde la posición ventajosa de la década de los 80´ a la fecha (teniendo a su haber el ostensible desarrollo de la ciencia histórica y de las perspectivas multiparadigmáticas de las ciencias sociales de ese decenio) no reconocerían en ella la apertura temática y metodológica que ésta efectivamente implicó, haciendo gala de una mirada deshistorizada de tal producción historiográfica alternativa a la dominante.
Para el historiador Gabriel Salazar, la Historiografía Marxista Clásica no habría desarrollado realmente ninguna revolución copernicana en la producción historiográfica nacional, puesto que siguió abordando de manera “totalizante” (nomotética, la denomina), al igual que la historiografía de corte liberal, nacionalista e hispanista que le precedía, los mismos tradicionales temas de la historia chilena, sin innovar epistemológicamente en el ejercicio de la disciplina, y excluyendo de paso el estudio de otros sujetos históricos como el amplio mundo del peonaje itinerante, la mujer o el de los pueblos indígenas, o el estudio de otros procesos históricos tales como la construcción del Estado y los incipientes conatos de industrialización en el país.
De este modo, enmarcado en un esquema interpretativo extemporáneo a la historiografía marxista clásica, Gabriel Salazar ha señalado que en esta última existió una “débil asimilación del método dialéctico y de la propuesta teórica más fina del marxismo”, elaborando una producción historiográfica en donde “dominó el economicismo simple y la lucha de clases en su forma más cruda” (21).
En ese sentido, tal producción habría extrapolado de manera acrítica el esquema interpretativo del marxismo ortodoxo hegemónico (el de Lenin y Trotsky) a los procesos históricos reales de Chile.
A su vez, inscrito en la lógica de los procesos estructurales de larga duración en la historia (longué durée), siguiendo los planteamientos de Fernand Braudel, de la segunda generación de la Escuela de los Annales, equivalente crítica ha dirigido a esta corriente historiográfica marxista el historiador Sergio Villalobos, para quien la Historiografía Marxista Clásica no atendió al estudio de las estructuras históricas que caracterizarían realmente en el largo plazo la historia de Chile. (22)
Ahora, situado en una perspectiva que podría denominarse como historicista, por cierto diversa a la interpretación anterior, el historiador Jorge Rojas Flores ha señalado que la producción historiográfica del marxismo clásico chileno, ha puesto “el énfasis en el proletariado y en su acción referida a proyectos políticos, en estrecha vinculación con las vanguardias políticas, no nació de una pura limitación ideológica o de una incapacidad profesional. Fue fruto de un proceso que estaba en curso. No entenderlo así, impide ver detrás de la actual producción historiográfica, un contexto que también la explica en un grado importante”. (23)
A este respecto, el presente trabajo adhiere a las palabras de Manuel Loyola, para quien la producción historiográfica del marxismo clásico chileno “…no reportó, a fin de cuentas, ninguna “ruptura epistemológica”… respecto de la historiografía que lo antecedió; pero sí significó una ruptura con el discurso histórico dominante” (24).
Vale decir, la paradigmática ruptura que la Escuela de los Annales en su momento corporizó respecto del Antiguo Régimen de la historiografía – el representado por Leopold Von Ranke – en Europa, tuvo su símil (guardando las proporciones) en la Historiografía Marxista Clásica chilena respecto del discurso histórico centrado en la dimensión exclusivamente política del trabajo historiográfico hegemónico del período.
De todos modos, no cabe duda de que la Historiografía Marxista Clásica en gran medida permitió la validación social del sujeto obrero en la historia nacional, a la par que facilitó la transición epistemológica (aunque sea por antinomia) de este paradigma al de la llamada Nueva Historia Social chilena.
Historiografía Social Popular en la última década
Realizando una síntesis pertinente del cambio de paradigma historiográfico en Chile, Pamela Quiroga ha señalado que “Puede decirse que, mientras la historiografía marxista clásica había privilegiado al movimiento obrero urbano, poseedor de un carácter ilustrado que lo insertaba en un contexto mundial de desarrollo del socialismo, el énfasis de la Nueva Historia se concentró en aquellos sujetos populares que habían quedado subordinados o relegados a un plano muy marginal, por lo que se le otorgaba historicidad a sectores que desarrollaron otro tipo de experiencias, menos vinculadas a la “lucha mundial por el socialismo”, y más próxima a la conflictividad social como modo de preservación de elementos culturales propios de la identidad y memoria popular.” (25).
En Chile, no obstante, en el último decenio la práctica historiográfica asociada al paradigma de la Nueva Historia Social, ha dado un giro en el tratamiento de determinadas temáticas, en la articulación con enfoques teóricos de otras ciencias sociales, y en la puesta en práctica de metodologías que aún no alcanzan plena legitimidad en el establishment de la disciplina histórica.
Se trata de nuevas generaciones de historiadores (en su dimensión historiográfica más que etaria) que, al decir de Luis Ossandón, no necesariamente desenvuelven su praxis del oficio en búsqueda de un “telos” que le dé sentido proyectual al accionar de los sectores populares (no así a los movimientos sociales populares, que de algún modo sí evidencian una puesta en marcha de algún tipo de discurso sociopolítico que legitima su acción colectiva).
Ni tampoco de una explicación o interpretación historiográfica orientada según un preestablecido “locus político”. Se trataría, más bien, de una praxis historiográfica que se escribe las más de las veces “desde los márgenes de la sociedad, desde los fragmentos menos evidentes de la estructura social y la subjetividad, cuestionando (a veces sin quererlo) la validez de las explicaciones en clave política de las relaciones de dominación” (26).
Asimismo, es factible señalar que otra de las dimensiones de la Nueva Historia Social chilena es la asimilación de una forma colectiva de “re-construir el conocimiento histórico”, en donde los sujetos populares más que ser pasivos “objetos de estudio” (según la episteme de corte positivista-empiricista), constituyen actores protagónicos en la elaboración epistemológica del saber histórico, un saber socializado que a fin de cuentas remite a las propias experiencias sociales de los investigadores, el ejercicio soberano de su propia memoria social.
Respecto a esta variante de la praxis historiográfica de la Nueva Historia Social, el historiador Mario Garcés, quien ha desarrollado junto a otros historiadores una larga experiencia en el ámbito de la Educación Popular y de la Historia Oral y Local desde fines de la década de los 70´, señala que “no sólo se ha tratado de la producción de una nueva historia desde la práctica profesional de los historiadores, sino que también se han venido desarrollando en Chile diversas iniciativas de historia local, desde las propias bases y con el apoyo de ONGs y de profesionales de la historia y las ciencias sociales”. (27).
En este sentido, el academicismo positivista y neopositivista, nos ha venido socializando en una concepción y práctica de la historia (en estricto rigor de la historiografía) como un constructo y ejercicio privativo de la práctica de los historiadores profesionales, los “recordadores oficiales del pasado de una sociedad”, excluyendo en principio a aquellos actores sociales que no se inscriben en los márgenes rígidos de la práctica académica de la “Historia”, como si los recuerdos y memorias de aquellos actores no tuvieran validez alguna para la construcción de la historia de una colectividad, concebidos como meros objetos sin historicidad y capacidad necesarias para elaborar su propia versión de los hechos históricos.
Desde esta perspectiva excluyente, sólo los historiadores profesionales estarían capacitados para tal ejercicio; afirmación, por cierto, nada más alejada de la realidad. Y es que una de las consecuencias más evidentes del paradigma de la Nueva Historia Social es la creciente “democratización” en la función epistémica de construir conocimiento histórico. (28)
Ya no se trata de aceptar irrestrictamente por principio de autoridad (ya sea fáctica o intelectual) la historia que nos han contado, sino que se trata de asumir un rol activo y crítico en la socialización del conocimiento histórico, actividad para lo cual si existe voluntad existe capacidad, ya sea asistida o autogenerada.
Como sostiene Edward Murphy, no sólo los historiadores profesionales pueden ser legítimos auscultadores del acontecer histórico, sino que también los sectores populares pueden ser con toda validez verdaderos “analistas” de este acontecer, de su acontecer. (29)
En este plano, cabe recordar la experiencia de memoria que realiza el pueblo Mapuche, quienes transmiten su historia de “boca en boca”, o sea, a través del relato oral, que revive incluso con gestos y entonaciones especiales la aventura de su pueblo, incluyendo llanto y expresiones de alegría cuando corresponde en el relato. De esta forma reviven su identidad como pueblo, y a partir de ahí se proyectan al futuro.
El “Weupife” es el encargado de transmitir como herencia esta memoria viviente que constituye el relato, que aunque se modifica con los tiempos, y quizá no posea la rigurosidad aséptica de la ciencia histórica positivista, posee el potencial de configurar y re-configurar identidades según las circunstancias históricas. Nada de textos fríos, ni de extensos documentos casi olvidados por la gran mayoría de la sociedad, sino memoria palpitante que sirve como guía vital para la vida cotidiana, torrente que se proyecta al futuro. (30)
¿No es acaso este el sentido principal que los historiadores de todos los tiempos han asignado a su labor profesional? ¿Los movimientos sociales pueden generar o propiciar un “cambio de Paradigma” cognitivo, una nueva imagen fundamental del objeto de estudio de una disciplina científica?
A partir del golpe de Estado que remeció los fundamentos de la sociedad chilena, y particularmente tras las experiencias traumáticas de pauperización, persecución política y represión de amplios sectores del mundo popular, y de la izquierda política e intelectual, emerge dolorosamente la certidumbre, desde estos mismos sectores, que el protagonismo de la clase trabajadora se diluye y es desarticulada por acciones estratégicamente diseñadas por parte de agentes de la dictadura militar.
Paulatinamente se constata, que quienes más se oponen a la represión militar no son los trabajadores organizados según una lógica de vanguardia y de proyección política, sino que son actores sociales, que al fragor de los acontecimientos, hacen frente al hambre, a la delación, a la marginación, al desempleo o al empleo precario; en suma, actores que con sus acciones de sobrevivencia y de protesta social, se impusieron como “sujetos históricos”; mujeres y jóvenes pobladores, cristianos de base y jóvenes estudiantes, que a la ciencia social (o más bien parte de ella), y particularmente para la ciencia histórica, no le quedó más remedio que relevar y visibilizar.
“Pronto se hizo evidente, – constata el historiador Mario Garcés – sin embargo, la necesidad de hurgar más en la historia popular, que no era únicamente obrera. Cada iniciativa popular que surgía, entre las mujeres, los cristianos, los pobladores se interrogaban también sobre su propia historia, que no cabía en los márgenes limitados de la historia del movimiento obrero”. (31)
A este respecto, la “crisis política, social y teórica” producida por el quiebre de 1973 en Chile, dio origen a un abigarrado proceso de búsqueda de respuestas ante tal quiebre, coyuntura dentro de la cual emergieron diversos movimientos de interrogación de la realidad social que se imponía con cruda facticidad: movimientos de reflejo, de renovación, y de reformulación radical:
“En este punto no fue el análisis teórico el que puso la premisa mayor, sino el mismo movimiento social popular, que, desde 1983, inició una seguidilla de “jornadas nacionales de protesta” que se prolongaron hasta, cuando menos, 1987… Fue entonces cuando se desenvolvió un segundo impulso reflexivo e intelectual: el que exploró ya no en la historia de la Unidad Popular, sino en la memoria de todos y cada uno de los chilenos afectados por la crisis de 1973… Se hizo poco a poco evidente que el proyecto histórico del bajo pueblo chileno ya no podía seguir discutiéndose sólo según la politología practicada por los militantes del ´38 y del ´68, sino también según la experiencia que estaban acumulando los sujetos sociales que, a pulso y pecho descubierto, debieron enfrentar de diversos modos el terrorismo de Estado impuesto por la dictadura militar…En gran medida, este movimiento fue un proceso autoeducativo emprendido por una gran diversidad de sujetos y grupos sociales, en torno a los cuales se instalaron, reforzándolos en esa tarea, las nuevas generaciones de educadores populares y la pléyade de Organizaciones No Gubernamentales (ONGs)” (32)
A modo de Conclusión
En síntesis, cabe puntualizar los siguientes procesos epistemológicos y sociales respecto a la transición desde la Historiografía Marxista Clásica al nuevo paradigma de la Nueva Historia Social chilena:
a) primero, que la Historiografía Marxista Clásica chilena, a pesar de los reniegos y críticas que algunos historiadores exponentes de la corriente historiográfica de la Nueva Historia Social han lanzado contra aquella, ésta ha significado sino una ruptura epistemológica con el método de análisis documental de raigambre tradicional al menos una apertura para el estudio historiográfico de un sector social tan relevante en la historia nacional como lo fue el movimiento obrero, elevándolo a la categoría de sujeto histórico,
b) segundo, que a raíz de lo anterior, sentó las bases para una crítica sistemática del modelo positivista de viejo cuño en el estudio de la historia, sirviéndose de esta misma matriz la propia vertiente de la Nueva Historia Social, c) tercero, que la corriente de la Historiografía Marxista Clásica cumplió la función social de ser el soporte ideológico para el desarrollo de los proyectos de cambio social que Chile experimentaría sobre todo en la década del 60’, y el primer trienio de la siguiente década, proceso que fue fracturado voluntariamente por el poder de fuego militar y civil; asumiendo similar función la Nueva Historia Social en la década de los 80’, siendo el reflejo de la nueva relación que los sectores populares adoptaron en relación al saber histórico en particular, y al conocimiento académico en general, herencia que este enfoque historiográfico no ha valorado o reconocido en su real magnitud, limitándose a una crítica mordaz de las prácticas del materialismo histórico en el campo del saber historiográfico, sin establecer éste y otros importantes elementos de permanencia o continuidad entre ambas corrientes historiográficas;
y c), por último, que el movimiento de protesta social y resistencia de los pobladores durante la Dictadura militar, tendió a precipitar y producir un cambio epistemológico revolucionario en el campo de las Ciencias Sociales, y de la propia Historia como disciplina científica, propiciando un rol de primer orden en la transición historiográfica reseñada en las páginas precedentes. En este último sentido, la experiencia nos enseña que la relación de la teoría con la práctica social, es una relación de retroacción continua (dialéctica), en donde existe una interrelación bidireccional, pero que aún así a la larga son los cambios sociales y las experiencias al límite las que preponderantemente influyen en la configuración de un determinado enfoque o paradigma social, ya sea este sociológico, antropológico o historiográfico; y aún así, en tanto que se establece o desarrolla esta Teoría o Paradigma, la realidad social ya está experimentando cambios significativos, vale decir, se está perennemente “haciendo y re-haciendo” en el devenir histórico.
A este respecto, toda teoría social ineludiblemente está sujeta a una constatación a posteriori de lo que la realidad social ya ha puesto en marcha, o definitivamente ha dejado de ser. (33)
De este modo, por más que se intente una documentada y potente reconstrucción del torrente de Heráclito, éste no detiene su poderoso caudal histórico y social. En una frase, la inherente historicidad de la realidad social, su perpetuo devenir, constituye inescindiblemente el fundamento de la praxis teórico-social.
(*) Magíster en Historia y Ciencias Sociales. Universidad ARCIS
Notas
(1) Burke, Peter (1994): “Formas de Hacer Historia”. Alianza Editorial, Madrid, España, 1994. p. 12
(2) Burke, Peter (2007): “Historia y Teoría Social”. Amorrortu Editores, Buenos Aires, Argentina, 2007. p. 18
(3) Iggers, Georg (2012): “La historiografía del siglo XX. Desde la objetividad científica al desafío posmoderno”. Fondo de Cultura Económica, Santiago, Chile, 2012.
(4) Burke, P. Ibid. p. 13
(5) Gazmuri, Cristián (2007): “Influencias sobre la Historiografía Chilena: 1842 – 1970”. En Guy De Mussy, Luis (2007) ed.: “Balance Historiográfico Chileno. El orden del discurso y el giro crítico actual”. Ediciones Universidad Finis Terrae, Escuela de Historia-CIDOC, Santiago, Chile, 2007. p. 78
(6) Collier, Simón (1988): “Prólogo a la Primera Edición” del libro de Cavieres, Eduardo (1988): “Comercio chileno y comerciantes ingleses. 1820 – 1880”. Editorial Universitaria, Santiago, Chile, 1999. p. 14
(7) Guy De Mussy, Luis (2007): “Historiografías Comparadas. El “total cero” de la Historiografía chilena actual”. En “Bicentenario” Revista de Historia de Chile y América. Centro de Estudios Bicentenario, Santiago, Chile, 2007. p. 126
(8) Moulian Emparanza, Luis: «Balance Historiográfico: Sobre los últimos 30 años de la Historia de Chile”. En Vitale, Luis; Moulian, Luis; Cruz, Luis; Palestro, Sandra; Avendaño, Octavio; Salas, Verónica; Piwonka, Gonzalo (1999): “Para Recuperar la Memoria Histórica: Frei, Allende y Pinochet”. Ediciones ChileAmérica – CESOC. Santiago, Chile, Julio, 1999. Capítulo I
(9) Moulian Emparanza, Luis, Id. p. 44
(10) Sagredo, Rafael (1994): “Julio César Jobet y la Historia como Crítica Social”. En Eduardo Devés, Javier Pinedo, Rafael Sagredo (comps): “El Pensamiento Chileno en el siglo XX”. Ministerio Secretaria General de Gobierno, Instituto Panamericano de Geografía e Historia, Fondo de Cultura Económica, México, 1999. pp. 360-361
(11) Julio César Jobet en “Atenea” n° 291-292, Septiembre-Octubre de 1949, p. 359. Citado en Collier, Simón (1989): “Prólogo a la Primera Edición” del libro de Cavieres, Eduardo (1988): “Comercio chileno y comerciantes ingleses. 1820 – 1880”. Editorial Universitaria, Santiago, Chile, 1999.
(12) Sagredo, R. Op. Cit., p. 359
(14) Sagredo, R. Id., p. 360
(15) Sagredo, R. Id., p. 364
(16) Rojas Flores; Jorge (2000):»Los Trabajadores en la Historiografía Chilena: Balance y proyecciones». Revista de Economía & Trabajo, Año 2000, N° 10. Programa de Economía del Trabajo – PET. (p. 49). Según nos refiere esta investigación, algunos de los mitos fundamentales de la Historiografía Marxista Clásica, tales como la subvaloración del movimiento anarcosindicalista, o la sobreestimación de la afiliación a la FOCH, serían resabios ideológicos de los enfoques de los denominados “Precursores”.
(17) Rojas Flores, Id. p. 51
(18) Rojas Flores, Id., p. 51
(19) Segall, Marcelo (1962): “Las luchas de clases en las primeras décadas de la República de Chile: 1810-1846”. En Anales de la Universidad de Chile, N° 125, 1er semestre / 1962, Págs. 175-218. Editorial Nascimento, Santiago, Chile. p. 5
(20) Ramírez Necochea, Hernán (1956): “Historia del Movimiento Obrero en Chile. Antecedentes – Siglo XIX”. Ediciones Lar, Literatura Americana Reunida, Santiago, Chile, Edición de 1986. p. 16
(21) Salazar, Gabriel (1985): Capítulo II “Historiografía Chilena, 1955 – 1985: Balance y Perspectivas (Actas de un Seminario)”, Cuarta Sesión “La Historiografía Marxista (Clásica) en Chile, expositor Gabriel Salazar. En Salazar, Gabriel (2003): “La Historia desde Abajo y desde Dentro”. Facultad de Artes, Universidad de Chile. Lom Ediciones, 2003, Santiago, Chile. p. 51
(22) Loyola; Manuel (2005): “Hernán Ramírez Necochea. Seis artículos de prensa”. Ariadna Ediciones, Santiago, Chile, 2005. p. 17
(23) Rojas Flores; Jorge. Op. Cit. p. 54
(24) Loyola; M. Op. Cit. p. 17
(25) Quiroga Venegas, Pamela (2009): «Nueva Historia Social y Proyecto Popular en Chile» En Revista de Humanidades «Analecta», Año III N° 3, Segundo Semestre 2009, ISSN 0718-414X. Centro de Estudios Humanísticos Integrados, Escuela de Educación, Universidad Viña del Mar. p. 7
(26) Osandón, Luis (2004): «Historia Social, nuevamente». Colectivo Oficios Varios (2004): Introducción al texto “Arriba quemando el Sol” Estudios de Historia Social Chilena: Experiencias Populares de Trabajo, Revuelta y Autonomía (1830 – 1940). Lom Ediciones, Santiago, Chile. p. 10
(27) Garcés, Mario (2002): Capítulo II: «La Nueva Historia Social y los desarrollos recientes de la disciplina de la historia». En: “Recreando el Pasado: Guía Metodológica para la Memoria y la Historia Local”. ONG ECO, Educación y Comunicación, Santiago, Chile, 2002. p. 19
(28) Ibíd., p. 17
(29) Murphy, Edward (2004): “Historias Poblacionales: hacia una Memoria Incluyente”. Lom Ediciones, Santiago, Chile, p. 9
(30) En la cultura Mapuche tradicional, el “Weupife” cumplía el rol de convocar a los diferentes Lovs o núcleos familiares, organizados en sus correspondientes Ayllarehues o Comunidades, para la ceremonia del Nguillatún, en donde entre otras funciones sociales de agradecimiento a la Mapu (Tierra), se transmitía oralmente la historia de la comunidad, ritual que estaba a cargo, asimismo, del Weupife. Ver de Salazar; Gabriel (2003): Capítulo V “La Historia como Ciencia Popular: Despertando a los “Weupifes””. En “La Historia desde Abajo y desde Dentro”. Facultad de Artes, Universidad de Chile. Lom Ediciones, 2003, Santiago, Chile.
(31) Garcés, Mario (2003): “Crisis Social y Motines Populares en el 1900”. Lom Ediciones, Santiago, Chile, 2003. p. 7
(32) Salazar, Gabriel (2003): Capítulo III “Historiografía y Dictadura en Chile: búsqueda, dispersión, identidad”. En “La Historia desde Abajo y desde Dentro”. Facultad de Artes, Universidad de Chile. Lom Ediciones, 2003, Santiago, Chile. pp. 102-103
(33) “La lechuza de Minerva levanta su vuelo al anochecer”, escribió una vez G. F. Hegel, queriendo decir con eso que el pensamiento crítico (o la teoría) descubre la realidad cuando ésta ya existe, o cuando ésta ya ha cambiado”. En Salazar, Gabriel (2012): “Movimientos Sociales en Chile. Trayectoria histórica y proyección política”. Uqbar Editores, Santiago, Chile, 2012. p. 14
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