miércoles, diciembre 25, 2024
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El TPP y las Ideas del Pasado

En medio del secretismo que caracteriza sus negociaciones, finalmente se firmó el Acuerdo Estratégico Transpacífico de Asociación Económica (TPP, por sus siglas en inglés). Aunque varios parlamentarios solicitaron en reiteradas oportunidades conocer los contenidos de las negociaciones, se suscribió el acuerdo sin que ello ocurriera. Esto lleva a la necesidad de debatir sobre las materias involucradas, pero también acerca del tipo de proceso.

Los promotores del TPP afirman que, per se, los Tratados de Libre Comercio repercuten en beneficios mutuos para los países que los suscriben. La idea se sostiene en la teoría según la cual estos procesos entregan a países en vías de desarrollo la oportunidad de aprovechar sus ventajas comparativas, abriendo así nuevos mercados a sus productos. Puesto en simple, para países de baja o nula industrialización, la única ventaja comparativa es la producción y exportación de materias primas. De modo que se induce a los países a especializarse en estas actividades e insertarse en el mercado mundial en función de aquellas.

Es inevitable sospechar que la teoría de las ventajas comparativas y el Libre Comercio resulta muy poco ventajosa para una de las partes y muy ventajosa para la otra. Para las economías menos desarrolladas –extractivistas y exportadoras de materias primas- las condiciones impuestas por estos tratados las obliga, en la teoría y en los hechos, a concentrarse ad eternum en su condición de economías primarias.

Los países industrializados –aquellos que producto de su acumulación originaria han llegado a convertirse en potencias económicas- son los que tienen las verdaderas ventajas, y por ello no es de extrañar que prediquen con excesivo entusiasmo las bondades del libre comercio, aún cuando parte de la robustez de sus economías se deba a décadas de acertadas políticas de protección a su industria.

El supuesto impacto positivo sobre los países más pobres que propiciaría el Libre Comercio ha sido ampliamente criticado por diversos economistas. Después de décadas de dogma, diversas investigaciones han mostrado como los Acuerdos de Libre Comercio generan en el largo plazo una mayor desigualdad entre los países y también dentro de ellos. La razón es muy simple y no hay que ser Nobel de Economía para comprenderla: la desigualdad del intercambio.

Pero a quienes exigen credenciales para validar argumentos, bien podría servirles revisar a Joseph Stiglitz (El Malestar de la Globalización). El académico estadounidense, Nobel de Economía, ilustra cómo desde la creación de la OMC los términos de intercambio se han deteriorado para los países más pobres.

Sin ir más lejos, recientemente aseveró que el TPP puede ser un generador de desigualdad y socavar las protecciones básicas de las personas. Con certeza, las últimas evidencias al respecto son las que animaron a Stiglitz a declarar abiertamente que no entendía a la Presidenta chilena en su afán por firmar este acuerdo comercial.

¿Significa todo esto que los países deben abstenerse de suscribir acuerdos comerciales internacionales? Desde luego que no se trata de ello, como recurrentemente han querido caricaturizar los defensores del ultraliberalismo económico. El argumento para adversar un acuerdo como el TPP es tan sencillo como que so pretexto de la apertura y la integración no puede empujarse a una nación al deterioro paulatino de su economía ni a la subordinación económica.

Junto a las aprehensiones de política económica también es posible hacer algunas observaciones respecto del proceso político:

El secretismo que rodeó las negociaciones del TPP pone en discusión el valor asignado por las partes a la publicidad del debate y el alcance de la democracia. Probablemente, transparentar los contenidos — hasta ahora sólo conocidos parcialmente gracias a Wikileaks — generaría un clima adverso para la materialización del tratado, de modo que los impulsores consideran que el éxito de la iniciativa depende de mantenerlo en la más absoluta reserva. Lejos de todo elemental criterio democrático, el proceder de este acuerdo pone de manifiesto la persistencia de ideas políticas neoconservadoras que tanto han contribuido al incremento del poder de las grandes corporaciones.

El enfoque neoconservador de la gobernabilidad —según el cual convenía blindar al sistema político del furor democrático participativo y liberar a las personas de la carga de administrar los asuntos públicos— abrió camino a una neoelitización de la política, la que favoreció avanzadas privatizadoras y políticas de Estado mínimo.

Junto con sustraer del control público las decisiones políticas, este paradigma aseguró las condiciones institucionales que luego el Consenso de Washington requeriría para erigir al mercado como amo y a los gobiernos como siervos. Nuestro país, que no estuvo exento de la popularidad de este enfoque, mantiene vigente la elitización de la res pública al suscribir el acuerdo político-comercial denominado TPP.

Como ha quedado en evidencia, la firma de este acuerdo oligarquiza a niveles inéditos la actividad política, ya no sólo negando información a la ciudadanía, sino incluso a los parlamentarios.

¿No contribuye aquello a desvalorizar las instituciones que se nos ha llamado permanentemente a respetar?, ¿Cómo convidar ahora a los ciudadanos a confiar en un parlamento en el que el propio Ejecutivo no ha confiado?, ¿Cómo entender el proceso de instalación del TPP en paralelo a un relato de proceso constituyente cuando asuntos tan claves han sido sustraídos de toda posibilidad de discusión?, ¿Será que todo resulta ser mero relato?

La entelequia del mercado y las ideas de gobernabilidad neoconservadora, tan propias de la década pasada, tienen todavía adeptos entre quienes dirigen. Además del atraso político y económico que ello representa, habla también de un cierto grado de subordinación intelectual que facilita a las potencias la tarea de hallar terreno fértil para las viejas ideas.

Fuente: El Quinto Poder

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