domingo, diciembre 22, 2024
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Suecia y el Renacimiento de la Novela Negra Marxista

 Por Louis Proyect (*)

 

Tengo buenas noticias para los seguidores de las novelas de Stieg Larsson de la serie El Tatuaje del Dragón y las adaptaciones cinematográficas, tanto americanas como suecas, que inspiró: otras historias de crímenes del mismo tipo, que aparecieron en la televisión sueca originalmente, se pueden ver ya en Netflix, Amazon y otras fuentes de fácil acceso.

Hay buenas razones,  que se explican por la coyuntura, por las que marxistas como Larsson decidieron escribir lo que sin duda se puede calificar como pulp fiction. Lo más importante para él era asegurar el futuro de su compañera de muchos años que, por desgracia, ha terminado enfrentada al padre y los hermanos de Larsson por el patrimonio del autor. (Larsson, quien murió inesperadamente de un ataque al corazón, no dejó testamento).

 

 

 

Aunque en sus novelas se pueden encontrar, sin duda, agudas observaciones sobre el lado oscuro de la sociedad sueca, su principal objetivo era contar historias convincentes con personajes impactantes. Si ese es el tipo de cosas que se buscan en la cultura popular, la existencia de otras novelas suecas de este género deben ser bienvenidas.

Para la mayoría de nosotros, incluyéndome a mí, debo confesar, la sociedad sueca es algo borroso. La percepción más común es el de una plácida socialdemocracia sólo perturbada por el asesinato de Olof Palme, en 1986. Cuando hace mucho tiempo vendía el periódico Militant en los dormitorios de la universidad, presentándolo como un semanario socialista, los estudiantes me preguntaban, «¿Socialista, como en Suecia?».

Yo solía mofarme de la idea de que Suecia tuviese nada en común con mis ideales bolcheviques, pero no deja de ser irónico que la sanidad, la educación y la vivienda públicas  que subsidiaba el gobierno sueco hoy nos parezcan algo tan radical como el asalto al Palacio de Invierno, en 1917.

Mi estereotipada percepción de Suecia como una socialdemocracia aguada cambió, sin embargo, gracias a la olvidada obra maestra del cine de Bo Widerberg, Adalen 31, sobre la huelga general que condujo a la elección del primer gobierno socialdemócrata social del país. De hecho, fue una huelga sangrienta que sentó las bases para las reformas necesarias, de la misma manera que ataques sangrientos contra los políticos reformistas como Palme contribuyeron a crear un entorno favorable para el desmantelamiento del Estado de bienestar. Fue un desmantelamiento con la complicidad instigadora de los fascistas que Larsson y sus compañeros de la novela negra marxista intentaron analizar con procedimientos policiales o lo que los franceses llaman le policier.

Beck

En 1965, Per Wahlöö y Maj Sjöwall, marido y mujer y coautores, publicaron su primera novela,  Roseanna, en la que el protagonista era el inspector jefe de la policía de Estocolmo, Martin Beck. Ambos eran unos marxistas confesos y querían, en palabras de Wahlöö, «abrir de arriba abajo el vientre de una sociedad ideológicamente empobrecida».

Al igual que la serie Wallander, que analizaré a continuación, la serie de televisión sueca titulada Beck debería probablemente describirse como «inspirada» en las novelas más que ser una adaptación fiel de la visión radical que los autores tenían de la sociedad sueca. Dicho esto, Beck conserva la sensibilidad negra del original y es capaz de poner de relieve el lado oscuro de esa sociedad, siendo al mismo tiempo una serie televisiva de gran calidad dramática.

En el primer episodio de la primera temporada, que se emitió en 1997, dos chaperos inmigrantes adolescentes aparecen muertos. La primera reacción de Beck y sus compañeros policías es preguntarse si se trata de otro «asesino del láser» que anda suelto, una referencia sin sentido para la mayoría de los tele-espectadores no suecos, pero clave para entender las preocupaciones de los escritores.

Desde agosto 1991 a enero 1992 John Ausonius disparó a 11 personas en Suecia, la mayoría de ellos inmigrantes, utilizando un rifle equipado con láser, de ahí su apodo. Los disparos se produjeron cuando el partido Nueva Democracia estaba en su apogeo, un partido que tenía mucho en común con el Amanecer Dorado griego y otros partidos fascistas europeos.

Poco después de comenzar la investigación, Martin Beck vuelve a centrarse en la búsqueda de un pederasta homicida. Como Bjurman, el asistente social que se aprovecha de Lisbeth Salander en La chica con el                   Tatuaje del Dragón, aquí el asesino es un respetable miembro de la sociedad sueca. Este es el elemento más común de todas las series de televisión a las que me refiero: la podredumbre moral de la gente que forma parte de la casta.

Siguiendo a Beck y su equipo en sus interrogatorios de sospechosos en la oscuridad de la noche, Estocolmo es descrita como un paisaje negro bajo las nubes oscuras y la lluvia. No es la ciudad habitada por robustos hombres y mujeres rubios que se preparan para un fin de semana de esquí, sino por yonquis y prostitutas que parecen salidos de la novela de William S. Burroughs El almuerzo desnudo.

Nadie podría confundir a Beck con el ideal ario. Con el pelo ralo, el rostro vulgar y el cuerpo fláccido, el policía cincuentón es interpretado por Peter Haber, que se parece a Karl Malden. Se podría tomar por un contable o un gerente de nivel medio pero no por alguien encargado de dirigir una investigación sobre un homicidio, o al menos ese no es el estereotipo de la televisión americana para ese tipo de personajes. Tampoco es Beck particularmente asertivo en sus relaciones con la gente fuera de su departamento.

Después de negarse a avalar un préstamo que su hija necesita para mudarse a un apartamento obtenido ilegalmente (probablemente violando los estrictos reglamentos de las viviendas públicas en Suecia), ella le echa a gritos de un restaurante lleno de gente como si se tratase de un mendigo.

En el primer episodio, nos encontramos con dos de los personajes con papeles importantes en Beck, su subordinado Gunvald Larsson que está constantemente saltándose o violando las reglas, como si se tratase de un Harry “El Sucio” cualquiera, y Lena Klingström, una ciber-policía que se pasa el día buscando en Internet pistas, como en Larsson, en vez de salir y reventar cabezas. En este primer episodio, tanto el saltarse las reglas como el Internet producen resultados.

La parte cómica tiene lugar en cada episodio cuando el divorciado Beck vuelve a casa cada noche a su solitario apartamento. Como un reloj, se encuentra con su vecino sesentón sin nombre, con el pelo teñido y un collarín ortopédico cuyo motivo nunca se explica.

Interpretado por el actor veterano Ingvar Hirdwall, él vecino siempre está reflexionando sobre la decadencia y caída de todo, como un perfecto coro griego para acompañar algunas historias clásicas de crímenes.

Las tres primeras temporadas de Beck, están disponibles en Amazon.

Wallander

Kurt Wallander es el jefe de policía de Ystad, un pueblo costero y tranquilo, más propio como escena de pequeños delitos, como estacionamientos indebidos, que de frecuentes asesinatos horribles. Al igual que Beck, las novelas de Mankell Hanning sirven más de inspiración que de guión. Escrita por un pequeño ejército de guionistas, la serie es un despliegue impresionante de tramas, diálogos y actuaciones que hacen palidecer de vergüenza a las series policiacas de Estados Unidos, aunque estructuralmente recuerden algo a Ley y Orden.

Cada episodio comienza con el descubrimiento de un cadáver en circunstancias macabras. Kurt Wallander tiene que dirigir la investigación que acaba inevitablemente en algún villano de la alta sociedad sueca.

Las dos primeras temporadas de Wallander  pueden verse en Netflix y la temporada final sólo está disponible en DVD en Amazon.

Tuve la suerte de hacer la crítica previa de episodios de la tercera temporada gracias al distribuidor americano MHz Redes, uno de los principales distribuidores de series de TV policíacas y de misterio europeas. Mi consejo es comprar la tercera temporada en MHz Redes en lugar de Jeff Bezos, por razones obvias: los escritores marxistas suecos de novelas policíacas probablemente creerían que es demasiado malo como  para ser un personaje creíble de una de sus novelas.

Kurt Wallander es, obviamente, un primo segundo de Martin Beck. Divorciado y de unos sesenta años, su principal placer en la vida es escuchar música clásica, mientras bebe whisky en su casa junto al mar después del trabajo. También le gusta pasear a su amado perro Jussi, llamado así en honor del famoso tenor sueco Jussi Bjorling. A diferencia del típico jefe de policía americano, Wallander tiene problemas para poner las cosas en su sitio. Cuando se enfrenta a un criminal más joven y en buena forma física, casi siempre es derribado y pateado convenientemente.

Pero como investigador, es insuperable. «El hombre atormentado», mi episodio favorito de la tercera temporada, se basa en una novela de Mankell del mismo nombre y muy centrada en los enredos políticos de la Guerra Fría en la que creció este novelista, como yo y otros baby boomers.

En la escena inicial, el cadáver de un hombre rana aparece en las redes de un pescador décadas después de que desapareciera en una misión de seguimiento de un submarino soviético avistado en aguas suecas.

Poco después de que Wallander sea encargado de la investigación, un almirante retirado de la Armada y suegro de Linda Wallander, su hija, que trabaja en el departamento de policía de Ystad, desaparece en circunstancias misteriosas. Conoceremos que está relacionado con la muerte del hombre rana y traiciones al más alto nivel que hacen tambalear suposiciones de la Guerra Fría y difícil explicar las peculiares relaciones de Suecia tanto con Occidente como con el bloque soviético. En pocas palabras, las mismas iniciativas políticas suecas que hicieron de Olaf Palme un hombre marcado explican la muerte del hombre rana y la presión constante sobre Suecia para que se adapte a la economía neoliberal y las ambiciones de la OTAN.

Hay que hacer un par de comentarios sobre la adaptación de la televisión británica de Wallander, con Kenneth Branagh en el papel principal y que se puede ver también en Netflix. Tienen la ventaja de estar en Inglés, un regalo a los reacios a la lectura de subtítulos.

Por desgracia, el equipo creativo detrás del proyecto decidió hacer un Kurt Wallander mucho más neurótico y dubitativo que en la versión sueca. Si el Kurt Wallander sueco puede ser golpeado en el suelo por un criminal, el Wallander británico probablemente colapse en lágrimas en tales circunstancias. Dicho esto, la serie es estupenda también y tiene sus propios méritos.

Debemos estar agradecidos de que Henning Mankell, a sus 66 años, esté en plena producción. Hace apenas un mes, The Guardian resumió su última novela, Paraíso traicionero: Henning «Wallander» Mankell parte de un acontecimiento histórico fascinante como base de esta historia en el África portuguesa. En el siglo XX, uno de los mayores prostíbulos de Lourenço Marques (hoy Maputo, capital de Mozambique) era propiedad de una mujer sueca blanca.

Aparece en las declaraciones fiscales, pero no sabemos nada más acerca de ella. Nombres Mankell la llama “Hanna” y la convierte en un personaje reflexivo (que «irradia un aura que sugiere que es un auténtico ser humano») y un pasado turbulento: creció en el norte remoto de Suecia, fue expulsado por su pobre familia y acabó en un barco a Australia, pero nunca llegó a su destino.

Las mejores escenas de la novela retratan la brutal vida segregada de Lourenço Marques: una población negra que tiene que bajar la mirada ante los blancos que pueden golpearles por cualquier cosa, aunque temen y desconfían que esa docilidad aparente esconda su desafío. La inocencia y bondad de Hanna son socavadas por la sociedad en la que se encuentra; cuando se embarca en una cruzada personal, la ciudad cierra filas contra ella.

¿Quién dijo que la novela política estaba muerta?

Annika Bengtzon: periodista de sucesos

 

En sentido estricto, esta serie, disponible en Netflix, no es de inspiración marxista. Liza Marklund, la autora de las novelas en las que se basa, es de izquierdas, pero no marxista. La mayor parte de su activismo tiene que ver con los derechos humanos y se canaliza a través de su embajada de UNICEF.

Lo que le falta de ortodoxia marxista está compensado por su habilidad como narradora de historias, que de alguna manera es superior a la de los autores antes citados. Por otra parte, a todos los efectos prácticos, su tarea es idéntica a la de los escritores de formación marxista, que consiste en poner el foco en la corrupción y la codicia del uno por ciento de Suecia.

Al igual que Martin Beck y Kurt Wallander, la carrera y vida personal de Annika Bengtzon no están sincronizadas. A diferencia de los dos viejos divorciados suecos, está casada y es madre de dos niños pequeños. Pero no todo funciona en el hogar de Bengtzon. Su marido está cada vez más molesto por su dedicación al trabajo que requiere que pase muchas horas investigando un caso, de manera que le toca preparar a él las comidas y cuidar de los niños, un trabajo de mujeres en su opinión. Huelga decir que la serie tiene una fuerte perspectiva feminista.

La primera temporada de Annika Bengtzon está en Netflix y recomiendo encarecidamente el episodio cuatro, titulado «El lobo rojo». Basada en una novela Bengtzon, es la historia de unos viejos radicales de los años 60, parecidos a los Weathermen de EE UU, que se reúnen para preparar un último “golpe” contra el Imperio que recuerde al mundo que la lucha continúa.

Bengtzon se tropieza con su conspiración cuando investiga por qué un colega suyo que había estado siguiendo a unos maoístas muere en un misterioso accidente en una persecución.

Sin duda, «El lobo rojo» no es un homenaje a la guerra de guerrillas urbana de la década de los años 60, sino más bien una visión cáustica de por qué fracasó a la hora de provocar cambios significativos. De lo que trata en realidad, en última instancia, es de la psicología del «extremista», algo que ha supuesto un desafío para la imaginación de escritores desde la época de Dostoievski y Joseph Conrad.

Un balance de la novela negra

Por mucho que me gusta ver todas estas historias de crímenes, nunca podría superar la disonancia cognitiva implícita en comparación con nuestros jefes de policía norteamericanos, desde William Bratton con su filosofía de «romper la ventana», que permite que Eric Garner,  residente en Staten Island, muera sofocado, hasta el jefe de policía blanco de Ferguson, que tiene una bandera confederada colgada de la pared de su despacho.

Supongo que es por eso que las llaman obras de ficción.

El dirigente trotskista Ernest Mandel era un aficionado de toda la vida a la novela negra. De la misma manera que Stieg Larsson escribió las novelas de la serie El tatuaje del dragón en su tiempo libre, Mandel hizo lo propio con Delightful Murder: a Social History of the Crime Story, probablemente durante un fin de semana de 1984.

En el capítulo titulado “Inward Diversificación”, Mandel sitúa la novela negra clásica en el contexto de los primeros tiempos del capitalismo, cuando todo era competencia:

La parafernalia del oficio – la lupa o los preparados químicos de Sherlock Holmes – son meras herramientas secundarias, subordinadas totalmente a la Razón. El criminal, también, es inteligente y con frecuencia se burla de la policía, pero no puede engañar al super-cerebro del gran detective.

Aquí tenemos la expresión más pura, más elemental de la sociedad burguesa: la producción de mercancías y la circulación de mercancías en condiciones de competencia perfecta. Todo es racional, totalmente orientado a la maximización de beneficios (ganancias), a través de recortes continuos en los costes de producción y venta, incluyendo los márgenes de beneficio. Bien está lo que bien acaba. Al final, el comportamiento económico individual racional de todos producirá el máximo bienestar (incluyendo la satisfacción del consumidor) al mayor número de personas. Que gane el mejor (Sherlock Holmes, no el criminal), y esto será bueno para todo el mundo, incluido el propio criminal (si no para su cuerpo, sí por lo menos para su alma inmortal).

Pero cuando aparece el imperialismo -la última etapa del capitalismo como lo definió Lenin, con razón- la razón tiende a colapsar bajo el peso muerto de la irracionalidad, sobre todo en la época de Hitler y Mussolini. Ahora que estamos en un período en el que las nubes de tormenta de la rivalidad inter-imperialista se arremolinan, habrá una demanda cada vez mayor de una literatura capaz de ridiculizar la irracionalidad, como Jonathan Swift hizo en su momento, o denunciarla proféticamente, como hicieron los grandes escritores de la década de 1930 y 40, de Silone a Orwell. Para los jóvenes aspirantes a escritores deseosos de cumplir con sus obligaciones con un mundo que se desploma en el abismo, echar un vistazo a las series mencionadas en este artículo puede ser un buen comienzo.

Louis Proyect es un conocido marxista que escribe en el blog louisproyect.org y hace reseñas de películas para CounterPunch.

Fuente: Sin Permiso

 
 

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