Se ha instalado una legítima preocupación acerca de la virtual imposibilidad de competir con una lista única de oposición, en la elección de convencionales constituyentes, del próximo 11 de abril.
por Francisco Herreros
Y como no, si el sistema Estado ha manipulado el problema con ambigüedad, confusión y determinación de salvar lo que se pueda del naufragio, todo al mismo tiempo.
En la dimensión positivista, es claro que hay motivos para preocuparse.
El quorum de dos tercios reproduce, en lo esencial, el extraño universo matemático donde tres vale lo que seis; es decir, el veto de la minoría, o arquitectura de la «gobernanza» binominal prevaleciente desde el 11 de marzo de 1990.
El sistema Estado, partido orgánico o partido del orden, tres maneras de decirlo que no significan exactamente lo mismo, confía encorsetar la revuelta social en el marco institucional definido en el acuerdo del 15 de noviembre.
A pesar de que la oposición tiene mayoría en en las dos cámaras, el gobierno, secundado por la derecha y los oportunistas de la concertación, impuso su posición de 17 cupos para pueblos originarios, dentro de los 155 convencionales, mientras que los independientes no podrán integrar pactos, lo cual, dentro sistema d’hont corregido que rige para la elección de diputados, subsidia los pactos mayoritarios y por tanto, virtualmente los excluye.
En términos matemáticos, una lista única opositora puede alcanzar los 109 miembros, más que la guillotina de los dos tercios, de 104 constituyentes. En cambio, con dos listas, la derecha frisaría el 40%, y por tanto, retendría el poder de veto que detenta desde 1990.
Todo eso es cierto, pero no lo es menos que la dimensión positivista peca de inmediatez; es incapaz de percibir los pequeños cambios, cuya acumulación determina, eventualmente, cambios cualitativos; no comprende la transformación de la sociedad chilena desde el 18 de octubre de 2019, y por ende, casi por reflejo condicionado, desvía la energía social del estallido hacia el terreno que domina: el escenario electoral de la democracia representativa.
De otra parte, en la actual coyuntura, no se avizora ninguna señal para recrear un pacto similar a Nueva Mayoría, ni ninguno de sus componentes parece desearlo.
En el escenario electoral se verifican nuevas correlaciones, que tienden a la configuración tripolar característica de la mayor parte del corto siglo veinte: una derecha cerril y correosa; un centro político con propensión a lograr mayorías electorales, pero sin nada que ofrecer, y una izquierda ascendente, que eriza el pelaje de los dos primeros.
En la derecha, se observa una marcada declinación de la UDI, con el ascenso compensatorio de Renovación Nacional. Aunque se han registrado inéditas trizaduras transversales, caso de las mociones parlamentarias que terminaron con dos retiros del 10% de los fondos de pensiones, mientras Evopoli plantea escarceos cada cierto tiempo por una cuestión de identidad, no cabe suponer quiebre o escisión de los representantes políticos de la clase propietaria, menos en fases críticas, como las que se avecinan durante los próximos dos años.
Tampoco cabe descartar, por la misma dinámica, que el bloque de derecha acabe por absorber al Partido Republicano, de José Antonio Kast, por ahora una incógnita en dos sentidos: su calado electoral y sus vínculos con organizaciones neo fascistas, vinculadas a su vez, a numerosos actos de violencia,
El centro político para la ocasión quedó constituidos por Unidad Constituyente, pacto que reúne a los partidos de la concertación (DC, PS, PPD y PR), y dos minúsculos comensales: el PRO de MEO y Ciudadanos, una ONG de Andrés Velasco.
En materia de política de alianzas, cultiva la esquizofrénica política de negar la unidad con la izquierda, para criticarla simultáneamente por oponerse a la unidad.
Los resultados de las primarias para gobernadores y alcaldes restituyeron el predominio de la DC, dejaron mirando al sudeste al PS y el PPD, y preservaron el nicho de los radicales.
Según vocerías de varios de sus exponentes, es un pacto dispuesto a acordar con la derecha lo necesario para preservar lo esencial del actual sistema político y económico; más aún cuando emite evidentes señales de pánico ante la agrupación de un polo político-social de izquierda, representado por Chile Digno, Frente Amplio y Unidad Social, que dispone de un inédito liderazgo impuesto por las encuestas, caso de Daniel Jadue.
Es más, el alcalde de Recoleta es el único exponente del sistema político formal que podría convocar el voto del vasto, heterogéneo y desconocido sujeto social de la revuelta.
Es una de las grandes interrogantes del período. De una parte, acredita la marca histórica de sostener un proceso de movilización superior a un año, pero no muestra propensión a la organización política.
Con todo su poder, el partido de orden no ha conseguido doblegarlo. Pero tampoco logrará el cambio social sobre la base exclusiva de la protesta y movilización.
En el actual escenario político y social, condicionado por una probablemente prolongada crisis económica, se perfilan dos grandes confluencias.
De una parte, el partido del orden, representado para el efecto por la Alianza por Chile y Unidad Constituyente, y de otra, la eventual unidad en la acción del bloque anti neoliberal y el/los movimiento/s social/es de la revuelta.
Así las cosas, nadie que conozca las regularidades de la política, podría negar que se perfilan condiciones para un cambio de modelo o paradigma de desarrollo, con todo lo que ello implica.
El resultado depende de los cambios en las correlaciones, determinados por la voluntad de lucha de los contendores.
Pero, como siempre sucede, para que se pueda, primero hay que ir.
En ese contexto, una eventual nueva constitución esculpida sobre la base del poder de veto de la derecha, con la aquiescencia de la concertación, es una posibilidad, más que improbable, insostenible.