La UDI probablemente va a pasar a la Historia como el verdadero vehiculizador del cambio en Chile. Porque con esto del caso Penta nos han llevado a todos a una nueva epistemología. Primero, porque, como en un chiste de “Los Perlas”, han logrado hacer que nos sorprenda algo que todos sabíamos, pero que no sabíamos que sabíamos.
Segundo, porque nos han llevado hasta el límite del mundo que nos tocó vivir, hasta el límite, dicho en ampuloso, de la propia Transición (tantas veces muerta, la pobre, y sigue cargando adobe). Porque, claro, sabíamos que la derecha estaba sobrerrepresentada en el Parlamento gracias al binominal. Pero para todos esa era una razón tecnocrática, matemática incluso, necesaria a todas luces para asegurar la estabilidad del país.
En los 90, cuando salíamos a marchar o panfleteábamos el colegio, los casi treintones en el Gobierno de entonces nos decían: “No hueveen, cabros, estamos recién instalando la democracia”. Y nuestra disciplinada generación desarrolló hasta el doctorado el arte heroico de tragar sapos. Nos acostumbramos a incorporar las excepciones como reglas y a estimar como hombres de verso a políticos perversos.
Pero como en el final de El Show de Truman, Ernesto se ha empeñado en chocar una y otra vez su barco contra la escenografía del reality, y de destapar con ello la olla de los grillos de la memoria. Los diarios no se han puesto muy colorados en reseñar, con 13 años de retraso, las conclusiones de El saqueo de los grupos económicos al Estado de Chile, de María Olivia Mönckeberg (2001): la sobrerrepresentación de la derecha el 2014 no tenía que ver ni con el binominal ni con razones tecnocráticas.
Simplemente era posible gracias a compras de parlamentarios con platas maquilladas, que venían de las privatizaciones (i)legales de las empresas del Estado, secuestradas por la dictadura, que escribió una Constitución legitimando esto en un plebiscito falso en 1980.
Pero en la izquierda no lo hicieron mejor. Los precursores de la Concertación palparon el límite de esta farsa desde el principio. Porque parece que “Transición” no venía de tránsito, sino que de “transaca”, que viene del latín “transar rasca”, que fue lo que fueron esos fatigosos años 90, cuando a muchos nos tocó ser jóvenes y nos creímos que Correa y Boeninger estaban “forjando institucionalidad”, “crecimiento”, “igual libertad” y la cacha de la espada.
Al revés de Truman, que cuando llega al límite escoge salir de la caverna, lo que nuestros próceres eligieron fue quedarse dentro de la farsa creada. Porque –hoy sabemos que ellos sabían– EE.UU. no hubiese permitido otro Golpe de Estado y, por tanto, los militares no eran una amenaza real, ni lo fue tampoco el boinazo y, en consecuencia, resulta que nuestros lobbistas fundadores tampoco eran grandes negociadores, porque al final lo que hacían –sabiendo esto– era entrar a las reuniones con la chequera abierta (hago un burdo resumen del notable libro de Carlos Huneeus, 2014).
Morfeo ofrece a Neo (en la película Matrix de los hermanos Wachowski) la pastilla roja, para seguir viviendo en la mentira, o la azul, para salir de la caverna al mundo real. Pero esta, plantea Žižek, es una elección estéril. Elegir la pastilla azul significa simplemente desarmar las imágenes de lo real y quedarse con las inútiles abstracciones platónicas. Por eso, plantea el filósofo, la elección correcta es “la tercera pastilla”, que es la que nos permitirá ver qué hay de real en esa ilusión que nos han hecho vivir.
Quedarnos meramente con la pastilla azul (lo judicial) sería como llevar la discusión de Penta a la simplista diferencia entre “empresarios buenos (ambiciosos)” y “empresarios malos (demasiado ambiciosos)”, o entre “políticos brokers” y políticos “pobres pero honrados” –como propuso el rector Peña–, lo que sería, a la a larga, volver a dejar las cosas más o menos como están. El problema acá no son los casos individuales y sus patologías psicológicas.
El problema acá es la discusión ausente sobre el proyecto país, la ética del vivir juntos, y sobre ese lugar donde nuestra Historia quedó anclada. Porque lo secuestrado acá no ha sido ni el Estado ni el Mercado. Lo secuestrado ha sido nuestra propia experiencia (Giddens).
Le pregunta Alicia al Gato de Cheshire:
–¿Podrías decirme, por favor, qué camino debo seguir para salir de aquí?
–Esto depende en gran parte del sitio al que quieras llegar.
–No me importa mucho el sitio.
–Entonces, tampoco importa mucho el camino.
(*) Antropólogo. Encargado de Descentralización de Fundación Progresa.
Fuente: El Mostrador