El acceso a la lectura cambia sus formas. El aislamiento se rompe desde las pantallas de ordenadores y celulares. Las reuniones y eventos del libro y la lectura se desarrollan online.
Viajan cada vez con mayor frecuencia a plataformas y espacios virtuales para encontrar nuevos modos de socialización. La lectura no muere ni pierde sus caminos, sencillamente, encuentra otras formas de salir a flote, se fortalece y avanza hacia el futuro.
La lectura en tiempos de COVID-19 necesita ser vista de un modo diferente, sobre todo más racional. El aislamiento nos ha demostrado que las redes sociales son una valiosa forma de acompañamiento y solidaridad. Muchos desconocidos escriben a otras personas buscando amistad. Diversas voces se suman a proyectos de bien social.
Las librerías pretenden seguir este camino para mantenerse activas, ideando nuevos modos de hacer llegar su mercancía ̶ que es inestimable fuente de cultura ̶ a todos los posibles lectores. Un libro mejora la vida, acompaña y cura. ¡Que circule con libertad! Es tiempo de fomentar iniciativas y de hallar nuevos caminos.
Esta situación, además del trauma planetario de una pandemia, ha significado que en todas partes la iniciativa editorial busque cauces para reestudiarse, sobrevivir y diagramar un escenario futuro de nuevas posibilidades.
Las bibliotecas prefieren redibujar sus caminos con acciones más encaminadas a buscar lectores y no esperar pacientemente que la casualidad se los lleve a su escenario y, al igual que las editoriales, exploran lo digital, no como alternativa sino como un camino de llegar a sus públicos, del mismo modo que los eventos presenciales del libro buscan en las redes un nuevo ámbito de encuentro.
¡Es formidable apreciar cómo el mundo editorial y el mapa planetario de la lectura pueden reinventarse con nuevos bríos negándose a morir!
En un universo permeado de nuevas tecnologías que nos acercan y a la vez mantienen a distancia, ¿qué futuro aguarda al libro impreso ante el empuje de lo digital?
Es pregunta frecuente que genera enconadas polémicas, sobre todo entre las posiciones más fundamentalistas en ambos medios: hay quienes defienden fervorosos la idea de que el libro físico morirá, no solo en virtud del imperio creciente de lo digital, sino por ser más lento y costoso de producir, difícil de ser distribuido y el tema derecho de autor.
Otros, apegados a la tradición, no le ven futuro alguno a la lectura en formato digital, al considerarla impersonal, que resta atención y comprensión a sus lectores y que no siempre cuenta con rigor al elegir originales de jerarquía probada por carecer de una buena curaduría editorial.
¿Se lee o no se lee?
Aunque desafortunadamente pueda ser deplorable no ver demasiados lectores en espacios públicos, ni tampoco debates en torno a un libro o a la lectura, muchas personas compran libros, afirman leer y defienden la lectura a capa y espada al considerarla un valor inherente al ser humano. Todos se creen mejores si leen o al menos afirman leer. Se sienten más inteligentes, cultos, preparados para la vida y para ser ciudadanos de bien.
Pocas veces, al aplicar una encuesta, ya sea abierta o a públicos específicos, se encuentra en alguien la negativa rotunda de que no lee o no le interesa la lectura.
Lo cierto es que en diversas indagaciones realizadas a jóvenes cubanos durante Lecturas del verano, en sus centros estudiantiles de enseñanza media o superior, o en el espacio Cuba Digital, muchos atestiguan leer en ambos formatos, sin exclusiones, sino más bien de manera complementaria.
En ningún caso una modalidad lectora supera a la otra en un volumen porcentual considerable, sino que más bien mantienen entrambas un equilibrio armónico.
Si bien las bibliotecas digitales descargadas de Internet permiten conocer autores inexistentes en las ediciones del patio y se pueden almacenar con mayor facilidad, el libro físico reviste para ellos otros encantos, el inigualable placer de palparlo, escribirlo, guardar algo adentro, hacerle una dedicatoria de amor, regalarlo o prestarlo.
No es muy común que alguna persona regale una biblioteca digital. Es algo que simplemente se copia, como objeto de actualización y consulta. Pero un libro impreso que alguien nos obsequia se guarda para siempre, entre los tesoros preferidos, según afirman muchos.
Analógicos, migrantes y nativos
¿Acaso leen todos por igual, buscan lo mismo o hay diferencias?
Es sabido que a los lectores analógicos, por lo general personas que superan la cuarentena, les cuesta más asumir el mundo digital, sobre todo cuando van en busca de esa diversidad de complementos emotivos que representa una buena lectura.
Los migrantes, aquellos que por necesidad se adhirieron a lo digital en virtud de su pertinencia profesional, vía de actualización o simple asunción de otra forma lectora, suelen moverse en un ámbito de ambigüedad que les hace más abiertos y proclives a alternar ambos modos y estar mejor dispuestos a la lectura de ocasión o de necesidad profesional usando las dos modalidades.
Pero los lectores nativos de la llamada “Era digital” sí están condicionados ̶ o al menos así se suele creer ̶ por fundamentos específicos que les permiten asumir esta vía como algo inherente, natural en sus vidas.
En ellos se aprecia que no hay unanimidad en cuanto a la periodicidad lectora pues los valores “siempre”, “a veces”, “con frecuencia”, apenas difieren, aunque comparativamente se puede inferir que hay más lectores que no lectores.
Si se comparan las respuestas afirmativas sobre la lectura con las negativas suele existir un predominio de las primeras. La mayoría de las personas encuestadas declaran leer entre uno y hasta doce libros digitales al año, y entre ellas resulta más que evidente el predominio de las lecturas literarias por encima de otras.
Si en épocas precedentes los lectores en digital afirmaban utilizar la computadora, es evidente que hoy el celular suele ser un medio más utilizado que otrora, de lo cual ̶ obviamente ̶ ,nadie se le ocurriría inferir que cuantos miran la pantalla de un celular están leyendo obras literarias o al menos informativas.
Resulta evidente, además, que las personas declaran leer más por placer que por necesidad, con independencia de que hablan de la utilidad que les brinda la lectura informativa para sus estudios.
Aunque existen cifras notables de jóvenes que declaran preferir la vía digital a los libros impresos, resulta evidente que una forma lectora no compite deslealmente contra la otra. La razón más poderosa que aluden los encuestados para leer en digital es la comodidad que brindan sus productos al ser manuables y permitir gran capacidad de almacenamiento y la posibilidad de acceder a contenidos más diversos y de difícil localización en librerías o bibliotecas.
Los amigos y la descarga de Internet continúan prevaleciendo como las formas de apropiarse de los contenidos digitales que suelen ser, además, gratuitos. Según algunos encuestados sus bibliotecas digitales pueden ser renovadas con una periodicidad que media entre el “a veces” o “frecuentemente” y, resulta significativo que, pese hablar de la actualización, en diversas mediciones responden preferir la lectura de clásicos más que de contemporáneos y de extranjeros. Si de géneros se hablara, la narrativa continúa siendo más apreciada y dentro de ella, la novela, especialmente si es policial, de aventuras o fantasía.
En este mundo de evolución constante, donde un evento de salud como la pandemia que hoy azota la humanidad puede cambiar tantas reglas, el hecho de que las personas encuentren en la lectura refugio contra la desesperanza o el mejor modo de elevar sus valores o sentimientos para mirar confiadas hacia el futuro, requerirá más cada vez de la atención y miradas indagatorias de quienes, desde las instancias culturales, se encargan de promoverla.
Hay que estar siempre conscientes que la lectura no es un acto mecánico sino de la más elemental voluntariedad de las personas. En la medida en que, desde la primera infancia, cada humano sea formado en lo que luego se convierta en hábito, preferencia, elección, necesidad o forma de vida, se logrará personas más completas humana e intelectualmente, abiertas a todas las formas de leer.
Con el mismo espíritu que los escribas de la antigüedad tallaron las primeras palabras en la arcilla, o que las telas y el papiro se usaron para dejar mensajes indelebles al futuro, en el presente la lectura ocupa en la sociedad un lugar preferente por el caudal de información, entretenimiento y valores que brinda.
El medio que se utilice es secundario.
Lo verdaderamente valioso será la ganancia que este acto libérrimo deje en los seres humanos de hoy y del mañana.
(*) Escritor, periodista, investigador y editor.