Resulta que Sampaoli es hoy el enemigo número uno de Chile. Independiente de los problemas contractuales en los que está sumido, lo que no le perdonan los hinchas es que se quiera ir. Quiere tomar sus pilchas y mandarse a cambiar de este país, por lo que los amantes del balómpie lo encuentran un traidor, un tipo bueno para la plata. Un personaje que está ofendiendo a la bandera.
Tal vez ése es el problema de todo fanático-y sobre todo del creyente en el juego de la pelotita- , que a veces no es capaz de discernir entre su dogma y la realidad. Por más que Sampaoli haya gritado los goles con fuerza y haya abrazado a todo jugador una vez que se ganó la Copa América, lo cierto es que estaba haciendo su trabajo. No estaba llevando a cabo una gesta histórica como se pretende creer, ni menos era un prócer contemporáneo por haber logrado su cometido.
Era un empleado más de uno de los negocios más lucrativos y al borde de la ilegalidad del mundo. El negocio en donde nos hacen creer que los intereses privados son públicos y en el que el hincha es el mejor aliado del empresario corrupto que pone su dinero, ya que muchas veces no ve o prefiere ignorar lo que sucede en los pasillos por “amor al equipo”.
La pasión por “La Roja”, es también una de las grandes fuentes de ingresos de un grupo de hombres adinerados que saben negociar y que saben crear pasiones en quienes están necesitados de tenerlas. En ilusos hombrecitos hambrientos de un amor casi espiritual que no lo sea. En tipos necesitados de adoración religiosa que sea lo más lejano a una iglesia o a cualquier ritual, sin darse cuenta de que las compras de entradas y las idas al estadio cada domingo son un ritual por excelencia. Son la muestra de fe en que el resultado será favorable.
Es por eso que cuando ven a Sampaoli hablar de dineros, de contratos y de la necesidad de escapar de de este país, se sienten ofendidos. El sumo sacerdote de turno no quiere seguir oficiando la misa. No quiere seguir redimiendo de sus pecados a los fieles, quienes se olvidan de estos una vez que Alexis mete un gol o Bravo ataja un complicado penal.
No quiere seguir al frente de la absurda razón de ser de muchos quienes se gastan cientos de miles de pesos con tal de alimentar algo que es simplemente un negocio. Porque ése es precisamente el problema: los adoradores de la pasión ficticia creada por los publicistas, no quieren darse cuenta del negociado aunque pataleen cuando descubran que se está llevando a cabo una dudosa operación de dinero.
Pero tal vez lo que más les molesta es ver cómo la bandera no es tan importante y los símbolos a los que ellos adhieren con el corazón puritano, no son más que cosas sin importancia que son enarboladas por bonitas palabras que llenan planas de diarios una vez que un director técnico es reclutado. Ya que no pueden creer que esas frases que alguna vez los emocionaron no fueron más que gestos que estaban estipulados en un contrato desbordado de ceros, porque parecen olvidarse de que, al fin y al cabo, todo esto es un negocio y los discursos patrioteros son parte de un buen producto que cierta gente se siente obligada a comprar.
Es por esto que muchas veces los gestos de adoración y posterior repulsión hacia el técnico argentino, no parecen más que simples reafirmaciones y negaciones de una feligresía que aún no ha podido convencerse de que sus plegarias no están siendo escuchadas y que sus debates sobre futbol son solamente los resultados de su ceguera fanática.
Fuente: El Quinto Poder
http://www.elquintopoder.cl/deporte/sampaoli-y-la-ceguera-del-fanatico/