martes, diciembre 24, 2024
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Cuando Cumplió Noventa Años, Ernesto Sábato Pronosticó que Viviría Cien

El 30 de abril se conmemoraron seis años de la muerte de Ernesto Sábato, uno de los grandes escritores argentinos de todos los tiempos. Lo curioso de su historia es que cuando cumplió 90 años, vaticinó que viviría hasta los cien. Sólo le faltaron 55 días para lograrlo. En su memoria, publicamos la entrevista que dió al diario Argentino La Nación, cuando cumplió noventa años, y un fragmento de su último libro, Antes del Fin.

Cuando cumplió 90, en su última entrevista, el autor de ‘El Túnel’ afirmó que viviría 100

Susana Reinoso

Ernesto Sábato, el escritor vivo más prestigioso de la Argentina, celebra hoy 32.873 días de vida; son 90 años o millones de instantes felices y desdichados que han poblado una vida en la que descuellan su literatura, su compromiso cívico y su actitud ética.

En la paz de su casa de Santos Lugares, a orillas del ferrocarril, el escritor habrá despertado hoy muy temprano, como siempre, para no perderse el derroche de vida con que la naturaleza pinta los días en su frondoso jardín.

En sus respuestas, se percibe que los años vividos no le han restado vigor a su voz o a su carácter… Sus horas transcurren sin prisa, con los detalles de su vida silenciosa… Justo él, que amanece lentamente entre un follaje tupido y un trinar inagotable de aves…

Sábato bien podría declarar en este día, al filo de un siglo de vida, con palabras de Jorge Luis Borges seleccionadas por él en su libro ‘Cuentos que me apasionaron’: “El tiempo es un río que me arrebata, pero yo soy el río; es un tigre que me destroza, pero yo soy el tigre; es un fuego que me consume, pero yo soy el fuego”… quizá juegue a desafiar la sucesión temporal, como hace dos años, cuando dijo a La Nación: “Pienso que voy a vivir hasta los 100 años; tengo buena salud. Pero cumplir años más allá de los 100 no tiene mucho sentido”.

‘Antes del fin’ fue un legado de un maestro para sus discípulos en la vida. ¿Qué le agregaría a ese libro que no incluyó en su hora?

Si tuviera esa novedad habría encontrado la respuesta a los interrogantes que tanto me preocupan en este tiempo de crisis. Pero creo que la falta de respuesta no justifica la pasividad. Todo lo contrario; debería empujarnos al compromiso del mismo modo que uno reacciona instintivamente ante un gran terremoto. Cuando vemos la tierra resquebrajarse, no nos quedamos sentados pensando que nada se puede hacer. Rescatamos de entre los escombros por lo menos esa vida que está a nuestro lado, hundida, sufriendo. En esos momentos, advertimos que es en medio de una grieta donde se nos manifiesta una salvación. Las grandes crisis exigen nuestro compromiso.

¿Eso sería asumir nuestra ciudadanía?

Replegarse en el individualismo me parece un acto de mezquindad. No podemos desentendernos, ya que todos tenemos una responsabilidad en momentos tan decisivos de la historia. En medio de la estampida, se ignora la magnitud del desastre. Pienso que algo de eso estamos viviendo. Necesitamos el valor de ir hasta los márgenes, de penetrar en las grietas.

Su relación con los jóvenes es afectuosa y fluida. ¿Qué le preocupa hoy de ellos?

Cada vez que me encuentro con jóvenes me hablan siempre de la angustia que viven por la especie de naufragio en que estamos metidos. Es casi imposible avanzar cuando se carece de un horizonte hacia el cual dirigir la mirada. Hacia dónde los muchachos y las chicas pueden proyectar su futuro…

¿Cuáles son las cualidades de los jóvenes de hoy que lo sorprenden por comparación con su propia juventud?

Suele decirse que los jóvenes son escépticos, que se desentienden y no les preocupa lo que pasa a su alrededor. Cuando yo era joven, los que nos volcábamos al comunismo no lo hacíamos luego de haber leído ‘El capital’, sino porque nos sentíamos identificados con el digno reclamo del movimiento.

Con los años, la quiebra total de valores, el fracaso de las ideologías, la mediocridad de la clase política, la falta de dignidad y de honor que observamos en tantos hombres generan angustia en los jóvenes que, por su sensibilidad, sufren la gravedad de estas crisis sin saber dónde dirigirse.

Muchos bajan los brazos. Pero pienso que no es esa la situación de la gran mayoría. La desazón que sienten es un signo evidente de que no son apáticos. Se rebelan como pueden, a veces de modo violento e ilógico. Pero una rebelión no tiene por qué ser razonable. Además, cuántos de ellos trabajan en tareas solidarias, en zonas de emergencia, en hospitales y en villas. El crecimiento de personas que realizan tareas solidarias es también un signo de nuestro tiempo.

¿A quiénes podemos recurrir hoy para obtener una mirada esclarecedora de nuestro tiempo?

Lamentablemente, nuestra época tiene puesta su mirada en las figuras del espectáculo y en el triunfo fácil e inmediato. Los propios medios los han encumbrado. Hasta los mismos políticos aparecen vinculados a hechos y actitudes propios de un folletín. Todo eso genera un gran vacío; estos falsos pilares son incapaces de otorgar sentido en el momento en que se busca a quién recurrir. Los referentes en los que se puede hallar un valor, que abren un camino, están fuera de la pantalla. Son los que asumen ese compromiso del que le hablé. Están metidos en los intersticios, no en los grandes salones. No producen imágenes ni discursos, sino actos. No brillan con reflectores, pero son los que en verdad iluminan este período tan oscuro de la historia.

Breve diccionario reflexiones de Sábato

ALMA: “El alma es una fuerza que se halla en entrañable vinculación con la naturaleza viviente, creadora de símbolos y mitos, capaz de interpretar los enigmas que se presentan ante el hombre y que el espíritu a lo más no hace sino conjurar. El espíritu destruye el mundo de los mitos por la acción mecánica de los conceptos; es la despersonalización y la muerte. El espíritu juzga mientras el alma vive”. (‘El escritor y sus fantasmas’).

AMOR: “Por los fantásticos poderes del amor, todo aquello quedaba abolido, menos aquel cuerpo de Alejandra que esperaba a su lado, un cuerpo que alguna vez moriría y se corrompería, pero que ahora era inmortal e incorruptible, como si el espíritu que lo habitaba transmitiese a su carne los atributos de su eternidad. Los latidos de su corazón le demostraban a él, a Martín, que estaba ascendiendo a una altura antes nunca alcanzada, una cima donde el aire era purísimo pero tenso…” (‘Sobre héroes y tumbas’).

ARTE Y MITO: “Pasó lo que tenía que pasar: expulsado por el pensamiento, el mito se refugió en el arte, que así resultó ser una profanación del mito, pero al mismo tiempo una reivindicación. Lo que te prueba dos cosas: primero, que es imbatible, que es una necesidad profunda del hombre. Segundo, que el arte nos salvará de la alienación total, de esa segregación brutal del pensamiento mágico y del pensamiento lógico. El hombre lo es todo a la vez”. (‘Abaddón el exterminador’).

BORGES: “A usted, Borges, heresiarca del arrabal porteño, latinista del lunfardo, suma de infinitos bibliotecarios hipostáticos, mezcla rara de Asia Menor y Palermo, de Chesterton y Carriego, de Kafka y Martín Fierro; a usted, Borges, lo veo ante todo como un Gran Poeta. Y luego así: arbitrario, genial, tierno, relojero, débil, grande, triunfante, arriesgado, temeroso, fracasado, magnífico, infeliz, limitado, infantil e inmortal”. (‘Uno y el universo’).

CIEGOS: “Luego, a medida que fui creciendo, fue acentuándose mi prevención contra esos usurpadores, especie de chantajistas morales que, cosa natural, abundan en los subterráneos, por esa condición que los emparenta con los animales de sangre fría y piel resbaladiza que habitan en cuevas, cavernas, sótanos, viejos pasadizos, caños de desagües, alcantarillas, pozos ciegos, grietas profundas, minas abandonadas con silenciosas filtraciones de agua; y algunos, los más poderosos, en enormes cuevas subterráneas, a veces a centenares de metros de profundidad, como se puede deducir de informes equívocos y recientes de espeleólogos y buscadores de tesoros; lo suficientemente claros, sin embargo, para quienes conocen las amenazas que pesan sobre los que intentan violar el gran secreto”. (‘Sobre héroes y tumbas’).

FRACASO: “De pronto, Alejandra, mirándolo a Vania, dijo: -Me gusta la gente fracasada. ¿A vos no te pasa lo mismo? Él se quedó meditando en aquella singular afirmación. -El triunfo -prosiguió- tiene siempre algo de vulgar y de horrible. Se quedó luego un momento en silencio y al cabo agregó: -¡Lo que sería este país si todo el mundo triunfase! No quiero ni pensarlo. Nos salva un poco el fracaso de tanta gente”. (‘Sobre héroes y tumbas’).

PERSONAJES DE LA FICCIÓN: “Por lo demás, los seres reales son libres y si los personajes de ficción no son libres, no son verdaderos, y la novela se convierte en un simulacro sin valor. El artista se siente frente a un personaje suyo como un espectador ineficaz frente a un ser de carne y hueso; puede ver, puede hasta prever el acto”. (‘El escritor y sus fantasmas’).

Fuente: Latinoamérica Exhuberante

Publicado originalmente en La Nación, Buenos Aires.


“A medida que nos acercamos a la muerte, también nos inclinamos hacia la tierra”

Ernesto Sábato

A medida que nos acercamos a la muerte, también nos inclinamos hacia la tierra. Pero no a la tierra en general sino a aquel pedazo, a aquel ínfimo pero tan querido, tan añorado pedazo de tierra en que transcurrió nuestra infancia. Y porque allí dio comienzo el duro aprendizaje, permanece amparado en la memoria. Melancólicamente rememoro ese universo remoto y lejano, ahora condensado en un rostro, en una humilde plaza, en una calle.

Siempre he añorado los ritos de mi niñez con sus Reyes Magos que ya no existen más. Ahora, hasta en los países tropicales, los reemplazan con esos pobres diablos disfrazados de Santa Claus, con pieles polares, sus barbas largas y blancas, como la nieve de donde simulan que vienen.

No, estoy hablando de los Reyes Magos que en mi infancia, en mi pueblo de campo’ venían misteriosamente cuando ya todos los chiquitos estábamos dormidos, para dejarnos en nuestros zapatos algo muy deseado; también en las familias pobres, en que apenas dejaban un juguete de lata, o unos pocos caramelos, o alguna tijerita de juguete para que una nena pudiera imitar a su madre costurera, cortando vestiditos para una muñeca de trapo.

Hoy a esos Reyes Magos les pediría sólo una cosa: que me volvieran a ese tiempo en que creía en ellos, a esa remota infancia, hace mil años, cuando me dormía anhelando su llegada en los milagrosos camellos, capaces de atravesar muros y hasta de pasar por las hendiduras de las puertas —porque así nos explicaba mamá que podían hacerlo—, silenciosos y llenos de amor.

Esos seres que ansiábamos ver, tardándonos en dormir, hasta que el invencible sueño de todos los chiquitos podía más que nuestra ansiedad. Sí, querría que me devolvieran aquella espera, aquel candor.

Sé que es mucho pedir, un imposible sueño, la irrecuperable magia de mi niñez con sus navidades y cumpleaños infantiles, el rumor de las chicharras en las siestas de verano. Al caer la tarde, mamá me enviaba a la casa de Misia Escolástica, la Señorita Mayor; momentos del rito de las golosinas y las galletitas Lola, a cambio del recado de siempre: «Manda decir mamá que cómo está y muchos recuerdos». Cosas así, no grandes, sino pequeñas y modestísimas cosas.

Sí, querría que me devolvieran a esa época cuando los cuentos comenzaban «Había una vez…» y, con la fe absoluta de los niños, uno era inmediatamente elevado a una misteriosa realidad. O aquel conmovedor ritual, cuando llegaba la visita de los grandes circos que ocupaban la Plaza España y con silencio contemplábamos los actos de magia, y el número del domador que se encerraba con su león en una jaula ubicada a lo largo del picadero.

Y el clown, Scarpini y Bertoldito, que gustaba de los papeles trágicos, hasta que una noche, cuando interpretaba Espectros, se envenenó en escena mientras el público inocentemente aplaudía. Al levantar el telón lo encontraron muerto, y su mujer, Angelita Alarcón, gran acróbata, lloraba abrazando desconsoladamente su cuerpo.
Lo rememoro siempre que contemplo los payasos que pintó Rouault: esos pobres bufones que, al terminar su parte, en la soledad del carromato se quitan las lentejuelas y regresan a la opacidad de lo cotidiano, donde los ancianos sabemos que la vida es imperfecta, que las historias infantiles con Buenos y Malvados, Justicia e Injusticia, Verdad y Mentira, son finalmente nada más que eso: inocentes sueños.

La dura realidad es una desoladora confusión de hermosos ideales y torpes realizaciones, pero siempre habrá algunos empecinados, héroes, santos y artistas, que en sus vidas y en sus obras alcanzan pedazos del Absoluto, que nos ayudan a soportar las repugnantes relatividades.
En la soledad de mi estudio contemplo el reloj que perteneció a mi padre, la vieja máquina de coser New Home de mamá, una jarrita de plata y el Colt que tenía papá siempre en su cajón, y que luego fue pasado como herencia al hermano mayor, hasta llegar a mis manos. Me siento entonces un triste testigo de la inevitable transmutación de las cosas que se revisten de una eternidad ajena a los hombres que las usaron.

Cuando los sobreviven, vuelven a su inútil condición de objetos y toda la magia, todo el candor, sobrevuela como una fantasmagoría incierta ante la gravedad de lo vivido. Restos de una ilusión, sólo fragmentos de un sueño soñado.

Adolescente sin luz, tu grave pena llorás, tus sueños no volverán, corazón, tu infancia ya terminó.

La tierra de tu niñez quedó para siempre atrás sólo podés recordar, con dolor, los años de su esplendor. Polvo cubre tu cuerpo, nadie escucha tu oración, tus sueños no volverán, corazón, tu infancia ya terminó.”

(Fragmento de su libro “Antes del fin”)

 

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