Aunque habitualmente se piensa que el discurso político de Recabarren expresó el malestar de los grupos populares proletarios, no es menos cierto que también representó la frustración de los sectores medios de comienzos de siglo XX.
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En el marco de la celebración del Centenario, Recabarren establece todo un cuestionamiento social y a la vez moral del desarrollo de la nación. Entiende claramente cuáles son los síntomas y desajustes estructurales que acompañan a las festividades. Por una parte, un agotamiento del sistema político dominado sin contrapeso por la oligarquía, la cual reproduce el sistema de dominación y explotación del pueblo, al que Recabarren identifica con la nación.
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En su ensayo “Ricos y Pobres: Balance de un siglo” escrito en 1910, sostiene que la élite que ha liderado los festejos del aniversario de la independencia, ha identificado el pasado de la nación con su propia historia, exaltando el heroicismo de las grandes familias y sus hazañas.
Para el líder del movimiento obrero chileno, el país se encontraba bajo una crisis profunda tras la fachada triunfalista con que se quería mostrar los progresos que había alcanzado la república desde que alcanzó su independencia. El progreso de que se ufanan los sectores dominantes, aparece en Recabarren como un privilegio de clase, el cual no se traduce en un mejoramiento genuino de los sectores populares.
Para él, el pueblo no tiene motivos para celebrar, ya que no ha sido parte de los beneficios que ha reportado las riquezas del salitre, pero sí la oligarquía, la cual se ha constituido en la única depositaría de los progresos económicos y sociales, y de los beneficios que acompañaron a la emancipación política.
Al analizar los cien años previos, descubre la consolidación del capitalismo y elabora a la vez una relectura del itinerario nacional, como una historia construida sobre la base de las desigualdades y no como una idea de nación.
Denuncia por lo tanto, el abismo existente entre la clase dirigente y el pueblo, sin establecer distinciones sectoriales sobre este último. Junto con otros autores que escriben en la misma época como Alejandro Venegas (seudónimo del Dr. Valdés Cange) y Nicolás Palacios, denuncia la ausencia de virtudes cívicas en la clase política.
Aunque reconoce que ha existido una paulatina ampliación de las formas de participación político-social, ella resulta insuficiente, producto de la inercia con que actúa en este sentido el Estado, controlado por la oligarquía. Por otra parte, cuando un segmento importante de la sociedad chilena participa de las celebraciones del Centenario, surgirá en Luis Emilio Recabarren un sentimiento de desencanto y despecho. Así nos dice:
“Y siento tristeza porque creo que aquellos que sienten alegrías viven en el mundo de las ilusiones, muy lejos de la verdad.
Disculpadme si acaso hago mal en decir esto. Hoy todo el mundo habla de grandezas y de progresos y les pondera y les ensalza considerando todo esto como propiedad común disfrutable por todos. Yo quiero también hablar de esos progresos y de esas grandezas, pero me permitiréis que los coloque en el sitio que corresponde y que saque a la luz todas las miserias que están olvidadas u ocultas o que por ser ya demasiado comunes no nos preocupamos de ellas”. De alguna forma Recabarren está dando cuenta de dos mundos diametralmente opuestos y excluyentes; por una parte, el de la opulencia representada por el discurso oficial y oligarca, y por otra, el de la marginalidad y de la poca conciencia de clase de los sectores populares.
La situación desmedrada de los sectores subalternos durante este período, llevará a Recabarren a enjuiciar a la sociedad de clases existente en Chile, como una de las más tradicionales en Latinoamérica, sobre todo al interior de la gran propiedad de la tierra, donde se mantienen las estructuras señoriales, incluso anteriores a la época de la independencia.
“La última clase, como se puede considerar en la escala social, a los gañanes, jornaleros, peones de los campos, carretoneros, etc., vive hoy como vivió en 1810. Si fuera posible reproducir ahora la vida y costumbres de esta clase de aquella época y compararla con la de hoy día, podríamos ver fácilmente que no existe ni un solo progreso social”.
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Sobre los sectores populares en general agrega:
“La última clase de la sociedad que constituye probablemente más de un tercio de la población del país, es decir, más de un millón de personas no ha adquirido ningún progreso evidente, en mi concepto digno de llamarse progreso. Se me dirá que el número de analfabetos es, en proporción, mucho menor que el de antes, pero con esta afirmación se prueba nada que ponga en evidencia un progreso. Para esta última clase de la sociedad el saber leer y escribir, no es sino un medio de comunicación, que no le ha producido ningún bienestar social. El escasísimo ejercicio que de estos conocimientos que hace esta parte del pueblo, le coloca en tal condición, que casi es igual que nada supiese”.
Así, la situación que afectaba a los sectores populares excluidos del progreso económico y de los beneficios sociales, se traduciría en términos prácticos para Recabarren, en un aumento en los niveles de conflictividad, entre éstos y la oligarquía gobernante.
Aunque en sus discursos se exprese la pérdida de moralidad y de las virtudes públicas de la oligarquía, como ya hemos señalado, de alguna forma se reconoce que la clase dirigente anterior a la guerra del salitre, si las poseía. Sin embargo, no mira con nostalgia esa época, ni tampoco la idealiza como otros autores; ni busca en ella las soluciones efectivas a la crisis de Chile. Por el contrario, plantea derechamente un modelo alternativo de sociedad, es decir, el socialismo.
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(*) Profesor de Historia y Geografía. Magíster en Historia de Chile. Diplomado en Formación Ciudadana
Fuente: El Quinto Poder