por Ernesto Carmona.
La lucha por una nueva Constitución es una constante desde la separación de España. Todas las cartas fundamentales fueron resistidas, en particular la de Portales (1833), de larga duración (92 años).
En poco más de 200 años, Chile tuvo 10 textos constitucionales (1811, 1812, 1814, 1818, 1822, 1823, 1828, 1833, 1925 y 1980), más un fallido proyecto federal en 1826. En ninguna participó el pueblo. Todas fueron manufacturadas por la elite masculina del poder de cada época.
La historia política tampoco fue tranquila, como se quiere hacer creer. La violencia estuvo presente en la política todo el siglo 19 y el 20 culminó con 17 años de dictadura cívico militar conservadora.
Cada generación vivió al menos un episodio de violencia social, por pretender abolir o prerservar el status quo conservador.
Durante la centuria de 1800 las fuerzas armadas reflejaron el conflicto de la sociedad: estuvieron divididas entre conservadores –que peleaban por mantener sus privilegios– y liberales, más bien progresistas. La clase obrera no existía. Los trabajadores eran peones anónimos en cuasi esclavitud.
La historia oficial llamó “Revolución”, con mayúscula, a las rebeliones de los conservadores, como la Guerra Civil de 1891. Los alzamientos liberales los registró simplemente como “motines”, en un siglo abundante en guerras civiles e internacionales y una treintena de revoluciones y motines.
Por ejemplo, en 1850 el pacífico pueblo de «San Felipe del Real» tuvo su motín, un episodio de rebeldía cívica similar al “estallido” presente, iniciado el 4 de noviembre de 1850 por prominentes vecinos liberales agrupados en una versión local de la emblemática Sociedad de la Igualdad, de Santiago.
La tensión política entre conservadores y liberales se proyectó al ámbito provincial aconcagüino como una sublevación (1).
La resistencia liberal al modelo conservador, radicalizada en la década de 1840 y fortalecida por el rechazo a Manuel Bulnes y a Manuel Montt, endureció a la oposición política liberal de San Felipe frente al gobierno.
El clímax fue el “estallido de un motín”, bastante inflamado por la gasolina de la prensa conservadora de la capital. Todo comenzó con la publicación de un periódico local, El Aconcagüino, que salió a la circulación el 1 de agosto de 1849 con una clara impronta opositora al sistema político conservador.
Manuel Antonio Carmona, uno de los fundadores y redactores del periódico, describió así el momento político posterior a la derrota de los liberales en la guerra civil concluida con la batalla de Lircay (1830):
«La administración anterior, desde noviembre de 1829, ha dejado el funesto ejemplo, de que se puede, de hecho i derecho, despotizar i esclavizar impunemente a los pueblos, en fuerza del orden de cosas que estableció i observó según convenía a sus intereses privados» (2).
El Aconcagüino criticaba la Constitución de 1833 y la negativa conservadora a cambiar esa carta fundamental que, a juicio del diario, resultaba excesivamente autoritaria. Simultáneamente, un debate en la Cámara de Diputados buscaba reformar las facultades extraordinarias otorgadas por la Constitución al Presidente de la República, pero concluyó con el rechazo a la propuesta de reforma.
Los impulsores de la moción manifestaron su indignación en El Aconcagüino:
«¿Qué revela ese ciego empeño por conservar el ejecutivo el arma potente con que ha sofocado a la opinión pública, con que ha perseguido a los más esclarecidos ciudadanos, con que se encerraron siempre a los pueblos bajo el yugo de los Monttes y los Tocornales? No se necesita ser mui previsor para adivinarlo.
Significa, que quieren conservar el ominoso régimen, que anhelan elevar un Presidente de su amaño, un majistrado (sic) supremo que electo por la influencia de los godos, de los hijos bastardos de Chile, los medios de continuar oprimiendo».
La negativa a cambiar la Constitución fue considerada como parte de la crisis política. Los habitantes de San Felipe se sintieron llamados a reaccionar.
En el país estaba en marcha la emblemática «experiencia igualitaria» de la conocida Sociedad de la Igualdad, inaugurada en marzo de 1850 por sus más distinguidos promotores, liberales jóvenes como Santiago Arcos, Francisco Bilbao, Eusebio Lillo, José Zapiola y los obreros Ambrosio Larrecheda y Cecilio Cerda.
Según Santiago Arcos, el establecimiento de la Sociedad de la Igualdad se basó en la soberanía de la razón como autoridad de autoridades: la soberanía del universal como vida moral.
La Sociedad de Santiago fundaría su propio periódico para exponer sus ideas. Benjamín Vicuña Mackenna dijo que tomó a su cargo ese periódico el ardoroso Eusebio Lillo, y con el título de Amigo del Pueblo que correspondía esencialmente a los fines de la asociación, dio a luz su primer número, el lunes 1 de abril de 1850.
Desde aquella edición (3) propagó los objetivos y fines de la Sociedad recién inaugurada:
«He aquí lo que queremos para llevar la reforma social que vamos a proclamar. Queremos que nuestro pueblo se rehabilite de veinte años de retraso y tinieblas». (4)
La filial aconcagüina de la Sociedad se formó el 13 de septiembre de 1850, liderada por Ramón Lara, a quien Vicuña Mackenna llamó «ídolo político» de San Felipe. (5)
El Aconcagüino veía a Manuel Montt –el evidente recambio de Manuel Bulnes– como continuador de las políticas autoritarias del régimen conservador e, incluso, creía que éste podía acentuar aún más el carácter despótico de gobierno (6).
Los liberales sanfelipeños acusaron al Intendente de la provincia de Aconcagua, José Manuel Novoa, como responsable de la prisión de Francisco Prado Aldunate y José del Carmen Estuardo, aprehendidos en la subida de la cuesta Chacabuco.
El 4 de noviembre de 1850, mientras sesionaban la Sociedad de la Igualdad de San Felipe y la de Aconcagua, se izó una bandera chilena que tenía escrito el lema Respeto a la ley. Valor contra la tiranía. Otra versión asegura que decía: ¡Viva la República democrática, guerra a los tíranos! (7)
Inmediatamente la bandera fue requisada por el Intendente interino –Novoa estaba ausente–, por considerarse un acto ofensivo contra la autoridad gubernamental nacional y local. Al día siguiente, el Intendente entregó la bandera requisada al juez local, explicando:
«Por medio del comandante de policía pongo a la disposición del juzgado una bandera nacional que he hecho quitar a las 5 de la tarde del día de ayer de la puerta de calle de la casa en que actualmente se reúne la Sociedad de la Igualdad (…) No ha podido la autoridad mirar con indiferencia el mensaje escandaloso…».
El juez tuvo que esconderse. El intendente exageró un poco sus informes al gobierno: se había deshonrado el sagrado pabellón nacional. Una Junta Gubernativa constituida por los igualitarios sublevados se reunió nuevamente el 6 de noviembre con el propósito de negociar con el gobierno para entregar el mando de la ciudad. (8)
Con dimes y diretes, declaraciones altisonantes de personeros de gobierno, berrinches del diario conservador La Tribuna y ruido de tropas, finalmente San Felipe volvió a la “normalidad”, o sea, siguió sometido sin restricciones a la dominación ideológica conservadora, desafiada pronto por la guerra civil de 1851.
El 7 de noviembre el gobierno de Bulnes declaró el estado de sitio y mandó apresar a los liberales de Aconcagua.
Dos días después Bulnes proscribió a la Sociedad de la Igualdad de Santiago, que no tuvo ninguna vinculación con los acontecimientos de San Felipe, salvo la afinidad ideológica.
(Tomado de Islas-cárcel, castigo a la transgresión, CRÓNICA DE DOS SIGLOS DE VIOLENCIA POLÍTICA, de este autor).
Fuente: Mapocho Press
Notas:
1) Esteban Garcés Dupouy, La radicalización de la oposición política de San Felipe: el motín de 1850, Intus-Legere Historia, 2016, Vol. 10, Nº 2.
2) Manuel Antonio Carmona, Manifiesto de Aconcagua, cuaderno 2, Imprenta del Siglo, Santiago, 1846, p. 72.
3) Julio Cesar Jobet, Santiago Arcos Arlegui y la Sociedad de la Igualdad: un socialista utópico chileno, imprenta Cultura,1942, pp. 126-127.
4) Benjamín Vicuña Mackenna, Historia de la jornada del 20 de abril de 1850, una batalla en las calles de Santiago, Biblioteca del Centro Editorial, Santiago, 1878, p. 70.
5) Vicuña Mackenna, Historia de la jornada. p. 194.
6) El Aconcagüino, año 2, número 25, 21 de septiembre de 1850, San Felipe; El Aconcagüino, año 2, número 29, 28 de octubre de 1850, San Felipe.
7) Informe del intendente interino Blas Mardones a su superior, el teniente coronel José María Silva Cháves.
8) El Aconcagüino, La Agonía de los tiranos, AN-MI, vol 274, 9 de noviembre de 1850.