jueves, noviembre 21, 2024
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Premio Pritzker 2016: La Arquitectura Elemental de Alejandro Aravena

El arquitecto chileni Alejandro Aravena recibió el Premio Pritzker 2016, el galardón más importante del mundo en el entorno de la arquitectura, reconocido como el premio Nobel de esta especialidad. Sus desarrollos en vivienda social resultaron determinantes en la decisión del jurado, de otorgarle el galardón.

Este reconocimiento lo otorga la fundación Hyatt, que tiene su sede en la ciudad de Chicago, Illinois, Estados Unidos, y el chileno es el premiado número 41.

Aravena ha intentado con su obra buscar soluciones para la crisis mundial mediante la creación de proyectos que propicien la construcción de diferentes edificaciones económicas, además de viviendas sociales.

Este arquitecto de 48 años se ha convertido en el primer chileno y el cuarto latinoamericano en recibir “el Nobel de arquitectura”, como se conoce al premio desde que se entregara por vez primera en 1979.

Con anterioridad, los otros profesionales de América Latina que lo ganaron fueron el mexicano Luis Barragán (1980) y los brasileños Oscar Niemeyer (1988) y Paulo Mendes da Rocha (2006).

Tom Pritzker, presidente del jurado, señaló:

“El jurado ha seleccionado un arquitecto que profundiza nuestra comprensión de lo que es verdaderamente el gran diseño… ha sido pionero en una práctica de colaboración que produce obras de arquitectura de gran alcance y también aborda desafíos claves del Siglo XXI. Su obra construida da oportunidades económicas para los menos privilegiados, mitiga los efectos de los desastres naturales, reduce el consumo de energía, y proporciona espacio público acogedor. Innovador e inspirador, muestra cómo la arquitectura en su mejor momento puede mejorar la vida de las personas“.

Cambio de paradigma

Alejandro Aravena y su colectivo Elemental están en la cima. En la azotea de ese rascacielo llamado Premio Prizker, el Nobel de Arquitectura. Pero antes de ganarse semejante galardón, el arquitecto chileno ya estaba en los últimos pisos, tras ser nombrado director de la Bienal de Venecia, otro reconocimiento nunca antes alcanzado por un chileno.

¿Pero qué hace tan especial la contribución de Aravena a la arquitectura mundial, donde los diseños sustentables, creativos e inteligentes están por todos lados?

Es el cambio de paradigma. Si hace 10 años, un premio como este estaba más centrado en las cualidades artísticas y escultóricas de una obra, hoy la arquitectura comienza a pensarse desde lo social. He ahí el gran aporte.

En el caso de Aravena, no es que produzca mejores diseños para viviendas sociales o que su interés sea exclusivamente humanitario o filantrópico. El valor sustancial de Aravena y de Elemental, radica en su compresión del conflicto habitacional, en la capacidad de aplicar poder de síntesis a problemas complejos y en impulsar un cambio de mentalidad, con la idea –lejana todavía– de que esta forma de aplicar, a veces, nada más que el sentido común, tenga su complemento en las políticas públicas.

En la siguiente entrevista, Aravena –en primera persona– explica parte de la matriz reflexiva de Elemental, que llevó a que el jurado del llamado Nobel de Arquitectura comenzara a valorar el aporte de la arquitectura con sentido social.

Vivienda social

-¿Qué es una vivienda social de calidad?

Cuando uno tiene una conversación corriente en la calle sobre este tema lo más probable es que todos los chilenos contestemos que una vivienda social ojalá sea más grande o con mejores terminaciones, pero en estricto rigor, en un país con una política orientada a la propiedad, el beneficiario de un subsidio se transforma en propietario de la vivienda, entonces el subsidio se convierte en la transferencia de fondo público a patrimonio familiar más importante que una familia recibe en toda su vida.

Todos nosotros cuando compramos una casa esperamos que aumente de valor en el tiempo, pero, tal como se concibe y construye hoy, la vivienda social se parece más a comprar un auto que a una casa, es decir, se deprecia de valor en el tiempo. Nosotros identificamos un conjunto de condiciones de diseño que permite esperar que la vivienda aumente su valor en el tiempo y la política habitacional pueda ser vista como una inversión y no solo como un gasto social.

Te voy a dar un  solo ejemplo, lo que más influye en la valoración futura de una vivienda, es decir, que esa vivienda no sea solo una protección contra la intemperie o un herramienta para superar pobreza, es la localización.

La pregunta clave en vivienda social no es cuántos metros cuadrados tienes o cómo es la calidad de las terminaciones, sino dónde, dónde está, dónde se ubica la vivienda social. Si está inserta en las oportunidades que la sociedad ofrece, de transporte, de salud, de trabajo, de recreación, esa propiedad es probable que aumente de valor en el tiempo, y eso es muy probable que no esté en la periferia, sino en el centro relativamente consolidado. La cantidad de viajes que dejas de hacer porque estás inserto en las posibilidades que la ciudad ofrece, al mismo tiempo es un operación de sustentabilidad social y cuidado ambiental.

Acercar en lugar de alejar

Lo que se observa –y no es solo el caso de Chile, es el caso de millones de personas en el planeta, por eso que este conocimiento es tan relevante, de ponerlo primero en discusión y que haya un acuerdo en la manera en que debería establecer las prioridades, de cómo debería gastarse ese dinero, dinero público o privado– es que no hay recursos suficientes para poder dar a la mayoría de la población una vivienda apropiada. Y qué hace el mercado cuando hay escasez de recursos: dos cosas, reducir y alejar.

Primero, reduce el tamaño de la vivienda y luego la aleja, ahí donde el suelo cuesta poco. Lo que nosotros pensamos para superar el problema de la escasez, en lugar de reducir y de alejar, fue incluir la noción de incrementalidad. Si no tienes dinero hoy para hacerlo todo, entonces concéntrate en aquello que es más difícil. Casi por definición una política pública es aquella que se orienta en gastar el dinero en aquello que no se pude hacer individualmente.

En el caso de viviendas sociales, en nuestro caso, nosotros partimos observando la evidencia que había disponible: una familia de clase media vive razonablemente bien en torno a los 80 metros cuadrados, todos nosotros hemos vivido razonablemente bien en 80 metros cuadrados, pero con fondos públicos, en el mejor de los casos, se pueden construir entre 30 y 40. Si aplicamos la lógica del mercado de reducción, lo que vemos era la jibarización de las casas, o sea, viviendas pequeñas de cuarenta metros cuadrados. Pero ¿por qué esos 40 metros cuadrados –que es lo que más se puede hacer en el mejor de los casos– en lugar de mirarlo como una casa pequeña, lo miramos como la mitad de una casa buena?

Cuando me replanteo el problema como la mitad de una casa buena, la pregunta clave es: ¿qué mitad hacemos? Y la definición de una buena política pública es que debe ser la mitad que no va a poder modificar una persona por cuenta propia.

Una de aquellas cosas que una familia nunca va a poder modificar es la localización, entonces eso debe estar en el número uno del listado de  prioridades, pues permitirá la valorización en el tiempo para que la vivienda se transforme en inversión y no solo en gasto social. Ese es el paradigma que hemos estado tratando de cambiar, qué entendemos por una vivienda social buena o una vivienda social mala, en un país en donde cerca del 60% de las viviendas que se construyen ocupan algún tipo de subsidio, por lo tanto, incluso un milímetro de mejora es algo muy relevante.
La bienal, una oportunidad de cambio

Lo que queremos hacer en la bienal es identificar cuál es la pregunta. Muchas veces vamos a exposiciones de arquitectura y vemos un conjunto de respuestas pero no sabemos a cuál pregunta responden. Si podemos identificar con claridad, con simplicidad cuál es el problema del que estamos tratando de hacernos cargo y que, probablemente, sea la inmigración a las ciudades, los conflictos sociales, problemas ambientales, de basura o de contaminación del aire o el agua, la cuestión es ¿podemos desde la arquitectura lograr una contribución a esos frentes de batalla?

Lo primero que haremos en la bienal, que tengo el honor de dirigir, es reportar cuáles son los problemas que tenemos frente a nosotros. Van a estar presentes distintos países y distintos arquitectos van a poder decir que en su país de origen probablemente la prioridad sea un problema racial o un problema de inmigración o un problema de inequidad, que será probablemente lo que podamos reportar nosotros desde Latinoamérica.

Pero, en segundo lugar, lo que tenemos que hacer es no detenernos ahí. ¿Cuál es la propuesta? Si nosotros podemos anclar una exposición de esta naturaleza y salir con más herramientas, salir con más conocimientos, con más información, para que luego, de vuelta en nuestros países de origen, podamos aumentar el espectro de alternativas con las cuales enfrentar estos desafíos, creo que habríamos cumplido, aun cuando fuera modestamente, el objetivo de una exposición que es la más importante de arquitectura que hay en el mundo.

La ceremonia de entrega del premio, consistente en 100 mil dólares y una medalla, está fijada para el próximo 4 de abril en la sede la ONU en Nueva York.

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