En momentos en que el fuego se ha tomado partes importantes del sur del país, hemos visto la semana pasada cómo para algunos la propaganda ideológica es primero.
Porque reducir los comentarios de la derecha y sus críticas al gobierno solamente a un vulgar aprovechamiento político, sería no entender que lo que acá hemos visto es una manera de imponer ciertos dogmas por sobre la efectividad que pueda o no tener el Estado.
Quien dio inicio a este discurso con megáfono en mano, como era de esperar, fue el ex Presidente Sebastián Piñera. Por medio de Twitter, desde su casa de veraneo, Piñera empezó a criticar una a una las medidas de Bachelet.
Sentado tal vez desde la terraza de su casa, comenzó a enviar fotos del famoso Supertanker que se necesitaba, dando a entender que si él estuviera al mando del Estado ya lo tendríamos en funcionamiento. Lo que no es tan cierto porque, si fuera así, tal vez lo tendríamos ya incorporado en nuestras filas.
Pero eso no importaba. Lo que había que hacer era decir que el Estado no era lo suficientemente eficiente, por lo mismo es que el ex mandatario, no contento con sus comentarios en las redes sociales, comenzó a hacer un llamado a los alcaldes de su sector, los que comenzaron a responder irresponsablemente con un “a su orden Presidente”, intentando así deslegitimar a la administración actual.
Y si eso no es tratar de instalar algo así como un gobierno paralelo, yo no sé qué es.
Pero eso no es todo. Los llamados de Piñera hicieron que, entre las bravatas indignadas, apareciera Lucy Avilés, la millonaria que, al arrendar el famoso Supertanker, logró que la prensa desviara su mirada hacia ese gesto junto con ignorar lo que estaba intentando hacer la autoridad.
Tanto así, que la mujer incluso creyó en las cualidades de heroína que le atribuían los canales de televisión, por lo que comenzó a insinuar intenciones de carácter político de parte de una institucionalidad democrática que no podía dejar entrar a su avión gigante con facilidad solamente porque fuera ella la que lo traía.
Desde ese momento comenzó el gallito ideológico de parte de personeros de la oposición. Según argumentaban varios de ellos, lo que había en la regulación que todo país democrático debiera hacer a lo que entre o salga del país, era “ideologismo” por parte de La Moneda al no abrirle los brazos inmediatamente al enorme aparato volador.
Sobre todo porque quien lo hacía era una privada que no tenía la obligación de hacerlo, lo que la convertía en algo así como un símbolo de la efectividad de lo privado por sobre la del Estado. Nuevamente intentando convertir esta tragedia en una manera de imponer sus ideas como si no lo fuera; como si lo que quisieran realmente es el bienestar de un país, cuando solamente querían robustecer la victoria cultural que han ido sosteniendo por medio de años.
¿En qué consiste esa victoria? Fácil, en tenernos frente a la pantalla aplaudiendo a todo el que ha aprovechado estos días para erigirse como filántropo, mientras un gobierno debe luchar no sólo con las llamas, sino también contra una hegemonía de pensamiento que no da su brazo a torcer.
Fuente: El Quinto Poder