Por más que los expertos comunicacionales le recomienden cerrar el pico, Piñera es incorregible. Para pasar la incomodidad de la interrupción de un discurso, al traspapelarse el texto escrito, no encontró mejor ocurrencia que homologar a su mujer, Cecilia Morel, con el diablo.
Echábamos de menos las piñericosas. Chile las necesita, para pasar el trago amargo de los próximos cuatro años.
Piñera estaba explicando los alcances de la firma del proyecto de Ley de Integridad Pública para regular nepotismo, cuando confundió las hojas, y estuvo alrededor de un minuto intentando ordenarlas para retomar el discurso.
Cuando lo consiguió, exclamó:
“¿Quién metió las manos aquí?. Si no es mi mujer, es el diablo”.
Un típico lapsus del que dice lo que piensa.
No faltaron los zalameros que aplaudieron.