viernes, noviembre 22, 2024
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Sebastián Piñera y su «Respeto» a los Derechos Humanos

por Francisco Méndez.

Los lugares comunes en política son interminables. Por lo general, hay términos como “gobernabilidad”, “convivencia democrática” y “libertad de expresión”, que terminan por no hacer ningún sentido cuando se recurre a ellos sin ahondar en qué es lo que significan.

Hacerlo sería entrar en una red de acuerdos y apretones de manos en los que es mejor no profundizar, ya que, según dicen, hay cosas que es mejor no preguntarse.

Nuestro Presidente, don Sebastián Piñera, es tal vez quien más nos dice que hay cosas que son simplemente indiscutibles, sin que realmente haya un real acuerdo social tras ellas.

En sus discursos, por lo general habla de cosas que, según él, son obvias, como por ejemplo que los países solo funcionan gracias a un permanente e interminable consenso, lo que no es cierto; como también que los padres saben mejor que sus propios hijos el futuro, dándonos a entender que la familia es un lugar seguro y cómodo en el que los futuros adultos se encuentran con gente que nunca querrá el mal para ellos porque, justamente, son quienes conforman su núcleo familiar.

Curioso viniendo de él, debido a la relación que tiene con un hermano en particular.

Lo que parece relevante es preguntarnos por los lugares comunes que rondan su figura. Cuando se habla de su persona, siempre se dicen cosas como que “es muy inteligente”, “es muy capaz” y, más importante aún, que “en materia de derechos humanos no hay nada que decir de él”.

Esto último ha sido tal vez la gran credencial con la que Piñera ha intentado liderar una “nueva derecha” que deje atrás el pasado pinochetista. Es quizás su gran capital político en un sector que todavía busca “contextos” para justificar la acción sistemática de un Estado que exterminó al contrincante político.

Pero, ¿es tan cierto? ¿Es tan real que Piñera es algo así como un gran respetuoso de los Derechos Humanos? Nunca es tarde para preguntárselo.

Si bien se dice que trabajó por recuperar la democracia con gente cercana al NO, enfatizando en que votó por que el dictador se fuera, lo cierto es que esto último solo lo sabe él. Solamente su conciencia tiene claro si lo que repite una y otra vez para quedar bien entre los demócratas, es real.

A mí ni a nadie le consta, menos cuando, una vez que triunfó la Concertación, corrió hacia el otro lado, donde se encontraban Jaime Guzmán y otros tantos, a trabajar por Hernán Büchi, el entonces candidato del régimen dictatorial.

Lo que sí tenemos claro es que Piñera es un oportunista, una persona que en política funciona igual que en el mercado. Cuando se trata de apostar por algo, no mira hacia el lado y sigue hacia adelante, con tal de lograr su objetivo.

Y le ha resultado bien, ha sido dos veces jefe de Estado, codeándose con esos “cómplices pasivos” de la dictadura que alguna vez denunció mientras trabajaban para él.

Lógico, así quedaba en libros de historia mientras el resto de sus colaboradores observaban enfurecidos.

Pero si buscamos algo permanente y que parece ser un “valor” fundamental para el Mandatario, eso es la “seguridad” del país. Y en eso no se diferencia nada de sus compañeros de coalición.

Al igual que los más pinochetistas de su sector, el relato de terror ha sido un discurso permanente durante sus dos administraciones, llegando incluso a renunciar a cualquier debate político en La Araucanía para así, en lugar de ver opciones democráticas para intentar encontrar soluciones, instalar un Comando Jungla en el que los Derechos Humanos que debe resguardar el Estado no tienen cabida, militarizando un territorio para resguardar las parcelas mentales de personas que no tienen ninguna intención de entender lo que en ese lugar sucede.

¿Qué pasará cuando aparezcan los primeros muertos de este “comando”? ¿También hablarán de contexto? Sería bueno saberlo. Como también sería bueno saber si sus regulaciones en materia de inmigración respetan la dignidad de las personas que vienen a Chile a vivir y a trabajar.

Pero para eso, primero debemos hacernos preguntas y no caer en las interminables frases hechas que han reinado por estos años. Porque, cuando se repite algo demasiado, comenzamos a hablar muchas veces de cosas que no son ciertas como si lo fueran.

Y eso es peligroso en democracia, ya que sirve para instalar perspectivas ideológicas como realidades, alejándonos de las verdaderas certezas que debería tener un régimen democrático, como por ejemplo que nunca existirá razón para que el Estado vulnere los derechos que debe garantizar.

Fuente: El Dínamo

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