El gran perdedor con el golpe fue el pueblo de Chile. El asesinato, la tortura y el destierro son sus heridas más dolorosas. Pero, el aplastamiento de las organizaciones sociales y políticas, y la ilegalización del pensamiento progresista, fueron las condiciones necesarias para la imposición de las políticas públicas neoliberales.
La “medida de lo posible”, ideología de la transición, favoreció el ocultamiento por 23 años. Pero la hora de la verdad tenía que llegar. La conmemoración de los 40 años del golpe militar de 1973 ha puesto al desnudo la podredumbre del gobierno de Pinochet.
La cobardía moral del Poder Judicial fue reconocida por sus propios integrantes. Los civiles, cómplices de la conjura, están apareciendo. Y, al fin, la grandeza de Salvador Allende ya nadie la pone en duda y su liderazgo ilumina a las nuevas generaciones.
El gran perdedor con el golpe fue el pueblo de Chile. El asesinato, la tortura y el destierro son sus heridas más dolorosas. Pero, el aplastamiento de las organizaciones sociales y políticas, y la ilegalización del pensamiento progresista, fueron las condiciones necesarias para la imposición de las políticas públicas neoliberales.
Las Fuerzas Armadas, mediante la represión, cumplieron la misión de respaldar el modelo de sociedad que instaló la oligarquía, con los economistas de Chicago. La ley laboral de José Piñera, la privatización de las empresas, de los servicios de salud, la educación y la previsión no se establecieron por consenso ciudadano sino por la fuerza. Así fue también con la Constitución de 1980, garante del modelo político y económico que se instaló en el país.
Los nietos del dictador también perdieron. Cargan con la vergüenza moral de llevar un apellido que simboliza el crimen y la deshonestidad. El dictador, que se consideró con derecho a matar a sus compatriotas y a enriquecerse a costa del Fisco, ha legado a sus descendientes la ignominia.
La derecha política vivió un triunfo transitorio con el golpe. A lo Pirro. Se sirvió de las armas de Pinochet para imponer el dominio de una minoría y ahora, después de 40 años, cuando los crímenes salen a la luz, retrocede, miente y elude sus responsabilidades. Quizás se de cuenta que no ganó con el golpe de Estado, ni con el apoyo que le prestaron al régimen militar.
Los beneficios del poder y las arbitrariedades que incorporaron a la Constitución del 80 para obtener una mayor representación parlamentaria les dieron una ventaja transitoria. Pero los tiempos de la historia son largos. Ahora, con la evidencia insoslayable de la tragedia, la sociedad chilena está juzgando sin compasión a los civiles que se sirvieron del dictador.
Las Fuerzas Armadas tampoco ganaron con el derrocamiento de Allende. Hoy se encuentran acorraladas. El buque escuela Esmeralda, lugar de tortura en 1973, sufre protestas cada vez que recala en puertos lejanos.
Carabineros de Chile, recién ha recuperado su prestigio, después de la vergüenza de los degollamientos de Natino, Parada y Guerrero. La Fuerza Aérea, oculta los nombres de los pilotos que bombardearon La Moneda y de los torturadores del General Bachelet.
El General Cheyre debió desplegar todas sus energías para recuperar el camino institucional del Ejército y aún así es defenestrado hoy día como Presidente del Servicio Electoral. Muchos militares pensarán que no valió la pena arruinar el prestigio de las instituciones armadas para enfrentar una guerra inexistente y sostener un gobierno corrupto.
Al final de cuentas, la rueda de la historia convirtió en perdedores a la derecha política, a los militares y a la familia Pinochet. En realidad, de todos los conjurados contra Salvador Allende, los únicos que de verdad ganaron en toda la línea fueron los grandes empresarios y los economistas a su servicio. A ellos nadie los cuestiona. Nadie los juzga.
El gobierno militar, según el Informe de Privatizaciones, de la Cámara de Diputados, permitió que, a precio vil y con elevada pérdida fiscal, se entregaran bancos, empresas y tierras agrícolas del sector público a los empresarios que complotaron contra Allende e hizo posible que personas como Yuraseck, Ponce Lerou y De Andraca, se convirtieran de la nada en grandes señores.
Por otra parte, las siete familias dueñas de Chile -Luksic, Matte, Saieh, Paulmann, Solari, Piñera y Angelini- además de beneficiarse con las privatizaciones, han acumulado grandes fortunas gracias a un modelo económico construido a su medida, sin oposición, con sindicatos ilegalizados y con prensa uniformada.
Ahora, en democracia, y sin cambios en el modelo económico, han acrecentado sus ganancias y su influencia en el poder político es determinante. Estos son los grandes triunfadores del golpe de 1973.
Fuente: El Dínamo