En la elección del domingo 13 de junio, en la región metropolitana, parecía el último estertor de Unidad Constituyente, especialmente, de la DC.
Pero donde pudo, una vez más, la derecha le intubó oxígeno a la DC, en una reedición de lo que hizo en 1964, cuando desechó al radical derechista Julio Durán y se volcó a Frei Montalva para que no ganara Allende.
Seguro con la guata apretada, la derecha metropolitana nuevamente optó por el mal menor.
El triunfo del experimentado político Orrego, un ex intendente y ex ministro de la concertación, por sólo cinco puntos sobre una joven y casi desconocida candidata, es una victoria mentirosa.
Si hubiera ganado Oliva, habría significado la muerte de la Unidad Constituyente y el comienzo de las últimas paladas sobre la tumba de la DC que conocemos.
Hoy tienen un nuevo aire que, espero, sea transitorio y de corto alcance, el suficiente como para que finalmente la candidata de la Nueva Constituyente sea Yasna Provoste en lugar de y no Paula Narváez. No es aventurado adelantar que, tras las primarias de la derecha, de la izquierda y de lo que mal llaman centro izquierda, la primera vuelta presidencial deje a Provoste y Jadue a segunda vuelta.
De ocurrir aquello, la derecha se volcará, como hoy, por el mal menor.
De pasar Jadue a segunda vuelta, con el candidato de la derecha, no dudo que un sector no menor de la DC y de la Unidad Constituyente no estarán dispuestos a votar por Jadue.
Acabo de escuchar a Orrego decir que nunca ha votado por un comunista y rehuyó responder si estaría dispuesto a cambiar esta tendencia de su vida política.
Por ello es que creo que todo dependerá de la calidad de la campaña que desarrolle Jadue, en términos de adelantar que su gobierno será de alianzas, de unidad con el pueblo que haya apoyado a la Provoste.
Habrá que de antemano firmar un compromiso transparente, ojalá en una “casa de vidrio”, acerca de la futura composición del equipo de Gobierno que deberá hacerse cargo de llevar a la práctica y de ponerle pies en tierra a la Nueva Constitución.
Al final de cuentas, las elecciones de uno u otro candidatos son incidentes, importantes, pero incidentes, en este proceso inédito, gravitante y trascendente que es la redacción de la Nueva Constitución.
Ese es el gran triunfo que ya se produjo, el que debería ser seguido por una segunda gran victoria (elegir un Gobierno pro constituyente) y confirmado con el tercer gran triunfo que será el plebiscito ratificatorio de salida.
Pese a lo ocurrido la noche del domingo, donde en la Región Metropolitana ganó Orrego apoyado por votación de la UDI y de RN, sigo mirando un horizonte auspicioso, esperanzador.
Sin darnos cabal cuenta, en Chile estamos viviendo una paradójica "revolución constitucional".
Los cambios profundos, los cambios revolucionarios, el cambio clave que significa la muerte del modelo neoliberal y su reemplazo por otro absolutamente distinto como el que queremos construir, son ya irreversibles.
Los cambios profundos (digamos que revolucionarios, sin temor a usar esta palabra) se están haciendo en el marco de las consecuencias de un inédito estallido social; en medio de una pandemia de alto impacto político, económico, político y cultural; y en el contexto de un firme compromiso social de un 80 % de chilenos de desahuciar la Constitución de Augusto Pinochet, Jaime Guzmán (1980) y Ricardo Lagos (2005).
Hoy la tarea del día y de todos los días es promover, debatir, aportar y relevar el proceso de redacción de una nueva constitución, que comenzará a ser escrita por 155 chilenos elegidos democráticamente.
Eso es lo que debemos celebrar en modo permanente y, también, muy alerta.
Invito a no perder de vista que el proceso de la Nueva Constitución significa que Pinochet y su modelo neoliberal están, definitivamente y respectivamente, muertos y en vías de extinción.
(*) Periodista.