A las “3 de la tarde” del viernes 3 de junio Mauricio Macri, en base a su experiencia con un amigo hipocondríaco, decidió que estaba imaginando una sensación de “agitación” que lo invadió mientras discutía “temas de energía” con el ministro Juan José Aranguren.
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Creyó que “eso no le estaba pasando” y, con significativa falta de protocolos médicos y una técnica comunicacional que incluyó el falseamiento liso y llano de la situación, recién fue internado cuatro horas después, con una arritmia cardíaca, relativamente frecuente… pero que se da en 1 a 2 casos cada 1000.
El corazón presidencial empezó a acelerarse, algo no demasiado preocupante en gente con responsabilidades importantes y sometidas a fuertes estrés, como se supone sucede son un mandatario, sobre todo ante un panorama mucho más grave que lo que balbucea el relato exageradamente naif de quien se subió al estrado de los predicadores electrónicos y a los “focus groups” de Durán Barba, durante la campaña electoral y no los abandonó más.
En apenas seis meses, el gobierno de las corporaciones empujó a un gran sector de los argentinos al pantano de la pobreza, a la desocupación o el miedo a padecerla y al recorte del más amplio espectro de consumos, desde la carne hasta el hotel alojamiento, desde el acceso al gas, la luz, el agua o las naftas, hasta los libros, el cine y el teatro.
A pesar de todo, la gestión no se empantanó. Desde sus despachos oficiales, los gerentes avanzan con las banderas de los intereses de sus empresas al viento. Sin embargo, parte de la oficialidad de esa topadora amarilla empieza a vislumbrar el dilema: si siguen así, transfiriendo desde los que menos tienen hacia los ricos, la desesperación en el estómago, llamada hambre, la impaciencia y la necesidad, empezarán a empujar decisiones, malestares y protestas, más de las que ya se producen.
Además de preparar el terreno para que lo aprovechen los pescadores de los votos que hace unos meses se entusiasmaron con los globos y con dejar atrás doce años de gestión monocorde y hoy se horrorizan ante las cajas registradoras de los supermercados y las facturas de los servicios.
Esas políticas pueden destruir simpatías electorales en 2017, cuando se renueve un tercio de la Cámara de Senadores y la mitad de Diputados y empiece la disputa por la presidencial de 2019; en todo caso, el triunfo peronista en el Municipio de Río Cuarto sobre Cambiemos, que perdió cerca del 40% de los votos que obtuvo en la segunda vuelta de las presidenciales del año pasado, darán trabajo al laboratorio macrista, que tratará de que la victoria de la Unión por Córdoba de Juan Manuel Llamosas sea solo una golondrina y no la apresurada muestra de un nuevo cambio de época.
¿Justos jueces?
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Además del costo que provoca el deterioro económico y social, en algunas oficinas encumbradas de la Casa Rosada, se preocupan por las señales negativas que se emiten desde el territorio judicial, un mundo al que creían controlado, gracias a la marcha forzada de determinados magistrados por una autopista antikirchnerista que le permite al gobierno disimular muchos de sus problemas bajo la alfombra que le tienden los medios de comunicación más poderosos que siguen, con lupa, sin pruebas y en vivo y directo, la persecución contra los empresarios a los que se vincula con el gobierno anterior.
El propio Macri y el accionista de Shell devenido en ministro del mismo ramo al que se dedica su propia empresa angloholandesa, Juan José Aranguren, más que en la mira, transitan por los expedientes de Comodoro Py.
La investigación de posibles irregularidades en las declaraciones juradas del mandatario no se cerraron de un plumazo judicial, contra lo que pasó con distintas causas que tuvieron al hoy Presidente como protagonista en el pasado.
Sigue, permanece, se complejiza, mientras él mira a cámara, desconoce que los ciudadanos no pueden alegar “ignorancia de la ley”, y dice que no sabe, que hace mucho tiempo que pasaron las cosas que pasaron, con las empresas de su grupo económico.
Al principio soñaron con un “mani pulite” criollo que, en realidad, no pasa de ser una descarada persecución contra el kirchnerismo. Hoy, no pocos funcionarios ya comprendieron que la Corte Suprema de Justicia y, sobre todo, su capitoste, también le están enviando señales al actual oficialismo, probable víctima propiciatoria del segundo turno de su avance sobre el poder Ejecutivo, como ya sucedió en la Italia que parió a Berlusconi y en el Brasil que pretende llevarse puesta a toda la clase política, y no solo a Dilma, Lula o el PT.
Mientras tanto, el ministro de Energía, se pone a tiro judicial mientras intenta tapar el sol negro del petróleo con el dedo de otro negacionismo legal, en este caso el de desconocer las incompatibilidades que obligan a los funcionarios públicos.
Gerencias de gobierno
El concepto básico del ideario de Macri y su equipo es el de defensa del “mercado”, como herramienta ordenadora de la libertad de los zorros en el gallinero de los que menos tienen y de arrinconamiento del Estado, sus herramientas de contralor y sus dispositivos de estímulos hacia los sectores de los pequeños y los medianos, de los vulnerables, diferentes, empobrecidos o marginados.
Junto a los “tableros de control” gubernamentales, que empiezan a encender luces, amarillas casi todas y algunas ya rojas, ya se tejen explicaciones que justifiquen futuras acciones represivas. Elisa Carrió, esa dirigente sin votos que logró encolumnar a los perdedores detrás del odio al kircherismo y marcó el camino de su derrota electoral, se apresuró a hablar de “desestabilizadores”.
Alguna pluma amiga corrió a inmolarse en la búsqueda absurda de “conspiradores” de La Cámpora, de “dirigentes impregnados por una ideología nacionalista y antigua que desprecia a Macri” o de quienes “fueron jóvenes peronistas revolucionarios y ahora son viejos y perdieron el poder”.
En realidad, tiraron las primeras líneas del diseño de un escenario de violencia estatal por venir, retomando el camino de la gobernadora María Eugenia Vidal y la ministra de Seguridad, Patricia Bullrich, arrastradas por TN aún antes de asumir. Si no tuvieran mala fe, verían que no hay tales intentos y, en cambio, cada vez existen más problemas para más mujeres y hombres, para más viejos y niños. Parafraseando a la propia diputada de la Coalición Cívica que, cuando todavía se tapaba la nariz ante la cercanía de Macri y pedía que alguien le dijese “you are stupid”, podría explicársele que “es el hambre estúpido”.
La del PRO es una gestión, más que un gobierno, dividida en andariveles económicos; al tope de cada uno de ellos hay un gerente, con sus propias metas de rendimiento, igual que en las empresas capitalistas privadas. Cada “gerencia” está copada por cuadros provenientes de las corporaciones que manejan el mercado que les compete, responden a ellas, negocian con ellas, acuerdan con ellas, las benefician.
Hacen su trabajo y destruyen cualquier mecanismo de contención o redistribución que encuentran a su paso.
Ese dispositivo se mueve al margen, y en contra, de la población. Inflación, desocupación, recortes del salario real, pueden parecer conceptos abstractos. Sin embargo, quedarse sin trabajo es un concreto que impide a la gente comer o la obliga a caranchear en los tachos de basura; garrafas y boletas de luz y gas multiplicadas por cinco, seis, siete…, empujan hacia el frío en un junio que, además, se instaló con temperaturas bajísimas; perder el trabajo o la changa, significa no llevar comida a la casa. Esa realidad desespera, empuja, da bronca, moviliza, a veces organiza.
Ese es el panorama que las políticas de los gerentes construyeron en medio año y no la cabeza calenturienta de desestabilizador alguno.
La tarea para esos grupos económicos, prácticamente ya está hecha. Endeudamiento, libre importación, situación laboral que caminará una vez más hacia los dos dígitos de desocupación, destrucción de la industria nacional, licuación de la moneda…
Sin embargo, a pesar de la rapidez de ese trabajo de transferencia de recursos, el mandato presidencial dura cuatro años. Ahí está el dilema de un gobierno que no se empantanó pero que, en el camino de la apropiación, achicó el desfiladero por el que debe marchar.
La fortuna de vivir tiempos constitucionales es directamente proporcional a las dificultades que tienen los gobiernos para enfrentar procesos electorales con políticas antipopulares. Algunos de los cuadros del macrismo piensan en esto; las pugnas de cuarta entre los impulsores de la mentira de la “pesada herencia” y quienes la rechazan, o entre los diferentes “gradualismos” económicos, van dando paso a la discusión sobre el malestar que genera la situación social producto de la combinación de las políticas de los gerentes.
No todos los funcionarios nacionales o bonaerenses son ciegos o negacionistas; más de uno fue permeado por la alarma de los intendentes, en especial del conurbano.
Cardiodiagnóstico
El “segundo semestre” presentado como el oasis que refrescaría tantos ardores, en realidad llegó con un hisopo envinagrado. Tuvieron que corregir al mandatario las sinceridades de Elisa Carrió, que debió inventarse un calendario de 18 meses para que le entre el inexistente “tercer semestre” de recuperación, o los balbuceos de la vicepresidenta Marta Gabriela Michetti, quien también parece manejarse con el almanaque lilítico al afirmar que “el segundo semestre es el momento en el cual aparece la luz en el túnel allá lejos, pero seguís en el túnel”.
Marcos Peña hizo su aporte sincericida al reconocer que la mentirosa “Pobreza Cero” prometida por Macri “es una meta desde ya inalcanzable”.
A confesión de parte, ni es necesario apelar a los análisis económicos de la mayoría de los consultores de cualquier pelaje, que le enrostran al Gobierno índices negativos en términos de producción y consumos y hasta aumento del déficit fiscal. Tampoco hace falta comparar los más de dos millones de pobres e indigentes creados en pocos meses por el macrismo, con la transferencia del equivalente a u$s 20.000 millones hacia compañías agroexportadoras, financieras, grandes empresas de alimentos y grupos industriales, organizada por el Gobierno a través de su megadevaluación, la eliminación y reducción de las retenciones, la inflación acelerada y la bicicleta financiera habilitada por el Banco Central manejado por el procesado Federico Sturzenegger.
Todo esto sucede mientras en la Argentina más de 200.000 personas perdieron sus trabajos formales y tal vez el triple sus tareas informales desde el 10 de diciembre pasado y Milagro Sala, la líder de la Tupac Amaru, al lunes 13 de junio, lleva 170 días como primera prisionera política del gobierno de Mauricio Macri, el presidente de los PanaPapers.
Síntesis
– En seis meses el ajuste del gobierno de Mauricio Macri empujó a buena parte de la población argentina a una situación peor a la que vivía hasta el 10 de diciembre pasado.
– Sus propios voceros reconocieron que el “segundo semestre” no traería las bonanzas prometidas y que la “pobreza cero” electoral era un imposible para su modelo económico.
– El relato de transparencia y honestidad quedó dañado ante las denuncias de empresas alojadas en guaridas fiscales por parte del Presidente y sus principales colaboradores, las incompatibilidades entre sus tenencias de activos y las funciones públicas que cumplen y por la similitud de manejos de obra pública entre socios de Macri y beneficiarios del gobierno anterior.
– El malestar social y laboral provocado por la desocupación y el deterioro del salario empiezan a ser interpretados como episodios de “desestabilización” y los Ejecutivos de Nación y Provincia de Buenos Aires preparan sus aparatos legales y logísticos de represión para “enfrentarlos”.
– Para la diáspora opositora peronista se acerca el momento de acercar voluntades y generar un frente que logre derrotar en las urnas a los candidatos macristas o sostener distintos candidatos perdedores.
– La victoria de Unión por Córdoba en Río Cuarto no es un indicador del escenario futuro; sin embargo, la derrota de Cambiemos, apoyado por el propio Macri y con la peregrinación de medio gabinete, es una primera señal de un panorama que empieza a moverse.
Fuente: Resumen Latinoamericano