por Matías Hermosilla Tobar
Mucho se ha hablado sobre qué es la Constitución y de la homogeneidad entre los conceptos de Asamblea Constituyente y Convención Constitucional. La mayoría de las veces, se promueve y difunde la “buena nueva” desde el catalejo del ciudadanismo (exaltación del civismo como forma de militancia).
El esfuerzo de informar sobre el proceso y de enseñar conceptos propios de la educación cívica es una tarea que, si bien es loable, no es estratégicamente plausible como actividad principal a estas alturas. No podemos darnos el lujo de hacer lo que hacen las ONG con las elecciones a la vuelta de la esquina; el ciudadanismo nos sirve, pero hasta cierto punto.
La posibilidad de darnos un nuevo texto constitucional está cerca. No es exagerado decir que se trata de una oportunidad histórica: dejar atrás uno de los lastres más importantes del “pinochetismo jurídico”.
Por lo mismo, hay que tirar del mantel, pero en serio.
Veamos ciertos puntos desatendidos por la propaganda:
– En caso de que gane el “apruebo”, la Convención (que sea optada) sesionará durante 9 meses, prorrogables por otros 3. En comparación a otras constituyentes, el plazo es bastante acotado. Viendo los orígenes de la Constitución de 1980, hay que recordar que tuvo como base el anteproyecto elaborado por la CENC (también llamada «Comisión Ortúzar», designada en 1973). Entre 1978 y 1980, el Consejo de Estado se encargó de introducir modificaciones en dicho anteproyecto, sin dejar de mencionar la participación directa de la Junta Militar;
– Las incompatibilidades e inhabilidades respecto de los “Convencionales Constituyentes” no son un punto fuerte del acuerdo que el poder burocrático nos preparó. Así, personeros y ex personeros de gobierno (como la ex ministra Cubillos) y otros funcionarios, podrían inscribir su postulación sin tener que esperar el periodo establecido para otros escrutinios. Figúrense a la dupla Allamand – Cubillos ejerciendo el poder constituyente por un “sueldo reguleque”. No hay suficientes filtros para asegurar una renovación o recambio de participantes en política; así, parece totalmente tirado de las mechas el hecho de que se piense en establecer el voto secreto de los integrantes de la Convención. El proceso debe resguardar un mínimo de probidad y transparencia en la toma de decisiones.
– El proceso contempla un plebiscito de entrada donde el voto es voluntario, y un plebiscito de salida en que el voto será obligatorio. ¿No parece que algo anda mal? ¿Una decisión de este calibre, como convocar al poder constituyente, con voto voluntario? Todo indica que las elites no han querido fomentar la participación popular en esta pasada para evitar una victoria aplastante del apruebo, y así, moderar los lineamientos del proceso constituyente;
– El mecanismo electoral de este proceso se ancla en el sistema para elección de diputados, lo cual introduce una proporcionalidad funcional a intereses partidistas (la cultura binominal se ve favorecida frente a independientes y partidos nuevos). En comparación a otros procesos constituyentes, el número de integrantes será bajo (155). En Portugal fueron 250; en Bolivia, 255; y en Nepal, 601.
– El ejercicio del poder constituyente estaría limitado por el carácter de República del Estado de Chile, su régimen democrático (…) y los Tratados Internacionales (según se lee el art 135 CPE, incluiría incluso tratados de libre comercio), y digo “estaría”, porque, a la postre, dependerá de la voluntad de los “convencionales”. En cualquier caso, no sería una hoja en blanco. La política internacional será una camisa de fuerza para la soberanía nacional (fundamentalmente a decisiones que van a contrapelo del capitalismo). Difícilmente podremos nacionalizar nuestros recursos naturales sin quedar endeudados o afectados con los artilugios constrictores del capitalismo (embargos, juicios, sanciones económicas, etc.).
– ¿Qué ocurre con la secretaría técnica que estará detrás de la Convención? La Constitución dice que la integrarán «personas de comprobada idoneidad académica o profesional». El texto parece demasiado parco como para excluir el cuoteo político (con todo lo que esto implica) en la designación de quienes tendrán importante influencia en las definiciones de la Convención;
– El plazo para la inscripción de las candidaturas de constituyentes vencería el 27 de julio (90 días antes del llamado a elecciones de octubre). Los candidatos que postulen por un partido político deben haberse afiliado con más de dos meses de antelación al cierre de la inscripción de candidaturas. Tendremos prácticamente menos tres meses entre la publicación de los resultados definitivos del plebiscito que decidirá si Chile quiere darse una nueva Constitución y cuál será el órgano redactor. Todo gira en torno a la campaña por el apruebo. Como se puede apreciar, el “timing” del proceso solo puede beneficiar a los partidos y sus palos blancos. No hay un tiempo razonable para que decante el llamado “estallido social” en organizaciones que puedan competir en clave electoral.
Debemos ir dejando de lado el diagnóstico, la denuncia y demanda como el plato fuerte de la movilización Si bien son importantes, transcurrido el tiempo, vienen a afianzar el peticionismo. La dignidad no vendrá de la toma de conciencia de las castas políticas hegemónicas. Después de todo, la cancha es la de las élites, quienes no quieren ver caer la institucionalidad que les ha permitido aprovecharse de este largo pánico llamado “transición a la democracia”.
Si queremos jugar el partido constituyente, hay que empezar a trabajar y a repensar ese nuevo Chile digno que proyectamos en las calles y plazas. No pueden quedar para el final las candidaturas y ejes programáticos. Es tiempo de hacernos cargo del contenido de la agenda que queremos defender en la Convención, o ¿vamos a depender de una conformación parecida a la actual Cámara de Diputados? (34 RN, 29 UDI, 13 DC, 7 PPD, 6 EVOPOLI y sigue, es decir, más de 90 neoliberales de 155 escaños).
Por otro lado, ya es tiempo de abandonar el bote que pone en valor la idea de que no tenemos o no queremos líderes, porque esto es una trampa. A nivel micro, los liderazgos naturales y coherentes con las circunstancias son necesarios y existen; pueden potenciar y dar nuevos aires a la movilización social, de manera de ir al siguiente nivel. Nos cansamos de ser hijos del rigor, pero eso no implica que no nos constituyamos, que seamos cuotas desperdigadas de descontento. Para un cambio de paradigma, y para el titánico desafío de síntesis que se nos avecina, la organización es necesaria. La acefalía puede funcionar, hasta cierto punto, en la protesta callejera (la Primera Línea, como se ha visto, es más bien facilitadora para que otros emprendan acciones, se manifiesten, etc., pero no es un colectivo que esté a la vanguardia de la acción política).
Veo mucha fe y entrega, y eso es esperanzador. Pero también estremece el nivel de expectativas de la gente. Todo el punto es que esta institucionalización del conflicto valga la pena. En memoria de los muertos, de los mutilados. En honor a los que luchan, a los niños y ancianos, especialmente a los postergados. Y no va a valer la pena si quienes nos sentimos convocados a movilizarnos, simplemente nos conformamos con hacer propaganda al “apruebo”, viendo con lejanía el mundo de “los señores políticos”, sin querer “ensuciarnos” en elecciones. Podemos seguir así, con paridad incluida, y “dejarnos traicionar”, abriendo la puerta al caballo de Troya del gatopardismo; o asumir, en cambio, la oportunidad que nos ofrece el momento histórico sin agotar en ello el momento ideológico.
Hay que permitirse soñar pero también hay que meter las manos al barro. Ojalá muchos de quienes se han desvivido luchando por un nuevo Chile, pasen a formar parte de la Convención que redactará la nueva Constitución.
No le demos al contubernio que administra el modelo un cheque en blanco para hacer y deshacer con un “apruebo” vacío de contenido.
Fuente: Blog de Punto Final