por Germán Silva Cuadra
Partamos por el hecho de que Chile tendrá un récord mundial difícil de igualar: 16 años gobernado, de manera alternada, por dos presidentes que representan polos opuestos.
Una mujer agnóstica, de izquierda, formada en la ex RDA, médica, de clase media y querendona, versus un hombre católico, de derecha, billonario, que estudió en EE.UU., empresario y calculador.
Visiones contrapuestas de un país que se ha ido transformando de manera acelerada, pero que expresa en esta polaridad un proceso de cambio profundo lleno de contradicciones.
El chileno que deberá enfrentar el Presidente electo es muy distinto de aquel que se despidió el 11 de marzo de 2014. Exigente, crítico, desconfiado, inmediatista, poco tolerante.
El mejor ejemplo son las conductas que adquirió frente a los mal llamados servicios públicos –que están todos en manos de privados–. Aguas Andinas y Enel quedaron completamente desconcertados frente a las protestas, reclamos, demandas e incluso movilizaciones que realizaron los miles de afectados ante los cortes de suministros en estos dos últimos años. Los nuevos “usuarios” ya no le ven romanticismo a prender velas cuando no tienen luz.
Hace cuatro años, los chilenos no sabían que existía colusión de todo tipo de productos que consume a diario. Tampoco habían visto a ex presidentes de partidos condenados, parlamentarios desfilando por tribunales y algunos desaforados. No conocía el concepto boletas “ideológicamente falsas” y pensaba que SQM era una marca de zapatillas.
También leía en las páginas sociales que el presidente de la Fundación Teletón era a su vez un empresario intachable, y se entretenía viendo en los matinales a diversos inversionistas que prometían ganancias rápidas y fáciles, los que luego se convertirían en prófugos de la justicia en distintos países.
En 2013 todavía la Iglesia católica era percibida como una de las tres instituciones más valoradas por nuestros compatriotas, muchos seguían pensando que Karadima o Precht eran sacerdotes con un carisma cautivador. Además, los chilenos creían que Carabineros era la única policía del mundo incorruptible –yo sigo pensando que la gran mayoría de sus miembros lo es–. Tampoco había ley de aborto en tres causales, ya que el proyecto era rechazado por una gran parte de la clase política, pese a que lo validaba el 70% de la población.
Hace cuatro años, no habían llegado en masa miles de extranjeros buscando la tierra prometida en nuestro país y Los Huasos Quincheros seguían cantando “y verán cómo quieren en Chile al amigo cuando es forastero”, claro que se referían a los colonos alemanes del sur y no a los haitianos, colombianos, venezolanos, peruanos y de otras nacionalidades, que han cambiado la fisonomía de esta nación. Y, por supuesto, la xenofobia y el desprecio a los desconocidos, ese sentimiento que los chilenos pensábamos que era un rasgo que jamás llegaríamos a tener.
En 2013 los chilenos éramos más tolerantes, no exigíamos transparencia porque pensábamos que no era necesario. Nuestra autoimagen era de un pueblo correcto, partiendo por todas sus autoridades, empresarios, religiosos, etc. Ese año, también los chilenos le dieron la confianza a Michelle Bachelet para que volviera a La Moneda y aplicara reformas estructurales que reflejaban a una sociedad progresista.
Pero esos mismos progresistas luego habrían de rechazar el ritmo con que esos cambios se producían, incluso, aquellos que anhelaban que sus hijos estudiaran gratis, comenzaron a ver con malos ojos las tómbolas, llegando a la conclusión de que el que no paga nada no se distingue de otro.
Sebastián Piñera ganó con una amplia ventaja, inesperada incluso para su comando. Hoy son los días –legítimos– de festejos y de disfrutar de una paliza inapelable a Alejandro Guillier. Pero su propia puesta en escena la noche del domingo demostró que tiene conciencia de que lo que viene será difícil. De ahí los gestos a la Presidenta –apeló a su “sabiduría” entre las pifias de sus partidarios– y al propio Guillier
Un Parlamento sin mayorías, un Partido Comunista que ya no hará contención de sus bases –qué más claro que, durante todo el Gobierno de Bachelet, la CUT se mantuvo más cercana al juego político que a las movilizaciones en la calle–, un Frente Amplio buscando posicionarse a costa de diferenciarse por contraste, un centro político que quedó huérfano de representación partidaria: la DC, Amplitud y Ciudadanos obtuvieron paupérrimos resultados.
Pero lo más gravitante será la paciencia que tenga este nuevo ciudadano que espera resultados concretos e inmediatos. La campaña de la segunda vuelta estuvo marcada por el lanzamiento de nuevas propuestas de Piñera, muchas de las cuales ni siquiera coincidían con el marco ideológico de su sector. Gratuidad para la educación técnico-profesional, “apertura” a evaluar una AFP Estatal e, incluso, el matrimonio igualitario.
El chileno hoy es de “mecha corta”, levanta la voz cuando siente que están atentando contra sus derechos, quiere soluciones inmediatas pero les teme a los cambios radicales, no tiene un partido que lo interprete y vota cruzado, se pasa a la oposición sin problema, desconfía de todo y todos y evalúa con dureza –no lo sabrá la Presidenta, que de 70% de aprobación llegó a marcar 18 puntos, aunque ya supera los 40–, no aguanta los abusos y se siente empoderado más como “cliente” que como ciudadano y eso vale para cuando compra en el mall o enfrenta a una autoridad.
Este es el chileno que algunos hoy denominan de centro. La verdad, un pragmático.
Fuente: El Mostrador