Ricardo Eliécer Neftalí Reyes Basoalto decidió cambiar su nombre a Pablo Neruda cuando tenía 16 años, ya que su padre no quería que fuese escritor. La necesidad de un pseudónimo impeló este rotundo bautizo. Él gozaba una costumbre poco reconocida, más allá de su brillante verso profundo contemplativo, irreverente, agudo, comunista, reverberante y necesario.
Le gustaba coleccionar objetos variados, rompía la costumbre del coleccionismo tradicional: libros, caracoles y conchas, insectos, zapatos, llaves, botellas, pipas, mascarones, cordeles y diversas piezas recolectadas, compradas u obsequiadas en las diversas vicisitudes que lo acompañaron en sus interesantes y a veces circunstancialmente obligados viajes por mundo.
A propósito de su natalicio (12/07/1904), le recordamos en esta faceta, donde se autodenominaba un COSISTA porque su afán le permitía disfrutar de estos objetos con la misma intensidad que dedicaba su puño, a través de la tinta verde, para forjar otra forma de colección: letras, sueños y vivencias que lo condujo a representar una de las figuras literarias más reconocidas del pasado siglo.
Acerca de este particular arte recopilatorio decía Neruda: “Lo mejor que coleccioné en mi vida fueron mis caracoles. Estos me dieron el placer de su prodigiosa estructura: la pureza lunar de una porcelana misteriosa, agregada a la multiplicidad de las formas, táctiles, góticas funcionales. Miles de pequeñas puertas submarinas se abrieron a mi conocimiento desde aquel día en que Don Carlos de la Torre, ilustre malacólogo de Cuba, me regaló los mejores ejemplares de su colección. Desde entonces y al azar de mis viajes recorrí los siete mares acechándolos y buscándolos. Pero debo reconocer que fue el mar de París el que, entre ola y ola, me descubrió más caracolas”
Hace 6 años nos tocó visitar algunos lugares donde residió Neruda; vivenciamos la esplendorosa colección de la casa La Chascona, en Santiago, y de Isla Negra, en esta última se evidencia, con mayor énfasis, su inestimable amor hacia el profundo mar, al que le temía de modo contundente.
La estética de tres de sus casas (incluida La Sebastiana), buscaban semejanzas con estructuras que imitaran un barco; escotillas, escalera, cuerdas y tejidos con sus nudos marinos, ventanales enormes, torres, mástiles, formas redondeadas, entre otras, definían sus paredes, y pisos, cada detalle lleva impreso su destino de hombre de ultramar. Allí descansa junto a su amada Matilde, su chascona.
Allí sus tumbas frente al océano pacífico reciben silenciosas la visita cotidiana de los cantos marinos como parte de su repertorio.
No hay mensura en su considerable amor hacia la vida, lo expresaba sin resquemores, amaba sentirse niño. Decía, a propósito del rasgo infantil de su afición:
“En mi casa he reunido juguetes pequeños y grandes, sin los cuales no podría vivir. Son mis propios juguetes. Los he juntado a través de toda mi vida con el científico propósito de entretenerme solo. El niño que no juega no es niño, pero el hombre que no juega perdió, para siempre al niño que vivía en él y que le hará mucha falta. He edificado mi casa también como un juguete y juego en ella de la mañana a la noche”.
Fuente: Tribuna Popular.