por Sergio Rodríguez Gelfenstein.
La alianza entre el Grupo de Lima y la banda paramilitar colombiana “Los Rastrojos” a través de Juan Guaidó, que Lilian Tintori –esposa de Leopoldo López– se encargó de confirmar y hacer pública, marca el renacimiento en América Latina de los tenebrosos días de la Operación Cóndor.
En esa época, se produjo –a partir de las instrucciones y el patrocinio del gobierno de Estados Unidos – un letal acuerdo de organismos de inteligencia, para que –al margen de la ley– los gobiernos dictatoriales de la región pudieran perseguir, capturar, asesinar y desaparecer luchadores democráticos, populares y revolucionarios en el territorio de cualquier país.
En los hechos, tal práctica significó la construcción de una supra soberanía criminal que estableció pautas para actuar de forma ilegal en la realización de su tenebrosa labor.
Estados Unidos tiene amplia experiencia en este tipo de actividades: en los años 80 del siglo pasado se relacionó con el narcotráfico para financiar la ilícita guerra contra Nicaragua. Por ese crimen fue juzgado y declarado culpable Elliott Abrams, el mismo que indultó Bush y que hoy Trump ha designado como articulador de todas las acciones de Estados Unidos contra Venezuela, que incluyen a gobiernos europeos y de América, organizaciones internacionales, medios de comunicación, redes de narcotráfico, paramilitares y delincuencia organizada.
Hoy, en una versión renovada de la trama, se pretende establecer una supra soberanía que, actuando en consonancia con grupos delictuales acogidos a la protección del gobierno de Colombia, atenta contra un país soberano intentando por cualquier medio quebrar un proceso aprobado democráticamente.
Para los dos momentos hay una gran similitud: ambos se hacen bajo el influjo y la orientación de Estados Unidos en alianza con gobiernos neoliberales de extrema derecha. En los casos de Chile y Paraguay, los gobiernos actuales están conformados por los mismos que participaron de forma activa en el Plan Cóndor: por una parte el pinochetismo presente en el régimen de Chile y por la otra el partido Colorado herencia del dictador Alfredo Stroessner de Paraguay.
Resulta grotesco que el gobierno de Bahamas, que acaba de ser afectado por un brutal huracán que causó centenares de muertos y desaparecidos y que necesita de la solidaridad internacional, se haya involucrado en la posibilidad de participar en una invasión militar a Venezuela.
Igualmente, es muy chocante que un gobierno que se dice ‘torrijista’ se preste para apoyar las maniobras estadounidenses, violentando la propia doctrina del General Omar Torrijos, pilar en los años 1970 y hasta su muerte en 1981 de la lucha contra las dictaduras, por la integración latinoamericana a favor de la paz y el encuentro entre nuestros pueblos. Un país como Panamá que hace solo 30 años fue víctima de una atroz intervención militar de Estados Unidos no debería apoyar una alianza con los agresores de su país.
Sebastián Piñera y Abdo Benítez tuvieron participación directa en el evento narco-paramilitar de Cúcuta en febrero de este año, cuando se selló la alianza entre ambas organizaciones criminales: Grupo de Lima y Los Rastrojos, avalando los contactos de Guaidó con esa banda delictiva.
Durante el siglo pasado, en el marco de la guerra fría, todo ello era posible gracias al entramado ideológico que estructuraba las relaciones internacionales, que justificaba y ”legitimaba” la lucha contra el comunismo en la región: la Doctrina Monroe que dio origen al TIAR, y la OEA, eran los argumentos que daban soporte jurídico a tamaña aberración.
Hoy, finalizada la guerra fría y cuando parecía que el mundo podía encaminarse a un futuro de paz y armonía, la exacerbación de la voracidad imperial ha conducido a la pretensión de minar el sistema internacional e implosionar el edificio jurídico que se propone mantener al mundo en paz. Comenzando por destruir la ONU, a fin de construir otra instancia y otro sistema que dé soporte a la fase imperialista del capitalismo mundial que se caracteriza por el neoliberalismo extremo, la concentración gigantesca de capitales y una polarización social jamás antes vista.
Solo así se explica la impunidad con la que actúa Estados Unidos y los muñecos de su ventriloquía. La potencia norteamericana se asume dueña de la ONU y decide quien participa y quien no puede hacerlo, en abierta ruptura de sus compromisos históricos. Del mismo modo, el presidente de Colombia se siente autorizado a mentirle a la comunidad internacional exhibiendo falsas fotos en su tribuna más excelsa, con plena impunidad.
En el mismo contexto Trump se permite amenazar por vía telefónica al jefe de Estado de Ucrania para que le ayude a resolver un problema de política contingente y de carácter electoral en su país. De la misma manera se inmiscuye sin rubor en los asuntos internos del Reino Unido y, ante la decisión del primer ministro británico de apoyarle en el diferendo con Irán, Trump declara: «Por eso [Boris Johnson] es un ganador y por eso tendrá éxito en el Reino Unido”.
Sin embargo, casi simultáneamente, la Corte Suprema de Justicia del Reino Unido emitió un dictamen en el que opina que la decisión de Johnson de suspender el Parlamento «fue ilegal porque tuvo el efecto de frustrar o impedir» que esta instancia desempeñara «su función constitucional sin una justificación razonable». Resumiendo, es un “ganador” que actúa ilegalmente. He ahí la doctrina Trump de política exterior: no importa que se actúe ilegalmente: lo que importa es que hacer lo que a él le gusta, lo que garantiza ser un “ganador”.
En este caso Trump y Johnson actúan al margen de la ley, pretenden usar ese método en todas partes, decretan la incapacidad de la ONU para hacer su trabajo y proyectan construir un mundo caótico y sin ley donde impere la guerra y el conflicto. El objetivo es imponer el dominio de las minorías privilegiadas, exprimiendo el planeta como un limón en la búsqueda de ganancias a cualquier precio. Así suprimen logros históricos que han costado siglos de lucha, en la perspectiva de hacer de la Tierra un lugar más vivible.
Como verán amigos lectores, partimos de la ilegalidad y la mentira en el manejo de la situación venezolana, y terminamos bosquejando algunas ideas respecto de la problemática mundial. He ahí una de las características de la actualidad: todos los hechos están concatenados. Utilizada en favor del mejoramiento de la vida tendría indudable significación para la humanidad. En caso contrario –como está ocurriendo– podría conducir a funestas consecuencias.
Precisamente, Estados Unidos intenta establecer la primacía de sus anti-valores, la amenaza, el chantaje y la presión extrema a quien no se subordina a sus intereses.
La posibilidad de establecer un marco general de ilegalidad en el comportamiento internacional atenta contra la humanidad de la misma manera que lo hace el peligro cierto de uso del armamento termonuclear.
Fuente: Resumen Latinoamericano