Libre de la pesadilla de Djokovic, el dueño de casa, Andy Murray, no tuvo problemas para despachar en tres sets al canadiense Milos Raonic, y conseguir así su segundo torneo de Wimbledon en forma consecutiva. En damas, Serena Williams obtuvoi el título por séptima ocasión, y alcanzó al alegendaria Stephie Graf, con 22 trofeos de «grand slam» en la faltriquera,
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Este domingo, en el santuario verde de la raqueta, Murray venció a Milos Raonic (6-4, 7-6 y 7-6, en 2h 48m) y elevó su segundo título de Wimbledon, el tercer Grand Slam de su carrera. Pero, ante todo, más allá de la gloria que supone vencer en casa y engrosar el palmarés, el escocés dio un nuevo paso más al frente para anunciar que si alguien está dispuesto a rebatir la insultante hegemonía de Djokovic y poner en cuestión su trono, ese es él, antes el hombre de espíritu frío (le recriminaban) y ahora (le elogian) un competidor de lo más caliente, el jugador al que hace unos años se le hacía insoportable la presión del Reino Unido y que hoy día procesa ese peso con la mejor maestría.
Lo constató en la final contra Raonic, a la que al margen del buen hacer del campeón y la loable entrega del canadiense le faltó una buena dosis de picante. Quien esperase épica o lirismo, se quedó con las ganas, porque el pulso se tradujo en una tarde de contención, en una final londinense demasiado plana, la primera desde 2002 en la que no jugaban Federer, Nadal ni Djokovic, y así, claro, la grandilocuencia del relato se resiente.
Y es que Murray tal vez no alcance el grado de virtuosismo de ninguno de ellos, pero a cambio brinda actualmente una regularidad abrumadora, la que le situó en las finales de Australia y París este año y la que le ha guiado a este segundo triunfo en Londres.
A excepción del sonoro Uuuuuhhh! con el que le obsequió el público de La Catedral al primer ministro británico, David Cameron, en el instante en el que Murray le citó en el turno final de los parlamentos –“ya sabemos que el suyo es un trabajo imposible”, suavizó el tenista–, todo transcurrió acorde al guion, más o menos en la línea de lo que se esperaba.
Esto es, con la inquietud de cómo y cuándo conseguiría Murray neutralizar el poderosísimo saque de Raonic, con un pico de 236 km/h y que cerró el torneo con un total de 145 puntos directos. Sin embargo, en esta ocasión solo firmó ocho, cuando su promedio en esta edición era superior a los 20 por partido.
Esta vez la faltó pólvora. Primero, porque no estuvo del todo fino y el escenario (su primera final de un Grand Slam) se le hizo probablemente un poco grande; y segundo, porque el británico destapó el tarro de las esencias en los restos; de hecho, hasta el octavo juego no le concedió un solo ace al discípulo de Carlos Moyà, Riccardo Piatti y John McEnroe.
Concentrado y metódico, Murray se sabía más fuerte y ejerció esa condición de favorito desde el principio. No dio opción —tan solo dos opciones de break, ambas desbaratadas—, sirvió con mayor eficacia —retuvo un 87% (60/69) de puntos con primeros—, redujo a una cantidad mínima (12) su cifra de errores no forzados y en los tie-breaks del segundo y el tercer parcial sacudió como una bestia, con 3-0 y 5-0 de arranque. Demasiados argumentos contra el canadiense, que además ofreció una generosísima veta a los passings del escocés con un buen puñado de subidas a la red kamikazes.
Así se hizo Murray con su segundo cetro de Wimbledon, rendido todo el público a sus pies, entregado a su símbolo tenístico moderno, que en 2013 acabó con una sequía británica de 77 años en el All England Tennis Club y que el curso pasado hizo lo propio en la Copa Davis, capitaneando la reconquista de La Ensaladera en Gante. Quizá, el gesto arisco que suele acompañarle en la pista le haya pasado factura a su popularidad entre el aficionado foráneo, que encuentra mayor complicidad en la cercanía de Djokovic, la distinción de Federer o la empatía que suscita Nadal. Pero él, a estas alturas, es ya todo un señor campeón, un señor tenista. La alternativa más sólida al gran jefe Nole.
Séptima corona
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La estadounidense Serena Williams ganó hoy su séptimo título en el torneo de tenis de Wimbledon al vencer en la final a la alemana Angelique Kerber por 7-5 y 6-3 tras 1:21 horas en la «Catedral» del All
Con su séptima corona en la «Catedral» del All England, Williams igualó la marca de 22 trofeos grandes de Graf, que hace veinte años ganó su último título aquí.
Williams, de 34 años, consiguió una victoria sólida, con un quiebre de servicio en cada set, ante una número cuatro del mundo que luchó en la pista central, pero no tuvo opciones ante el nivel de la mejor jugadora del ranking mundial.
Emocionada, la número uno se dejó caer en el césped tras concretar el match-point luego de 1:21 horas de partido.
Williams dijo hoy que ganar el título de Grand Slam de tenis número 22 fue «un gran alivio», ya que se había puesto «mucha presión por las caídas duras que en las últimas finales».
«Es un gran alivio. Había luchado mucho para llegar al 22», dijo la número uno en la conferencia de prensa como campeona del torneo.
Tras ganar su título grande número 21 en Wimbledon, hace 12 meses, Williams cayó en las semifinales del US Open 2015 y en las finales del Abierto de Australia, ante Kerber, y en Roland Garros, el mes pasado, frente a la española Garbiñe Muguruza.
«Haber estado cerca y no llegar fueron noches de dormir poco. He aprendido mucho sobre no involucrarme en los debates para llegar al 22», comentó, relajada, la siete veces campeona aquí.
«Finalmente pude igualar la historia, es bastante increíble, fue una victoria emocionante», aseguró.
Serena Williams se embolsará dos millones de libras (2,59 millones de dólares o 2,34 millones de euros) como premio por haber conquistado Wimbledon.