lunes, diciembre 23, 2024
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Memoria y Futuro

En la plaza Sarmiento de la ciudad argentina de San Martin de los Andes se encuentra un pedestal con una imagen de Pablo Neruda y su cabalgadura en recuerdo de su paso por allí, camino a la libertad, cuando era perseguido por la policía del dictador Gabriel González  Videla.

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Como sabemos, Neruda, entonces senador de la república por el Partido Comunista, logró eludir la represión en un operativo uno de cuyos principales artífices fue nuestro apreciado compañero Victor Pey ; el pedestal a que aludo registra también una frase con la admiración de nuestro compatriota por la belleza de esa ciudad rodeada de montañas y lagos. El lugar, en fin, registra claramente el afecto  de ese pueblo por nuestro premio Nóbel.

A un par de cuadras de allí se ubica uno de los escasos lugares en que se encuentra registros de la vida y obra de Ernesto Ché Guevara. Es el museo del Ché de San Martín de los Andes que, con el sostenimiento de los trabajadores públicos, está instalado en lo que fuera el cobertizo que el intendente de la época facilitó a los  viajeros argentinos Ernesto Guevara y Alberto Granado cuando su recorrido en motocicleta por América Latina a comienzos de los años cincuenta.

Eran años convulsos de nuestro continente, los años de la llamada guerra fría y del abierto intervencionismo político y económico de los EEUU en América Latina. En 1954 se produjo en Guatemala el golpe de Estado que derrocó al gobierno democrático de Jacobo Arbenz. Recuerdo las manifestaciones de protesta en nuestro país ante el acontecimiento; alumno entonces de cuarto año de humanidades del Liceo de Chillán marché por las calles de la ciudad y en la plaza escuchamos atentamente los discursos de nuestros dirigentes.

No sabíamos entonces de la participación que en la agresión a Guatemala cupo al diario El Mercurio y a su propietario, Agustin Edwards, ya entonces vinculado al imperio del norte.

En rigor, nos enteramos hace pocos años leyendo textos del joven historiador uruguayo Roberto García Ferreiro. Comprendimos así que el viaje de don Agustín a golpear las puertas de la CIA en septiembre de 1970, a pocos días del triunfo electoral de Allende, no era sino la continuación de su trabajo sucio.

Tras la victoria de la revolución cubana en 1959 se fortaleció el impulso de masas en favor de los cambios socio económicos puestos a la orden del día a comienzos de la década de los sesenta del siglo pasado en el continente y en Chile.

El proceso triunfante bajo la genial conducción de su líder Fidel Castro aparecía a ojos de las fuerzas conservadoras como un peligroso ejemplo que, aunque fuera por caminos diferentes, pudiera ser seguido por otros países del continente.

Los fantasmas del terror se multiplicaron, se levantaron leyendas insólitas y absurdas en contra de los países del sistema socialista y, en el caso chileno, se produjo la intervención política específica en el proceso electoral de 1964 a objeto de impedir la  victoria de Allende como queda demostrado con los documentos de la CIA que hoy conocemos y con el propio Informe de la  Comisión Church del Senado de los Estados Unidos de Norteamerica.

La descomunal campaña de los enemigos del cambio estaba signada por un anticomunismo rayano en el ridículo, pero que resultaba funcional a sus propósitos. Grandes afiches con fotografías de tanques rusos que, supuestamente, avanzaban por las calles de Santiago aparecían en las paredes del centro de las ciudades.

La historia ha registrado la falsedad absoluta de cada uno de esos montajes. Más tarde la vida demostró de modo brutal que no fue precisamente la Izquierda chilena la que desató la violencia en el país.

Los documentos desclasificados de la CIA dan cuenta además de los dineros entregados ya en el año 1964 a conocidos políticos chilenos en apoyo a una candidatura opuesta a la de Allende. Cabe recordar que cuando todo hacía prever la victoria de la izquierda, sorpresivamente el candidato de la derecha renunció a su postulación sumándose a la de la Democracia Cristiana.

Durante los años de la dictadura de Pinochet, que fuera impuesta por los EEUU con el maridaje del gran empresariado, los medios de comunicación a su servicio y los mandos de las FFAA, fue incalculable el daño causado a la sociedad chilena Un daño que no se puede estimar sólo por el número de detenidos desaparecidos, ejecutados, torturados, desterrados o injustamente privados de libertad, despedidos de sus trabajos o privados de  sus derechos fundamentales.

Ni siquiera sólo por la imposición del  modelo económico social capitalista en su versión  conocida como “neo liberal” – que de “liberal” nada tiene – que dirigió el siniestro grupo de los llamados “chicago boys”.

El daño en verdad es mucho mayor y se expresa de modo descarnado en el ámbito de la cultura y de la conducta social marcada esta última por un individualismo exacerbado que suele llegar a límites del ridículo. Nuestro país, la sociedad chilena, dista hoy una eternidad de aquel país culto y solidario, amable y alegre, que conocimos en el pasado.

Desde detalles aparentemente pequeños, pero significativos, como la ausencia del saludo entre las personas, hasta la falta de solidaridad en la vida diaria.

Tanto como la desaparición del humor cotidiano, o la exaltación en los medios de comunicación de la  mediocridad o la chabacanería elevadas al cubo y la completa falta de pluralidad de la inmensa mayoría de los medios de comunicación respecto de la visión del desarrollo político, sesgada absolutamente por una mirada conservadora incluso en los medios oficiales que financiamos todos los habitantes del país.

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Es triste, pero es así. Un país en que el consumismo lo invade todo, en que hay sectores medios que defienden la educación particular pagada porque “si cuesta caro es porque es mejor”.

Un país en que las parejas de enamorados se juntan pero no para hablar entre ellos sino cada uno con  su celular, chateando o cazando pokemones. O en que mientras el profesor explica sus materias, los alumnos están guasapeando en sus modernos aparatitos. Cada cual en lo suyo particular.

Basta con salir al exterior, conocer otras realidades, comparar y darnos cuenta con tristeza del principal daño causado por la dictadura y cuanto nos falta todavía para recuperar el tiempo perdido en todos los ámbitos de la vida social. Para muestra un botón. Cuando la reciente desaparición física de esa gran figura mundial que es y seguirá siendo Fidel Castro, las reacciones de los sectores conservadores rayaron en el ridículo y contrastaron con el enorme respeto que en otras latitudes mostraron personalidades y entidades, incluso aquellas  que no comparten las ideas revolucionarias.

Mientras que en Chile a la derecha fascistoide y pinochetista se sumaron otros sectores y personas entre ellas muchos que vivieron en Cuba, que recibieron en directo la solidaridad de esa gran revolución y que hoy, por mezquinos intereses , le dan la espalda. Muchos ultras de antaño, acomodados de hoy,  actuaron del mismo abyecto modo que aquel escritor que el 73 suplicó con lágrimas en los ojos que le sacaran de Chile porque de lo contrario podría ser víctima de los mismos que hoy son sus socios.

Por fortuna no es así en otras latitudes. Y vuelvo a recordar aquel pedestal de la plaza Sarmiento de San Martín de los Andes y el galpón de esa misma ciudad, uno recordando a Neruda y otro al Ché Guevara, símbolos de la inteligencia y la cultura, de la lucha sin cuartel contra toda injusticia. Todo lo que contrasta con la decadencia cultural, la ofensiva anticomunista, y la oposición a los cambios estructurales que, tristemente, identifican al Chile actual.

Pero no cabe concluír que todo esté perdido para siempre. Son ciclos históricos temporales y desde el fondo de una noche oscura surgen y seguirán surgiendo luces y fuerzas nuevas, señales de esperanza, vientos frescos. Neruda, el Ché, Fidel, el Ché, Allende, no son meros símbolos ni estatuas sino permanentes estímulos y ejemplo del combate social.

Hoy en el país es evidente la necesidad de un nuevo modelo de sociedad. Urge poner fin al reaccionario modelo instalado por la dictadura de Pinochet y que no termina de superarse del todo. Recién han comenzado las primeras reformas bajo el actual gobierno tras muchos años perdidos. Reformas con tropiezos, dificultades, errores y que no han sido aprobadas como originalmente se plantearon ya que fueron torpedeadas por los sectores conservadores en los trámites legislativos.  

A pesar de todo lo cual lo concreto es que hay un proceso en marcha  y desde la movilización social surgen nuevas iniciativas como el “No más AFP”.  

Recuperar la gratuidad y la calidad perdidas en Educación y  Salud forman parte de ese mismo proceso de cambios que habrá de culminar en una Nueva Constitución Política, de origen y contenidos realmente democráticos, que ponga en su centro el respeto pleno a los derechos humanos fundamentales y que ponga fin a la vergüenza de vivir bajo una Constitución impuesta por la dictadura.

En fin, otras luchas nos esperan. Ya se perciben. Y quizás algunas de ellas queden registradas en un futuro impredecible en rincones tan hermosos como aquella plaza arbolada de la Patagonia.

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