lunes, diciembre 23, 2024
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La Muerte de Mateo Riquelme o el Sistema Penal contra los Niños

Todavía no se aclaran las condiciones de la muerte de Mateo Riquelme, el niño de dos años desaparecido en Calama y, posteriormente, hallado muerto. Algunos de los testimonios apuntan a que se habría caído escalera abajo, mientras su padre adoptivo, traficante acusado de violencia intrafamiliar, tomaba un trago con sus amigos. La tesis más escabrosa sugiere que el hombre le habría pegado en la cabeza y que, con el propósito de detener los vómitos del menor, lo habría asfixiado con un pañal para luego ocultar su cuerpo inerte en un despeñadero.

 

Existe, en todo caso, un dato ineludible: la mamá de Mateo estaba recluida por hurto cuando el menor murió. Esta circunstancia exige pensar en serio la situación de los niños cuyas madres son privadas de libertad por el sistema de justicia penal.

La separación por condena constituye una experiencia traumática para los hijos de madres en prisión. Además, el encarcelamiento de la madre involucra y a la vez genera mayor riesgo para los hijos que el del padre, ya que estos terminan siendo víctimas de un severo abandono. Las alternativas de cuidado para esos niños son escasas, ya que las mujeres privadas de libertad pocas veces cuentan con una pareja dispuesta a hacerse cargo de ellos.

Cuando tienen suerte, los niños pasan de mano en mano entre vecinas, hermanas, tías y abuelas que generan clanes femeninos dispuestos a cuidarlos. Con menos suerte, algunos son puestos a cargo de cuidadores que difícilmente resultan idóneos. Otros —los que no tienen ninguna alternativa— terminan institucionalizados en los centros del SENAME. La literatura, tanto nacional como extranjera, repite hasta el cansancio los peligros que implica tener una madre encarcelada.

Un impactante estudio realizado a hijos de mujeres presas en la cárcel de San Joaquín revela que los niños, entre otros problemas, declaran ser pobres, tener hambre, presentar desajustes escolares y desarrollar enfermedades de salud mental. En general, la literatura comparada asocia el encarcelamiento de la madre con el riesgo de predestinar a sus hijos a perpetuar el círculo de la delincuencia.

Recuerdo a Jaqueline, una muchacha de diecisiete años condenada por robo con intimidación que conocí hace unos meses en un centro cerrado del SENAME en Santiago. Jaqueline fue condenada «en calidad de autora» por haber manejado el auto que usó su pololo para robar un almacén (si quiere saber más de esta esquizofrénica disposición legal, lea el artículo 15 del Código Penal). La joven entró embarazada a prisión y cuando yo la conocí acababa de nacer su hija Amanda.

La madre de Jaqueline había muerto cuando ella tenía diez años y su padre se encontraba trabajando en España como lanza internacional. Hoy, Amanda está por cumplir un año y la ley exige que, pasada esta fecha, salga de la cárcel y quede a cargo de un familiar cercano. El único que cumple con este requisito es su abuelo de ochenta y tres años y todo indica que el destino de la niña será pasar de las manos de su madre —cariñosa, atenta y desesperada— a los brazos del anciano.

Promover el uso de la cárcel como respuesta al delito significa privar a los niños de entornos familiares que constituyen el limitado capital social que tienen disponible. La legislación en otros países resulta mucho más atenta a los factores contextuales de las mujeres que tienen contacto con el sistema penal.

Sin vulnerar el principio de igualdad ante la ley, la normativa debiese considerar las posibilidades de resguardo de esos menores, promover alternativas a la prisión, preparar la salida de los hijos cuando han sido criados en un recinto carcelario, generar ambientes gratos para los niños que visitan a sus madres, identificar circunstancias que sirvan como atenuantes en torno al hecho de ser madre y mejorar la infraestructura carcelaria para mujeres con hijos, entre otras.

De lo contrario, si la ley continúa obviando las necesidades de las madres encarceladas, los niños como Mateo Riquelme seguirán siendo víctimas del abandono, la estigmatización, la pobreza, el abuso sexual, el maltrato o, incluso, la muerte.

Fuente:Red Seca

 

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