por Samir Amin (*)
Karl Marx es un pensador gigante, no sólo para el siglo XIX, su pensamiento es aún mas importante para entender nuestro tiempo contemporáneo.
Ningún otro intento de comprensión de los desarrollos sociales ha sido tan fértil, esto será así siempre y cuando los «marxistas» vayan más allá de la «marxología» (que se conforman repitiendo lo que Marx escribió en relación con su propio tiempo) y en su lugar sigan el método de Marx de acuerdo con los nuevos procesos de la historia.
El propio Marx desarrolló y revisó continuamente sus puntos de vista a lo largo de toda su vida.
Marx nunca redujo el capitalismo a un nuevo modo de producción. Consideró todas las dimensiones de la sociedad capitalista, entendiendo que la ley del valor no sólo regula la acumulación capitalista, sino que rige todos los aspectos de la civilización moderna.
Esa visión le permitió ofrecer el primer enfoque científico que explica las relaciones sociales en un ámbito más amplio; el de la antropología. En esa perspectiva, incluyó en sus análisis lo que hoy se llama «ecología», redescubierta un siglo después de Marx, el profesor John Bellamy Foster, mejor que nadie, ha desarrollado talentosamente, esta intuición temprana de Marx.
He dado prioridad a otra intuición de Marx, relacionada con el futuro de la globalización. Desde mi tesis doctoral en 1957 hasta mi último libro, he dedicado mis esfuerzos al desarrollo desigual de las naciones como resultado de la formulación de la ley de acumulación globalizada.
Derivé de ello una explicación para las revoluciones que se han hecho en nombre del socialismo en las periferias del sistema global. La contribución de Paul Baran y Paul Sweezy, al introducir el concepto de excedente, ha sido decisiva en mis reflexiones teóricas.
También comparto otra intuición de Marx -expresada claramente ya en 1848 y reformulada en sus últimos escritos-, según la cual el capitalismo representa sólo un eslabón corto de la historia; su función histórica es haber creado en un corto espacio de tiempo (un siglo) las condiciones necesarias para ir más allá…es decir ir hacia el comunismo, entendido este como una etapa superior de la civilización.
Marx afirma en el Manifiesto (1848) que la lucha de clases siempre concluye «en una reconstitución revolucionaria de la sociedad en general, o en la ruina de las clases contendientes». Esa frase ha estado en la primera línea de mi pensamiento durante mucho tiempo.
En los próximos párrafos ofrezco mis reflexiones sobre «Revolución o decadencia», correspondientes al capítulo final de mi próximo libro con motivo del bicentenario del nacimiento de Marx.
1.-
El movimiento obrero y socialista se ha sustentado en la noción de la ejecución de una ola de revoluciones en los países capitalistas avanzados. Desde las impugnaciones que Marx y Frederick Engels a los programas de la socialdemocracia alemana hasta las conclusiones derivadas de la Revolución Rusa, el movimiento obrero y socialista no imaginó nunca otra manera de transición al socialismo a escala mundial.
Sin embargo, en los últimos setenta y cinco años, la transformación del mundo ha tomado otros caminos. La perspectiva de la revolución ha desaparecido de el horizonte del Occidente avanzado, mientras que las revoluciones socialistas se han limitado a la periferia del sistema. Estos países han inaugurado procesos con una ambigüedad suficiente para que algunas personas los perciban solo como una etapa en la expansión del capitalismo a escala mundial.
El análisis del sistema capitalista en términos de un desarrollo desigual intenta dar una respuesta diferente. Al abordar el sistema imperialista contemporáneo, este análisis nos obliga a considerar también la naturaleza y el significado del desarrollo desigual en etapas históricas precedentes.
La historia comparativa de la transición de un modo de producción a otro requiere plantear la cuestión del modelo de transición en términos generales y teóricos. En efecto, las similitudes entre la situación actual y la era del fin del Imperio Romano han llevado a los historiadores que no son partidarios del materialismo histórico a establecer paralelos entre las dos situaciones.
Por otro lado, cierta interpretación dogmática del marxismo ha utilizado la terminología del materialismo histórico para oscurecer el pensamiento sobre este tema. Así, los historiadores soviéticos hablaban de la «decadencia de Roma», mientras que presentaban la «revolución socialista» como la única forma de sustitución de las relaciones de producción capitalistas.
El siguiente análisis comparativo de la forma y el contenido de las antiguas crisis y de las actuales crisis capitalistas en las relaciones de producción aborda esta cuestión.
¿ Acaso las diferencias entre estos dos modelos de transición justifica tratar un tipo de crisis como «decadencia» y al otro como «revolución»?
Mi argumento central es que existe un claro paralelismo entre estos dos tipos de transformación. En ambos casos, el sistema entra en crisis porque la centralización del excedente que produce es gigantesca, es decir, está por delante de las relaciones de producción que sustentan al sistema. Por lo tanto, el desarrollo de las fuerzas productivas en la periferia del sistema requiere de la ruptura y la sustitución del sistema por un modelo de descentralizado para la utilización y recaudación del excedente.
2.-
La tesis más comúnmente aceptada dentro del materialismo histórico es la de una sucesión de tres modos de producción: el modo esclavista, el modo feudal y el modo capitalista. En este marco, la decadencia de Roma sería solo la expresión de la transición de la esclavitud a la servidumbre. Todavía queda por explicar, en esta versión, porqué no hablamos de una «revolución feudal» tal como hablamos de revoluciones burguesas y socialistas.
Considero que esta formulación se centra en una excesiva generalización de las características específicas de la historia de Occidente y en un rechazo de las particularidades de la historia de otros pueblos. Al elegir derivar las leyes del materialismo histórico de la experiencia universal, he propuesto una formulación alternativa, la existencia de un modo pre-capitalista, el modo tributario, hacia el cual han tendido todas las sociedades de clase.
La historia de Occidente – la construcción de la antigüedad romana, su desintegración, el establecimiento de la Europa feudal y, por último, la cristalización de estados absolutistas en el período mercantilista – expresa en una forma particular una misma tendencia básica que se ha expresado en otros lugares con una construcción menos discontinua de estados tributarios completos, de los cuales China es la expresión más fuerte. El modo esclavista no fue universal, como lo han sido los modos tributarios y capitalistas; el modo esclavista es particular y aparece estrictamente en relación con la extensión de las relaciones mercantiles. Además, el modo feudal es la forma primitiva e incompleta del modo tributario.
Esta hipótesis considera el establecimiento y posterior desintegración de Roma como un intento prematuro de construcción del modo tributario. Sin embargo, en el Imperio Romano el nivel de desarrollo de las fuerzas productivas no exigió una centralización tributaria. En realidad el primer intento de modo tributario fue fallido de la época romana y fue seguido por una transición forzada de fragmentación feudal.
Más tarde la centralización terminó siendo restaurada durante las monarquías absolutistas de Occidente. Solo entonces, el modo de producción en Occidente se acercó a un modelo tributario completo. En Oriente el modo tributario completo de la China imperial alcanzo un nivel significativo antes que el desarrollo de las fuerzas productivas de Occidente; esto sin duda no es una coincidencia.
El atraso de Occidente, simbolizada en la abortada experiencia de Roma y por la fragmentación feudal, finalmente le dio a Occidente una ventaja histórica . De hecho, la combinación de elementos específicos del antiguo modo tributario y de los modos “bárbaros” comunales – que caracterizó el feudalismo – le proporcionó a Occidente una importante plasticidad. Este fenómeno explica la rapidez con que Europa pasa a una fase tributaria completa, desarrollando rápidamente el nivel de sus fuerzas productivas, y alcanzando un temprano desarrollo capitalista. Esta plasticidad y velocidad contrastan con una evolución relativamente rígida y lenta de los modos tributarios completos de Oriente.
Sin duda, el modo romano-occidental no es el único ejemplo de una construcción tributaria abortada. Podemos identificar al menos otros tres casos de este tipo, cada uno con sus propias condiciones específicas: el caso bizantino-árabe-otomano, el caso indio y, el caso mongol.
En cada uno de estos casos, los intentos de instalar sistemas tributarios centralizados estaban demasiado adelantados al desarrollo de las fuerzas productivas para establecerse firmemente. En cada caso, las formas de centralización fueron probablemente combinaciones específicas de medios estatales, para-feudales y de bienes.
En el estado islámico, por ejemplo, la centralización de los productos básicos desempeñó un papel decisivo. Los sucesivos fracasos en la India deberían estar relacionadas con los contenidos de la ideología hindú en contraste con el confucianismo y la centralización del imperio realizada por Genghis Khan en China.
3.-
El sistema imperialista contemporáneo es un sistema de centralización del excedente a escala mundial. Esta centralización opera sobre la base de las leyes fundamentales del modo capitalista y en las condiciones de su dominio sobre los modos pre-capitalistas de las periferias.
Formulé la ley de la acumulación del capital a escala mundial como una forma de expresión de la ley del valor que opera en esa escala. El sistema imperialista para la centralización del valor se caracteriza por la aceleración de la acumulación y por el desarrollo de fuerzas productivas en el centro del sistema, mientras que en la periferia estas son interrumpidas y deformadas. El desarrollo y el subdesarrollo son dos caras de la misma moneda.
Este proceso nos lleva concluir que para obtener un mayor desarrollo de las fuerzas productivas la periferia requiere de la destrucción del sistema imperialista que centraliza el excedente. Entonces , la transición socialista dentro de las naciones exige de una fase de descentralización. Esta fase deberá preceder a una reunificación en un nivel más alto de desarrollo, para constituir una sociedad planetaria sin clases. Esta tesis central tiene significativas consecuencias para la teoría y la estrategia de la transición al socialismo.
En la periferia, la transición socialista no es distinta de la liberación nacional. Ha quedado claro que esto último es imposible bajo el liderazgo burgués local, y esto las convierte en una etapa democrática de un proceso de revoluciones ininterrumpidas y por etapas que son lideradas por las masas campesinas y trabajadoras.
Esta fusión de los objetivos de la liberación nacional y el socialismo engendra una serie de nuevos problemas que debemos evaluar. El énfasis cambia debido a lo cual el movimiento real de la sociedad alterna factores como progreso y regresión, ambivalencias y alienación en forma de nacionalismos.
En este punto es bueno hacer una comparación con la actitud de los bárbaros hacia el Imperio Romano: eran ambivalentes hacia el imperio, especialmente en las formas, incluso eran formas serviles. En el mismo tiempo, el carácter parasitario de la sociedad central se intensificó. En algunos casos, el tributo imperial corrompió a los plebeyos y paralizó su rebelión.
Hoy en las sociedades del centro imperialista, una parte creciente de la población se beneficia del empleo improductivo y de posiciones privilegiadas, ambos son los efectos concentrados de una desigual división internacional del trabajo. Por lo tanto, es difícil imaginar, en los países centrales, una ruptura con el sistema imperial con la integración a una alianza antiimperialista capaz de derrocar la alianza hegemónica e inaugurar la transición al socialismo.
4.-
La introducción de nuevas relaciones de producción parece más fácil en la periferia que en el centro del sistema. En el Imperio Romano, las relaciones feudales se establecieron rápidamente en Galia y Alemania, y solo lentamente en Italia y Oriente. Es Roma la que inventó la servidumbre que reemplazó a la esclavitud, pero la autoridad feudal se desarrolló en otras partes y las relaciones feudales no llegaron a desplegarse completamente en la Roma de esa epoca.
Hoy el sentimiento de rebelión latente contra las relaciones capitalistas es muy fuerte en el centro, pero es impotente por el momento. La gente quiere «cambiar sus vidas», pero ni siquiera pueden cambiar el gobierno. Así, el progreso ocurre en el área de la vida social más que en la organización de la producción y del estado.
La revolución silenciosa en el estilo de vida, la ruptura de la familia, el colapso de los valores burgueses demuestran este aspecto contradictorio del proceso. En la periferia, las costumbres y las ideas a menudo están mucho menos avanzadas, pero hay estados socialistas establecidos.
La tradición marxista vulgar ha efectuado una reducción mecanicista de la dialéctica del cambio social. Algunos ejemplos de este reduccionismo son : la revolución -cuyo contenido objetivo es la abolición de las viejas relaciones de producción- es una condición previa para el desarrollo de las fuerzas productivas, por tanto se convierte en una ley natural.
Se aplica al ámbito social la ley por el cual la cantidad se convierte en calidad por tanto la lucha de clases revelaría que solo la vanguardia – el partido – está por encima, haciendo y dominando la historia y el momento político que define la revolución es aquel en que la vanguardia se apodera del estado.
A decir verdad el propio leninismo no está completamente desprovisto del reduccionismo positivista del marxismo de la Segunda Internacional.
Esta teoría que separa la vanguardia de la clase no es aplicable a las revoluciones del pasado. La revolución burguesa no tomó esta forma: en ella la burguesía cooptó la lucha de los campesinos contra los señores feudales.
La ideología que les permitió hacer esto, lejos de ser un medio de manipulación, era en sí misma alienante. En este sentido, no hubo una «revolución burguesa» -el término en sí es un producto de la ideología burguesa- sino solo una lucha de clases dirigida por la burguesía o, a lo sumo, una revolución campesina cooptada por la burguesía.
Menos aún podemos hablar de «revolución feudal», donde la transición se hizo inconscientemente.
La revolución socialista será de un tipo diferente, presuponiendo una conciencia des-enajenada, ya que apuntará por primera vez a la abolición de toda explotación y no a la sustitución de las viejas formas de explotación por otras nuevas. Pero esto será posible solo si la ideología que lo anima se convierte en algo más que la conciencia del desarrollo de las fuerzas productivas. De hecho, el modo de producción estatista, como una nueva forma de relaciones de explotación, no es una respuesta a los requisitos de este desarrollo.
5.-
Solo las personas hacen su propia historia. Ni los animales ni los objetos inanimados controlan su propia evolución. El concepto de praxis es propio de la sociedad, como expresión de síntesis entre determinismo y la intervención humana. La relación dialéctica de la infraestructura y la superestructura también es propia de la sociedad y no tiene un carácter equivalente en la naturaleza. Esta relación no es unilateral. La superestructura no es el reflejo de las necesidades de la infraestructura. Si lo fuera, la sociedad siempre estaría alienada y no podría liberarse.
Es por eso que propongo distinguir entre dos tipos de transición cualitativamente diferentes de un modo de producción a otro. La primera es cuando la transición se realiza inconscientemente (o por una conciencia enajenada) es decir, cuando la ideología que anima a las clases no les permite dominar el proceso de cambio, en otras palabras cuando parece estar operando un cambio natural y la ideología parece ser parte de la naturaleza.
Para este tipo de transición podemos aplicar la expresión «modelo de decadencia». Por el contrario, el segundo tipo de transición se produce si la ideología expresa la dimensión total y real del cambio deseado, en este caso podemos hablar de revolución.
¿Es la revolución socialista de nuestra era una transición del tipo decadente o carácter revolucionario?
Todavía no podemos responder a esta pregunta de manera definitiva. En ciertos aspectos, la transformación del mundo moderno indiscutiblemente tiene un carácter revolucionario.
La Comuna de París y las revoluciones en Rusia y China (particularmente la Revolución Cultural) han sido momentos de intensa conciencia social des-enajenada.
Pero, ¿acaso hoy no estamos involucrados en otro tipo de transición?
Las dificultades hacen creer muy difícil la desconexión entre los países imperialistas. El impacto de la alianza imperial ha afectado negativamente a los países periféricos que pretenden seguir el camino socialista y para muchos estaría conduciendo a una posible restauración capitalista, a evoluciones hacia un modo estatista, a la regresión, o a una alienación nacionalista, etc.
Algunas personas se resignan a esta idea y creen que nuestro tiempo no es el tiempo de la transición socialista, sino una época de expansión mundial del capitalismo que, comenzó en un «pequeño rincón de Europa», y que hoy comienza a extenderse hacia el sur y el este.
Al final de este proceso, la fase imperialista no parece haber sido la última, sino una fase de transición hacia una suerte de capitalismo universal. Incluso si uno continúa creyendo en la teoría leninista del imperialismo y que la liberación nacional es parte de la revolución socialista y no de la revolución burguesa, algunos se preguntan ¿no serían posibles las excepciones, es decir, la aparición de nuevos centros capitalistas?
Esta teoría enfatiza las restauraciones o las evoluciones hacia un modo estatista en los países orientales. Caracteriza como procesos objetivos de expansión capitalista lo que fueron solo revoluciones pseudo-socialistas. En esta lectura el marxismo aparece como una ideología alienante que enmascara el verdadero carácter de estos desarrollos.
Aquellos que sostienen esta opinión creen que debemos esperar hasta que el nivel de desarrollo de las fuerzas productivas en el centro sea capaz de extenderse a todo el mundo antes que la cuestión de la abolición de las clases pueda realmente ponerse en la agenda. Los europeos deberían permitir la creación de una Europa supranacional para que la superestructura estatal pueda ajustarse a las fuerzas productivas. Para los que propugnan esta tesis , será necesario esperar el establecimiento de un estado planetario que corresponda al nivel de las fuerzas productivas a escala mundial, antes que las condiciones objetivas para su sustitución lleguen ha crearse.
Otros, yo mismo entre ellos, veo las cosas de manera diferente. La revolución ininterrumpida y por etapas todavía está en la agenda de la periferia. Las restauraciones en el curso de la transición socialista no son irrevocables. Y las rupturas en el frente imperialista no son inconcebibles en los eslabones débiles del centro.
(*) Economista egipcio, formado en Francia; uno de los intelectuales más brillantes de la izquierda contemporánea.
Fuente: Agencia Roja Valencia
https://agendacomunistavalencia.blogspot.com/2018/05/revolucion-o-decadencia.html