Este 19 de mayo se cumpleieron 120 años de la caída en combate de José Martí Pérez. Su muerte, para historiadores e investigadores, está matizada por muchas circunstancias y opiniones encontradas. La trágica muerte del Delegado del Partido Revolucionario Cubano, del Mayor General del Ejercito Libertador a la postre “Presidente” de la futura República de Cuba, ocurrió en la tarde del domingo 19 de mayo de 1895 en Boca de Dos Ríos en la antigua provincia de Oriente.
Es un hecho doloroso y lamentable que ha devenido en misterios y enigmas y que involucra también al jefe de la fuerzas españolas que entablaron combate con las fuerzas mambisas en el lugar, el Coronel José Ximénez de Sandoval, que nunca comprendió; sabiendo quien era el caído; el por qué Martí se había arrojado sobre la avanzada de su tropas, ponerse a tiro limpio de sus soldados.
Escribió unos años después:
“Su arrojo y valentía, así como el entusiasmo de sus ideales, le colocaron frente a mis soldados y más cerca de las bayonetas de lo que a su elevada jerarquía correspondiera; pues no debió nunca exponerse a perder la vida de aquel modo, por su representación en la causa cubana, por los que de él dependían y por la significación y alto puesto que ocupaba como primer magistrado de un pueblo que luchaba por su independencia”.
Honorable actitud del Coronel que como masón cumplió con José Martí.
Lo cierto es también que el General en Jefe del Ejército Libertador Máximo Gómez le ordenó tajantemente en el fragor de las escaramuzas con las tropas españolas:
“hágase usted atrás, Martí, no es ahora este su puesto”. Es probable que estas palabras le hayan caído muy mal al Apóstol, a él, que tanto había hecho por iniciar esta guerra necesaria, por forjar la unidad en este decisivo empeño de liberar a los cubanos del yugo español. “Por Cuba estoy dispuesto a dejarme clavar en la Cruz” había dicho.
Cualquiera atisba en sus palabras los más puros sentimientos de estar en el combate y ofrendar su vida si fuese necesario:
“Ya estoy todos los días en peligro de dar mi vida por mi país y por mi deber” escribió en la víspera de su muerte. Cuántos conflictos y apasionadas encrucijadas bullían en su mente en ese momento de caos. Así fue que seguramente no hizo caso de la orden y fue más fuerte el ardor de su sangre redentora. Tenía que probarse en combate, en la manigua.
Más de algún investigador ha invocado el suicidio para justificar tan trágico suceso, puede verse como “una acción suicida”, no diríamos tampoco irresponsable, pero mucho más que eso fue una acción mal preparada por inexperiencia y quizás tampoco estuvo oportunamente la atención técnica de su joven ayudante Ángel de la Guardia que fue encomendado con vehemencia de su cuidado por Máximo Gómez.
Martí no buscaba la muerte, pero si estaba consciente de que la muerte es un hecho cierto cuando hay compromisos supremos como la lucha por la independencia de Cuba y por ello estaba allí. El Maestro no salió a morir, salió a pelear.
Martí no era un hombre de acción, no era un estratega militar, pero al fin y al cabo tuvo que organizar La Guerra Necesaria, convencido de que no había otra forma de alcanzar la independencia que no fuera por las armas, la definió estratégicamente como una guerra breve y justa, basada en la unidad de todos los que anhelaban la independencia y bajo la guía del Partido, un partido de nuevo tipo, un frente amplio que agrupó a todas las clases y grupos sociales dispuestos a luchar por la independencia de Cuba. Un partido multiclasista.
También están las versiones de que en medio de las acciones se le encabrita y desboca Baconao, brioso caballo blanco; regalado por el General José Maceo, y en esa estampida se expuso a la línea de tiro de los españoles. Martí no era un experto jinete pero si sabía de montar a caballo, por lo que también se desestima esta versión.
Hay también diversos estudios técnicos, periciales, y análisis del enmarañado escenario, del teatro de operaciones militares, en que se desarrolló la emboscada; pero que solo confirman la desafortunada localización y lugar donde cae Martí sin vida con tres balazos de los máuser españoles.
Me inclino, como los muchos, a afirmar que Martí muere por su arrojo, por su vital compromiso y entrega total a la causa independentista y antiimperialista, recordemos que sus objetivos eran la independencia de Cuba y con ello impedir la anexión de Cuba a los Estados Unidos de Norteamérica e impedir que éste se expandiera por las Antillas y por América Latina. Muere por su temeridad, por su entusiasmo enormemente acrecentado en los últimos días previos al 19 de mayo. Tenía 42 años plenos de amor por su patria.
Yo soy un hombre sincero
de donde crece la palma
y antes de morir yo quiero
echar mis versos del alma
No me pongan en lo oscuro
a morir como un traidor
yo soy bueno y como bueno
moriré de cara al sol
Él quería vivir, amaba la vida, pero no por eso presentía su destino:
De mi desdicha espantosa
Siento, oh estrellas, que muero
Yo quiero vivir, yo quiero
Ver a una mujer hermosa.
A fin de cuentas como el mismo sentenció: “La muerte no es verdad cuando se ha cumplido bien la obra de la vida”. El Apóstol está vivo, no lo permitieron Fidel y los asaltantes al Cuartel Moncada en su centenario, renace vigorosamente el 1 de enero de 1959 y hoy está más presente que nunca en la vida cotidiana de cada cubano, de todo un pueblo, que a pesar de muchas; pero muchas cosas, construye convencido su propio destino. Rige constitucionalmente a Cuba su genial precepto: “Yo quiero que la ley primera de nuestra república sea el culto de los cubanos a la dignidad plena del hombre”
(*) Chileno residente en Cuba
La Habana. Cuba,
17 de mayo del 2015